ES HORA DE DECIR NO, A UNAS TRADICIONES QUE NOS DEGRADAN (versión ampliada del artículo publicado en Infolibre, 29 de agosto de 2022)

Los festejos taurinos que salpican buena parte de las fiestas de verano en numerosos municipios han adquirido este año una dimensión trágica. Concretamente, en la Comunitat Valenciana y en menos de seis semanas, se han cobrado ya siete víctimas mortales. La última, una septuagenaria de nacionalidad francesa, conocida aficionada a estas prácticas, que desde hace años recorría asiduamente los pueblos en los que se celebran. A propósito de esos festejos taurinos no han faltado, por cierto, elementos que cabría calificar como propios de la picaresca, como la peregrina explicación de las autoridades municipales de Nules, ante la denuncia de la celebración de un “encierro infantil” en sus calles, presentado como manifestación de «trashumancia urbana con exposición de animales bovinos«. Dicho sea de paso, otros Ayuntamientos han reaccionado muy rápidamente anulando los festejos al comprobar la presencia de menores o incluso se han pronunciado por la prohibición de esas prácticas, como el de Tavernes de la Valldigna.

La gravedad de estos hechos mortales ha llevado a la consellera de justicia e interior de la comunidad valenciana, Gabriela Bravo, a convocar de urgencia la comisión consultiva de festejos taurinos tradicionales, prevista en el título V del muy detallado Reglamento de festejos taurinos tradicionales de la Comunitat Valenciana, aprobado por el Decreto 31/2015 del Consell, siendo presidente el popular Alberto Fabra. La consellera daba una muestra de sentido común, del que andamos muy necesitados: “la vida está por encima de las tradiciones”. Mi argumento es el mismo: no hay tradición que valga la pena, si se cobra vidas humanas. Y añadiré: no hay tradición que valga la pena, si supone disfrutar con actos de crueldad y violencia. Actos gratuitos de maltrato, contra la integridad física y aun la vida de otros seres vivos, como sucede en el caso de los festejos taurinos que comentamos.

Como decía, no se trata de costumbres específicas de esa comunidad autónoma. Existen también en Cataluña y con una considerable polémica. Recordemos que el Parlament de Catalunya aprobó en 2010 una PNL que prohibió las corridas de toros en esa comunidad, lo que dio lugar a la Ley 28/2010, de 3 de agosto, de modificación del artículo 6 del texto refundido de la Ley de protección de los animales, pero esta disposición expresamente dejó claro que otro tipo de festejos taurinos quedaban a salvo de esa prohibición: “las fiestas de toros sin muerte del animal, correbous, en las fechas y localidades donde se celebran de forma tradicional». «En estos casos —se añade expresamente— está prohibido inferir daño a los animales».

En su momento y desde numerosas instancias, se denunció lo que a todas luces parecía una incoherencia, que se interpretaba como debida a consideraciones electoralistas. Así lo señala, por ejemplo, la Coordinadora para la Abolición de los Correbous de Cataluña, que cifra en 31 el número de municipios en los que todavía se celebran estas fiestas, la inmensa mayoría situados en las Terres de l’Ebre. Y se destaca que representan un porcentaje mínimo de la población total de Cataluña, aunque indiscutiblemente marca o puede marcar el resultado de las elecciones en esos municipios de Tarragona: así lo indica su portavoz, Toni Teixidó, en una entrevista para Crónica global: “¿Seguimiento? ¿Tradición? En esos municipios residen 140.000 personas mientras que, en toda Cataluña, viven 7,6 millones de personas. Si descontamos a los antitaurinos y menores, calculamos que los defensores de los correbous no pasan de 70.000. Es decir, un escaso 0,9% de los ciudadanos de Cataluña”.

Pero, más allá de estas críticas que hoy, ante la inminencia de las elecciones municipales, se revelan como un obstáculo insuperable para la tramitación de una nueva PL, presentada por el Comuns y la CUP, lo que deberíamos plantearnos es si no ha llegado la hora de dar fin a una tradición difícilmente compatible con elementos evidentes de lo que hoy entendemos por civilización, algo que incluye el fin de la crueldad y los malos tratos infligidos a. los animales.

Así lo señala, por ejemplo, Virtudes Azpitarte, autora de un brillante ensayo sobre Nietzsche y el animalismo, quien, consultada sobre el particular, se pronuncia con toda claridad: estos son, a su juicio, espectáculos difíciles de digerir. «No puede decirse que sea ético ni estético, es patético y ridículo. Los que nos indignamos nos preguntamos cómo el Gobierno catalán prohíbe las corridas de toros pero no estos eventos festivos crueles y patéticos. Tendría que ser el mismo bien jurídico protegido, la misma argumentación jurídica. Una vez más, queda en evidencia la labor de políticos y legisladores que no ven más que una rentabilidad en votos… la tradición no es un argumento. La tradición no es valorativa, no justifica ni legitima nada, mucho menos el sufrimiento de un ser vivo. Las costumbres son históricas y cambian con el tiempo. Se llama progreso. Se dice que son cultura, pero la cultura es evolucionar, ampliar tu mentalidad y tu círculo de empatía. Si no hay cambio, la cultura de un pueblo se estanca y se pudre. Es poner trabas a la evolución y al crecimiento de la humanidad… No olvidemos –añade– que estas torturas se financian a cargo del erario público y aquí sí podemos objetar y gritar: ¡no con mis impuestos! Es un claro caso que nos permite desobedecer las normas tributarias».

En lo que se refiere a la Comunitat Valenciana, mi opinión es muy clara. Creo que ha llegado el momento de derogar ese Decreto 31/2015 y, por tanto, el Reglamento de festejos taurinos tradicionales en la Comunitat Valenciana (bous al carrer). Un texto cuya minuciosidad y detalle desearía uno para otras causas:nada menos que 100 artículos, agrupados en cinco títulos, ocho anexos destinados a complementar y asegurar la eficacia de la regulación, cinco disposiciones adicionales, dos disposiciones transitorias, una disposición derogatoria y dos disposiciones finales.

No es cuestión menor que el Preámbulo de este reglamento comience con una afirmación que, sin duda, es compartida por una parte de los valencianos, pero que confieso que me repugna: «Los festejos taurinos tradicionales (bous al carrer) son una de las señas de identidad del pueblo valenciano«. No contentos con ello, los autores del preámbulo ensalzan esas prácticas y celebra nel hecho de que en nuestra comunidad se convoquen más de 6.000 festejos taurinos. Aún más, el traído preámbulo considera estas prácticas no sólo como un rasgo identitario, sino como un «valor identitario» (sic). Así pues, si nos lo tomamos en serio resultaría que, hablando de valores, este preámbulo proporcionaría argumentso para defender que se forme en ese valor tan nuestro a los niños valencianos en la ESO y en el Bachillerato, como parte de esa educación en valores que –a mi juicio erróneamente– se propone en la LOMLOE. Por cierto, el reglamento no se queda ahí en la defensa y promoción del valor identitario en cuestión, y prevé que se creen también cátedras universitarias de tauromaquia.

Este rasgo identitario «tan nuestro», elevado a la categoría de “valor identitario”, me parece un disparate de rango mayor. Como me lo parecen en general los intentos de establecer unas señas y unos valores específicos identitarios de este tenor. Por lo que sé acera de los problemas de identidad colectiva a los que he dedicado algunos años de estudio, procuro tener presente siempre el aserto de Witgenstein sobre el “infierno de la identidad”. Por decirlo brevemente, me parece estéril e incluso contraproducente adentrarse en el arcano de ese constructo que son los “rasgos de identidad». También, claro, los del «pueblo valenciano”. Para empezar: ¿qué entendemos por tal sujeto colectivo? ¿el pueblo valenciano que supuestamente aparece cuando Jaume I conquista estas tierras, y no antes? Y esos rasgos, ¿son una esencia que debemos preservar a salvo de cualquier evolución?

Diré, por si acaso, que no vivo en la torre de marfil de mis convicciones y deseos: no estoy ciego y, como llevo casi dos tercios de mi vida en estas tierras que considero mías, aunque no naciera aquí, conozco algo de estas tradiciones. Sé que, posiblemente, hay ciudadanos a cuyo voto debo tengo el honor de representar a los valencianos en el Senado, que disfrutan de ellas y las defienden. estas tradiciones. Por tanto, no niego que tales festejos cuentan con cierto arraigo popular. Puedo comprender, además, el ansia de recuperar las fiestas populares, tras los dos años de confinamiento. Y me parece que seguramente coincide tal ansia con cierto espíritu de aprovechar este verano como fin de fiesta antes de un período de duras restricciones y sacrificios, como el que nos anuncian. Tampoco ignoro que hay un buen número de peñas taurinas en muchas de nuestras poblaciones, que defienden las diferentes manifestaciones de estos «festejos taurinos tradicionales» (reunidos bajo la denominación común de bous al carrer, que reúne tradiciones diferentes, enumeradas en el reglamento: «toros cerriles», «toros ensogados», encierros, toros embolados, bous a la mar). Y añadiré que estoy convencido de que, en la defensa de los festejos, incide la presión de los lobbies que negocian con estas manifestaciones taurinas, que se han visto bloqueadas durante dos años.

Pero, aun así, soy de los que piensan que ha llegado la hora de acabar con esos festejos y de derogar ese reglamento, porque hay tradiciones multicentenarias –la guerra, la esclavitud, el maltrato a los diferentes– que son contrarias a lo que significa civilización. Precisamente porque una de las ideas guía de la «civilización», es eliminar la crueldad. Como me recordaba Alicia Puleo, “¡las mujeres viviríamos todavía en estado de subordinación si el argumento de la tradición no hubiera sido refutado por la ética!”.

No somos pocos los que pensamos que la primera obligación que tenemos quienes somos representantes de los ciudadanos, es respetarles. Eso supone tratarles como adultos. Creo que, por respeto a los ciudadanos, por respeto al honor de la tarea de representarles, nuestra obligación no puede consistir en acompañar a rebaños; menos aún, en jalear a manadas o jaurías. Por eso, a veces hay que decir ya basta, aunque, a corto plazo, estos pronunciamientos que parecen impopulares (lo son, reconozcámoslo, para una parte de la población) puedan suponer perder algunos votos, como parece el caso. Demos este paso: es una idea a la que ha llegado su hora.

Para entendernos: recomendaciones para el verano. Infolibre 10 agosto 2022

Javier de Lucas (Murcia, 1952), es una de las voces más autorizadas de nuestro país en materia de derechos humanos. Su trayectoria es casi inabarcable: catedrático de filosofía del derecho en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia (del que fue fundador), exdirector del Colegio de España en París y actualmente es senador por el PSOE y presidente de la Comisión de Ciencia, Innovación y Universidades del Senado, ha escrito 25 libros, varios centenares de artículos en revistas especializadas y colabora habitualmente en prensa: así, en Infolibre, csi desde los comienzos. Dentro de toda la actividad intelectual que desarrolla ha dejado hueco, sin embargo, para cultivar su pasión por la lectura y el cine; ahora también, por las series de TV.

«Leo casi compulsivamente», asegura De Lucas, «pero si me preguntas por preferencias, depende del momento. En los dos últimos años, he devorado ensayos que presentan contexto y ayudan al diagnóstico de lo que nos pasa: sigo con atención cuanto escribe Etienne Balibar, como su último Cosmopolitique. Des frontières à l’espèce humaine. También el de Roberto Gargarella, El Derecho, como una conversación entre iguales, y dos de los últimos de Manuel Cruz, El virus del miedo -sobre un asunto que ha tratado muy bien Patricia Simón en su Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio- y Democracia, la última utopía. Más referidas a cuestiones que se debaten hoy, los de José Errasti y Marino Pérez Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la ideología de género; el de Alvarez Junco, Qué hacer con un pasado sucio; y los de S L Myers El nuevo zar. Ascenso y reinado de Vladimir Putin, y Pitts, Afropean. Notas sobre la Europa negra. Desde hace años me interesa mucho la discusión sobre la cuestión animalista y he leído los libros recientes de Marta Tafalla Filosofía ante la crisis ecológica. Una propuesta de convivencia con las demás especies: decrecimiento, veganismo y rewilding y el de Virtudes Azpitarte, Nietzsche y los animales. más allá de la cultura y de la justicia. Por más que hay sobre todo dos clásicos imprescindibles a los que recurro: las Meditaciones de Marco Aurelio y los Ensayos de Montaigne.

Respecto a la novela, asegura, «confieso que me he hecho mayor, porque prefiero releer que estar al día. Gracias al nobel he descubierto la obra de Abdulrazak Gurnah y me han interesado mucho su Paraíso y A orillas del mar porque suponen un punto de vista diferente (el de la cultura musulmana que ha dominado Zanzibar durante siglos) acerca del comercio de esclavos, las manifestaciones de movilidad humana e incluso los refugiados, en el continente africano. Me gustan dos autores de ese tipo de novela policiaca que permite contextualizar: Markaris (La hora de los hipócritas, Ética para inversores o Cuarentena) y  todo lo que publica Von Schirach».

Sereconoce como un lector regular de poesía, «pero poco cultivado y con un espectro muy reducido, más bien recurrente. Tengo a mano habitualmente a Hölderlin y a Rilke, a Emily Dickinson y a René Char. También a Benedetti y a García Montero».

Cambiando de tercio, el filósofo asegura que, desde el confinamiento, dedica más tiempo ahora a las series de TV que al cine: «porque su formato y duración permite a quienes tienen algo que decir plantear la complejidad y la multiplicidad de factores que moldean nuestra realidad, sin simplismos ni maniqueísmos. Me asomo a muchas series, aunque hay pocas que me mantengan la atención más allá del primer capítulo. Si se trata de las que ayudan a comprender la situación, me resulta difícil mencionar una sola, aunque siempre destacaría Years, years, que describe muy bien a mi juicio algunos de los males que nos acechan y no pocas de nuestras erróneas respuestas. Pero también The Wire (la cuarta temporada, por ejemplo), Succession, Baron Noir y Les sauvages. La última temporada de Borgen es mucho más cercana a los problemas reales de nuestro desorden internacional que las anteriores, es más realista sobre el juego político que esas temporadas anteriores, que me parecen demasiado dramatizadas e idealizadas. Sobre la industria millonaria de las drogas, Zerozerozero. Sobre las epidemias que destrozan los EEUU, American Rust. Me han gustado mucho Mare of East Town y After Life. También me han hecho reír, algo muy de agradecer dos series recientes, The state of the Union y Hacks

Sobre el cine de nuestro país, nos recomienda dos películas de este mismo año: Alcarrás Cinco Lobitos. La primera narra la historia de los Solé, una familia de agricultores catalanes que ve peligrar su forma de vida cuando se instalan en sus terrenos placas solares. El film ha hecho historia al ganar el Oso de Oro en Berlín, convirtiendo a Clara Simón, su directora, en la primera mujer española en hacerse con ese galardón. En cuanto a Cinco Lobitos, trata el tema de la maternidad y de las relaciones familiares desde varias perspectivas y con una gran sensibilidad. De ambas destaca De Lucas que “son cine de calidad, sin alharacas, y las dos historias, aparentemente cotidianas, reflejan las dificultades propias de nuestra situación y las diferentes maneras de encararlas”. Añade un largo, de género documental, de la directora Laura Hojman, «Antonio Machado. Los días azules».

“Creo que las buenas creaciones culturales, qué se yo, el teatro de Mayorga, las películas y series, la poesía o el ensayo que he mencionado, la danza, son siempre refugio y también acicate”, relata el filósofo, que nos invita a preguntarnos qué entendemos por cultura. Para él la clave de esa definición está en incluir a todo aquello que nos ayude a interrogarnos, a mantener la curiosidad y, en lo posible, el sentido del humor o, al menos, la ironía”.

La amistad no admite la procrastinación. De nuevo, en 31 de julio

Como cada 31 de julio, sigo con el hábito de recordar que esta era la fecha del comienzo de las vacaciones de verano para un grupo de amigos que nos reuníamos en Jávea, en casa de Ignacio e Inma.

Sus ausencias, como la de Paco, como la de los otros amigos que se nos han ido en estos años de pandemia sin apenas poderlos despedir, como la muy reciente de Tomás, son ahora las que marcan esta fecha.

Ya no celebramos el santo de Ignacio, con esas veladas llenas de risas, vino y poesía, con su protagonismo -puro pleonasmo, hablando de Ignacio-, al que daba siempre contrapunto un Paco que estaba cargado de poesía, por más que intentara disimularlo.

Ignacio sigue en nuestra memoria e incluso se diría que en ella nos acompaña aún más, a cada año que le echamos en falta. Como nos acompañan esos amigos que son parte de nosotros mismos: Paco, Inma, Tomás…

No era Benedetti uno de los preferidos en esas veladas (Salinas, mucho más), pero me acojo a los versos de Benedetti en su poema «Después», cuando despunta esta mañana del 31 de julio en Jávea, aún tranquila:

«No hay después

Porque después, el té se enfría

después, el interés se pierde,

después, el día se vuelve noche

,después, la gente crece,

después, la gente envejece,

después, la vida se termina

y uno, después, se arrepiente por no hacerlo antes,

cuando tuvo oportunidad»

No escribo esto, hoy, para lamentar mis pérdidas, nuestras pérdidas.

Escribo para aprovechar este día y repetirme, repetir a los amigos, que es ahora cuando tenemos que saber mostrar nuestra amistad, nuestro afecto a las personas que nos importan.

No hace falta escribir como Benedetti o Salinas. Incluso, no hace falta escribir.

Quizá basta que sepan que estamos ahí y que cuentan con nosotros. Al menos, que se lo digamos y no lo dejemos para después.