LÍNEAS DE URGENCIA ANTE EL SHOCK DEL INCENDIO DE NOTRE DAME

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Creo que esta mañana, 16 DE ABRIL, Sami Nair ha dado con la clave de lo que debe ser nuestra reacción ante la desolación que nos causa el incendio de Notre Dame, de Paris.
En la entrevista que le ha hecho Pepa Bueno en el espacio Hoy por hoy (y que he podido seguir en directo con Sami, antes de que partiera de Valencia, donde ayer participó en una interesante conversación de la que he dado cuenta en redes sociales), Sami ha recordado algo que advirtiera Kant: el arte tiene la capacidad de despertar en nosotros la dimensión de lo universal, de lo que nos es común, de lo que nos constituye como humanidad.
Esta reacción unánime que ha provocado el desastre , la caída ante nuestros ojos de la aguja de la catedral, la pérdida de sus vidrieras y su sillería, de tantos bienes culturales que son herencia multisecular, pasa por encima de credos, lenguas, nacionalidades e ideologías, y es un buen argumento a recordar precisamente en el momento de la recrecida de la reacción que quiere traernos de regreso a las sociedades cerradas, marcadas por el miedo y el odio al otro.
Notre Dame no es patrimonio francés ni europeo: es universal. Como otros universales que compartimos y que han de ponerse como prioridades: los derechos humanos, el respeto al otro, el Estado de Derecho, la democracia, la igual libertad de todos, la solidaridad con todos los otros, nuestra responsabilidad de proteger a quienes son más vulnerables, nuestra responsabilidad de preservar la vida del planeta…

¿ESPEJO DE DEMÓCRATAS, O JUGADORES DE PÓKER?, INFOLIBRE, 10 abril 2019

El pasado miércoles, en estas mismas páginas, mi respetado colega, el profesor Sánchez Cuenca, publicó un artículo “Esperanza y libertad”, con el mismo título de un libro del exconseller Romeva, libro que se presentó en el centro cultural Blanquerna, en Madrid.

Por supuesto, cada uno es muy libre de depositar sus afectos o empatía en quien se lo inspire. En este caso, valoro además la coherencia que supone el gesto de solidaridad del profesor Sánchez Cuenca, que le llevó a visitar en la cárcel al Sr Romeva. Es muy difícil no empatizar con quien se encuentra privado de libertad, en una aplicación que muchos consideramos desmedida de la excepcional prisión preventiva, aunque haya actuado en su contra el comportamiento en mi opinión poco solidario y digno de los huidos (que no exiliados, a mi juicio), los señores Puigdemont, Comín y Ponsatí, a diferencia, por ejemplo, del conseller Forn.  Exiliado, para decirlo claro, fue Machado. Las diferencias saltan a la vista.

Puedo comprender, aunque no lo comparto, la empatía e incluso el contagio emotivo con el relato épico de los <valientes perdedores>, tratados con crueldad y convertidos en las víctimas heroicas. Lo que no me parece aceptable en quien sostiene la exigencia de una cultura democrática, plural, abierta a la crítica, como el profesor Sánchez Cuenca, es que se omita toda referencia al propósito para el que se crean ese relato épico que pretenden hacernos creer los exconsellers y los Sres Sánchez y Cuixart, entre otros: humillaciones, injusticias, crueldades a las que habrían sido sometidos los presos del procés y que soportarían con talante que habría que comparar con el de Gandhi o Mandela.

Me llama la atención, sobre todo, la omisión de la obviedad de que aquí hay un ejemplo de manual de la utilización de un recurso predemocrático para la justificación del vínculo político. En este caso, el mito de un pueblo, el catalán, que por emplear la increíble argumentación del Sr Cuixart, propia de un narrador de cuentos, que no de un líder civil del siglo XXI, “llevaría en su ADN” las notas excelsas de pacífico, resistente, demócrata y todas las demás cualidades que se quiera añadir, sin mezcla de mal alguno, no como esos otros pueblos ibéricos. Una narrativa que deja tamañitos los esfuerzos de los Wagner, Schiller, Grimm et alia para proporcionar los mitos fundadores del proyecto político hegemónico del prusiano Bismarck y que, en el fondo, tanto se asemeja a la mística nacionalista franquista, malgré soi: una nación depositaria de todos los valores occidentales, precursora de la justicia y del combate contra el mal, amparada en su icono religioso, al que se sitúa por encima del debate civil. O sea, sospechosamente cercana a la narrativa de Covadonga, el Cid y los Reyes Católicos que invoca el Sr Abascal para su relato sobre el inmarcesible pueblo español.

Sé que el autor subraya elementos que deben ser tenidos en cuenta y que diferencian al Sr Romeva de la actitud de otros compañeros del procés: un espíritu autocrítico (que me parece un tanto exagerado y autoindulgente si se contrasta con sus hechos como conseller) y una posición, por lo que sé, claramente laica. Porque tampoco entiendo que en el análisis del proyecto secesionista se omita otro elemento predemocrático de esa narrativa, otra similitud a mi juicio extremadamente preocupante: las raíces nacionalcatólicas de la misma, que poco tienen que envidiar a las de cierto franquismo, aunque aquí la montaña de Covadonga y su Santina sea sustituida por el aura intocable de Montserrat, envuelta en las resonancias  wagnerianas tan caras al Liceu y presididas por la devoción a la Moreneta y su corte benedictina. Véase como botón de muestra la ausencia de la menor crítica por parte del Govern en relación con las evidencias de abusos de menores en el monasterio de Montserrat y la complicidad de los abades en su encubrimiento, incluidas presiones a las familias. Ni Torra, ni Artadi, ni Puigdemont, ni Bonvehí han dicho esta boca es mía; por cierto, tampoco Romeva, Sánchez, Rull ni Turull; menos aún ese acendrado creyente que es Junqueras. ¿Pueden ser propuestos como políticos modelo a estas alturas del siglo XXI quienes, como Junqueras y algunos de sus consellers en prisión, viven aún en la confusión normativa de que los argumentos religiosos son materia probatoria en el ámbito civil –“si yo soy buen creyente, si milito en Cáritas o en tal o cual parroquia o asociación juvenil católica, no puedo ser mala persona, ni mucho menos delincuente”-, como si no supiéramos de casos de supuestos buenos creyentes que parecen haber expoliado a los ciudadanos, a los contribuyentes, desde Urdagarín a Cotino o Camps?

Lo que me importa es lo siguiente: el profesor Sánchez Cuenca considera a Romeva exponente de “un grado máximo de conciencia sobre los principios democráticos que deben regir la acción política y aun la vida misma”. Un auténtico <espejo de demócratas>.  Y pregunto: ¿puede ser presentado como espejo de demócratas alguien como el Sr. Romeva, uno de los responsables políticos de lo que comporta el más grave atentado posible a la democracia, que no es otro que engañar deliberada y continuamente a sus ciudadanos, contribuyendo decisivamente (con la ayuda inestimable del Gobierno Rajoy) a un enfrentamiento civil que sólo ellos se niegan a ver?  Advierto que no hablo de responsabilidades penales, que eso corresponderá al TS. Es verdad que, en su descargo, podría alegarse que lo que hizo el Govern Puigdmont tiene prestigiosos antecedentes. Por ejemplo, el alegato platónico de la “noble mentira”, o el de Federico II de Prusia cuando, a sugerencia de Voltaire, convocó el concurso de la Academia de Ciencias de Berlín de 1778, bajo el lema “¿Conviene engañar al pueblo por su propio bien?”.

Porque, si algo ha quedado claro, entre otras cosas por las declaraciones de los propios responsables, como la Sra Ponsatí y ahora por las declaraciones en el juicio al procés ante el TS, es que engañaron una y otra vez a sus partidarios, a dos millones largos de ciudadanos que, en su inmensa mayoría, son independentistas de buena fe, un hecho que, sin duda, no podemos permitirnos ignorar.

Los engañaron al hacerles creer que saltarse unilateralmente las reglas de juego (la Constitución y las decisiones del Tribunal Constitucional, que declararon no vinculantes para Catalunya) era ejercicio de la democracia. Los engañaron al proclamar un mandato democrático nacido de un referéndum que no puede considerarse tal, porque careció de las mínimas garantías de un referéndum democrático. Engañaron conscientemente a quienes creyeron de buena fe en el advenimiento de una República catalana de leche y miel, que se podía declarar unilateralmente, que se habría proclamado supuestamente durante 8 segundos y que ahora confiesan que ni siquiera eso, que fue una jugada de póker.

No sé si al profesor Sánchez Cuenca le parece que una cualidad del espejo de demócratas es saber tirarse faroles en el póker continuamente. Yo no les llamaré “tahúres del Mississipi”, pero me parece que ofendieron la confianza que deben poder depositar los ciudadanos en sus gobernantes, les hayan votado o no. Romper con el mínimo exigible a quien quiere representarlos es algo que debiera inhabilitarlos para el ejercicio de cargos públicos.

Si a ese engaño, por su propio bien, se une el evidente menosprecio de los derechos de los ciudadanos que en Catalunya (y con la misma buena fe que a los otros) no son partidarios de la independencia y menos aún de la unilateralidad, la verdad es que no veo espejo de demócratas sino malos aprendices de Maquiavelo de barrio.

No. No deseo a nadie la privación de libertad. No deseo a nadie verse apartado de su familia. No me parece aceptable la extensión en tiempo y forma de la prisión preventiva. Y conste que no considero a los encausados reos de un delito de rebelión, calificación jurídica que me parece absolutamente improcedente. Pero ¿espejo de demócratas? Ni hablar.

Y una coda: escribe mi compañero de la Universidad Carlos III que “la política española y catalana no podrá volver a funcionar con normalidad hasta que se resuelva este conflicto de una manera más civilizada (salvo que nos resignemos a vivir en una democracia de baja calidad)”. Espero que eso de más civilizada no quiera decir que no considera un logro de la civilización el sometimiento de los conflictos a la instancia del Derecho, sumándose así a la banal demagogia que proclama que el recurso al Derecho es un error cuando de lo que se trata es de hacer política. Porque, desde luego, el Derecho no puede sustituir a la política, pero soy de los que creo que no hay política civilizada si no nos sometemos, todos, al imperio del Derecho que, entre otras cosas, sirve para saber cuándo se ha traspasado la raya de lo inaceptable desde el punto de vista del bien común. Y eso supone someterse al examen de tribunales de justicia a los que encomendamos tales decisiones. Salvo que mi colega piense, al igual que parecen sostener el Sr Romeva y el activista y abogado, el señor Van der Eynde, que este juicio en el Supremo es una mera farsa política si garantía alguna. Yo, no lo creo así. Las actuaciones de los tribunales de justicia no son nunca la acción perfecta de la justicia, como recuerda la anécdota bien conocida del justice Holmes. Pero es lo mejor que hemos inventado. Prueben sin ellas, a ver qué civilización consiguen.

 

PRAGMATISMO, CINISMO Y DERECHOS HUMANOS (Con Jose Elías Esteve), El País, 5 abril 2019

La lucha contra la impunidad ante violaciones graves de derechos humanos acaba de experimentar en España serios reveses. Por un lado, el proyecto legislativo de recuperación de la jurisdicción universal a través de la reforma del artículo 23.4 Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ), anunciado por la Ministra de Justicia, naufragó ante la firme oposición de la Asesoría Jurídica Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores, marcada por la prioridad de las relaciones con China. Recordemos que ya fue sepultada en el 2014 por el Gobierno Rajoy, ante las presiones del régimen de Beijing, al haberse decretado órdenes de arresto internacional contra dirigentes del Partido Comunista Chino por la comisión de un crimen de genocidio en Tíbet. Así lo manifestó públicamente el Ministro de Exteriores de aquel entonces, García Margallo, cuando trajo a colación el 20% de la deuda pública española en manos de China como la única razón que precipitó el cambio legislativo. Pero junto a esta frustración en el orden legislativo, hay que hacer notar una triple debacle judicial.

En efecto, más de cuatro años y medio después de la presentación por parte de los diputados socialistas del recurso de inconstitucionalidad contra la Ley Orgánica 1/2014 que derogaba de facto el artículo 23 LOPJ, el Pleno del Tribunal Constitucional (TC) dio un sonoro carpetazo en su Sentencia de 20 de diciembre de 2018. Este fallo, que otorgó validez constitucional a la reforma legal del PP, no presagiaba nada halagüeño para los intereses de las víctimas de crímenes internacionales. La Sentencia admitía sin ambigüedades que “se puede concluir sin dificultad que, tal como alegan los recurrentes, la LO 1/2014 restringe el alcance del principio de jurisdicción universal previamente regulado”. Pero descargaba toda la responsabilidad en el propio “legislador”, que es quien tiene la potestad de establecer los requisitos procesales que estime oportunos. Y todo ello, haciendo abstracción de la presión ejercida por China, origen directo del cambio legislativo. Por no hablar de la supresión de la acción popular, o del desprecio absoluto a nuestras obligaciones internacionales nacidas de Tratados internacionales ratificados por España, como las Convenciones de Ginebra que obligan a los Estados firmantes a perseguir los crímenes de guerra o el Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional. El TC hace caso omiso también de las críticas desde la ONU a la reforma, tanto por el Relator Especial para la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, el reputado internacionalista y expresidente de la Comisión de derechos humanos de la ONU, el profesor Fabián Salvioli, como por el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas.

Especial consideración merece la participación en esta sentencia de quien, ya como Fiscal General del Estado, se mostró particularmente sensible a la posición de la Embajada de los EEUU en el caso Couso y posteriormente, como magistrado del Tribunal Supremo, fue el ponente de la sentencia que vino a denegar la casación a las víctimas tibetanas. Nos referimos al Sr Conde Pumpido. En aquel veredicto, con un razonamiento que nos parece más propio de quienes enarbolan el principio de realpolitik como fatum de la política exterior y no de los criterios propios de un jurista y magistrado, ya advertía que no se pueden “desconocer los problemas en las relaciones internacionales de España que la interpretación expansiva de la Jurisdicción Universal estaba ocasionando”.

Así, parecía dar el paso desde el pragmatismo al cinismo, cuando concluía que, si una víctima no puede buscar justicia en los tribunales españoles, deberá buscar otras alternativas más allá de nuestras fronteras: “la víctima deberá bien activar la jurisdicción en países con mejor derecho, bien instar al Estado a que actúe, en defensa de su nacional, ante el Tribunal Penal Internacional.” Sólo desde el cinismo puede resultar razonable, por ejemplo, pedir a una víctima de la represión en Tibet o a un practicante chino de Falun Gong que acuda a Beijing para que China, que no es parte del Estatuto de Roma, denuncie el caso ante un Tribunal Penal Internacional que no reconoce. Como cinismo es la otra opción propuesta:  búsquense el tribunal nacional de otro Estado, ya que aquí las puertas están ya cerradas a sus casos y de forma retroactiva, a pesar que fueron investigados durante más de una década.

Pragmatismo y cinismo parecen guiar asimismo la decisión del TC cuando admite que “ambas posibilidades son evidentemente gravosas para una víctima, y la colocan en una situación de mayor vulnerabilidad”, pero a pesar de ello no se puede deducir “la ausencia de seguridad jurídica, ni la introducción de un criterio de extensión de la jurisdicción extravagante, imprevisible o discriminatorio”. Pragmatismo y cinismo es poner en segundo término la razonabilidad jurídica para poder avalar la impunidad de los grandes aliados comerciales, a pesar de las abrumadoras pruebas de la comisión de los más graves crímenes internacionales.

Esta sentencia escribía las primeras líneas de la crónica de una impunidad anunciada. Un mes más tarde, en un segundo fallo, el TC vino a ratificar el archivo del caso Falun Gong y hace tan sólo unos días, en un tercer veredicto, se ha hecho lo propio con el caso del genocidio tibetano, al desestimar el recurso de amparo promovido por el Comité de Apoyo al Tíbet. En este último asunto, a pesar de incluir un caso de torturas cometido contra una víctima española, Thubten Wangchen, se recurre a la treta de leguleyo de que no ostentaba esta nacionalidad en el momento de la comisión de los hechos, para fallar una decisión que le deja desprotegido y en total desamparo por nuestros tribunales.

Este triple pronunciamiento judicial repara íntegramente “el daño severo” que denunciaba el portavoz del Ministerio del Exterior de China, Hong Lei en octubre de 2013, cuando la Audiencia Nacional decretó las órdenes de arresto internacional contra distintos líderes del Partido Comunista Chino. Con esta tensión definitivamente resuelta, ya pueden descansar plácidamente en su retiro los grandes jerarcas chinos, como Li Peng, antiguo primer ministro, acusado de haber cometido genocidio contra el pueblo tibetano y responsable directo de ordenar la entrada de los tanques en la Plaza de Tiananmen para masacrar la protesta estudiantil. Y mientras, sus familias atesoran cuentas millonarias en paraísos fiscales.

Todo esto sucede cuando hace unas pocas semanas las víctimas tibetanas se manifestaban en todo el mundo, recordando el 60 aniversario del 10 de marzo de 1959, cuando la brutal represión china de la reivindicación de los derechos de los tibetanos obligó al exilio al Dalai Lama y a buena parte de los rebeldes. Esta primavera se conmemora asimismo el 30 aniversario de la masacre estudiantil ordenada por Li Peng. También las familias de sus víctimas exigirán justicia. A unos y otros, nuestros tribunales les envían los mensajes del pragmatismo y del cinismo. ¿Es ésta la protección internacional que otorgan los países que han ratificado la Convención del genocidio o de la tortura? No: son los efectos de una política exterior que aún está recogiendo la alfombra roja de la visita del presidente chino, Xi Jinping. Por si no nos hubiéramos dado cuenta, China no es Venezuela. Pero la política del pragmatismo y del cinismo no parece compatible con tomar en serio los derechos humanos. Sólo con su reducción a ritual retórico.

 

 

«De nuevo, la xenofobia: ¿algo más que un fantasma que recorre Europa?», Noticias Obreras, abril 2019

La construcción del otro: el extranjero

Vivimos en sociedades plurales, que no gestionan bien la diversidad, en términos de inclusión, igualdad y reconocimiento de quienes son diferentes. Lo puso, por ejemplo, de manifiesto, Jesús Vidal, el actor de “Campeones”, al recibir el Goya como actor revelación, cuando habló de “visibilidad”. La cuestión sigue siendo el trato al “otro”.

Eso me lleva a plantear en qué sentido el otro, el extranjero, es objeto de nuestro rechazo, de nuestro temor, de nuestro miedo. Extranjero, ¿qué quiere decir?

El cantante francogriego (y de origen egipcio) Georges Moustaki cantaba Le métèque (del griego metoikos, el que cambia de casa, aplicado a los ciudadanos no atenienses con derechos restringidos), por su pinta de “extranjero, judío errante y pastor griego”. Los ingleses distinguen entre strangers, extraño, desconocido, con sentido no muy amable, y foreigners, el que viene de fuera. San Agustín, por su parte, ya decía “yo soy dos y estoy en cada uno de los dos plenamente”.

El otro está dentro de nosotros, por eso, cada uno de nosotros es a la vez otro. Pensar que el otro es solo alguien que viene de fuera es una reducción que tiene serias consecuencias. Así el otro es objeto de un juicio que oscila, tantas veces, entre el rechazo, el miedo y la persecución, precisamente por temor a lo desconocido, por prejuicio e ignorancia hacia lo que no sabemos qué es. En el fondo, esta es la raíz de la xenofobia.

La xenofobia no debe analizarse solo como reacción ante las migraciones. Es verdad que ese es el objeto político en el que se fija el discurso xenófobo, que está avanzando en Europa y que, si no conseguimos contrarrestarlo, puede producir una hecatombe política en el plano europeo y un desastre en el panorama político español. Se utilizan las migraciones como mascarón de proa, pero no se puede entender la xenofobia como si fuera solo un asunto que tiene que ver con las migraciones.

En el fondo, la xenofobia apunta directamente contra el núcleo, el mínimo común denominador, sin el cual no podemos convivir, ni tener, no ya sociedades democráticas de calidad, sino sencillamente, sociedades decentes.

El filósofo Charles Péguy decía que una sociedad decente es aquella en la que nadie tiene que sentirse excluido, ni marcharse al exilio físicamente o al exilio interior, que evita el exilio, en la que cada uno de nosotros, que somos un “otro”, somos reconocidos desde esa condición diferente como igual(1). Ese ideal moral mínimo, el de una ciudad sin exilio, es una obligación moral que nos corresponde a todos. Construir una sociedad en que nadie deba vivir privado del reconocimiento de la condición de sujeto de derecho, que es la del ser político, el que, como ciudadano, goza de la protección del derecho que dispensan los Estados.

La xenofobia, insisto, es justo el mensaje contrario al de la igual libertad para todos, es decir, el mensaje de la universalidad de los derechos humanos. La tesis de la universalidad se comprueba mediante el test de los derechos de los otros. Uno no se toma en serio los derechos humanos si no se toma en serio los derechos de los otros, de cualquier tipo de otros, comenzando por quienes son la mayor parte de los otros, que son las otras, las mujeres, personas a las que no hemos reconocido su igual identidad durante siglos, encerradas en una división social basada aparentemente en la diferencia de género y categorizada por uno de nuestros padres de la tradición cultural, Aristóteles.

Al lado de esa mayoría, que son las otras, hay muchos otros a los que no se les reconoce iguales en derechos que a nosotros: los extranjeros; en particular, los inmigrantes; los otros por la diversidad lingüística, religiosa, nacional, funcional, sexual; los otros que son los niños; y los otros que son los ancianos.

Mientras no nos tomemos en serio esa igual condición de todos los otros, no podemos construir una sociedad decente. Esa es la razón por la que la xenofobia es tan grave y por lo que no es solo un problema de cómo tratamos a los inmigrantes, como arquetipo del extranjero, de la vieja noción de extranjero. El fenómeno va mucho más allá, va más al fondo de la raíz, va a los principios de construcción de una sociedad decente. No se puede banalizar este asunto.

Permítanme que narre una experiencia personal, que tiene que ver con cómo tomé conciencia de los problemas de la construcción jurídica de la alteridad. Siendo estudiante, había recibido una beca del DAAD para realizar un período de estudio en Alemania. En la aduana, un funcionario alemán me dijo que mi pasaporte era falso. Intenté explicarles que no podía ser falso, con la conciencia de que me lo habían hecho bien (lo hicieron en la comisaría de policía en la que mi padre era Comisario Jefe). Él insistió y me señaló la fecha de nacimiento del pasaporte, que era la fecha de expedición. Intenté razonar con él y hacerle ver que era un error material. Ese error, de hecho, era la prueba de que no había ningún intento de engañar, porque estaba claro que yo no tenía el mes y medio de vida que indicaba la fecha. Fui sometido a un procedimiento de examen que pensaba que no se producía en países civilizados. Cuando estaba casi en cueros, uno de los policías encontró en mi maleta el documento del Ministerio de Asuntos Exteriores en el que se certificaba que yo era uno de sus becados. En ese momento, cambió todo. Si me había pasado eso a mí, una persona privilegiada al que su padre le había ayudado a hacer el pasaporte e iba a Alemania con una beca, qué le pasaría a quien no tenía nada de eso. Por eso, creo, llevo tantos años ocupándome de este asunto. Confieso que podría haber decidido a hacerlo por razones más serias, filosóficas, políticas, pero todo empezó así. Esa fue la razón por la que decidí dedicarme al tratamiento jurídico negativo que la discriminación o subordiscriminación suponen.

 

 

 

 

Los relatos de la diversidad: ejemplos de la literatura

A menudo la historia es utilizada por algunos para afirmar que la actitud de miedo y rechazo a la presencia del otro es una tendencia innata. Es verdad que ha sido una constante que el otro que quiere tener presencia como es, que no quiere desaparecer, y que quiere ser aceptado como es, ha sido calificado como enemigo, inasimilable, como bárbaro, que no sabe hablar en como nosotros, que es lo que nos propone el origen griego del término, que es tomado así por Aristóteles para hacernos ver que esos seres humanos que no saben hablar (balbucean: de ahí la expresión “bárbaros”) no lo son , no son seres humanos como nosotros. Por eso, si están entre nosotros están destinados a ser objeto de dominación, nuestros esclavos. Quien no puede compartir nuestra lengua, no puede compartir el universo de valores en el que se basa la convivencia. El lenguaje, nuestro lenguaje en realidad, muestra la barrera entre quién es civilizado y quién no. Todo aquel que no pertenece a mi comunidad, que se ve en el rasgo primero de la lengua, es el bárbaro.

Hay dos mitos que se han utilizado para explicar las respuestas dadas al otro. En el mito de la torre de Babel, edificación que en la Biblia se sitúa en la llanura de la región de Senaar (se piensa que en realidad se inspira en Sharkalisharri, rey de Akkad, y sucesor de Sargón I) Yhavé castiga el intento del rey Nemrod de construir una torre que llegara al cielo haciendo hablar a cada uno de los que la estaban levantado un idioma diferente para que no se pudieran entender: les castiga con la confusión de lenguas. Más allá de la lectura teológica, para la que no estoy preparado, que se refiere a la soberbia humana de creerse Dios, está la interpretación de que la diversidad de lenguas es un castigo, una patología social, y, por tanto, ninguna sociedad puede pervivir y progresar sin homogeneidad. La diversidad aparece así como patología.

Esa homogeneidad siempre tiene que ser impuesta, porque la realidad es diversa. La diversidad significaría atomizar las sociedades. La diferencia cultural, el aparecer identificable como un otro visible es un mal que tiene que evitarse, bien haciendo que los diferentes desaparezcan o no sean visibles. Es lo que llevaba a esconder a las personas con discapacidad, que no podían jugar en el mismo juego que los demás, como recordaba Jesús Vidal, y no digamos ya las persona que quieren organizar su ida de una manera diferente en las relaciones sociales, de poder o sexuales.

El otro mito es la leyenda griega de Procusto, mezcla de bandolero y tabernero que acepta y acoge a otros. Este personaje, somete a quienes se alojan en su casa a lo que llamamos el lecho de Procusto. Si son más pequeños, los descoyunta hasta que alcanzan el tamaño adecuado; y si son más grandes, los mutila para que encajen. Se trata de que tengan la imagen normal, que sean como él, sean homogéneos.

La relación con el otro a lo largo de la historia, en nuestra tradición, se enfrenta a dos únicos destinos: o es un enemigo, y por tanto hay que acabar con él, o se somete a nosotros, asimilándose a nosotros forzadamente, en el fondo, convirtiéndose en esclavo.

En la literatura clásica se pueden encontrar ejemplos de este tipo de respuestas. Les recordaré algunas, extraídas de las obras de Shakespeare, Defoe, Swift y Orwell, aunque podríamos hablar también de Montaigne o de Montesquieu.

En el Otello de Shakespeare, el general de Venecia, el moro, convertido en el paradigma de los celos, puede arrojar otra lectura, la que propuso Luis García Montero en su adaptación para el teatro: La del otro al que valoramos por estar a nuestro servicio. Otello es un general que defiende a la serenísima república de Venecia, pero que ha trasgredido una línea que no debe cruzar, se ha creído realmente un igual a nosotros y se ha casado con una veneciana. Pero él siempre será un “otro” al que aceptamos si se somete a nuestro servicio pero al que no le permitiremos ser igual a nosotros porque a nuestros ojos no lo es realmente.

En El Mercader de Venecia aparece el célebre monólogo de Shylock (“¿Si nos pincháis, no sangramos? ¿No nos reímos si nos hacéis cosquillas?“) cuando quiere cobrarse la deuda y reclama ser igual que los venecianos. Él es judío, usurero, viejo, libidinoso, pero es igual que los venecianos. ¿Habría podido cobrarse la deuda si en lugar de ser él hubiera sido un veneciano? ¿Habría podido ejercer el derecho a hacer suyo el derecho, decir soy sujeto de ese derecho igual que vosotros? Portia se encarga de que no se apropie del derecho de los venecianos para beneficiarse de él. Es un “otro”, al que el derecho no le ampara como a nosotros. Nosotros te permitimos estar aquí, participar del juego de los contratos, la financiación que no das, pero sigues siendo un “otro”.

También hay otras novelas que pasan por ser dos de las mejores obras de filosofía política básicas para entender el cambio hacia la filosofía contractualista y donde también se pueden ver puntos diferentes en la gestión de la diversidad, la conceptualización y el reconocimiento del otro, en respuesta a la xenofobia.

Una es el Robinson Crusoe de Daniel Defoe. El protagonista crea a Viernes como sujeto que, por definición, solo puede ser esclavo, aparece de repente y además es negro. Las posibilidades que tiene es que expulsarle de la isla, matarle o convertirle en su esclavo.

La otra es Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, un viaje por todas las formas de alteridad, la más estúpida, la de los que son iguales que nosotros, pero en pequeñito, los liliputienses: hasta la más radical, los que no son humanos, el último viaje es al país de los caballos, los houyhnhnms, en los que descubre las cualidades que adornan al ser humano (la piedad, el sentido de la justicia, de la paz, el reconocimiento de otro) frente a las características de los que tienen apariencia de humanos, verdadera plaga para la naturaleza, a los que este artista del inglés, llama yahoos. Son viajes por la alteridad, por la dificultad de reconocer al otro, por el prejuicio de pensar que el otro en cuanto diferente no puede ser tratado como igual y su destino es someterse, ser expulsado o aniquilado.

En Rebelión en la granja, de George Orwell, se puede ver también cómo crecen las raíces de la xenofobia. El cerdo Napoleón, el jefe de los animales que se rebelan, se da cuenta que está perdido al haber empezado la revolución con el lema “todos los animales son iguales”, de modo que los otros animales dejan de respetar a los cerdos como los jefes, como la clase alta. El cerdo cambia las leyes y cambia el lema; ahora dirá: “Todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros”. Es decir, los que son otros ya no son igualmente iguales.

Frente al recorrido de la noción del otro como extranjero hay también otros relatos en el mundo griego clásico y en el mundo bíblico que ofrecen una respuesta más humana.

En el Antiguo Testamento encontramos el Libro de Rut, la mujer que va en compañía de su madre política, su suegra, a la que no quiere abandonar y llega al campo de Booz en busca de comida. Este enternecido por el gesto de compasión de Rut, les permite quedarse con las gavillas que dejan sus trabajadores y llegará a casarse con ella, pudiendo engendrar así al bisabuelo del rey David. Es una historia de hospitalidad ante la extranjera, de reconocimiento del otro, que es distinto, desconocido, que ante el temor y desconcierto, genera, en vez de miedo y agresividad, acogida y ayuda.

Ulises está perdido pero no es un perdido, es viajero que navega por el Mediterráneo, sujeto a una maldición que tiene que ver con el ejercicio de su astucia para conquistar Troya. Este mar es el caldo amniótico de la idea de viaje y hospitalidad. Kavafis, en Viaje a Ítaca, nos explicó este personaje como uno de esos viajeros que nos hacen ver que uno se hace a sí mismo, en el nostos griego, el viaje de retorno al hogar, más que a la patria. Ulises va a tardar en volver, es un viajero errante que, en ese viaje, incluso alguien tan sabio como Ulises, crece y conoce, porque entra en contacto con otros y no en el modo habitual que es la guerra, eso es la Illiada. Le pasa de todo, es muy realista, se encuentran buenos y menos buenos, hechiceras y bárbaros, que no practican ninguno de los principios básicos que hace posible los viajes civilizados que es la hospitalidad.

En el canto primero, Ulises es definido como hombre artero, que anduvo errante mucho tiempo y vio las ciudades de los hombres y conoció su forma de pensar. Encuentros, viajes, que le hacen crecer en el conocimiento y en la inteligencia emocional. En la mayor parte de esos lugares, como dice un grande de la diversidad del otro, Edward Said, recibe la hospitalidad que sigue unas reglas precisas: se debe ofrecer baño y vestido limpio, sentarle a la mesa, mejor medio para indicar su integración provisional en la comunidad y hacerle partícipe del banquete, honrándole con una porción selecta, un regalo, y darle los medios para volver a su casa.

El xenón en esta tradición griega no es solo el extranjero es también el huésped. Ese doble sentido es que el que hace que en el canto undécimo, después de la aventura de Polifemo, Ulisis exclame: “¡Ay de mí, será esta una tierra de gentes hospitalarias y temerosas de los dioses o un país de salvajes y violentos!” Esa es la disyuntiva del viajero, el náufrago, el otro, en ese Mediterráneo de contacto y conflicto de culturas que nos describen los clásicos.

 

 

Nuestra barbarie hacia el extranjero: el ejemplo del Mediterráneo

Ese Mediterráneo en el cual hoy, esos otros, los náufragos, experimentan reacciones de barbarie. Es verdad que si hay un mascarón de proa de la xenofobia hoy es nuestra incapacidad para ver el valor de la vida del otro, para tomarnos en serio que este es el primer deber jurídico, además de un deber específico del sistema de derecho internacional marítimo. No un deber moral de ser buenos, como son la gente del Open Arms o Sea Watch… Porque no puede haber derecho, no hay derecho posible, sin el respeto a esa promesa básica que es “respetaré tu vida y si está en peligro te acogeré, te salvaré”.

Hemos convertido el Mediterráneo en un espacio de barbarie que, porque son otros, miramos con indiferencia la muerte cotidiana. Ese es el primer síntoma, y grave, sin centrarnos solo en las políticas de inmigración por más que tampoco podemos dejar de hablar de ella, de que el cáncer de la xenofobia tiene patente de corso entre nosotros, desobedeciendo el mandato divino para los que tienen la suerte de la fe, sea la que sea, de ver en el otro a uno mismo, el mandato maravilloso del Evangelio de pasar del amor a uno mismo al amor a los otros, en el caso del cristianismo, por ser hijos del mismo padre, y en otras tradiciones culturales no cristianas, porque no puede haber convivencia decente, no puede haber derecho sin el respeto al bien jurídico básico que es la vida de los otros, que vale tanto como la mía, y que es la prueba de que me tomo en serio el mandato del respeto a la vida.

Por eso la xenofobia es tan peligrosa y más peligroso aún, no la posición de quienes hacen bandera de eso con el argumento egoísta de que hay que salvarse a sí mismo, sino de quienes no hacen nada, pudiendo hacerlo, para evitarlo. Nos metemos con el mensaje de Trump, “América primero”, “yo primero”, pero nosotros hacemos lo mismo y así es posible que en países que se suponían estaban en la cumbre de la democracia y los derechos humanos, se salten el derecho internacional.

Pensábamos que los daneses eran superhombres en la escala civilizatoria. El Parlamento de Dinamarca, por mayoría absoluta, con un gobierno liberal de derechas apoyada por un partido de extrema derecha (como pasa en Austria y en Finlandia, como pasaba hasta hace unas semanas en Bélgica, y de lo que se han librado en Suecia hace poco) ha vaciado de contenido el derecho de asilo. Quien sea reconocido como refugiado tiene que pagarse las prestaciones, mediante un copago en el que también se admiten joyas, salvo que se pueda alegar que tienen extraordinario valor familiar. El estatus de refugiado trata de garantizar esas prestaciones a los que no tienen nada, porque nosotros tenemos la posibilidad de darles acogida y refugio, que es no solo evitar que tengan que volver al país del que huyen, sino también que puedan reconstruir un hogar entre nosotros mientras lo necesiten.

El refugio es una manifestación jurídica del principio de hospitalidad. En una sociedad decente un inmigrante que viva entre nosotros de forma estable tiene que tener los mismos derechos que nosotros, porque lo otro es esclavitud.

Si el otro vive, trabaja, cumple las mismas leyes igual que nosotros, debe tener los mismos derechos. ¿Quiere eso decir que hay que darle al día siguiente la ciudadanía a todo aquel que cruce la frontera? Evidentemente, no. Hace falta que acredite la voluntad de vivir entre nosotros, de convivir con nosotros, de crear esa sociedad como la creamos nosotros. Pero desde el punto de vista del tratamiento de los derechos, el principio contrario a la xenofobia es igual reconocimiento de todos los otros. Esto nos exige una respuesta muy sencilla, aunque sea costosa de tomar en serio, que es la igualdad de trato, la igual libertad para los otros. Su reconocimiento y garantía debe ser una prioridad en la lucha por los derechos.

 

Notas

Intervención en el debat de presentación del libro «El fenómeno migratorio en España. Reflexiones desde el ámbito de la seguridad nacional», DSN, Presidencia del Gobierno

 

Seis precisiones sobre la visión del actual fenómeno migratorio

Debo decir que, en principio, consideraba poco adecuada mi presencia en esta mesa, porque no soy sociólogo, ni demógrafo, ni antropólogo. Mi perspectiva es la de la respuesta ante el fenómeno migratorio, una perspectiva crítico normativa. El aspecto al que he dedicado más de 30 años de trabajo, de investigación, docencia y también de intervención social, es el del análisis crítico de los instrumentos jurídicos de las políticas migratorias y de asilo. De hecho, mi contribución en este libro es un capítulo que se titula “Migraciones y derechos humanos: una perspectiva jurídica”

Pero creo que no: sí que puedo aportar algo en esta primera mesa. Señalaré seis aspectos que me parecen condiciones sine qua non de un debate sobre las migraciones

El primero, recordar la necesidad de revisar la narrativa sobre las migraciones, porque en gran medida es una <narrativa tóxica>. Volveré sobre ello.

El segundo, evitar la dramatización o el ninguneo de la problematicidad del hecho migratorio, los dos polos habituales. Sobre todo, me inquieta esa constante en los documentos de estrategia de seguridad nacional que presentan las migraciones como amenaza cuando sería más adecuado hablar de inexorable factor de riesgo (las migraciones son una constante estructural de la historia de la humanidad, acelerada por las condiciones de la actual etapa de globalización), o mejor, de desafío a gestionar

El tercero, subrayar las novedades de la etapa actual de los movimientos migratorios (coincido con la caracterización que hace el GCM)

El cuarto, seguir pretendiendo que las migraciones son un asunto de soberanía nacional, desde la vieja concepción territorial (que, en realidad, como ha explicado W. Brown, es una coartada, en el marco de una política propia de la <democracia emocional> y del populismo) el fenómeno de la movilidad humana no está al alcance de ningún Estado: la Gobernanza ha de ser mundial o no lo será

El quinto, ignorar que las migraciones, por su carácter holista y global son res política que cuestiona las categorías básicas tanto en el orden internacional como en el interno: no se pueden solucionar con políticas laborales.

El sexto, la visión unilateral del modelo de Gobernanza, que siguen sosteniendo la inmensa mayoría de los estados destinatarios de los movimientos migratorios: imponer un modelo de gestión de las migraciones desde sus propios intereses de mercado y geoestratégicos

 

 

Lo nuevo en las actuales manifestaciones de movilidad humana

Vivimos una novedad decisiva: la de la toma de conciencia de nuevos rasgos de la movilidad humana, que en buena medida suponen la ruptura de la tradición migratoria, de nuestra representación tópica de las migraciones (por ejemplo, siempre en clave sur-norte, cuando empíricamente está demostrado que el volumen fundamental de la movilidad migratoria se produce en sentido sur-sur). Por no hablar de la relación entre las migraciones y el nuevo paradigma económico y social internacional que impone la dimensión tecnoeconómica de la etapa actual de proceso de la globalización (vs inmigraciones tradicionales).

En una palabra, las manifestaciones tradicionales de los movimientos migratorios están cambiando y desapareciendo. Recordaré dos de esos cambios:

* ahora y en el futuro, incluso inmediato, crecerán de forma muy relevante los desplazamientos migratorios relacionados directamente con los factores climáticos, que supera el número de las tradicionales. Migraciones sur-sur

* además, el cierre de mercado de los países desarrollados potenciará ineludiblemente las migraciones clandestinas en diferentes modalidades

¿Podemos hablar de nuevos rasgos de los movimientos migratorios entendidos cada vez más en su sentido amplio, las manifestaciones de movilidad humana, y sobre todo aquellas que debemos reconocer como forzadas, y no como expresión de una decisión libre, escogida sin condiciones que fuercen al proceso migratorio?

Creo que hay cierto acuerdo hoy en señalar al menos las siguientes características novedosas del fenómeno migratorio, en las que insiste el GCM

 

  • Carácter forzado y complejo: el porcentaje más amplio de esos desplazamientos responde a condiciones que obligan a salir del propio país y en sus trayectorias y objetivos suelen converger los que denominamos como “aspirantes a refugiados” (asylum seekers) y los migrantes forzados (en particular los relacionados con cambio climático). Son movimientos mixtos por diferentes razones, pero con rutas similares: lo comprobamos en la actual “caravana de migrantes” que desde Centroamérica trata de llegar a los EEUU y también en las rutas en Africa.
  • Masiva (por su número, por el amplísimo contexto común geográfico, social, económico: amenazas medio ambiente, desigualdad radical, carencia de expectativas de vida),
  • Potencialidad para poner en jaque la capacidad de los Estados nacionales para la acogida de esos movimientos. Eso tiene relación con la tendencia creciente a una respuesta punitivo-defensiva
  • Incremento de los elementos de riesgo por parte de los protagonistas de esas manifestaciones de movilidad humana. Frente a ellos, estamos debilitando el standard de derechos y de respeto al Estado de Derecho: muy precisamente estamos convirtiendo las fronteras en espacios de muerte y ausencia de derechos elementales.
  • La militarización simbólica, pero con efectos destructivos: la lógica de estigmatización y criminalización que borra en los migrantes su condición de sujetos de derechos y aun la existencia de un marco legal internacional. Lógica de internamiento y deportación

 

 

La lucha contra la narrativa tóxica

 El problema consiste, sobre todo en el uso político de las migraciones como vector en la competencia política interna en Europa.  La construcción jurídica, el vínculo social y político que les ofrecemos es demediado: no hay integración, porque no hay igualdad y porque se impone la aculturación como condición de reconocimiento de derechos, porque hay dos déficits de reconocimiento:

El primero, el del supremacismo del nosotros, tantas veces teñido de racismo, si no al menos de xenofobia.

El segundo, el menosprecio a esos otros  y a su cultura e identidad, entendidas como causa de retraso, de inferioridad… La consecuencia inevitable es la atribución a esos otros de un status precario, un sujeto siempre inacabado, provisional, desigual.

El extremo se produce con la perversión jurídica de utilizar ese Derecho, el derecho migratorio, como instrumento para naturalizar un estado de excepción permanente, como status jurídico propio de los inmigrantes, esto es, utilizar el Dereeho contra los derechos.

Todo ello se justifica desde la imposición de una narrativa tóxica sobre el fenómeno migratorio. toda política migratoria hoy, a mi juicio, debe comenzar por plantearse el marco simbólico de construcción del discurso migratorio. Y en este punto la primera dificultad es vencer lo que podríamos denominar el discurso tóxico sobre las migraciones: la presentación de los protagonistas de los desplazamientos migratorios como sujetos ajenos, diferentes, incompatibles con nuestro marco de necesidades, valores e intereses. Sujetos que suponen una triple amenaza: (1) laboral/económica, como competencia desleal en el mercado laboral; (2) Ejército de reserva de la delincuencia; (3) Invasores culturales que rompen con la identidad cultural específica, propia.

Hay quien trata de encontrar los antídotos frente al resentimiento y al odio como motores sociales, en las posibilidades de educar y aun de institucionalizar la empatía y de la cooperación, también de noble tradición filosófica. Por supuesto que me sumo a esos proyectos de garantía de una educación y de prácticas cívicas. Pero querría un paso más. Y para eso, me referiré a un ejemplo particularmente claro de la narrativa tóxica como estrategia política, sobre el que ya llamó la atención Gemma Pinyol en un excelente artículo a propósito de las migraciones (https://elpais.com/elpais/2018/07/05/opinion/1530814645_466534.html) y que estamos viendo crecer no ya en otros países europeos, sino aquí y ahora, en Cataluña y Andalucía y en el resto del nuestro.

Hablo, claro, de políticas partidistas migratorias y de asilo, de mensajes electorales que no sólo envenenan sus propias flechas, sino que consiguen contagiar a otros que creen que también deben hacerlo, para no perder la delantera electoral. Discursos reductivos que construyen a los inmigrantes como otros que ni pueden, ni deben ser tratados como iguales. De esa narrativa forma parte un tipo de “información” presente en los medios de comunicación, pero también, a mi juicio, la difusión de esos mensajes tóxicos a través de instrumentos jurídicos de políticas de migración y asilo y de la perversión de su debate público. Porqueno olvidemos que el Derecho, en su diferentes manifetaciones, es también y sobre todo un mensaje, apoyado por la fuerza de la sanción.

Para erigir la barrera del respeto frente a esta narrativa tóxica, para cambiar la mirada y el discurso hoy hegemónicos en la opinión pública a propósito de esos otros, inmigrantes y demandantes de asilo, es necesario diseñar y planificar una estrategia que incluya siempre tests de verificación de resultados, realizados por instancias independientes.

Necesitamos una tarea de información y educación de la opinión pública y los agentes sociales. Porque necesitamos conocer a esos otros. Y para eso es imprescindible contar con análisis fiables, datos contrastados. Creo que esa necesidad es una de las aportaciones del GCM impulsado por la ONU y aprobado en Marrakesh precisamente en el 70 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y diría que necesitamos al menos estas siete concreciones:

  1. Necesitamos una estrategia de recuperación y análisis de datos fiables sobre los movimientos migratorios y de refugiados que, ante todo, siguen la dirección que marca la necesidad: son Sur-sur. Necesitamos, pues, análisis fiables, datos contrastados y una estrategia de comunicación sobre las verdaderas realidades, los desafíos reales y los medios con los que contamos: coperación internacional, responsabilidad compartida: respeto al Derecho, solidaridad y humanidad
  2. Necesitamos una estrategia eficaz contra ese proceso de difusión de rumores, medias verdades, fake news, sobre todo en las redes sociales. Por cierto, ya contamos con iniciativas muy positivas a ese respecto, como la estrategia antirumores para prevenir racismo (http://www.antirumores.com/proyecto.html.) o las redes institucionales antirumores frente a estereotipos de migraciones (por ejemplo, la organizada por la Junta de Andalucía, https://www.juntadeandalucia.es/organismos/justiciaeinterior/areas/politica s-migratorias/redantirumores.html). Recientemente, se ha añadido la web Malditamigración (https://migracion.maldita.es/).
  3. Necesitamos revertir el tratamiento sectorial de las migraciones (como fenómeno sólo laboral, o económico-laboral) y analizarlas como fenómeno global que sólo puede ser abordado desde el multilateralismo y la cooperación.
  4. Necesitamos entender que aumentan las causas de la necesidad de demanda de asilo mientras se estrechan las soluciones, lo que es evidente respeto al cambio climático. Entender la necesidad del mantenimiento del principio del non refoulement, y de vías de acceso seguras y legales
  5. Necesitamos, en suma, revertir el discurso sobre las verdaderas realidades, los desafíos reales y los medios con los que contamos: revertir el discurso de la inmigración como factor de enfrentamiento social y con ello la prioridad del discurso sobre defensa y aun guerra contra las amenazas, para construir el de cooperación internacional, de responsabilidad compartida y mutuo beneficio.
  6. Hay que hacer entender que las manifestaciones de movilidad humana tienen características holísticas y dimensiones globales, que deberían imponer, en buena lógica, que las respuestas sean otra cosa que lo que constatamos hoy: políticas sectoriales y aisladas (nacionales) y desde luego, políticas unilaterales, de dominio y explotación de las poblaciones migrantes y de los países que las generan
  7. Reconocer que sobre todo en uno de los factores más decisivos de la nueva movilidad humana forzada, la que se vincula con problemas medioambientales, la distinción entre refugiados y migrantes se desdibuja.

 

Por supuesto, esa voluntad de mutuo conocimiento debe concretarse prioritariamente en el sentido de desmontar la gran asimetría, la del desconocimiento que tenemos nosotros hacia esos otros. Pero esa es una tarea de sumas, no de restas. Por eso, aunque se trate de un movimiento minoritario que llega a nuestro país con retraso respecto a la discusión que se ha vivido, por ejemplo, en los EEUU o en Francia, me parece peligroso que esté cobrando eco entre nosotros un movimiento que, en lugar de sumar en la lucha antirracista, divide. Me refiero a la reivindicación de quienes sostienen que sólo las personas racializadas pueden y deben tener voz. Que los blancos debemos callar y abstenernos de tomar parte en ese proceso de mutuo reconocimiento y de combate contra la ignorancia y los prejuicios. Me parece un grave error, porque a mi juicio, insisto, en este primer paso (y en los sucesivos) se trata de sumar, no de dividir, de imponer una suerte de revancha que podría acabar por constituir otro racialismo.

 

 

 

 

La tesis: los derechos, en el centro del análisis

A la hora de describir y analizar el hecho migratorio, los fenómenos o manifestaciones de movilidad humana, sobre todo los de carácter forzado que, a mi juicio, son la mayoría, los derechos de los inmigrantes no son un añadido, un elemento secundario y optativo, una especie de guinda del pastel. No son una opción ni -menos aún- una variable obstáculo, a superar. Son una condición imprescindible, una constante de la incógnita a despejar: condición misma de todo análisis y del diseño de cualquier respuesta, como lo ha reconocido aunque tímidamente, el Global Compact on Migration adoptado en Marrakesh en diciembre de 2018, y aprobado por la AG ONU una semana después,  el 19 de diciembre de 2018. Por cierto, que hacen mal quienes lo llaman Pacto Global porque no tiene el rango normativo de los Pactos, los Convenios o Convenciones propias de la arquitectura institucional del sistema de derechos de Naciones Unidas y precisamente por eso carece de todo fundamento la crítica que le reprocha ser incompatible con el principio de soberanía de los Estados en materia de política de migraciones: son recomendaciones carentes de fuerza de obligar.

Frente a quienes niegan o relativizan la prioridad del enfoque de derechos humanos en las políticas migratorias, ese enfoque es una condición del análisis de la situación migratoria y por tanto del proyecto de la gobernanza global de las migraciones. Eso sí: si y sólo si ese proyecto de gobernanza quiere ser algo distinto de lo que hasta ahora tenemos, proyectos de dominación unilateral de las migraciones bajo el prisma sectorial, parcial, de los intereses económicos y geoestratégicos de los países de recepción.

Sin embargo, la mayoría de los modelos de políticas migratorias proceden de hecho a una formulación de los derechos de los inmigrantes en términos de recortes, fragmentación y aun regateo, aplicando diferentes consideraciones que pueden reducirse a dos, que se discuten en este capítulo.

De un lado, lo que constituye una suerte de dogma a la hora de reconocimiento de derechos, aun de derechos humanos y fundamentales, esto es, la desigualdad en el reconocimiento a partir de la distinción entre ciudadano y extranjero. Los inmigrantes, qua extranjeros, no pueden gozar de la plena igualdad de derechos con los nacionales.

De otro, opera con mayor fuerza discriminatoria el argumento de la condición administrativa de la presencia de los inmigrantes en territorio del Estado de recepción. De conformidad con ello, los inmigrantes irregulares, todavía a menudo calificados como ilegales, al haber ingresado de forma no legal en territorio del Estado no pueden gozar de los mismos derechos que quienes entran cumpliendo con todos los requisitos legales.

A partir del examen del marco constitucional y de la legalidad internacional, sostengo, por el contrario, que la respuesta normativa en clave de reconocimiento de derechos fundamentales, debe garantizar el principio de igualdad.

Aún más, hoy, en Estados democráticos que deben regirse por el principio de pluralismo inclusivo, en el contexto de globalización y multiculturalidad, la ciudadanía debe vincularse a la residencia efectiva, esto es, a la voluntad de pertenecer establemente, acreditada básicamente a través de la residencia legal estable, más que a la nacionalidad para convertir oficialmente en ciudadanos a quienes ya de facto forman parte de nuestra sociedad.

En eso debe consistir un proyecto de integración: en llevar al reconocimiento y garantía efectiva de los derechos en términos de la igualdad entre inmigrantes, residentes y ciudadanos, hasta alcanzar a ese derecho fundamental que es la participación política. Solo así romperemos el cáncer que afecta desde su raí a nuestras políticas de inmigración, la construcción del status de los inmigrantes en términos de la <presencia ausente> (Sayad).