EN EL DIA DE REFLEXIÓN: EL MÉTODO «LEFTOVER»

Aunque la segunda temporada de la serie de HBO del mismo título haya incrementado su interés, no es ese el motivo de esta columna que, por la fecha de publicación, no quiere ni puede escapar a la convocatoria del domingo 20. Lo cierto es que, como muchos otros ciudadanos, no me parece fácil decidir,  aun después de leer programas electorales y escuchar y seguir por prensa, radio y TV programas de debate y tertulias con representantes de todos los partidos (bueno, de todos no: IU y UPyD lo han tenido muy difícil para hacerse presentes, en una muy peculiar interpretación de la legalidad).

Por esa razón, he seguido el consejo de gente tan sabia como Spinoza, Kant o Hegel y he procedido por el conocido método que recuerda que <toda determinación es negación> y por tanto, que quizá no tenga claro lo que quiero (esto es, que no está clara la coincidencia entre lo que me prometen y lo que yo considero necesario, prioritario, oportuno conseguir), pero resulta más asequible precisar lo que no quiero en modo alguno (cuáles entre las promesas que he leído me parece obligado rechazar o descartar). Descartar y quedarse con lo que sobra, aunque sean restos y no platos exquisitos del chef de moda.

Ahora bien, en esta cita del domingo, ese procedimiento de eliminación que tan buenos resultados me ha ofrecido en muchas ocasiones, me deja paradójicamente muy cerca del asno de Buridán (digo paradójicamente, pues escribí lo contrario en una columna reciente en la Cartelera Turia). Esto es, me tiene sin saber a qué atenerme en la cita del domingo, pese a los descartes. Y eso, pese a la insistencia por tierra, mar y aire de ese mensaje tan grandilocuente como ridículo en su multiplicación (como los <partidos del siglo> que se repiten dos veces al año), que nos avisa de que en este 20 D nos corresponde a los electores el gordo de la lotería, ser protagonistas de un momento histórico, el que se pone fin a una era, la del bipartidismo y la impostura democrática. Así lo predican los apóstoles y hasta el último alevín de ese ensalmo jeremíaco que nos previene de la impostura de la “cultura de la transición” (CT) y sus tristes y viejunos defensores y anuncia –albricias y pan de sicomoro- que todo cambiará cuando se instalen entre nosotros esos mesías (parece que, como mínimo, dos), con su evangelio de un mundo nuevo y post-post-repostmoderno. Líderes jóvenes (eliminemos a los de 40, como a los solteros en la magnífica metáfora de Langosta)  que son demócratas de verdad, como nosotros, y no repugnantes y decadentes corruptos, como los otros y los de los otros. Por cierto, del juego limpio y sin exclusiones que practican esos mesías habla –y no muy bien- su indiferencia, si no su menosprecio, el que dispensan a los mesías anteriores que trataron también de derribar el bipartidismo. En fin, que todo se reduce más a quedarse con descartes o sobras –leftovers– que no a entusiasmarse por haber hallado la verdad, el bien y la belleza gracias a los spots producidos por los gabinetes de comunicación y propaganda.

Mis descartes dejan fuera del voto a PP y a C’s.  Los descarto por su fe de carbonero en las bondades de un mercado cada vez más feroz, sus tesis sobre/contra refugiados e inmigrantes, su estigmatización de los servidores públicos (esos <odiosos funcionarios> con los que hay que acabar), su ninguneo de todo lo que es cultura,  su menosprecio del sistema público de educación, de ciencia e investigación, de la Universidad pública, de la sanidad pública, de la igualdad real entre mujeres y hombres, de la lucha contra la violencia de género, su defensa del <contrato único> y su empecinamiento en una reforma laboral que profundiza en la desigualdad y en la exclusión, su falta de respeto por la diversidad cultural y nacional, su renovado entusiasmo por el ardor bélico y los afanes de “unidad” a lo Santiago y cierra España, su ignorancia y desprecio por las exigencias de un desarrollo sostenible, el primado de una mínima conciencia ecológica…

Por lo demás, no veo capacidad de gobierno en UPyD, ni en esa enésima mutación de IU que encarna -como penúltimo y, pese a todo digno resistente- el Sr Garzón. No me gusta la enésima presencia en las listas del PSOE de personajes a los que identifico como okupas de sillones públicos desde que tengo memoria. Tampoco la prepotencia y el leninismo, devenidos en acomodación a cualquier lema que sirva para ganar votos <(ganar, ganar>), que me ha parecido  detectar como prioridad de la cúpula de Podemos a la que ha abrazado en estas tierras la cúpula de Compromis. Y confieso una vez más que abomino de esos que creen tener la verdad en exclusiva de la identidad, los intereses y necesidades del <nostre poble>, del que a su vez me excluyen, como <mal/poco valenciano> o, lo que es peor, lacayo o colono de ese fantasma que invocan una y otra vez, los “intereses de Madrid”. Para colmo, no creo que tenga sentido hoy, en un marco de pluralidad creciente que hará imposible, por fortuna, las mayorías absolutas, pero que no puede ocultar que las decisiones de peso no se tomarán ni en Madrid ni en Estrasburgo, sino en Berlín, Washington y Wall Street, el recurso al que uno ha echado mano en ocasiones anteriores, apelar al voto <útil>.

Pues eso, que cada uno vea lo que queda y buena suerte para todos.

 

Ni que pasen 25 años. En el día internacional de los inmigrantes

El 4 de diciembre de 2000, la Asamblea General de la ONU proclamó el día 18 de diciembre como Día Internacional del Migrante (resolución 55/93). La elección tenía fundamento: en ese día, en 1990, la misma Asamblea había adoptado la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares (resolución 45/158), un Convenio internacional que, 25 años después, no ha sido ratificado por ningún país de la UE, pese a los continuos llamamientos a ese respecto por parte del propio EuroParlamento.

Hablamos de personas, no de números, pero conviene recordarlos: En España, casi 5 millones, que representan aproximadamente un 10,2% de los residentes. En Europa, 33 millones, algo más del 7% de la población. Según la OIM, son casi 215 millones de inmigrantes en el mundo (algo así como un 3.2% de la población mundial). Personas, no números. Pero invisibles: por ejemplo, en esta campaña electoral.

Insistiré. Ni que pasen 15, ni 25 años. Hoy, en 2015, la situación de la inmensa mayoría de los inmigrantes apenas ha experimentado mejora en términos del estándar de derechos que se les reconoce y garantiza. Es más, puede decirse que los años de la crisis han sido peores para ellos, convertidos en chivo expiatorio de nuestros problemas, verdadero cordero sacrificial para nuestros exorcismos, coartada electoral para  políticos sin imaginación y para medios carroñeros que no han dudado en hacer caja con historias que oscilan entre lo lacrimógeno y el tremendismo de El Caso. Como aquella abominable portada de un gran medio nacional, que aseguraba el año pasado que 30.000 inmigrantes aguardaban al acecho en las laderas del monte Gurugú, prestos a la invasión de nuestro sacrosanto territorio africano (http://politica.elpais.com/politica/2014/02/16/actualidad/1392576581_845257.html).

No: los inmigrantes no son en su inmensa mayoría esos criminales amenazantes, “ejército de reserva de la delincuencia”, en una vuelta de tuerca del aserto de Marx (“ejército industrial de reserva”) sino, muy al contrario, las víctimas de violaciones de derechos humanos, incluso por parte de los poderes públicos. Y en los dos últimos años, desde que el Mediterráneo se ha convertido en una fosa común (cfr. por ejemplo http://stopmaremortum.org/), el colectivo más vulnerable en su intento de realizar lo que constituye –o debiera constituir- un derecho básico, el de libre circulación. Y más aún si se trata no tanto del ejercicio de una libertad, sino de la única salida posible cuando uno se encuentra en estado de necesidad, como sucede con una abrumadora mayoría de esos caminantes forzosos. Vallas, muros, devoluciones ilegales, palizas, trato de rebaño, privación de libertad e internamiento en establecimientos -los CIE- que siguen una lógica estrictamente policial y en ocasiones cuasi militar, que ofrecen peores condiciones que las cárceles y todo ello, en la inmensa mayoría de los casos, sin haber cometido ningún delito (cfr. https://ciesno.wordpress.com/), por su condición de irregulares, la misma que tengo yo, si no renuevo a tiempo mi DNI.

Abdelmalek Sayad acuñó para los inmigrantes una definición justa: presencia ausente. Y eso, la exclusión, la humillación, la expulsión de la que habla el último ensayo de S Sassen, es precisamente lo que Péguy consideraba el santo y seña de una sociedad decente, la que lucha por no institucionalizar ninguna forma de exilio.

 

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«Natalico, colócanos a tós!» Historias electorales de caciques de la Restauración

Hay una tendencia creciente entre tertulianos, opinadores, pero también entre cierta clase política “moderna” y sus gurus (expertos en comunicación y politólogos de toda laya) que consiste en repetir como una evidencia que no debemos cometer el error de confundir las cuestiones políticas con los instrumentos jurídicos. El mensaje es contundente: “Menos Derecho (menos remisión a leyes, Constitución y tribunales) y más Política”.

Creo que, sin desconocer cuanto puede haber de razonable en el tópico (por eso es un tópico), subyace a menudo en este mensaje una deficiente comprensión de la relación entre Derecho y Política, que lleva en no pocas ocasiones a discursos que son callejones sin salida, cuando no a propuestas tan simplistas como demagógicas. En particular, cuando la consecuencia es que naufraguen democracia y Estado de Derecho al tirar la ganga o el agua sucia.

Por supuesto, es muy lucido y repostmoderno hacer creer a los ciudadanos que lo decisivo en política es la autonomía de la voluntad de cada uno, que para eso somos libres y podemos decidir lo que nos parezca mejor a cada quien. Faltaría más. No digamos en campaña electoral. Si, además, esa campaña, como es nuestro caso, coincide con el cocacolero mito de PapaNoel (que es más moderno que los viejunos Magos), está servida la estrategia de darle gusto al cuerpo, se llame uno, o no, Macarena. ¡Y dos huevos duros!, que proponían los Marx. A pedir y prometer, que es gratis. Es la lógica que, so capa de democracia directa,  convierte la política en ejercicio del clientelismo, como en aquella anécdota atribuida a un cacique de la restauración, Natalio Rivas: el vecino que increpa al cacique en pleno mitin: “Natalico, colócanos a tós!”. Nuevos y viejos gabinetes de comunicación confían en esa evidencia universal: la impunidad del incumplimiento de las programas electorales, como demuestran, aquí y ahora, los casos de Mas y Rajoy. También los nuevos, insisto, esos que nos dicen que menos leyes y más afinidad con la voluntad de la calle.

Pero ni siquiera Rousseau consiguió cuadrar ese círculo vicioso del “obedecerse a sí mismo obedeciendo a los demás”. La solución menos mala entre las posibles sigue siendo, creo, como reconociera Platón, sustituir el <gobierno de los hombres> –que siempre acaba en arbitrariedad y corrupción, aunque esos hombres y mujeres sean los más sabios y los más guapos- por el <gobierno de las leyes>, siempre y cuando se trate de leyes acordadas por la mayoría. Seré viejuno, incluso jurásico, y volveré a Cicerón: “somos siervos de la ley para poder ser libres”. No de cualquier ley, claro. Ni ciegos a la necesidad  de reformarlas todo lo a fondo que nos pongamos de acuerdo en hacerlo. Pero tampoco al margen de la ley, como y cuando le convenga a la mayoría de turno (que nunca es mayoría real). Y eso no excluye, ni mucho menos, la desobediencia civil. Sólo que, para ser <civil>, ha de asumir las reglas de juego. De lo contrario, no se diferenciará del evasor de guante blanco y su ingeniería financiera en paraísos fiscales, con la que quiere hurtarse al deber jurídico de solidaridad.

UN CUESTIONARIO SOBRE LA RESPUESTA A LOS ATENTADOS DE PARIS

La revista Abogados, del Colegio General de la Abogacía, me plantea un cuestionario, que incluyo con mis respuestas:

* El 11-S, y también otros acontecimientos como la llegada masiva de refugiados, pueden provocar la adopción de medidas extraordinarias como la declaración del estado de excepción, un refuerzo de las fronteras, ciudades blindadas, o la limitación de derechos ciudadanos, pero, sobre todo, un debate que enfrenta siempre Seguridad con Libertad. ¿Es falso ese dilema o cómo debe afrontarlo una sociedad madura y democrática para no perder derechos conquistados con tanto esfuerzo?

Debo comenzar por disentir del punto de partida. Unir acontecimientos terroristas recientes y “llegada masiva de refugiados” , me parece un mal planteamiento. No ignoro que se trata de referencias clave para la enésima formulación del debate entre seguridad y libertad tras los atentados de Paris que, a mi juicio, ni son una guerra ni deben ser contestados con la lógica de la guerra. Pero en el caso de los refugiados (por cierto, ¿de qué <llegada masiva> hablamos? De los 4 millones que han recibido Líbano, Jordania, Iraq y Turquía?), la primera e inexcusable consideración es que nos hallamos ante la exigencia de garantizar derechos y la obligación de cumplir deberes: nada que ver con medidas excepcionales en el debate entre seguridad y libertad.

En cuanto al debate, repetiré lo obvio: es un falso dilema, porque no existe otra seguridad que la seguridad en las libertades, seguridad en los derechos, en términos de lo que Balibar denomina <egalibertad>. Esa es la noción de seguridad jurídica propia de un Estado de Derecho y a fortiori de un Estado constitucional. No discuto que en una sociedad “madura y democrática” los estados de emergencia y excepción puedan estar justificados, pero siempre con el límite que imponen los marcos constitucionales: justificación estricta de toda medida restrictiva de derechos, un plazo definido y preciso de su duración, proporción de las medidas excepcionales y control judicial de toda privación o restricción de derechos. Parece que no hayamos aprendido de los errores de la respuesta en términos de lógica de guerra frente a los ataques del 11S de 2001.

 

 

 

 

Las medidas extraordinarias contra el terrorismo, adoptadas sin fisuras por los gobiernos, ¿supondrán una limitación de los derechos fundamentales? ¿Hasta qué extremo pueden llegar?

Me parecen discutibles, de entrada, esas apelaciones a la <unidad sin fisuras>, que a menudo sacrifican el legítimo pluralismo.  Dicho esto, temo que, por ejemplo, las medidas adoptadas en Francia ponen en riesgo derechos básicos como la inviolabilidad del domicilio, el derecho a la privacidad, o el derecho a la libertad deambulatoria. Considero injustificable que se habiliten restricciones como estas sin control judicial previo.

En suma, es contradictorio luchar por la defensa de nuestras libertades mediante limitaciones tales que, en la práctica,  suspenden (si no anulan) las mismas libertades que queremos defender. Con esa estrategia estamos ofreciendo una victoria a la amenaza terrorista. La estrategia antiterrorista (insisto: es algo distinto de la lógica de la guerra) debe centrar su prioridad en otro tipo de medidas: inteligencia, diplomáticas, control financiero, del mercado de armamento, etc.

 

 

 

¿El integrismo religioso cambiará el reconocimiento y respeto europeo del derecho de libertad religiosa y provocará un retroceso en las políticas de acogimiento de refugiados y asilados?

¿Integrismo religioso? Cuál? ¿El de quienes sólo aceptan refugiados cristianos? ¿El de quienes repiten aquello de que <el Islam> (sic, como si sólo existiera uno, como si todo el Islam fuera fundamentalista) es incompatible con la democracia y los derechos humanos?. Por supuesto que cualquier forma de fanatismo religioso, como el que practican y difunden algunos aliados de EEUU y la UE – Arabia Saudí o las petrodictaduras del Golfo y desde luego, el DAESH o Al Qaeda- es una amenaza que hay que tomar en serio. Pero para combatirla es necesario más que nunca garantizar principios que no me parecen renunciables: la laicidad del Estado, el pluralismo inclusivo, el respeto a la libertad ideológica, de conciencia y religiosa.

Dicho lo anterior, no hace falta pronóstico: ya se está retrocediendo en las políticas de acogida a refugiados (y también en las políticas migratorias), y la xenofobia institucional y mediática están incubando el consabido huevo de la serpiente, erosionando irrenunciables principios: el imperio de la ley, la igualdad ante la ley, la vinculación a los instrumentos jurídicos internacionales de reconocimiento y garantía de los derechos humanos (p.ej. el Derecho internacional de refugiados y también del standard internacional de derechos de los inmigrantes, como el Convenio de la ONU de 1990 o los Convenios de la OIT). Sin ellos, el Estado de Derecho no puede mantenerse y la UE abandona lo que le da sentido como proyecto político, europeo e internacional. Es una idea de Europa la que naufraga, más incluso que los propios refugiados e inmigrantes

 

 

 

* ¿Qué hacer para que las instituciones democráticas y protectoras de los derechos de los ciudadanos cumplan con sus funciones para evitar el recorte de derechos y, especialmente, el respeto la libertad?

No puedo extenderme en todo lo que se debe hacer. Pero sí en lo que es condición sine qua non, esto es, ante todo, cumplir y hacer cumplir la ley, la Constitución, los instrumentos internacionales de derechos.

Frente a alegatos a mi juicio tan retóricos, bien intencionados pero las más de las veces, vacíos, como la apelación a la <hospitalidad cosmopolita>, hay que insistir en que sin el respeto al Derecho, no hay ética (ni éticas: hablamos de sociedades plurales) que valga. Ese respeto es condición tan necesaria como insuficiente, desde luego. Pero no empecemos la casa por las alturas de la apelación a unos principios éticos tan loables como poco exigibles, olvidando los cimientos de la convivencia: insisto, el respeto a la ley.

Cuando no se cumple con la ley -y los primeros obligados son los poderes públicos, los “responsables” políticos-, cuando hay impunidad ante actuaciones y omisiones ilícitas, como la violación de la prioridad del deber de socorro, cuya omisión es un delito (como lo es a mi juicio animar a esa omisión so pretexto de “efectos llamada”, como lo han hecho Teresa May, Jorge Fernández o García Margallo), cuando de forma irresponsable se dificulta el derecho al asilo, como se ha hecho en España, por ejemplo, retrasando durante 6 años la aprobación del reglamento de la ley de asilo –de 2009!!!-,  es absolutamente estéril , a mi juicio, la apelación a la ética o las éticas de turno.

 

La crisis de los refugiados: sus desafíos para la Unión Europea

La crisis de los refugiados: sus desafíos para la Unión Europea

Cuando hablamos de “crisis de los refugiados”, a mi juicio, debemos comenzar por cuestionar lo que parece evidente, porque buena parte de los tópicos, de las ideas recibidas que han prendido en la opinión pública a propósito de ese fenómeno que ha conseguido golpear durante unas semanas la sensibilidad de los europeos —foto de Aylan mediante—, son errores, cuando no falacias. Es decir, deformaciones intencionadas de la realidad. Y conviene hacerles frente.

Lo que trato de subrayar con esta advertencia es que lo que venimos viviendo al menos desde octubre de 2013, cuando nos golpearon las imágenes de dos sucesivos naufragios con centenares de víctimas ante las costas de Lampedusa y, en especial, desde la madrugada del 18 de abril de 2015, fecha en que tuvo lugar el desastre que causó la muerte de más de ochocientas personas frente a las costas de Libia, no es una crisis de refugiados. Mi opinión es que hablamos más bien de un problema y de unos desafíos que, en buena medida son nuestros, aunque sus protagonistas, los que sufren, sean ellos, los refugiados. Es nuestra crisis, en varios sentidos y no la crisis de otros, como se ha construido desde una parte de los medios de comunicación y también en buena medida como consecuencia de mensajes de gobernantes europeos, a través de algunas falacias que, insisto, es preciso analizar, criticar. Como consecuencia también de nuestro fracaso, o, si se prefiere, de nuestra renuncia a responder a los desafíos del propio proyecto europeo, que acaban por desvelar contradicciones en el mismo.

No se trata de negar, ni mucho menos, las dimensiones de la tragedia que viven los refugiados hoy. Pero no ahora: esto se ha agudizado desde al menos hace 20 años, en estas dos primeras décadas del siglo XXI. Las estadísticas de ACNUR son muy claras en ese sentido: hablamos de más de 60 millones de personas, si incluimos refugiados y desplazados. Es como si un país de las dimensiones Italia vagara por el mundo en busca de asilo. Y sucede que esta mal llamada “crisis de refugiados” no es nueva, ni imprevisible, ni una trampa.

No. No se trata de un tsunami imprevisible, un desastre casi natural, aciago y frente al que no podemos hacer mucho más que activar la tantas veces mal llamada solidaridad, es decir, esa suerte de moralina que, en realidad, sirve para acallar nuestro desasosiego ante la desgracia ajena y encima hacernos con la buena conciencia de que somos civilizados y solidarios.

 No. No es que toda la miseria del mundo —esa con la que políticos realistas y responsables nos recuerdan que no podemos cargar en exclusiva— se haya puesto en marcha en dirección al paraíso europeo, como si se tratara de los escenarios apocalípticos de The Walking Dead o Guerra mundial Z.

No. Por mucho que se empeñen en insistir en ello algunos líderes políticos europeos y destacados príncipes de la Iglesia católica, tampoco se trata del desafío de una amenaza mortal, la llegada del yihadismo, del terrorismo de al Qaeda o el Daesh1, que adopta el disfraz del desamparo para ocultarse cual nuevo caballo de Troya. No estamos ante una nueva modalidad de ese fobotipo del “ejército de reserva de la delincuencia” que denunciara ya Marx.

 No. La llegada de algunos centenares de miles de refugiados (quizá 800.000 al final del 2015, según estimaciones de OIM, ACNUR y la propia FRONTEX) hasta las fronteras sud-orientales de la UE y, en menor medida, a las costas italianas a través del canal de Sicilia, es el resultado de causas bien conocidas y por tanto un fenómeno previsible.

Lo sabíamos. Llevamos años asistiendo en directo al espectáculo de la guerra, la persecución, el hambre, la enfermedad, la muerte de millones de personas en Afganistán, Siria, Somalia, Eritrea, Libia, Sudán del Sur o Mali. Y ninguno de nosotros —menos aún, quienes nos gobiernan— podemos llamarnos a andana aduciendo sorpresa ante la primera, evidente y previsible consecuencia de todo esto: la necesidad de huir. Huir para encontrar un sitio más seguro, mejor, un refugio. Una acogida que, por cierto, les proporcionan los países vecinos, incluso con riesgo de verdadero desbordamiento. Ahí están, y no los repetiré, las estadísticas de ACNUR, que nos explican que los Estados que acogen el mayor número de refugiados se llaman —por ejemplo en el caso sirio— Líbano, Jordania, Iraq o Turquía; es decir, no, ni de lejos, los de la Unión Europea. Y lo mismo sucede con los que huyen de Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Eritrea, República Centroafricana o Nigeria, ni del pueblo royhinga: sólo una mínima proporción consigue llegar a Europa. La inmensa, la abrumadora carga de esa acogida, la protagonizan países limítrofes, cuyos PIB están lejísimos del nuestro.

Pero podría y debería recordársenos, también, que en buena medida nada de eso nos es ajeno. Y no hablo de un vago sentimiento de piedad o de humanidad con nuestros prójimos tan lejanos. Los refugiados son nuestro problema, aunque, como trataré de hacer ver, al mismo tiempo son elsíntoma de nuestro problema.

Los refugiados son nuestro problema porque ante todo tenemos un contrato con ellos, con los refugiados. Un contrato, una promesa jurídica de protección y garantía, del que no podemos ni debemos desentendernos: todos los Estados de la UE son Estados-parte, es decir, firmantes de la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York de 1966 —por no hablar de las convenciones y pactos que reconocen lo allí aprobado: desde el Convenio Europeo de Derechos Humanos hasta la Carta de Derechos de la UE y las Constituciones de los Estados de la propia UE—. Hablamos de instrumentos jurídicos vigentes, que dejan claro cuáles son los derechos de los refugiados y los deberes que adquieren los Estados que firman esos instrumentos para garantizar tales derechos. La primera y fundamental consecuencia es que no podemos desdecirnos de ese contrato, no podemos decir ahora que no va con nosotros. Tenemos la obligación de cumplir con nuestro compromiso de reconocerles y garantizarles los derechos que son el contenido del estatuto de los refugiados a quienes se reconoce como tales; bien como refugiados plenos y por tanto el contenido del derecho de asilo, bien a quienes al menos reconocemos el derecho a una protección internacional subsidiaria.

En segundo lugar, los refugiados son nuestro problema porque los gobiernos que hemos votado los europeos en los últimos años son, en no poca medida, responsables por acción y/o por omisión de eso que ahora llamamos erróneamente catástrofes humanitarias, es decir, de los acontecimientos que obligan a los refugiados a huir. Y al hilo de este argumento me permito insistir una vez más en el juego perverso de términos y conceptos. Nos gusta llamarlos así, “catástrofes”, “emergencias”, “desastres”, cuando no directamente “tsunamis”, porque parecen apuntalar la idea —tan falsa como reconfortante— de que se trata de fenómenos tan imprevisibles como ajenos a nuestra responsabilidad. Como si fueran consecuencias aciagas de factores naturales, del azar, o, en todo caso, de la brutalidad, del salvajismo de esos pueblos que están tan lejos de nuestra civilización y nuestras maneras, que gustan de exterminarse periódicamente, de perseguirse por sus diferencias étnicas, lingüísticas o religiosas. Pero no. Los refugiados no son un problema lejano y ajeno que ahora ha conseguido acercarse a nuestras costas. Debemos recordar que en el origen de estas huidas masivas se encuentran también nuestros intereses y negocios: por ejemplo, los de explotación de recursos minerales y energéticos en Libia o Mali; los de venta de armamento a Siria, Iraq, Somalia, Eritrea o Afganistán; los de tecnología de desecho y contaminante del que el archiejemplo es Nigeria.

Y no sólo son nuestro problema por la responsabilidad que tenemos en las causas que desatan la necesidad de huir. Se trata también de nuestra indiferencia, de nuestra responsabilidad por omisión ante la persistencia de esos factores desencadenantes de la huida. Y recordaré el ejemplo de Siria: ¿acaso carecemos de responsabilidad por nuestra indiferencia ante cuatro años de genocidio y guerra civil que han devenido en un multienfrentamiento sanguinario y que sólo ahora, en las conversaciones de Viena que acaban de comenzar a finales de octubre de 2015, parecen ser abordadas para evitar el primer mal, la guerra? ¿Desconocemos quién arma al Daesh, a las milicias franquicias de al Qaeda, al régimen de Al Assad o al dictador de Eritrea? ¿Hemos adoptado sanciones y bloqueos a quienes se enriquecen con esas ventas? No, porque o bien son aliados nuestros —Arabia Saudí el primero—, o rivales con los que no queremos negociar como Rusia, China o Irán, o bien, directamente, somos nosotros mismos, nuestras propias empresas e industrias de armamento y tecnología.

Crisis europea: falacias y contradicciones del proyecto europeo

Esa crisis de los refugiados es, en realidad, otra cosa, el síntoma de nuestro problema. Porque lo que ha aflorado a propósito de esta que llamamos “crisis de refugiados” es la verdadera crisis europea, en un sentido tan profundo que quizá requeriría otro Husserl para glosarla. Se trata de una crisis europea, porque amenaza con hacer naufragar al proyecto europeo. Y es así porque la crisis de los refugiados se ha convertido en la prueba de fuego de los principios, de las instituciones, del proyecto mismo para el que nació la UE: ha desnudado nuestros problemas de fondo como europeos, como ciudadanos de la UE. Ha sacado a la luz contradicciones entre los objetivos del proyecto. Falacias sobre las prioridades y los medios supuestamente necesarios —la inatacable racionalidad y prioridad absoluta de las políticas de contención del déficit, por ejemplo— y ha desvelado, otra vez, que el rey está desnudo, que tras la tramoya de reuniones, burocracia, cargos, funcionarios, privilegios y todo eso que llamamos “Bruselas”, no hay nada que valga la pena si perdemos su sentido, su razón de ser. Dicho de otra manera; el proyecto europeo está en riesgo de perecer porque hemos tratado de sustituir la razón política, la que da sentido al mismo, por la instrumental, un discurso pretendidamente verdadero, que secuestra la racionalidad en régimen de monopolio, el del liberalismo económico y sus dogmas supuestamente científicos, en el que naufraga la cuestión del sentido: qué sentido tiene unirnos como europeos.

Advertiré que no quiero hablar en estas páginas de los problemas técnico-jurídicos de un sistema europeo de asilo, que los hay y constituyen un enorme desafío. Pero para el que existen respuestas y bien conocidas, ofrecidas incluso desde dentro de las instituciones europeas. Por ejemplo, en la resolución 250/2015 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa The Human Tragedy in the Mediterranean: inmediate Action needed2, en las intervenciones de las eurodiputadas Roberta Metsola y Cécile Kyenge para la Comisión de derechos y libertades del Europarlamento3, o en las sugerencias de los eurodiputados Ska Keller y Ernest Urtasun en su artículo Actúen4. Ahí se pueden encontrar respuestas a cuestiones de este tipo: ¿cómo garantizar vías seguras y legales para plantear las demandas de asilo? ¿Cómo establecer un verdadero sistema europeo de asilo, es decir, estable, mejor, permanente y común, un sistema que ha de ser obligatorio y proporcionalmente compartido por todos los países de la UE?

Quiero hablar de otra cosa. De los desafíos políticos de fondo: discutir, por ejemplo, la contradicción entre el intento de establecer un espacio de libertad, justicia y seguridad en el que impere la libre circulación de las personas, y la necesidad correspondiente, pero antitética, de reforzar y aun incrementar las fronteras. Surgen nuevos muros y vallas en las rutas del sureste, desde Turquía hasta Centroeuropa (sobre todo hacia Alemania y en menor medida Suecia), tanto en la inicial, a través de Hungría, como en las que ahora atraviesan los Balcanes, y naufraga la garantía de un derecho básico, el de asilo, que no se puede supeditar a cuotas. Y entonces aparecen cuestiones de enorme complejidad: ¿Por qué tiene derecho al asilo el refugiado numero 160.000 y no el refugiado número 160.001?, ¿podemos desentendernos de éste y de los que le sigan?, ¿son menos refugiados? No digo que tengamos que garantizar efectivamente el asilo a todos los refugiados del mundo. Ante todo porque esa es una hipótesis contrafáctica: la inmensa mayoría de los refugiados del mundo no van a venir, no pueden llegar a las fronteras europeas. Pero sobre todo esa cuestión nos interpela acerca de los medios que estamos dispuestos a adoptar para contribuir a garantizar ese derecho. Lo que significa qué medidas debemos adoptar para hacer más fácil el acceso legal al derecho de asilo y evitar que se jueguen la vida intentando llegar hasta donde les permitimos plantear su demanda. Aún más, lo decisivo es nuestra contribución a que desaparezcan las causas que obligan a millones de personas a huir. ¿Qué debemos hacer para acabar con la guerra en Siria, en Afganistán, en Mali, en Libia?, ¿y para acabar con las dictaduras y los Estados fallidos en Eritrea, Sudán del Sur?

Mientras tanto, no podemos ser ciegos a la evidencia de otro desafío político y jurídico: se abre y ensancha la crisis del principio jurídico de solidaridad entre los propios socios europeos (la referencia es el artículo 80 del Tratado), y se pone en evidencia una confrontación de intereses y aun de valores entre esos socios, especialmente por lo que se refiere a los del este europeo (Polonia, Eslovaquia, Rumania y Hungría), que ingresaron en la gran ampliación. No compartimos intereses, valores, prioridades y estrategias. Y se hacen evidentes también las grietas entre el norte y el sur europeos, al menos en lo referido a prioridades de intereses y estrategias. Eso es palmario en el caso de España y sobre todo Italia y Grecia, ante la “emergencia migratoria” y la “crisis de refugiados”.

La respuesta: más democracia, más ciudadanía europea

Hay un último desafío, aunque en su núcleo se encuentra, paradójicamente, una razón para la esperanza política en el proyecto europeo. Me refiero al del déficit democrático de la UE, a la distancia abismal entre los gobernantes europeos y una ciudadanía que recupera el sentido común, el orden de prioridades, y se pone manos a la obra para tratar de encontrar soluciones que garanticen nuestro primer deber. Ahí donde está la crisis, está la oportunidad, como dijera Hölderlin: la oportunidad de la constitución de una ciudadanía europea que ha tomado conciencia de que, antes que los juegos burocráticos y competenciales en los que se enredan nuestros gobernantes y que les permiten, por ejemplo, utilizar su lengua de trapo para decir que “convocarán una reunión urgente para quince días después” (sic), que antes de parapetarse en la “sagrada intangibilidad de nuestras fronteras y nuestra soberanía”, hay deberes primarios correspondientes a derechos con cuya garantía estamos comprometidos.

Porque lo que está en juego en la mal llamada “crisis de los refugiados” es, ante todo, tomar en serio los derechos que la UE dice defender y promocionar como signo de identidad. Nuestra disyuntiva, más allá de tecnicismos jurídicos, es si estamos dispuestos a evitar la muerte, el riesgo que corre la vida e integridad física de decenas de miles de personas que, literalmente, se juegan su vida y la de sus hijos ante nuestros ojos. Nuestro desafío es si queremos ser coherentes y evitar la vergüenza, la indignidad que suponen las imágenes de seres humanos que huyen del peligro y se ven hacinados, bloqueados en fronteras y angustiados, mientras se agolpan desesperados en estaciones o campamentos y que, en no pocos casos, son acosados y maltratados por la policía, como hemos visto sobre todo en Hungría.

Creo que la embajadora de Hungría en España puso el dedo en la llaga de nuestro cinismo, al menos de nuestro desasosiego. En una entrevista del pasado mes de septiembre5, la oímos hablar de la “política ejemplar de fronteras” que España desarrolla en Ceuta y Melilla y de la que son estandarte esas concertinas que, además, exportamos ahora por doquier. O al señalar el doble rasero de quienes, como Francia o Inglaterra, critican los campamentos para refugiados en Hungría mientras mantienen la vergüenza de Calais.

Las imágenes de la “crisis de refugiados” son imágenes que, para cualquier europeo (para cualquiera que sepa algo de historia) evocan precisamente aquello que queremos desterrar para siempre. Aquello para lo que nacieron primero las Naciones Unidas y luego la propia Unión Europea. El primado del Derecho, del Estado de Derecho, es decir, del reconocimiento y garantía de los Derechos Humanos, como condición sine qua non de la paz y la prosperidad de las naciones.

OPCIONES CORNUDAS

OPCIONES CORNUDAS

Javier de Lucas

 

 

Llegar a Buenos Aires el día en que acaba el ciclo del kirchnerismo tiene su aquél. La victoria de Macri y sus aliados, mucho más apretada de lo que se pronosticaba (la diferencia no llegó al 3%), constituye, dicen, un hecho histórico, un <cambio de época>. Cuando se abandona la euforia, es posible colegir que el baile de esas prima donna de quita y pon, parece mucho menos dramático de lo que nos cuentan. Al fin y al cabo, me resumía un amigo, se trataba de elegir entre el candidato de los fondos buitre y el de los fondos de la corrupción: la diferencia es sobre todo maquillaje ¿o no?

No estoy convencido de que esos corrimientos pendulares, que pasan del acontecimiento galáctico (al estilo del anunciado por una Leyre Pajín que ahora sigue viviendo, por cierto, del sacrificado contribuyente) a la prosaica constatación de que estamos ante los mismos perros aunque lleven distintos collares, no sean una simplificación. Ni la angustia de decidir sobre el destino del mundo, ni la vulgaridad de elegir entre dos marcas blancas, sino alternativas ficticias que responden a un designio único. Quiero decir que, frente al pesimismo realista, hay razones para pensar que el elector no se encontraba ante un argumento cornudo, en el que los dos planteamientos posibles conducen al mismo y triste resultado (como en el viejísimo chiste: qué preferís, nosotros o el caos?…cuando los que lo plantean son el caos…). Macri y Scioli no son tan distintos, pero la opción del primero, un empresario fiel al dogma neoliberal, anuncia recortes en derechos y servicios sociales, privatización de lo público, empeoramiento de la condición de los más vulnerables, ensanchamiento de la desigualdad. Si eso es o no peor que lo que nos proporcionan quienes prometen la prioridad de la intervención de los poderes públicos pero se dedican a engordar sus bolsillos desviando a ellos los fondos de los esforzados contribuyentes mediante variadas técnicas de corrupción es algo que debemos decidir, siempre teniendo en cuenta que, por lo que sabemos, los supuestos liberales debeladores de quienes malgastan y se corrompen han mostrado una capacidad inaudita para corromper y corromperse. Y de eso, aquí en España, sabemos un rato (un Pujol, una Aguirre, y los demás nombres que decoran casos Gürtel, Palau y tuttiquanti).

¿Estaremos el día 20 ante un dilema similar? Hay quien sostiene que sí: al fin y al cabo, parecería que incluso los radicales que reivindicaban el poder de los ciudadanos, de la calle, hayan adoptado en un plazo vertiginoso las mañas que se suponía que lastraban a los viejos partidos (caso omiso de primarias, regreso al leninismo verticalista, renuncia a los principios en pro de los slogans mediáticos…). Por no hablar de esa supuesta renovación de quienes presumen de hacer tabula rasa de la vieja política y resulta que están más agarrados a la bandera que sus padres del PP, y no menos dispuestos, a las primeras de cambio, a falsear curricula y olvidar compromisos de transparencia con tal de tocar poder.

Yo creo que no. Hay test que ayudan a decidir: ¿qué nos ofrecen sobre políticas migratorias y de asilo? Qué harán respecto a la reforma laboral? ¿mantienen los privilegios de las compañías que hacen fortuna con lo que debieran ser necesidades básicas (luz, agua, gas)? Apostarán por un sistema público de educación, investigación y ciencia o por seguir beneficiando chiringuitos mal llamados universidades?…no. no estamos forzados a imitar al asno de Buridán.