Canción de otoño (Cartelera Turia, 28.10.2016)

Una breve estancia en Bogotá por razones académicas me ofrece una oportunidad para tratar de entender algo más el bloqueo a los Acuerdos de paz entre el Gobierno de Santos y las FARC, tras el resultado negativo del referéndum, es decir, hablando en plata, las razones del éxito de Uribe en sus propósitos.

Por supuesto, no descubro nada nuevo al invocar la extrema dificultad del proyecto. No se cambia una sociedad por Decreto. Ni siquiera, por solemnes acuerdos respaldados por la concesión de un Nobel. Menos aún si este premio tiene un sesgo partidista tan claro, pues, una vez más, yerra en el nombre y en la oportunidad: si alguien lo merece no es Santos, sino los sufridos ciudadanos que aguantan la situación desde hace 50 años; la Oficina de víctimas eleva a 8 millones de colombianos los afectados por este conflicto. El número de desplazados supera los 8 millones: sólo Siria se aproxima a estos datos. Las heridas son tan profundas, los recelos tan extremos, que las apelaciones a los grandes principios (Justicia, Verdad, Reparación, Reconciliación), aunque traten de concretarse en centenares de iniciativas y medidas que llenan el texto de La Habana, parecen un empeño abocado a la frustración.

Siento no ser optimista. Si en un espacio tan pequeño que, como dice la canción “no se ve en el mapa”, como es Euskadi y justo cuando conmemoramos los 5 años del cese del terrorismo de ETA, al menor roce aparece el rencor, el prejuicio, el odio, como a raíz del incidente en Alsasua, ¿cómo no caer en el escepticismo si hablamos de un país, grande en tantos sentidos, como Colombia?

Y, sin embargo, entre las razones del fracaso, uno encuentra las de siempre: un juego partidista, descaradamente manipulador, al servicio de los intereses de quienes vienen ganando en este conflicto y en lo que se da en llamar la tercera guerra, en todo el mundo. Uribe, el propio Santos y buena parte de los actores, son la elite social y económica del país,  emparentados entre sí y acostumbrados a repartírselo –las tierras en primer lugar-  casi como por derecho natural. No hablemos del lastre que arrastran los paramilitares y buena parte de las guerrillas (FARC y ELN), que han hecho del narcotráfico y de la industria del secuestro, extorsión y  y desaparición de personas su modus vivendi y no sólo operandi.

Menos mal, claro, que uno vuelve a la gran Europa y a nuestro país, un escenario idílico y con un futuro prometedor, a cargo de una clase política que, con raras excepciones, sigue pensando que su ombligo, su bolsillo y el de su partido es la razón de ser de eso que llamamos política. Tout va bien, madame la Marquise, como en la canción que popularizara Ray Ventura. Aunque, la verdad, como estamos en otoño, uno prefiere a Brassens cantando aquello de Verlaine, “je me souviens des jours anciens et je pleure”.

UN GOBIERNO QUE ACTÚA COMO TESTIGO DE CARGO…CONTRA LOS TRIBUNALES (Cartelera Turia, 14.10.2016)

Los magistrados del Tribunal que juzgan el caso Gürtel (A.Hurtado, J.de Diego y J.R.de Prada), han aceptado las tesis de la fiscal anticorrupción, C.Sabadell y han rechazado todos los incidentes de nulidad planteados por J.Santos, exfical de la Audiencia Nacional que ejerce ahora de abogado defensor del PP. La fiscal rebatió todos los motivos de nulidad alegados, negó la imprecisión y falta de concreción de las acusaciones contra el partido, bien y abundantemente definidas en el sumario, y avaló  las grabaciones o registros, expurgados después del caso Garzón.

Fracasa así el descarado intento del PP de torpedear la acción de la justicia en el caso Gürtel, con recursos procesales que ponen de manifiesto su nula voluntad de colaboración con la justicia, tantas veces proclamada y según comprobamos, falaz. Asimismo, la fiscal dejó claro los términos de la acusación (que es lo que debe decidir el Tribunal): es la dirección nacional del PP, y no dos agrupaciones locales, la que debe pagar «los más de 245.000 euros» con los que se vio beneficiado el PP por «los cohechos y malversaciones» cometidos por la trama. La fiscal afirma contundentemente que es el PP, como tal, el beneficiario del cohecho y la corrupción, pues se ahorró ese dinero en campañas electorales porque lo abonó la trama criminal dirigida por Correa (ahora “arrepentido”, según parece).

La respuesta del PP, por boca de la Sra. De Cospedal, una jurista no especialmente dotada para la oratoria y la comunicación, ha sido denunciar la “ausencia de garantías” en el proceso. Algo inaceptable y muy preocupante. Ante todo, por falso. Además, porque esa descalificación, agravada por la calidad de quien la ha hecho, constituye un atentado de grueso calibre a la independencia del poder judicial. Añadamos que, de esta forma, se comprueba que la tan proclamada «colaboración con la justicia» por parte del PP y de su Gobierno, a la hora de la verdad, ha consistido en tratar de anular pruebas mediante tretas procesales propias de rábulas. Todo ello cuando el Gobierno Rajoy acaba de recibir un varapalo del Consejo de Europa sobre el déficit de la independencia judicial en nuestro país, un déficit al que las reformas emprendidas por Rajoy no son ajenas.

Más sal en la herida: visto lo visto en este test, ¿tenemos algún motivo para creer que, de ser investido, ese mismo partido, con el mismo Rajoy al frente, emprenderá el camino de la regeneración democrática? Muchos milagros tendrían que hacer las vírgenes condecoradas e invocadas por los miembros de ese Gobierno para que sucediera así. Y mientras tanto, el PSOE debatiéndose sobre la postura que exige su identidad como partido centenario…

DEMOCRACIA Y CULTURA DE PARTIDO (CTxT, 8.10.16)

La brutal escenificación de los antagonismos y las confrontaciones personales, tácticas e ideológicas en el seno del PSOE, al hilo del Comité federal celebrado el sábado primero de octubre, tiene diferentes planos interpretativos. Se ha impuesto como clave de análisis el enfrentamiento de dos sectores del partido ante un hipotético segundo intento de investidura de Rajoy (abstención o voto en contra), junto a la pugna en los términos clásicos de la lucha por el poder, hacerse con la secretaría general, desbancando a Sánchez.  Pero más allá de eso y pese a lo que sostienen quienes consiguieron derrotarle en la votación, opino que hay otra discusión de mayor calado e interés, porque remite a uno de los más relevantes debates ideológicos de la democracia en el siglo XXI: el modo de entender no sólo la gramática, sino también la práctica de la democracia, lo que supone, por ejemplo, entender cuál ha de ser el papel de la ciudadanía a la hora de decidir prioridades de la acción pública, más allá del voto cada x años y cómo organizarlo. Y por supuesto, cómo ofrecer respuestas desde lo que todavía llamamos izquierda y no sólo de la socialdemocracia.

Pero comencemos por lo que se representó en el proscenio. Si algo se sabía y se había puesto de manifiesto a lo largo de estos dos años es la falta de entendimiento, de química, o, pura y simplemente, la incompatibilidad personal entre “compañeros de partido”, entre Pedro Sánchez, y los presidentes autonómicos, con lugar destacado para la “Baronesa”, a los que podíamos añadir los nombres de algunos ex que juegan a guardianes de las esencias del partido. Comenzando, claro,  por ese alto empleado de Slim que saca a paseo de vez en cuando y siempre que se lo piden su condición de super-ex, olvidando la de jarrón chino. El que no se hayan podido establecer vínculos no digo de complicidad, sino al menos de leal colaboración entre unos y otro, puede echarse en no poca medida sobre la espaldas del ex Secretario General, Sánchez. Este ha evidenciado una considerable incapacidad para actuar conforme a lo que llamamos cultura de partido, que en el PSOE exige que el secretario general sepa mantener los lazos o al menos los puentes con esa galería de personalidades. Pero tampoco se puede decir mucho del esfuerzo de esos ilustres compañeros, ya desde el minuto uno de su elección en primarias, una condición que no conviene olvidar y que no se ha respetado en su derrocamiento.

Constatadas esas obviedades, debemos pasar a lo más sustantivo. Tras ese primer plano, el juego es de otro carácter y a mi juicio tiene como lectura insoslayable el choque entre la cultura de partido y la necesidad de entender que democracia hoy significa otra cosa. Que el juego político requiere hoy avanzar en una exigencia democrática que permita no sólo la regeneración interna, sino ponerse en condiciones de dar respuesta a una ciudadanía que, cada vez más claramente, abandona su posición de consumidor pasivo, tan bien ilustrada en esa parábola que es Wall-E. Esto es, una diferente concepción ideológica, diferente incluso sobre el modelo mismo del juego político. Y ello pese a las protestas de los Puig, Fernández Vara, García Page y Susana Díaz o incluso del Presidente de la Comisión Gestora, Javier Fernández.

Creo que tales diferencias se evidencian si nos planteamos algunas preguntas: ¿acaso no es precisamente esa cultura de partido la que separa crecientemente a la clase política de los militantes y –no digamos– de los votantes? ¿no son los viejos partidos estructuras refractarias a los intentos de abrir el ejercicio de la política al control (por ejemplo, de su financiación) y a la voluntad de los ciudadanos? ¿no es la imposición de la cultura de partido la que hace perder de vista en el PSOE que la tarea prioritaria es, por decirlo a la Ranciére, democratizar la política? Buena parte de esos interrogantes estaban detrás del éxito inicial de Podemos. Pero en cuanto el movimiento se transformó en partido, aparecieron en su interior los mismos vicios que criticaban, comenzando por la imposición férrea de las decisiones del líder ante la primera discrepancia relevante surgida en las propias filas, lo que ha acabado por abrir una brecha en su interior. Por no hablar de esas amenazas de represalias en el apoyo a los gobiernos de comunicades autónomas (Castilla La Mancha, Extremadura y luego Aragón y C.Valenciana), tomando a los ciudadanos como rehenes de su táctica partidaria. Aunque es cierto que la aparición de la lógica pluralidad de tendencias en un partido que parecía encaminarse a una organización conformada según el viejo modelo vertical, es una buena noticia y además se ha hecho en no poca medida a la luz pública.

El PSOE dirigido por Sánchez ha batallado con esa sombra durante dos años. Pero lo ha hecho cada vez más encapsulado en torno a la propia dirección, faltos del pragmatismo. Se  mostraron como devotos fieles de la ética de la convicción (al menos su retórica tiene ese signo), atentos al protagonismo de la militancia y de la calle, pero incapaces de la ruptura real que les diera coherencia con esa otra cultura democrática que asoma desde el 15M. Por eso su batalla se planteó mal: no puso el esfuerzo en recuperar la tensión democrática que resulta de abrirse con transparencia a militantes y simpatizantes (las primarias, como una ley exigente de financiación de los partidos son sólo un paso, necesario pero no decisivo en el impulso de democratización), sino que dispuso su estrategia en torno al objetivo de evitar el sorpasso y no en mostrar la capacidad de renovación democrática del PSOE, tanto o más que Podemos.

Por su parte, quienes han practicado el acoso y derribo de Sánchez rebosan, sí, cultura de partido y de sus pretendidos signos de identidad. El arquetipo es la Presidenta de la Junta de Andalucía, aparatchikpor excelencia y cuya visión política parece reducirse al bien del partido, como partido socialistaandaluz. El Presidente de la gestora también ha dejado claro que el PSOE es un viejo partido con tradición propia y centenaria y no se debe consentir el contagio podemita. Sin embargo, no acaban de tomar conciencia del cambio de cultura política, de la manera de entender la democracia, del ethosmismo de la política, centrados como parecen estar en una interpretación excesivamente literal de lo que Weber llamara ética de la responsabilidad, con su característica apelación al pragmatismo.

El problema de esa cultura de partido, como se sabe desde hace mucho tiempo, es lo que Roberto Michels llamó la ley de bronce de tales organizaciones, esto es, la suplantación de los intereses genuinos para los que nace el partido, por los de la élite o, para decirlo más pragmáticamente, el aparato que, ante todo, trata de perpetuarse. La incapacidad de esa cultura del PSOE (de una parte, para ser justos, por más que parece mostrarse como mayoritaria) para tomar conciencia de que ha habido un cambio de percepción ciudadana respecto al propio juego de la democracia, que va más allá del debate sobre la cultura de transición o el bipartidismo, me parece patente. Eso, unido a la manifiesta obstinación o incompetencia de Rodríguez Zapatero para diagnosticar y responder a la crisis, junto a su sumisión a la ortodoxia liberal dictada por Wall Street, en lugar de dimitir) explica en buena medida su proceso de pérdida de adhesión ciudadana, aunque algunas –muchas– de las tomas de posición del PSOE de Sánchez, sobre las prioridades en la respuesta a la gestión de la crisis, eran más razonables que las practicadas por el PP y más viables que las recetas predicadas por Podemos.

La retórica de unos y otros, con todo, trató de reequilibrar esos rasgos en la medida en que pudieran detraerles la adhesión de los militantes y de los ciudadanos. Unos y otros, sin duda, han intentado presentarse como fieles a la historia centenaria del partido de Iglesias: ahí Sánchez ha tenido que hacer más esfuerzo en la medida en que su déficit era de cultura de partido. Unos y otros han apelado al bien común, al interés general o como mínimo a la prioridad de la voluntad de los militantes: y ahí el esfuerzo ha tenido que ser mayor entre los primeros, conscientes de que la militancia apoyaba mayoritariamente ese discurso del no, que Sánchez ha conseguido finalmente erigir en el discurso vertebrador de quien milita –incluso de quien vota– en el PSOE.

Lo peor es que el desgarro, ese abismo que se ha abierto en el interior del PSOE y que la costurera andaluza dice querer zurcir, no sólo es muy difícil de suturar, sino que muy probablemente se coserá en vano. Porque lo verosímil es que asistamos a una llamada al cierre de filas, otra vez la cultura de partido, a esa unidad que siempre tiene el precio de ahogar la pluralidad. Por esa vía, la hipótesis más aceptable es que aún no hayan tocado fondo y que ni siquiera el previsible  derrumbamiento electoral en el caso de terceras elecciones sea ese final del agujero para el partido. Porque yerran el rumbo si no advierten que el desafío que afrontan es otro: abrirse a una verdadera regeneración democrática y convertirse así en una poderosa fuerza redemocratizadora de la política.

Esperar esa reconversión desde el PP de Rajoy, y menos aún si vuelve a gobernar, es wishfull thinking. Si me apuran, en las actuales condiciones, no parece obtenible ni siquiera el nivel mínimo de subsistencia del pathos democrático, sepultado por la red de corrupción que ahoga al partido, la trama venenosa de la financiación irregular, si no delictiva (los tribunales dirán) y su resistencia a abandonar el modelo caudillista  de gobierno interno. Las expectativas de debacle del PSOE en una posible convocatoria electoral en diciembre acaban por redondear el escenario en el que se ha encontrado inopinadamente Rajoy. Con el PSOE no ya arrodillado, sino por tierra, Rajoy se sentará a ver pasar el funeral, si es que no consigue la rendición incondicional antes del 30 de octubre.

Sobre el futuro de la filosofía. Un cuestionario de la Revista Canibaal

A pesar del entusiasmo –sentimiento siempre equívoco– con el que hemos pergeñado el número dedicado a la ironía y la brevedad, una latente y casi frankfurtiana sospecha sobrevuela la redacción de Canibaal. Tenemos una duda, o mejor, algunas dudas. Hemos decidido consultar a varios pensadores con la esperanza de que las disipen. En nuestras conversaciones sobre el leitmotiv del número nos hemos preguntado si, además de una inquietante «adolescentización» general de las conductas –o, dicho hegelianamente, del ansia de reconocimiento–, la modificación del sentido del tiempo y, especialmente, la mutación de los hábitos de lectura, escritura y pensamiento propiciados por la así llamada «revolución digital» –mutación signada por la histeria de la inmediatez y el casi lunático imperativo de la urgencia– han provocado la pauperización del pensar, la frivolización de la reflexión, el insano primado de la listeza sobre la inteligencia y, en fin, la pulverización de la filosofía tal y como la hemos conocido hasta antes de ayer. No sabemos si nos hallamos ante un logos demasiado tecno-estresado, incapaz de seguir haciendo honor a su tarea milenaria… Es difícil formular una cuestión sintética. Tal vez resulte aquí plausible preguntar mediante una paráfrasis de aquella (inexacta pero célebre) pregunta de Adorno sobre la poesía después de Auschwitz («¿Es posible el pensamiento después de Internet»?). O quizás sea más adecuado echar mano de la terminología de Foucault y pediros una suerte de breve ontología de nuestro convulso presente digital en relación con el estado de salud y el porvenir de la filosofía… Ayudadnos, por favor…

 

 

 

 

Confieso mi rubor ante etiquetas como la de “pensadores”* ; incluso la de “filósofos”*. Quizá ahí descansen algunos elementos de mi tentativa de respuesta a vuestra pregunta, ya sea modo Adorno o Foucault; incluso, al estilo del famoso aserto de Benjamin sobre el quehacer de la investigación filosófica como la iluminación que nos proporcionan los “pasajes”.

Casi desde el principio de la tradición filosófica ésta se ha enfrentado a crisis, algunas de ellas vinculadas con la aparición de los primeros productos de la técnica y no digamos de la tecnología. El caso de los Adorno, Foucault… que arrancan del horror de Auscwitz y del fin de la ingenuidad del ideal del humanismo, se vincula a ese desbordamiento de lo que se debe hacer, querer y esperar, por el vértigo de lo que se puede hacer, que conduce  una experiencia de deshumanización hasta ese momento inconcebible. Imposible de pensar porque es la experiencia de tocar esa manera abisal del mal que vinculamos a una total pérdida del sentido del respeto a la vida humana, a la vida. Si es que alguna vez lo tuvimos, lo tuvieron, perdemos el sentido de ser pastores, pero no del ser, sino cuidadores de la vida. No en aras de nuestra voluntad o imperativo de dominio, sino porque es lo que podemos y debemos hacer.

Pero debo añadir de inmediato que no soy de los que vinculan la filosofía a la pertinencia de la pregunta por el sentido de la vida. Estoy próximo a la visión más que irónica, sarcástica, de los Monty Pyton en su The Meaning of Life…. Insisto: está claro que este quehacer no se identifica con la búsqueda de un sentido de la vida. Me resulta más sencillo vincular la filosofía, como sucede en su origen griego, con la política en un sentido –a falta de otra palabra- ecológico: pensar la vida social como vida buena, con el añadido que heredamos de la Ilustración y de Hegel. Se trata de entender el esfuerzo filosófico como una tarea humana común, la de pensar el propio tiempo…para desarrollar la autonomía. Pero no la autonomía como proyecto asequible sólo al individuo excelente, sino la igualdad inclusiva de esa pluralidad constitutiva de todos  cada uno de nosotros y todos los otros, que adivinara Pessoa. Por eso me interesa la filosofía política (ese pleonasmo). Por eso me interesa la pregunta por el imperativo de reconocimiento de todos los otros en el sentido más amplio.

¿Es que la tecnología, el imperio de la imagen y de la instantaneidad, unidas a imperio infantil de la satisfacción inmediata del deseo, esterilizan ese modo de entender  el pensamiento? No creo en absoluto que internet signifique el fin de la filosofía y menos aún el del pensamiento. Todas las profecías y pronunciamientos agoreros sobre el fin del pensamiento, su sustitución por el más grosero positivismo cientista, se han visto incumplidas. Y en algunos casos el pensamiento filosófico ha ofrecido cumbres de la reflexión a este propósito: baste pensar en Heidegger.

Otra cosa es el indiscutible impacto de un modo de vida que no veo mejor ejemplificado que en la película Wall-E. Los seres humanos convertidos en consumidores satisfechos y extraordinariamente pasivos, reducidos a un permanente estado de adolescencia, pero sin el espíritu crítico, la pasión de descubrir y/o rehacer el mundo característicos del joven. Bien es cierto que la ideología del liberalismo económico que desarrolla el capitalismo hasta alcanzar ese grado de achatamiento del ser que profetizara Ferguson en su Ensayo sobre la sociedad civil (el mercado hará perder a los hombres su alma de ciudadano, al precio de su más superficial satisfacción, una satisfacción de necesidades inducidas y permanentemente renovables, cadiucables).

 


* si hay un homo sapiens que, como tal, no es la excepción de Rodin sino el denominador de ese estadio evolutivo de la especie humana, qué sentido tiene hablar de pensador? O es que salvo esas mujeres y hombres excepcionales a quienes se atribuye la categoría, todos los demás humanos no “piensan”?

* asombra que tanto graduado en filosofía se proclame como tal, “filósofo”. Es obvia la licitud de un calificativo similar al de “jurista” o “médico”. Como lo es que la mayoría de quienes reivindican esa condición/profesión, son, en todo caso, profesores de filosofía, algo muy distinto de lo que entendemos en sentido estricto por “filosofo”, título que debiéramos reservar a quienes por la originalidad, profundidad y coherencia pueden aspirar a tener un pensamiento filosófico propio…