Táctica y estrategia en las elecciones a rector
El interés de la elección a rector de la Universitat de València va más allá de la propia institución e incluso del marco universitario. Lógico, si tenemos en cuenta que hablamos de la mayor y más antigua organización presente en la Comunidad Valenciana, a excepción de la Iglesia católica. Y recordemos que precisamente esta Universidad constituye una excepción por su origen civil, municipal, y no eclesiástico y ha contribuido notablemente a emancipar, a civilizar ese espacio imprescindible del saber crítico, frente a la pretensión de tutela que siempre ha caracterizado a la jerarquía clerical. Un servicio enorme a la sociedad civil valenciana.
Apenas han transcurrido un par de semanas desde la convocatoria electoral y ya hemos asistido a un ejemplo muy interesante de cómo construir el escenario político, una especie de caso práctico de las lecciones de Lakoff (No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político). Frente a la rutina habitual, que enseñaba que al rector en funciones nunca se le disputaba un segundo mandato, el escenario de 2014 proporciona la sorpresa de unas elecciones sin candidato único, puesto que a la del rector saliente, el catedrático de Farmacología Esteban Morcillo, se ha unido la candidatura de Vicent J. Martínez, catedrático de Astronomía. ¿Qué ha cambiado para que se produzca esa novedad? Creo que sobre todo dos circunstancias que no se dieron en ocasiones anteriores y que Lakoff observaría con interés.
La primera tiene que ver con el inusitado ejercicio de vitalidad democrática que se produjo en 2010, con nada menos que cuatro candidaturas, que dieron lugar a una primera vuelta muy reñida, aunque la victoria del hoy rector fue muy contundente en la segunda vuelta. No debiera parecer raro que una tan significativa oposición propiciara en 2014 que alguno de los que perdió en 2010 intentara repetir candidatura o que un tercero tratase de aunar un proyecto alternativo a partir de proyectos diferentes al del rector, representativos de esas otras sensibilidades o concepciones acerca de la institución, de su papel y sus objetivos. Precisamente ese es el argumento que avanzó el nuevo candidato, que había insistido en la necesidad de que los sectores que perdieron en 2010 confluyesen en tal alternativa, en torno a un nombre que no necesariamente debía ser el suyo, aunque se ofrecía para el caso de que nadie con más consenso diera el paso.
La segunda es la indiscutible dificultad que ha supuesto esta legislatura universitaria (2010-2014) que ha coincidido quizá con el período de mayor penuria económica y administrativa que haya conocido una institución cuya vida, por cierto, siempre ha sido sinónimo de crisis, según enseñan historiadores de la Universidad como los hermanos Peset. Esa dificultad, obviamente, ha sido mayor en el caso de nuestra Universidad, la más antigua y de mayor envergadura. Las condiciones impuestas por la gestión del Consell de la Generalitat (que en mi opinión no se puede calificar de otro modo que calamitosa, sectaria y aun obtusa, con un trato de privilegio a las instituciones ligadas a la Iglesia católica y a la privatización de la Universidad en detrimento de las públicas) seguramente han dificultado que el rector y su consejo de dirección pudieran ocuparse de un verdadero programa, acuciados por una gestión de angustiosa supervivencia. Es indudable que esas dificultades han impedido realizar buena parte de lo que prometió en el programa y han generado frustración en no pocos sectores. Pero tampoco nadie puede dudar que se ha salvado esta crudísima etapa sin lo que parecía inevitable, el colapso o la intervención. Y se ha defendido su dignidad, que no es poco, hasta llevar al Consell a los tribunales de justicia.
Pues bien, frente a ese escenario, la inteligente jugada táctica del rector saliente y candidato ha consistido en un auténtico jaque en el mismo movimiento de apertura. Tal y como anuncia en su blog y en la presentación del equipo, el rector ha compuesto un consejo de integración, que parece dejar sin argumento a su opositor. ¿Para qué disputar el rectorado a quien, en lugar de limitarse a repetir, ha reunido a todas las otras sensibilidades en un proyecto de de la institución ante los tiempos difíciles que seguramente seguirán en 2014 y 2015, en particular ahora que el señor Wert quiere dedicar 2014 a ocuparse en serio (¡ay madre!) de la Universidad?
El problema, a mi juicio, viene precisamente de la secuencia y modus operandi escogidos por el profesor Esteban Morcillo. Porque daría pie a pensar que la prioridad ha sido reunir nombres presentes en las otras candidaturas, antes incluso que acordar un proyecto que integre a todas las sensibilidades. Personas, hay que decir, muy estimables y reconocidas, como los profesores Campins y Gandía, como muy estimables son buena parte de los que continúan o suben un escalón. Pero la jugada consistiría más en un reparto de poder, un pacto para desactivar a la oposición, que una síntesis de programas. Con un movimiento que merecería la aprobación de Sun Tzu, el profesor Morcillo ha reducido el terreno de juego de cualquier opositor, cediendo parcelas de poder a los pares. Sobre todo a la frustrada candidata de 2010 quien, de forma a mi juicio oportunista, había amagado con dos artículos muy críticos con la gestión del rector (con una argumentación, creo, tan simplista como impostadamente agresiva), para escenificar una posición de desafío que ahora se revela como sólo eso, aspavientos de aparente oposición, destinados a convertirla en interlocutor obligado y aun de ventaja en el inminente juego de pactos y, quizá, para situarse también en ventaja de cara a 2018. Y la transparencia sobre esos pactos ha sido más bien poca: hasta el punto de que la integración en el equipo del segundo de a bordo de García Benau y coautor de esos artículos preventivos fue casi un fait accomplipara la mayoría del equipo del rector.
Frente a ello, el profesor Martínez ha preferido, según sus palabras, no publicar equipo ni programa hasta después de una amplia consulta y negociación con todos los sectores e instituciones de la comunidad universitaria: con los distintos centros, con los diferentes sindicatos y asociaciones. El objetivo sería que su equipo y programa surjan de esa negociación, un método que no parece reprochable y acreditaría la voluntad de integración plural. El riesgo obvio es que se le achaque carecer de equipo y acomodar el programa a las diferentes presiones. Sólo si las negociaciones son abiertas y conducen a un equipo y programa representativo de los diferentes proyectos, con antelación suficiente para que sean conocidos por los votantes, el órdago habrá merecido la pena en términos electorales.
En realidad, el test para saber cuánto hay de tacticismo o estrategia lo ofrecerán los programas. Por el momento, sólo se conoce el del rector saliente, presentado dentro del plazo previsto para difundirlo y publicado el lunes 27. Creo que se trata de un programa coherente, sistematizado y defensivo, que tiene en su extensión y vocación de exhaustividad (11 apartados, 124 páginas, 20 objetivos generales, por dar algunos datos) su virtud y su riesgo. Mi impresión es que se trata de reafirmar un contundente corpus doctrinal bien razonado, pero que faltan compromisos concretos que, además, recojan la pluralidad de demandas y perspectivas. Y subrayaría tres rasgos: El primero, la obviedad del lema de la candidatura: que el objetivo sea más y mejor universidad pública supone luchar por lo evidente. Más que un proyecto innovador, el lema suena a arenga a cerrar filas ante lo que se le viene encima a la universidad pública. Aunque no es poco saber que el candidato se compromete a defender lo que quizá, en otras condiciones, sería redundante proclamar. La segunda, la referencia al carácter abierto e integrador del programa. Como en el caso anterior, transparencia y participación son dos condiciones también obvias. Insistir en ello sugiere conciencia de cuanto no se ha hecho bien o se ha dejado de hacer, pero que tampoco se quiere reconocer. Dejar el programa abierto, como work in progress, es retórica bonita, pero rompe la coherencia. Y ahí viene la tercera nota, la ausencia de autocrítica y de compromisos concretos, sin los que la voluntad de apertura e innovación resultan vacíos: a mi juicio, ni en el apartado II, de balance de gestión, ni en el V, sobre estudiantes, profesores y personal de administración y servicios (PAS), ni en el VIII, dedicado a los recursos, se advierten suficientes elementos de autocrítica sobre lo que no se ha hecho y lo que se ha hecho mal. Pero es que cuando se habla de los retos ((III), las funciones de la universidad (V) o las ocho diferentes políticas transversales (VII), uno echa en falta esos compromisos concretos, además de la integración de las sensibilidades plurales.
Sugeriré cinco asuntos para medir lo que me parece un déficit de compromiso y autocrítica (integración de la crítica) en aspectos donde la gestión ha sido, a mi juicio, más que manifiestamente mejorable y ha provocado alejamiento e incluso rechazo de no pocos sectores. (1) no aprecio compromisos concretos ni autocrítica frente a las graves deficiencias en las condiciones de trabajo del profesorado, obligado a una carga docente que casi impide a una buena parte la tarea de investigación. (2)Tampoco en el cierre de la política de promoción, donde no se ha prestado solución a la creciente bolsa de acreditados sin plaza. (3) Los estudios y organización del postgrado han sido una tela de Penélope sin criterio, en la que sorprende el inexplicable monopolio y la relación asimétrica que se ha concedido a ADEYT respecto a departamentos e institutos universitarios. (4) Frente a la creciente deficiencia de medios personales y materiales en los Institutos de investigación (en particular en ciencias sociales), no se explica que no se haya reformulado la plantilla y distribución del PAS, ni se hayan creado programas de formación para que contribuya como es imprescindible a los proyectos de internacionalización docente e investigadora, que cargan una gestión cada vez más especializada y un trabajo ímprobo. (5) No encuentro explicación razonable al derroche de concesiones que la Universitat viene haciendo desde 2002 a un organismo ajeno a la institución, como el Instituto Confucio, dependiente de un Gobierno que viola la mayor parte de los principios proclamados en el artículo 4 de los Estatutos que precisamente se sitúa como santo y seña del programa.
En todo caso, como ha escrito Joan Alcázar, aunque sólo sea por poder discutir públicamente estos u otros del programa (incluso confrontándolos con otro programa), cuáles han de ser las prioridades de la Universitat aquí y ahora, la presencia de otra candidatura me parece buena, incluso necesaria. Y es de agradecer la voluntad de debate y de participación plural y –por qué no- el coraje cívico que supone mantener esa candidatura, pese a que las expectativas, la rumorología y las encuestas informales no parecen augurarle apenas posibilidades. Gracias a eso, ganará una Universitat de València que la inmensa mayoría de nosotros, queremos, sí, que sea pública, laica, plural, comprometida: más exigente, mejor.