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LA POLITICA DEL MIEDO, LA IGNORANCIA Y EL DESPRECIO (Reporters, febrero 2017)
http://losreporteros.info/la-politica-del-miedo/
Hay quien sostiene que, tras su inesperado e increíble triunfo, Trump hará olvidar con pragmatismo las continuas sobreactuaciones, insultos, despropósitos y exhibiciones de ignorancia durante la campaña. Estas serían atrezzo destinado a subrayar su carácter de alguien corriente, ajeno al estilo de los políticos de Washington, al stablishment contra el que quería aparecer como paladín. Pero los que hemos seguido durante estos meses sus declaraciones y sus intervenciones en los debates no podemos olvidar sus repugnantes tomas de posición sobre el medio ambiente, las armas, los inmigrantes y refugiados, sus despropósitos sobre la lucha contra el terrorismo, sus inaceptables declaraciones sobre las mujeres…Qué ha pasado? Se trata, como nos explican, del triunfo del antisistema frente a la poco empática Clinton, identificada con la vieja política? Es el triunfo del tópico del país de las oportunidades?
A mí me convence más el argumento de que, entre los muchos y complejos factores que han llevado a la presidencia de los Estados Unidos a alguien que tantos pensábamos inverosímil, hay uno en el que no se insiste lo suficiente y que no es privativo de ese país, ni siquiera de la crisis occidental de la democracia. Estamos creando a toda velocidad una máquina colectiva de humillación que, unida al cultivo del mensaje del miedo al otro, hace aparecer no sólo sociedades desiguales, sino excluyentes, xenófobas, cerradas a la diversidad.
En rigor, no es nada nuevo. Dostoievski describió muy bien el argumento en Humillados y ofendidos y Gorki en su relato Los exhombres. Victor Hugo nos dejó Los Miserables. Nuestro Buñuel ilustró en varias de sus películas (Viridiana, Los olvidados) el mecanismo de reacción destructiva que así se crea y más recientemente, encontramos esa mirada en una película menor, pero fielmente agarrada a la misma idea, La Haine, de M.Kassowitz. Desde diferentes perspectivas, filósofos como Nietzsche y Scheller nos hicieron ver la capacidad del resentimiento, del odio, como motor moral y social característico de la moral burguesa; el mismo motor que la escolástica denominaba “odio retenido”. Pero es Honneth, tras las huellas de Charles Taylor y su revisión de la teoría del reconocimiento, quien nos ha presentado un muy convincente análisis de lo que denomina “La sociedad del menosprecio”. Es esa que construye una relación con los otros, cuya base no es sólo la desigualdad o la exclusión -temas clásicos y contrastados por la experiencia histórica-, porque hoy se añade algo más: una capacidad de negar reconocimiento al otro, que se muestra particularmente eficaz a la hora de expulsar a quienes a duras penas habían conseguido ser incluidos o estaban a las puertas de serlo, aunque fuera como mal menor, como manera de desactivar la peligrosidad de las clases peligrosas, de los que viven en los márgenes. En coincidencia con Sassen, Honneth muestra el proceso individual, social (económico y cultural) y político que lleva, desde la indiferencia ante la suerte de esos otros, acorde con el legado de Caín, al desprecio y aún al odio, por la vía de la ignorancia y del miedo.
Ahora bien, la semilla de la humillación no sale gratis. Las sociedades en las que ese proceso prolifera, se ven abocadas al engaño y al miedo y así, en tantos casos, asistimos a la involución de Estados que fueron del bienestar porque tuvieron una cierta capacidad inclusiva (aunque basada en no poca medida en esas malas razones de domesticar a las clases peligrosas), pero que hoy retroceden en nombre del agresor externo –no digamos si lo tenemos dentro: inmigrantes, refugiados- hacia Estados policial penales. El margen de la disidencia aceptada -seamos exactos, “tolerada”, en el genuino, paternalista e inaceptable sentido de la tolerancia como sucedáneo de los derechos en serio- se estrecha, casi al mismo tiempo en que, como destaca Honneth, se verifica el test de los derechos sociales: éstos vuelven a su lugar liberal, se tornan en mercancías, expectativas, aspiraciones que, sí, pueden recibir alguna satisfacción, y no para todos, en época de “vacas gordas”. Pero no, en ningún caso, derechos en sentido fuerte, que obliguen a los poderes públicos. Cuando llegan las “vacas flacas” y siempre llegan para los más vulnerables, a lo más que se aspira es a la limosna, a la beneficiencia.
Todo eso es el alma descarnada de lo que llaman “capitalismo compasivo” (otros hablan desvergonzadamente de la <ética de los negocios>, sobre todo para hacer negocios con la ética, algo siempre bien pagado) que tiene el premio del prestigio de la coartada <ética> y que de una u otra forma comporta que el perdedor, el que no triunfa, es culpable. Lo que desnuda la trampa argumentativa del supuesto capitalismo compasivo y lo revela como pura fachada es su propia lógica de beneficio insaciable, como ilustra Ken Loach en su I’m Daniel Blake: una amenaza que nos acecha a todos, porque ser trabajador, en esta sociedad del riesgo que produce la mayor <industria de desechos humanos> (Bauman), no es ya salvoconducto frente a la pobreza o incluso la miseria. Aún peor cuando el punto de partida no es el de sociedades democráticas, sino el de dictaduras que tratan de engrasar la situación mediante el paternalismo y la corrupción. El hartazgo ante la humillación generalizada, como ha explicado Naïr mostrando cómo el suicidio del humillado Mohamed Bouazizi detonó la revolución tunecina (y que hoy podría revivir en Marruecos por la muerte del pescador Mohucine Fikri hace unos días) lleva a la ruptura, a la revuelta de quien no tiene ya nada que perder (por cierto, un argumento con el que Trump descaradamente pedía el voto de negros y latinos). Lleva a la búsqueda de caudillos o movimientos que capitalizan esa indignación al tiempo que hacen de ella una fe, una creencia que incluso puede encarnarse en una comunidad que no sólo es de fieles, sino de hermanos, de agraviados.
Amplias capas sociales se han visto afectadas en su estilo de vida –su confort en el mejor de los casos- por la ruptura de elementos básicos del vínculo social como consecuencia de la imposición de ese mercado global sin ley que nos ha impuesto el liberismo dominante. Y no sólo en los EEUU. Lo sabemos bien. La conciencia de ese desclasamiento, de la pérdida de status es fácil y demagógicamente (ahora se emplea más el calificativo <populista>) en dos sentidos coincidentes: la necesidad de revancha contra el chivo expiatorio y la adhesión al líder que se presenta como el paladín del combate al <sistema> que ha producido nuestra humillación, nuestro empobrecimiento. Añádase el rencor contra quien, siendo visiblemente otro, se convirtió en el Presidente y ¡Comandante en jefe! del país, un afroamericano educado –como su esposa- en la elite de las Universidades de la Ivy League, que no acepta el papel de Tío Tom y promete integrar a los inmigrantes, critica la posesión de armas y se distancia de la supremacía blanca, en un país en el que los afroamericanos tienen que seguir reclamando Blacks Lives Matter. El resentimiento por la conciencia de humillación se acrecienta con el rechazo a una veterana personalidad del stablishment de Washington, carente de campechanía, que diríamos aquí, y que comete el error de menospreciar no sólo a Trump, sino a quienes le dan apoyo porque ven en él un paladín de la lucha contra ese stablishment que les humilla.
No sé si, como ha apuntado alguien con agudeza, para eso que llamamos <sistema>, Trump es en realidad una oportunidad de mantener el statu quo, porque se asemeja al protagonista de la novela de Jerzy Kocinsky, Being there (Desde el jardín), cuya versión cinematográfica, con un soberbio Peter Sellers, se llamó aquí Bienvenido Mr Chance: una marioneta manipulable y que crea la ilusión de que el hombre corriente –la mujer sería, según parece, pedir demasiado- puede triunfar aún enfrentándose al sistema, de donde el apoyo más o menos subterráneo a Trump, aun en detrimento de su representante “natural”, Clinton. Lo que sí sé es que la igualdad de los derechos, empezando por los de las mujeres, el reconocimiento a los inmigrantes y refugiados como sujetos que deben ser reconocidos como justiciables, las prestaciones sociales por parte de los poderes públicos a los más vulnerables (ancianos, enfermos, parados), por no hablar del cierre de Guantánamo, el imperio de la ley y del Derecho en el orden internacional, el sometimiento a reglas no bélicas de los conflictos, la respuesta ajustada a Derecho ante el terrorismo internacional, no son las prioridades del programa de Trump. Y no me gustaría que, frente a eso, se imponga el ralo pragmatismo que parece encarnar en algunos gobiernos europeos y aun en la propia UE. No sé si Trump, como dice agudamente Ramón Lobo, será a la postre fiel a la condición de <político> (de la que ha abominado como clave de su estrategia electoral) e incumplirá sus promesas o si se empeñará en una suerte de berrea frente a Putin y, sobre todo, frente a los perdedores. Vigilar a su administración debiera ser la prioridad. El veterano periódico The Nation lo ha resumido bien: es la hora del duelo, la resistencia, la organización.
TARAJAL (Cartelera Turia, 2767, 10.02.2017)
Esta es una semana en la que, más allá de las terroríficas medidas diarias tuiteadas por Trump, el balance de los premios propios del cine español, en particular los Goya, ocupa lógicamente la mayor parte del espacio en las carteleras. A mí me habría gustado que hubiera podido ser seleccionado para los Goya y premiado, el documental <Tarajal. Desmuntant l’impunitat a la frontera Sur>, producido por Metromuster y el Observatori DESC y del que son autores Xavier Artigas y Xapo Ortega. Pero fue estrenado en TV3 en enero de este mismo año, lo que imposibilitaba que se tuviera en cuenta para esta edición de los premios.
El documental, como es sabido, desmonta, sin alharacas ni excesos, la versión oficial sobre la muerte de 15 personas muertes en la playa del Tarajal el 6 de febrero de 2014, hace ahora tres años. Un caso de manual que muestra la violencia en las fronteras. Peor: la violencia en que se han convertido nuestras fronteras, blindadas cuasimilitarmente por un Instituto armado. El mando del destacamento que actuó ese día, no dudó en utilizar la máxima capacidad de disuasión frente a 15 personas que desesperadamente trataban de no ahogarse, en lugar de socorrerlos (la primera obligación) y luego, sí, conducirlos para ser internados. Se acumularon las mentiras, pese a la evidencia de videos que mostraban el lanzamiento de las pelotas de goma para impedir que 15 personas alcanzaran la playa y no murieran. Versiones falsas, enunciadas con tanta arrogancia como falta de argumentos, por el embustero e incompetente Sr Fernández Mesa, exdirector general de la Guardia Civil (antes implicado en la chapuza de la gestión del Prestige). El mismo que ahora ha sido encumbrado al correspondiente sillón en el Consejo de Administración de la red eléctrica de la que el Estado –nosotros- es importante accionista. Vamos, que le pagaremos los 170.000 euros que va a levantar al año. Ni me molesto en glosar su incompetencia para el puesto.
Se intentó hacer justicia. Pero el 15 de octubre de 2014, la titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción núm. 6 de Ceuta, acordó mediante Auto de sobreimiento, el archivo del procedimiento, lo que produjo a partes iguales indignación y decepción. Sin embargo, la resistencia y el buen hacer de tres ONGs y de sus abogados consiguió que hace apenas un mes, la Audiencia Provincial de Cádiz ordenara la reapertura de la instrucción penal, por considerarla insuficiente, recordando la necesidad de una especial diligencia en la investigación criminal cuando los implicados son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, el hecho de que los 15 muertos (y sus familias) eran, son, personas particularmente vulnerables vulnerables.
Este video, como la foto que le ganó el Pulitzer a nuestro Javier Bauluz, es la prueba de que, antes que mirar a Trump y señalarle la paja en su muro y sus decisiones ejecutivas, en su ignorancia del principio elemental de división de poderes y sus insultos y disparatadas atribuciones de responsabilidad a la justicia, debemos mirar la viga en el nuestro. Y seguir luchando por los derechos de los más vulnerables, ante los tribunales, en el Parlamento y en la calle.
Los solitarios solidarios: la solidaridad sin fronteras, tomada en serio
La solidaridad y los derechos, en serio
Desde el 17 de enero de este año, hasta el 2 de abril, se puede visitar en el Centro Conde Duque, en Madrid, la exposición “Bethune, la huella solidaria. El legado del Dr Bethune y la ayuda de los voluntarios canadienses a la segunda República”, organizada por la Embajada de Canadá, la Fundación Canadá, la Asociación de Amigos de las Brigadas internacionales y el Centro Andaluz de la Fotografía (Junta de Andalucía). Jesús Majada, el mejor conocedor de la peripecia española de Bethune, es el comisario de la exposición.
No se trata de la primera que se haya realizado en nuestro país en torno a la figura del legendario Bethune, un héroe nacional en China (donde murió, después de haber contribuido a crear un servicio médico de alcance, desde las filas de los revolucionarios de Mao), pero menos presente en su propio país y, desde luego, poco conocido en España. Si lo traigo a colación es porque ahora coinciden dos aniversarios particularmente interesantes y porque la figura de Bethune sigue pareciéndome ejemplar en el contexto de la lucha por los derechos, el viejo lema que Jhering recupera de Heráclito y que inspiró buena parte de la obra de Arendt.
Decía que concurren dos aniversarios: por antigüedad, hay que hablar primero de los 150 años de la aparición de la confederación del Canadá (fue en 1867 cuando se confederaron las 4 primeras provincias, Ontario, Quebec, New Brunswick, Nova Scotia). Es un país amigo con el que, más que nunca, conviene estrechar lazos y reconocer su papel de valiente liderazgo moral en la defensa de los derechos de los más vulnerables (como los refugiados), en la afirmación de la necesidad de una democracia plural e inclusiva. No ignoro que Canadá tiene problemas y que sus políticas pueden y deben ser objeto de críticas en algunos temas relevantes, porque la democracia y los derechos humanos exigen un control continuo y es lógico pedir más a quienes demuestran la voluntad política de hacer más. Pero en la era de Trump, el Gobierno Trudeau es un importante foco de esperanza. Me permito destacar el trabajo constante de la Fundación Canadá para acercar en particular la colaboración en el ámbito académico, artístico y científico (entre otros), una obra que debe ser reconocida. Esperamos que la administración Trudeau recupere el vigor de los programas que promocionaban los intercambios en esos campos y que sepamos responder. Este año es una buena oportunidad.
La segunda conmemoración, ochenta años (que se cumplieron el día 6 de febrero) de lo que en Málaga se conoce como “la Desbandá”. Es el primer crimen de guerra contemporáneo, de carácter masivo y cometido contra la población civil, del que tenemos testimonio. El ejército sublevado (en particular, la marina y la aviación franquista) sometió a feroces ataques a un importante número de mujeres, niños y hombres –se llega a hablar de 150.000- que trataban de alcanzar refugio en Almería huyendo de Málaga y de poblaciones cercanas, ante la inminencia de la entrada de las tropas de Franco en la ciudad. Se trata sin duda de un importante precedente (más grave aún que el bombardeo de Gernika) de lo que se desarrolló de inmediato en la segunda guerra mundial y cuya extensión, hoy, desgraciadamente conocemos hasta tal punto que la hemos incorporado a nuestra rutina informativa: baste pensar en la destrucción sistemática de Alepo y en los crímenes cometidos contra su población civil, sin necesidad de remontarse a lo sucedido en los Balcanes. La población civil, insisto, como objetivo directo de los más crueles ataques, como pieza clave de la estrategia bélica.
Bethune era un médico canadiense con una profunda exigencia de solidaridad, acrecentada por su experiencia con sectores sociales desfavorecidos de la población de Montréal, durante la Gran Depresión. Ese mismo espíritu de solidaridad y sus convicciones claramente izquierdistas (era militante comunista) le llevaron a acudir a España como un voluntario más (aunque no formalmente encuadrado en las Brigadas Internacionales, sino en la Unidad Médica de Canadá en Madrid y en el Batallón Mackenzie-Papineau) en ayuda de la IIª República. Creó un servicio móvil de transfusión de sangre –que desarrollo luego durante su posterior experiencia en China y que está en el origen de las famosas Mobile Army Surgical Hospital (M.A.S.H.)-, con el que recorrió diversos frentes y ciudades. Se encontraba en Valencia cuando tuvo noticia de la situación en Málaga y se desplazó hasta Almería para tratar de ayudar. Hizo varias veces el recorrido desde Almería a la caravana de los huidos, llevándose consigo a todos los que podía acoger. El mismo y su colaborador, Hazen Sisé, tomaron abundante testimonio gráfico (depositado hoy en el Centro Andaluz de la Fotografía) y describió con detalle la masacre en su pequeño ensayo El crimen del camino Málaga-Almería, que caracterizó como “esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos”. Conviene leer también su magnífico Las heridas, del que hay una estupenda edición en castellano (Pepitas de Calabaza).
Bethune, como Henri Dunant, el fundador de la Cruz Roja, fue adelantado del espíritu que ha permitido desarrollar contemporáneamente el Derecho internacional humanitario, al servicio de la primacía de los derechos humanos aun en contextos de conflictos bélicos. Un ejemplo de esa increíble tenacidad propia de algunos solitarios solidarios, esos sujetos que no predican moralina pero que arriesgan su vida a fondo por los demás y saben crear instrumentos y redes de solidaridad. Toman en serio el deber de solidaridad en su sentido fuerte, no como mera recomendación heroica. Y lo trasladan más allá de las fronteras, porque saben que el sujeto de la solidaridad es la humanidad: todos los seres humanos que viven amenazados… Bethune, como Camus, es uno de esos solitarios solidarios y merecería un hueco en el elenco de lo que el recién desaparecido Todorov ha llamado en su penúltimo libro, los insumisos, aquellos que saben decir <no> cuando la inmensa mayoría se pliega al <sí> y, además, como decía Germaine Taillon, hacen de su no, un sí.
Imágenes: 1. Ilustración conmemorativa. 2. Refugiados republicanos huyendo de Málaga. Fuente- culturaandalucia.com 3. Norman Bethune.
Una entrevista en Ababol, suplemento cultural de
http://www.laverdad.es/ababol/201702/04/vamos-perder-derechos-vamos-20170204003633-v.html?ns_campaign=rrss&ns_mchannel=boton&ns_fee=0&ns_source=tw&ns_linkname=ababol