«Cultura para Todos» (Cartelera Turia, nº2782, 26 mayo 2017)

Conocemos –y en esta Cartelera Turia se ha denunciado con argumentos contundentes- el erial en que el Gobierno Rajoy ha convertido la política cultural en España, sumergida entre la irrelevancia y el acoso. A los dirigentes del PP les parece que eso de la cultura no da para un Ministerio, y cada Secretario de Estado titular de la competencia parece más decidido que el anterior en mostrar los dientes y salir corriendo. Eso sí, no sabemos muy bien si corriendo para que la cultura no le pille, como se decía en broma de Esperanza Aguirre, o corriendo en persecución de todo aquel que reivindique el papel de lo público en el ámbito cultural. De ahí los rasgos que definen el modelo cultural Rajoy: acoso laboral y tributario a los creadores, lógica cainita contra el cine, errática política museística, desprecio por el teatro, abandono de las bibliotecas públicas y demás extraordinarias contribuciones, en las que siempre sobresale su ocurrente ministro de Hacienda, cuyo bagaje cultural revela, según podemos constatar en sus salerosas intervenciones parlamentarias, un encefalograma cultural plano. Sabemos bien la coartada: en eso de la cultura, mercado y más mercado, y nada de subvenciones y mamandurrias a chupópteros seudointelectuales y artistas de andar por casa. Salvo que sean de esos que están dispuestos a cantar las glorias del Gobierno y de la España imperecedera.

Lo que no conocíamos –algunos, pobres de nosotros- es lo que se nos venía encima en caso de que Doña Susana Díaz encabezara la oferta socialista, como secretaria general y candidata a La Moncloa. Hablo de la lideresa de la socialdemocracia a la altura de los desafíos globales y ejemplo de modernidad racional, al decir de los corifeos editorialistas de El País, economistas platónico-heracliteanos (qué hallazgo, Jose Carlos Díez!) e intelectuales exquisitos, como el Sr Amón, que lo mismo dedican dos planas de su periódico a glosar la figura de un matador de toros que emborronan otra para hacer análisis político de altura, y clavar banderillas, puyas y estoques al morlaco Pedro Sánchez. Pues bien, la propuesta cultural de su programa hace de Rajoy y Montoro algo así como Masaryk o Havel. Lean: “Asia tiene excelentes playas, por lo que los turistas asiáticos que vienen a España buscan cultura…las actividades culturales contribuyen a mejorar la imagen de la Marca España…esto permitirá que los españoles podamos tener una mayor oferta cultural de más calidad y dará una solución a nuestros creadores que han sufrido especialmente la crisis”

Y aún siguen sorprendidos por el hecho de que no se haya producido una victoria arrasadora de la racial trianera…

Nuestros derechos y valores. Su terrorismo (alrevesyalderecho, 25/05/2017)

Una vez más, se ha cumplido el ritual. Ante el horror insoportable de un asesinato terrorista que se ha llevado las vidas de niños y adolescentes que disfrutaban de un concierto, hemos mostrado nuestro dolor y solidaridad con las víctimas, sus familias y amigos. Con la ciudad, Manchester. Con el país, el Reino Unido. A los mensajes y actos de condolencia y solidaridad, han seguido las más firmes condenas, las llamadas a la unidad y la reafirmación de que ninguno de los actos de execrable y cobarde terrorismo van a cambiar nuestras vidas. Y que los valores (incluso hay quien precisa, “nuestros valores europeos”) prevalecerán…

No creo que sea sólo quien suscribe quien está harto de tanta palabrería hueca, falaz, ineficaz. Y por más que corra el riesgo de ser malinterpretado me parece una obligación disentir y razonar el por qué de esta crítica. Vayan por delante dos precisiones: en lo que sigue no hay ninguna pretensión de superioridad moral ni de ningún otro tipo. Pero tampoco la mía es una reacción del tipo del denominado “victimismo occidental”, de ese mal entendido complejo de culpa, que se echa encima (nos echa encima) todos los males habidos y por haber. No: trato sólo de entender por qué, pese a que sabemos de los rasgos particulares de esta nueva modalidad de terrorismo, que es barato -porque no precisa especial financiación, ni medios sofisticados, ni estructuras organizativas complejas-, individual –aunque conectado a redes sociales-, difícilmente previsible, vinculado al yihadismo -pero no necesariamente en la forma de organización o franquicia de grupo armado leal al ISIS (antes a Al Qaeda)-, por qué, insisto, somos incapaces de dar respuestas aceptables, eficaces, duraderas.

Estoy convencido, en primer lugar, de que es un error seguir insistiendo en que “estos actos no cambiarán nuestro modo de vida, nuestros <valores>” y que tales valores y principios “prevalecerán contra su terrorismo”. Porque es mentira. Primero, porque ya lo han cambiado: basta con acercarse a las medidas de control en el transporte aéreo. No digamos nada si la reacción ante los ataques consiste en recurrir al cierre de fronteras, a la suspensión de derechos, a modificaciones legislativas propias de estados de excepción o a la vigilancia de grupos de inmigrantes o refugiados por el hecho de serlo o de ciudadanos sin más, por su pertenencia religiosa al Islam. Todo eso cambia, ha cambiado nuestro modo de vida y ha llevado a matizar no poco nuestros valores y principios. No digamos cuando, en el colmo, se llega a declarar el estado de guerra, algo que hizo la Administración Bush en los EEUU tras los ataques del 11S y que ningún Presidente (Trump, menos, claro) ha derogado. Pero algo que decidió también el Presidente Hollande en sesión solemne ante las Cámaras, reunidas en Versalles. Y recordaré que una parte de los medios de comunicación y de los <especialistas>, <analistas>, <comentaristas> que nos ilustran sobre la respuesta ante los ataques terroristas, alientan y justifican este tipo de respuesta: frente a la barbarie de los atentados, no cabe otra respuesta que la guerra, incluso a guerra. Y así, nos explican: estamos frente a una disyuntiva clara: la civilización contra la barbarie. Es o ellos o nosotros. Porque son nuestros valores y derechos, nuestras libertades y garantías los que están en juego contra su terrorismo.

Y no. Para decir que defendemos derechos y valores es preciso un mínimo de coherencia en esa defensa. Lo que exige, por ejemplo, defender esos derechos para todos los seres humanos y luchar por protegerlos para todos, al menos para aquellos que están bajo nuestra soberanía. Llorar por igual, por ejemplo, la vida de mi hija, de nuestros niños y adolescentes que han estado en peligro en el Manchester Arena, y los niños, adolescentes, que mueren víctimas del terrorismo de Estado que practica Arabia Saudí en Yemen. O los que mueren como consecuencia de los efectos colaterales asumidos por quienes lanzan drones mortíferos en una boda, o contra un hospital o escuela, en Afganistán, en Gaza o en Siria. La coherencia nos exige defender los derechos suspendidos a refugiados e inmigrantes por razón de su pertenencia etnocultural, religiosa o nacional. Velar por la garantía de la libertad y los derechos cuando se suspenden al menos para algunos grupos de seres humanos respecto a los cuales deja de valer el principio de presunción de inocencia y del favor libertatis, el derecho a la defensa, a la libertad deambulatoria, a la libertad de expresión y crítica o al reagrupamiento familiar. Exige también no ceder al chantaje que nos proponen los gobiernos europeos e incluso la propia Comisión cuando nos explican a los ciudadanos que hay que elegir entre mantener seguras las fronteras o restringir derechos de los que quieren llega, hasta poner en peligro sus vidas, como hemos visto por enésima vez en el naufragio de ayer a pocas millas de la costa libia. No ceder al chantaje de quienes nos cuentan que hay elegir entre mantener nuestro estándar de derechos y libertad, o rebajarlo si queremos compartirlo con quienes tratan de llegar hasta nosotros. Exige saber actuar contra los regímenes que violan masivamente esos derechos en el caso de las mujeres, o de los niños, o de los trabajadores extranjeros a los que tratan como esclavos, cuando son países “amigos” o simplemente ricos cuyas inversiones deseamos, como Arabia Saudí o las petromonarquías del Golfo.

No: estamos practicando y aceptando que se practique el principio orwelliano (Rebelión en la granja) según el cual “todos los seres humanos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. No podemos arrogarnos esa maniquea representación de la civilización contra la barbarie, no podemos decir sin más que esos valores y derechos son nuestros y que somos nosotros los que los defendemos.

Para mejorar nuestra seguridad, para poder prevenir y proteger, hay que empezar por reconocer lo que no hemos hecho bien y enderezar el rumbo. ¿Qué es lo que lleva a un chico de Manchester de 22 años a inmolarse asesinando a un montón de conciudadanos, muchos de ellos niños y adolescentes? ¿qué tiene que pasar para esa <radicalización> que le hace creer que vale la pena semejante barbaridad? ¿Es sólo el efecto contaminante de un fanatismo religioso que adquiere en internet? ¿No hay que tratar de entender por qué fracasan las políticas de integración de quienes, siendo ciudadanos ingleses de nacimiento, se entregan a vínculos de pertenencia e identidad que les exigen destruir el vínculo social y político con el país en que han nacido y crecido? ¿Es eso sólo posible desde el fanatismo religioso o acaso no conduce a procesos similares otros tipos de fanatismo, el de la razón de Estado, el de ciertas religiones seculares, como el nacionalismo excluyente? ¿No hemos minusvalorado los procesos de desprecio y humillación social hacia cierto tipo de otros?

Soy de los que piensan que es válido el principio en que se basa la Estrategia Europea contra el terrorismo (“luchar contra el terrorismo de forma global, al tiempo que se respetan los derechos humanos y se crea una Europa más segura, que permita a sus ciudadanos vivir en un espacio de libertad, seguridad y justicia”). Sigo pensando que están vigentes y son adecuadas sus cuatro líneas de actuación, Prevenir (abordar los factores o causas profundas de radicalización), Proteger (reducir nuestra vulnerabilidad), Perseguir (lo que exige coordinación en los servicios de inteligencia para investigar las redes que alimentan a los terroristas, su financiación, su acceso a armamento) y Responder (coordinar las respuestas a los actos terroristas, mejorar la atención a las víctimas). Pero está claro que no hemos avanzado suficientemente en ellas desde 2005, aunque se hayan dado pasos positivos.

La realidad, sencilla, es que sólo hay un nosotros, complejo, diverso, que vuelve difícil la tarea de gestionar la diversidad: todos somos otros. Y que la lucha contra los terroristas, por difícil y compleja que sea (lo es contra este tipo de terrorismo, que, reconozcámoslo, consigue sus propósitos), no avanzará si no somos coherentes con nuestros valores y derechos y reconocemos nuestros errores. En el entretanto, sugiero al lector que bien vale dedicar un rato a una película irreverente, llena de humor negro y de sentido crítico, la que dirigiera en 2010 Chris Morris, Cuatro leones (Four Lions), sobre un grupo terrorista que prepara un atentado en Londres…

Jueces, poder, Derecho, desde el cine (entrevista con Paul Córdova)

Paúl Córdova Vinueza (en adelante, PCV): Durante el mes de julio de 2015, en el Ayuntamiento de Jaca, dentro de la programación de los cursos de verano de la Universidad de Zaragoza, usted impartió la conferencia Cine y política: más allá de Juego de Tronos,[1] donde, entre otros enunciados, manifestó que “la serie Juego de Tronos no es para aprender política”; sin embargo, considero que es una serie que pone de manifiesto que la política es sus distintas dimensiones es una relación conflictiva de poderes y el Derecho no es capaz de contener esos poderes. Nos enfrentamos constantemente a juegos de poder en las relaciones públicas e interpersonales. ¿Cuáles son sus perspectivas sobre las constataciones actuales más vigentes que nunca acerca de cómo el poder rebasa y supera al Derecho para definir la política realmente existente en los Estados y cuál es una definición suya de política al considerar la escena de la película Tiempos Modernos[2] cuando los obreros salen de la fábrica?

 

Francisco Javier de Lucas Martin[3] (en adelante, FJDLM): Llevo muchos años trabajando en el proyecto Cine y Derecho, con colegas de otras Universidades y con profesionales del Derecho de diferentes países. Soy un firme defensor de la tesis de que se puede y debe aprender del lenguaje cinematográfico, en su sentido amplio (desde luego, de series de TV también) para entender y criticar problemas jurídicos. Pero en el caso concreto que usted me cita, pensaba y pienso que la dosis de ficción y efectismo orientados al consumo de masas (violencia y sexo, básicamente) presente en las novelas y en la serie de G.Martin, Game of Thrones, hace muy difícil entenderlas como un instrumento apto para analizar y entender la política que nos interesa, lo que se dirime en nuestras sociedades, incluso si redujéramos la política a la lucha por el poder, un reduccionismo a mi entender injustificado. En mi opinión, son mucho más útiles, entre las series de televisión recientes, The Wire, Breaking Bad, The West Wing o House of Cards (tanto la versión original británica, como el remake norteamericano), o, entre las películas que salen del estrecho marco de los trials movies, un variadísimo elenco que si podemos identificar en su origen con el del cine mismo (pienso en La salida de los obreros de la fábrica, de los Lumière) y que incluye –para poner un ejemplo que usted aduce- esa maravilla que es la película de Chaplin, Tiempos Modernos, cuya contextualización es perfectamente trasladable como instrumento de análisis para entender qué conflictos, qué juegos de poder –sí, qué mecanismos caracterizan la organización y la gestión de la vida pública en nuestras sociedades. Por mucho que haya de sátira en la secuencia del trapo rojo que Chaplin sujeta y los obreros interpretan como bandera de insurrección, el lenguaje cinematográfico, la habilidad interpretativa, el montaje de la secuencia no enseñan mucho más que esas disputas de alcoba y sangre de la serie de Martin.

 

 

PCV: La verdad que persigue el Derecho es frágil, inconsistente y quebrantable. Los jueces son operadores jurídicos brutalmente humanos que están asediados por fenómenos de distanciamientos y disputas con una verdad inestable, que respiran honestidad y horror y que viven marcados por la grandeza y miseria de sus decisiones, ¿es posible pensar que, con los cambios del Derecho en el siglo XXI, el lenguaje de los jueces pueda insertar a este en sus contextos sociales para comprender mejor su sentido y función? A propósito, si en las Facultades de Derecho se enseñan leyes seguimos muy lejos de enseñar las funciones que aquel puede y debe desempeñar y así los jueces seguirán renunciando a la opción de interpretar Derecho pensando en cuál es su objetivo.

 

FJDLM: Concuerdo con usted en que el modelo dominante aún en muchas Facultades de Derecho que –en el marco de la tradición del Civil Law- siguen el patrón del formalismo legalista como representación del Derecho, de acuerdo con una Teoría del Derecho aún sometida a la ficción de la dogmática y a los dogmas de plenitud, coherencia y autosuficiencia del ordenamiento jurídico como sistema normativo, no habilita adecuadamente para la formación de los juristas, tampoco de los jueces. Ese modelo determinista propio del mecanismo de subsunción, que pretende atar al juez a las decisiones del legislador y con el que se trata de identificar el tipo de razonamiento (y de “verdad jurídica”) que deben perseguir los jueces, está hoy en gran parte descalificado desde el plano conceptual y metodológico, desde otra concepción de la verdad jurídica (que no puede entenderse en el sentido de reproducción exacta de la realidad por el pensamiento), de la ley y del papel de los jueces en una sociedad crecientemente plural. Otra cosa es que podamos entender que la ficción de una verdad jurídica precisa, a cuyo descubrimiento debería dedicarse el juez de forma infatigable, no tiene sólo unos presupuestos conceptuales y metodológicos ligados a ese modelo de positivismo formal legalista, sino que debe entenderse sobre todo en el marco del proyecto revolucionario, cuyo emblema jurídico sería el Code Napoléon y que lucha por evitar que los jueces que vienen del ancien régime, no metan bastones en las ruedas de esa revolución social y político y, así, desde una visión ideológica que les marca, hagan inútil la herramienta jurídica.

En todo caso, resulta difícilmente discutible hoy que los operadores jurídicos no deben ser formados según la guía de memorizar/almacenar el contenido del ordenamiento jurídico, sino sobre todo como artesanos capaces de interpretar el sentido que ha de atribuirse a las herramientas jurídicas (que, evidentemente, no son sólo las leyes) para cumplir con la función que se espera del Derecho. Finalidad ésta que queda lejos de ser unívoca, porque ya no hablamos de reproducir la voluntad del legislador, sino más bien de ser capaces de argumentar la justificación jurídica más razonable a adoptar.

Por lo demás, en la paráfrasis de Nietzsche que me parece atisbar en su tesis sobre la condición de los jueces, debo decirle que los jueces son demasiado humanos, sí, pero ni más ni menos que todos los demás. Aunque tiene usted razón al señalarlo, porque hace más difícil la tarea que se espera de ellos, precisamente por el hecho de que no están situados en el mismo rol que los demás operadores jurídicos. Sus decisiones son vinculantes y respaldadas por el sistema de fuerza y ello exige un plus de responsabilidad. Siempre que tengamos en cuenta que no se trata sólo de responsabilidad en el sentido técnico-jurídico, sino también en el social y político. Los jueces no son “boca muda de la ley”. Ningún juez está libre de su ideología, pero lo que es exigible es que argumente que los fundamentos de su decisión no sean arbitrariamente ideológicos, sino ajustados a Derecho; un Derecho que, quizá sea aún necesario recordarlo, no es un sistema lógico exento de supuestos previos (ideológicos, culturales, económicos, étc), sino el resultado de la tensión por el poder, tensión que se resuelve de forma más transparente y controlable, más razonable si es conforme a procedimientos democráticos, y no en la oscuridad impenetrable de un gabinete supuestamente aislado.

 

 

PCV: Una de las escenas utilizadas en la referida conferencia fue aquella de El padrino III,[4] concerniente al diálogo entre Vincenzo Corleone y Don Lucchesi -considerado «el máximo responsable del juego político»-, donde abordan los vínculos entre la política, las finanzas y las armas. ¿Es posible pensar que los jueces son los agentes que pueden revertir los contextos para que la política no continúe siendo el instrumento de la violencia y herramienta dirimente de las finanzas o los jueces son tan vulnerables y quebradizos ante los efectos de las finanzas que no pueden detener las condiciones en que funciona la política y el Derecho?

 

FJDL: Es una escena magnífica que revela una concepción de la política vinculada a la tradición de Calicles o Trasímaco y luego a la de Hobbes. Ya hemos concordado en que los jueces no son Hércules ni tampoco Aristóteles, añadiría yo. François Ost ha hecho algunos análisis muy útiles a ese respecto, tomando en cuenta las tesis de Dworkin. Los jueces no pueden –ni deben- suplir el marco limitatorio de su decisión que constituye el Derecho, cuando éste es el resultado de una legitimidad democrática. No pueden ni deben sustituir al legislador democrático; al constituyente, desde luego. Pero tampoco al legislador ordinario. Sí pueden invocar cuestiones de constitucionalidad y así llamar a la revisión de leyes por parte de quien tenga atribuida esa competencia de decisión (en el modelo kelseniano, meramente negativa, no alternativa del legislador). Competencia que no puede no ser política, algo que aún parecen no entender quienes tratan de hacer desaparecer los tribunales constitucionales como órganos políticamente contaminados por definición. Sí: la tarea de las cortes constitucionales no es, no puede ser, meramente técnico-jurídica. Por definición, tienen una dimensión política irrenunciable, la misma que tiene el Derecho como herramienta social.

 

 

PCV: En su artículo publicado en la revista Derecho a morir dignamente, usted manifiesta que “el derecho a la vida no es un derecho sagrado ni absoluto. En una sociedad plural la vida no ha de interpretarse desde concepciones religiosas”. Las posibilidades de elección sobre la vida de cada persona, las condiciones de dignidad en que esta pueda realizarse o suspenderse son ámbitos que pertenecen a la decisión y a la libertad de cada individuo, todo lo cual hace pensar en los conflictos de derechos que pueden presentarse en una situación de regulación jurídica-penal de la eutanasia, donde podíamos coincidir en que el derecho a la libertad es el más valioso. ¿Pueden estas argumentaciones –en un desarrollo más amplio y analítico- ser suficientes para que los jueces puedan adoptar decisiones hacia la despenalización o constitucionalización de la eutanasia? Esta pregunta lleva a sugerir otra a partir del siguiente razonamiento: la supremacía y el poder de los jueces es tan contundente que son capaces hasta de decidir acerca de los aspectos más íntimos de nuestras vidas, ¿cuáles son los límites de los jueces sobre decisiones que conciernen a la autonomía, libertad y decisiones personales?

 

FJDLM: Dejemos clara mi posición: me parece suficientemente argumentado como para no tenerlo que discutir a estas alturas, que el principio sobre el que gira el Estado liberal de Derecho y que no es desmentido por el Estado social, es el de libertad. Libertad como autonomía, capacidad de decisión. Libertad que, sin embargo, no debe considerarse como irrestricta, la libertad propia del individualismo atomista, pues tiene el límite claro en lo que Mill, desarrollando la tesis kantiana sobre la ungesellige Geselligkeit, deja argumentado en su capital ensayo On Liberty: como vivimos con otros, como ese ser-con, nos caracteriza y es lo que nos hace algo más que individuos, personas, el límite es el daño en un bien jurídico de tercero, lo que nos obliga a identificar el bien jurídico de rango superior en el caso de conflictos de bienes. Autonomía, claro, no para esclavizar, discriminar, maltratar a un tercero. Autonomía en un contexto de conjugación de autonomías (la expresión kantiana: un marco general de libertad). Si se prefiere, utilizaré la expresión de Balibar: egaliberté.

Dicho esto, la decisión, sin duda compleja, no puede ni debe quedar al puro arbitrio de los jueces. Aconsejo al respecto la lectura del espléndido relato de McEwan La ley del menor. Menos aún cuando el bien jurídico en juego es la máxima expresión de la capacidad de ser libre, por usar la referencia a Camus, es decir, el derecho a elegir la propia muerte. El derecho al suicidio, sí, del que ya hablara Hume. Por extensión, a la eutanasia. El paso previo es que los ordenamientos jurídicos reconozcan ese derecho como tal, en la medida en que, conforme a la tesis de Mill, no hay un daño a un bien jurídico ajeno y no se justifica, por tanto, la intervención paternalista, según las tesis que acepto (extremadamente reducida) de los casos de justificación de este modo de interferencia en el corazón de la libertad personal. Por supuesto, con todas las garantías jurídicas para asegurar que se trata de una decisión libre, lo que quiere decir, plenamente consciente.

 

 

PCV: En su artículo Violencia, fronteras, Derecho, usted sugiere la interrogante si ¿es el Derecho violencia institucional? y se pregunta si el vínculo entre Derecho, poder y miedo recurre al miedo como recurso de vínculo político instintivo. Los jueces también pueden estar sumidos en el miedo al poder y esta situación les priva de actuar libremente para juzgarlo oportunamente, y los jueces pueden terminar convertidos en víctimas que ejercen el monopolio legítimo de la violencia por temor al control y al poder que impone la violencia institucional para someter a los operadores de justicia. Los jueces controlados y sometidos son victimarios que también ejercen la mayor de las violencias: dejar impune al poder, ¿cuáles son sus consideraciones al respecto?

 

FJDLM: Ese artículo que cita, constata una evidencia que me parece difícil de negar: el hecho de que la concepción de fronteras como barreras limitadoras de la igualdad en derechos universales carece de justificación. Los derechos humanos que llamamos fundamentales no pueden depender del albur de un trazado geográfico-político. Aquí no vale el dicho de Pascal sobre la verdad y los Pirineos, Aún más cuando sabemos, como nos han mostrado científicas sociales de la talla de S. Sassen, W.Brown o E Balibar, que las murallas que se continúan edificando son una ficción para mantener una concepción bodiniana de la soberanía, cuando esa soberanía estatal-nacional, hoy es, absolutamente declinante, insostenible.

Pero hay otro argumento. Cada vez resulta más evidente que las fronteras se constituyen como espacio en el que juegan otras reglas de Derecho, otro Derecho distinto del común. Para decirlo con la bien conocida expresión propia de la dogmática penal del nazismo y reactualizada por el penalista Jacobs, las fronteras actúan como herramienta de un derecho penal del enemigo, identificado hoy no sólo con los narcotraficantes o con los terroristas, sino con los inmigrantes que llaman ilegales y muy recientemente, en el colmo del absurdo, con los refugiados. Las fronteras justifican la violencia porque han recuperado un sentido que creíamos caduco tras el fin de la guerra fría: el de muros defensivos, barreras necesarias para la seguridad y defensa frente a esos enemigos que acechan para invadirnos. En esas condiciones vale todo, porque de hecho se está justificando una concepción bélica contra inmigrantes y refugiados, a los que se acomuna con terroristas y narcotraficantes: enemigos del Estado. La UE desgraciadamente ha aceptado esa lógica en materia de sus políticas de inmigración y asilo. Y así vemos no ya a Frontex o Europol (cuerpos policiales) ejerciendo el control de fronteras, sino a la NATO en el Egeo y a las fuerzas navales de los Estados de la UE en el Mediterráneo Central o invadiendo ya, de nuevo, Libia. Ante semejante cuerpo normativo, los jueces poco pueden hacer para realizar su labor prioritaria: garantizar los derechos fundamentales de todos.

 

PCV: En su artículo Políticas públicas, inmigración y asilo, es posible apreciar que las políticas públicas y las decisiones judiciales y administrativas no son suficientes para responder a las problemáticas de inmigración, refugio y asilo porque las carencias de la sociedad siempre están por delante de las regulaciones jurídicas. ¿Tienen los jueces la última palabra cuando sentimos que las paradojas y tensiones sociales no son necesariamente parte integrante del núcleo del Derecho ni de las decisiones de los jueces?

FJDLM: Como ya se habrá comprobado, no soy muy partidario del activismo judicial, ni por razones doctrinales ni por la experiencia jurídica y política que he vivido (como profesor de Derecho, en las tareas como magistrado, y también, por ejemplo, como Presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, CEAR). La legitimidad democrática de los jueces, en sistemas como el español, es muy limitada y ha de contar siempre como fundamento y límite último con la conformidad constitucional. Sólo que el test de esa conformidad no queda en las manos de cada juez: únicamente el planteamiento de la misma, no su resolución. Las características de nuestras sociedades, globalizadas, interdependientes, plurales, hacen imposible que el legislador provea siempre e inequívocamente como para hacer verosímil ese sueño de la one right answer. No existe el juez Hércules que pueda suplir esas deficiencias con criterios propios y, al mismo tiempo, generalizables, ajenos al marco constitucional. Puede y debe, en su caso, manifestar que en ese marco no hay solución jurídicamente razonable, es decir, justa. Pero la tarea de proveer a esa solución excede de su capacidad y de su legitimidad.

 

 

 

[1] Serie de televisión estadounidense basada en las novelas Canción de hielo y fuego de George R. R. Martín.

[2] Largometraje de 1936, escrito y dirigido por Charles Chaplin, quien también es su actor principal.

[3] Catedrático de filosofía del derecho y filosofía política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia, (España). Fue Director del Colegio de España en París (2005-2012) en la Ciudad internacional universitaria (CiuP).

[4] Película de 1990, cuyo guión fue escrito por Mario Puzo y Francis Ford Coppola y dirigida por Coppola.

 

Presentación del libro de Nicolás Castellano, Me llamo Adou, Fundación César Manrique, Lanzarote, 11 5 17

 

Nicolás Castellano es, lo saben todos Vds, un periodista al que muchos admiramos profundamente por la calidad de su trabajo profesional, por su independencia y rigor de criterio, por su tenacidad para seguir informando sobre cuestiones importantes pero que ya no están de moda, cuando casi todos desisten de hacerlo porque la mayoría de los responsables de los media, los <jefes>, te sueltan eso tan terrible de <eso ya no es noticia>. Añadiré además que yo admiro y quiero al ser humano que es Nicolás. Porque nunca te falla como amigo, porque sigue con un grado de compromiso que envidio, porque es serio, pero lo contrario de aburrido…

Después de esta declaración pública de amistad, que tampoco hay que exagerar, vamos a lo que importa, el libro de Nicolás. Un libro imprescindible que cuenta con un deslumbrante y enjundioso prólogo de Luis García Montero, que voy a glosar en buena medida en mi presentación.

Me llamo Adou, la historia del niño Adou Ouguste Nery Ouattara es, a mi juicio, un magnífico testimonio contra la barbarie que domina la sociedad global que hemos construido (y no sólo <en la que vivimos>, como se suele decir). Una barbarie que destruye los lazos más elementales de humanidad, el reconocimiento del otro como ser humano. Pero también, un libro que ofrece razones para la esperanza, para que superemos eso que denuncia Luis García Montero en ese maravilloso prólogo: “la piedad fugaz que caracteriza nuestra vida líquida”, uno de los síntomas más claros de la enfermedad moral y política que se ha convertido en epidemia y que, como decía, debilita hasta anonadarlo el vínculo social y político entre los seres humanos en este mundo global. Y no me den explicaciones simplistas como esa de la aporofobia, un rasgo indiscutible, pero que no es en absoluto  la clave de la comprensión del complejo fenómeno en que consiste la demolición, insisto, del vínculo social y político.

Nicolás ha sido testigo, ha contado, ha denunciado con tenacidad, otros hechos de barbarie: la tragedia de las muertes en la playa de El Tarajal, el abordaje de una patera por una lancha de la Guardia Civil, o el abandono en el que dejamos a las víctimas de terremotos y desastres naturales después del primer espasmo de lo que yo he denominado el avestruz compasivo (los telemaratones, los sms a cuentas bancarias solidarias, que nos permiten en un lapso relámpago de tiempo seguir enterrando la cabeza, ajenos al horror que sucede alrededor y que afecta a los otros) por sólo mencionar algunas de ellas.

En alguna de las entrevistas con motivo del libro, Nicolás ha dicho que es precisamente esta foto del 7 de mayo de 2015, tomada por el escáner del puesto fronterizo de El Tarajal, en Ceuta, la que a su juicio ejemplifica, es el símbolo, del fracaso de Europa. Y no puedo estar más de acuerdo. Por muchas razones.

La primera es la carga simbólica de la maleta misma. De nuevo con nuestro amigo Luis, “si la vida y la historia del ser humano son un viaje, enfrentarse a lo que llevamos en nuestras maletas se carga de significado”. Mucha tinta ha corrido a cuenta, por ejemplo, de las maletas de Port Bou, las maletas de Benjamin, que inspiran como saben el nombre de una revista cultural. Esta maleta que contenía a Adou, ese monstruo, esa ballena que se traga al nuevo Jonás que es Adou, como escribe el admirado prologuista, explica la imposibilidad del viaje, del ejercicio de un derecho básico. Y la desesperación del padre de Adou, Alí Ouattara, un profesor de filosofía y de idiomas en Abidjan (Costa de Marfil) que, como tantos otros seres humanos, es consciente de que él y su familia deben abandonar ese infierno en el que viven, de la manera que sea. También como tantos centenares de miles de seres humanos, empleará años para conseguirlo él mismo, su mujer Lucy y su hija Mariam, la segunda de sus tres niños. Pero no para el mayor, Michel, ni para el benjamín, Adou. El mismo Alí recurrió, como tantos otros, a eso que demonizamos, los “traficantes de sueños que comercian con los seres humanos”, por seguir citando a nuestro poeta amigo: las mafias que son la única esperanza para ese derecho negado, pues nuestras políticas consisten ante todo en eso, en cerrar las vías del viaje legal, en negar ese derecho. Y consiguió que llegaran a España su mujer Lucie y su hija, Mariam. Pero la Ley española (este nuestro Derecho europeo y nacional de extranjería, inmigración y asilo) no le permitió la reunificación familiar de sus dos hijos, Michel y Adou, de 8 años de edad. Hay umbrales económicos, sellos, disposiciones administrativas, requisitos burocráticos que debía cumplir y que no consiguió reunir: al final, 56 euros, como cuenta Nicolás en el capítulo 9. Alí Outtara vuelve a recurrir a los criminales traficantes de sueños que, por 5000 euros, le prometen que traerán a Adou, -su Nery, como él le llama- convirtiéndolo así, paradójicamente, en traficante de seres humanos, traficante de su propio hijo. Déjenme que les diga: qué barbaridad! Es decir, como explicaría Forrest Gump, qué cosa de bárbaros…

La segunda, hablando en términos jurídicos y políticos -que son los propios de mi trabajo, de lo que puedo hablar porque, después de 40 años, algo sé o se me ha quedado-, por la barbarie que practicamos en relación con lo que se cuenta entre lo más valioso que hemos aportado al mundo desde Europa, desde Occidente: las nociones de derechos humanos y de ciudadanía como herramientas de emancipación. Hemos pervertido la noción de sujeto universal de derechos (esto es, la igualdad de todos los seres humanos desde el punto de vista del Derecho, de los derechos fundamentales) que es lo que significan la Declaración universal del 48 y los Pactos del 66, ratificados por todos los Estados de la comunidad internacional y, como explicara Bertold Brecht antes de que lo teorizara magníficamente Hannah Arendt, hemos reservado esa condición a quien tenga un pasaporte, a quien sea ciudadano de un Estado que cuenta. Hemos hecho real la modificación del lema revolucionario de la rebelión en la granja, esa triquiñuela del cerdo Napoleón y hemos convertido a la mayoría de seres humanos en menos iguales que nosotros, los seres humanos de verdad. Otra vez, qué barbaridad!

Aún más, en una inadmisible vuelta de tuerca, nos cebamos con los más vulnerables, los menores no acompañados inmigrantes, lo que -a mi juicio- constituye el más grave disparate jurídico en la historia del Derecho europeo, porque son los sujetos más vulnerables entre los vulnerables: como Adou. Es una idiotez, como pone Nicolás en boca de Adou: página 25 (leer…) Pero sobre todo, si pensamos en la entidad del riesgo, en las muertes de niños, de nuevo hay que decir: qué barbaridad!

Y, sin embargo, esta es una historia, insisto, de esperanza. La que nos produce Alí, capaz de vivir varias vidas en el intento de hacer de la suya y la de su familia una vida mejor. Porque ese es el carácter de tantos miles de inmigrantes: esforzarse tres veces más que nosotros, en historias de amor, de sufrimiento y de lucha, para obtener aquello que a nosotros no es dado como algo natural, los derechos. Ellos demuestran cómo hay que luchar por los derechos y en ese sentido nos civilizan…

Déjenme que añada algo más sobre bárbaros y civilizados, al calor de la actualidad inmediata. Salvo Jorge Verstringe y alguno más, estamos todos muy contentos porque este pasado domingo hemos frenado a la barbarie. Muy ufano, el Presidente Juncker ha sacado pecho porque hemos reducido a insignificantes las cifras de llegadas a Grecia a través del Egeo. La cosa marcha…A no ser porque, como asegura Nicolás, esa foto de la maleta en la que viajó Adou desmiente el mensaje triunfalista y saca al aire nuestras vergüenzas.

Como lo ha hecho también un audio recuperado y publicado por L’Espresso y que conocí gracias a Nicolás. Me refiero gracias al trabajo del periodista Fabrizio Gatti (http://video.espresso.repubblica.it/inchieste/cosi-l-italia-ha-lasciato-annegare-60-bambini-in-esclusiva-le-telefonate-del-naufragio/10267/10368), en el que se reproducen las conversaciones que tuvieron lugar antes de un trágico naufragio, el 13 de octubre de 2013 y que, a mi juicio, revelan un auténtico acto de barbarie.

Las autoridades de Malta recibieron una llamada de socorro desde el móvil de un médico sirio (el Dr Mohammed Jammo) que viajaba -480 personas en total- en un pesquero (por llamarlo algo) a punto de naufragar, a una distancia de 61 millas naúticas de Lampedusa y 118 de Malta. Durante cinco horas, la Libra, un barco de la Armada italiana que se encontraba a apenas una hora y media del pesquero, esperó que las autoridades maltesas e italianas dieran la orden de acudir en su ayuda. El audio recoge la angustia de las llamadas de quienes avisaban que estaban a punto de morir, y la desesperante burocracia europea, que se perdió en competencias, requisitos formales y respondía a las llamadas de socorro con el consabido “no es esta ventanilla; llame Vd a la otra”. Sólo que aquí no era cuestión de sellos, sino de vidas. La Valetta y Roma se arrojaron la pelota: cada uno decía que no le tocaba a su país, sino al otro, hasta que el barco naufragó. Murieron 268 personas y entre ellos, 60 niños. Quizá la mala conciencia de las autoridades italianas (ocultada hasta ahora), estuvo en el origen de la operación mare Nostrum mantenida durante todo el año siguiente 2014, por el gobierno italiano.

En mi opinión, los hechos ahora conocidos constituyen un manifiesto delito de omisión de socorro, además de una violación directa del Derecho internacional del mar, de principios consuetudinarios de ius cogens y de las normas del Convenio de Montego Bay, que exigirían depurar responsabilidades penales. ¿Habrá una investigación de las responsabilidades por esas muertes? Apuesto que no. Ningún Gobierno europeo las pedirá. Tampoco la Comisión Europea, ni el Consejo. Nuestros gobernantes cuentan con la saturación de la opinión pública, que parece haber pasado página de <eso de los refugiados>. Dan por amortizado el impacto de la muerte de mujeres, niños, ancianos, que arriesgan conscientemente sus vidas para salir del infierno que es su casa: no sólo Siria: Mali, Eritrea, la República Centroafricana, Sudán del Sur, Yemen…). Los que naufragaron ese día, los que naufragan ahora en el canal central del mediterráneo, desde las costas de Libia hacia las islas italianas, saben que las bandas criminales que les ponen en esos barcos de muerte son su única esperanza frente al cierre legal de rutas. Un cierre, por cierto, del que se muestra tan ufano se muestra el Presidente Juncker y otros políticos europeístas (“los flujos de refugiados hacia Europa han bajado en un 98%, desde 10.000 diarios a 47 en el día de hoy, gracias al acuerdo UE-Turquía”). Sí, son los mismos que se han mostrado tan aliviados por “el triunfo de Europa (Macron) frente a la barbarie”. ¿Barbarie, dicen? Acudiré a la sabiduría de la madre de Forrest Gump para recordar algo muy sencillo: bárbaros son los que hacen barbaridades, actos de barbarie.

A uno le gustaría que fuera verdad aquello de que No habrá piedad para los malvados. Pero lo que cuenta la película de Urbizu, como sucede también con la de Sorogoyen, Que Dios nos perdone, es un final feliz, comparado con estas historias reales.

A uno, la verdad, lo que le gustaría es poder decirles a todos los que tienen que desplazarse en el mundo, eso tan natural que escribe Nicolás en la dedicatoria de su libro…buen viaje!

Los bárbaros (Cartelera Turia, 2780, 12 mayo 2017)

No es habitual que se espere del lector algo más que leer. Esta vez, les pido un esfuerzo, el de escuchar este audio recuperado por L’Espresso, gracias al trabajo del periodista Fabrizio Gatti (http://video.espresso.repubblica.it/inchieste/cosi-l-italia-ha-lasciato-annegare-60-bambini-in-esclusiva-le-telefonate-del-naufragio/10267/10368), en el que se reproducen las conversaciones que tuvieron lugar antes de un trágico naufragio, el 13 de octubre de 2013 y que, a mi juicio, revelan un auténtico acto de barbarie.

Las autoridades de Malta recibieron una llamada de socorro desde el móvil de un médico sirio (el Dr Mohammed Jammo) que viajaba -480 personas en total- en un pesquero (por llamarlo algo) a punto de naufragar, a una distancia de 61 millas naúticas de Lampedusa y 118 de Malta. Durante cinco horas, la Libra, un barco de la Armada italiana que se encontraba a apenas una hora y media del pesquero, esperó que las autoridades maltesas e italianas dieran la orden de acudir en su ayuda. El audio recoge la angustia de las llamadas de quienes avisaban que estaban a punto de morir, y la desesperante burocracia europea, que se perdió en competencias, requisitos formales y respondía a las llamadas de socorro con el consabido “no es esta ventanilla; llame Vd a la otra”. Sólo que aquí no era cuestión de sellos, sino de vidas. La Valetta y Roma se arrojaron la pelota: cada uno decía que no le tocaba a su país, sino al otro, hasta que el barco naufragó. Murieron 268 personas y entre ellos, 60 niños. Quizá la mala conciencia de las autoridades italianas (ocultada hasta ahora), estuvo en el origen de la operación mare Nostrum mantenida durante todo el año siguiente 2014, por el gobierno italiano.

En mi opinión, los hechos ahora conocidos constituyen un manifiesto delito de omisión de socorro, además de una violación directa del Derecho internacional del mar, de principios consuetudinarios de ius cogens y de las normas del Convenio de Montego Bay, que exigirían depurar responsabilidades penales. ¿Habrá una investigación de las responsabilidades por esas muertes? Apuesto que no. Ningún Gobierno europeo las pedirá. Tampoco la Comisión Europea, ni el Consejo. Nuestros gobernantes cuentan con la saturación de la opinión pública, que parece haber pasado página de <eso de los refugiados>. Dan por amortizado el impacto de la muerte de mujeres, niños, ancianos, que arriesgan conscientemente sus vidas para salir del infierno que es su casa: no sólo Siria: Mali, Eritrea, la República Centroafricana, Sudán del Sur, Yemen…). Los que naufragaron ese día, los que naufragan ahora en el canal central del mediterráneo, desde las costas de Libia hacia las islas italianas, saben que las bandas criminales que les ponen en esos barcos de muerte son su única esperanza frente al cierre legal de rutas. Un cierre, por cierto, del que se muestra tan ufano se muestra el Presidente Juncker y otros políticos europeístas (“los flujos de refugiados hacia Europa han bajado en un 98%, desde 10.000 diarios a 47 en el día de hoy, gracias al acuerdo UE-Turquía”). Sí, son los mismos que se han mostrado tan aliviados por “el triunfo de Europa (Macron) frente a la barbarie”. ¿Barbarie, dicen? Acudiré a la sabiduría de la madre de Forrest Gump para recordar algo muy sencillo: bárbaros son los que hacen barbaridades, actos de barbarie.

A uno le gustaría que fuera verdad aquello de que No habrá piedad para los malvados. Pero lo que cuenta la película de Urbizu, como sucede también con la de Sorogoyen, Que Dios nos perdone, es un final feliz, comparado con estas historias reales.