EL CUENTO DE LA «NOBLE MENTIRA»

Hace 25 años –en 1991-, dentro de un largo proyecto de investigación sobre el principio jurídicopolítico de publicidad al que dediqué unos quince años (cosas de profesores, claro), preparé para el Centro de Estudios Constitucionales que entonces dirigía el amigo Francisco Laporta una edición crítica del concurso que convocó la Academia de Ciencias de Berlín, por expreso deseo de Federico II de Prusia, bien aconsejado por Voltaire. El tema: ¿es conveniente engañar al pueblo por su propio bien?.

Como buenos prusianos, los académicos decidieron otorgar dos premios: uno, entre quienes respondieran afirmativamente. Otro, para quienes se opusieran a tal propósito. Fuera de concurso, la edición original de la Academia incluyó un escrito de Condorcet. El buen marqués revolucionario, obviamente, negaba la justificación del engaño y rechazaba el uso de la religión o de cualquier placebo o señuelo –panem et circenses– para obtener del pueblo su conformidad, más que su consentimiento. Claro está que Condorcet tenía en mente el pueblo como nación (como demos, diríamos), como sujeto soberano, y no el populacho, la masa ignorante con la que identifican al pueblo los teóricos del despotismo, ilustrado o no.

El asunto no era nuevo y entronca con la tradición de la noble mentira que hallamos en Platón, aunque encuentra formulaciones muy diferentes: no es lo mismo la tesis del engaño para conseguir que el niño se tome la medicina, analogía que está detrás de la tesis de Platón y de quienes le siguen, que el realismo con el que Maquiavelo e tutti quanti sostienen que el gobernante, por fuerza, está obligado a mentir si quiere alcanzar y, sobre todo, mantenerse en el poder, como bien practicara Fernando de Aragón, el referente de Maquiavelo al respecto.

Acabamos de descubrir una carta del Presidente Rajoy, fechada el 5 de mayo, en la que este pide a la Comisión Europea que no nos imponga ya las multas y en todo caso que no actúe mientras estamos en período electoral. Que ya, bueno, la cosa se enderezará en el segundo trimestre con las medidas que hagan falta. Mientras, toca mentir porque se avecina la campaña. Aunque no faltará quien diga que eso de que las campañas daban licencia para mentir era antes. Porque algunos han hecho de la mentira –y no precisamente noble- el sinónimo de su acción política cotidiana. De gobierno o de oposición.

DE ESPALDAS A EUROPA

La casi clandestinidad en la que se commemoró este lunes 9 el “Día de Europa” es un indicio más de la evidencia. El proyecto europeo no funciona e incluso podría decirse que pasa por su peor momento. Eso no quiere decir que no haya conocido dificultades, casi desde su comienzo. Pero el cúmulo de crisis que le afectan hoy, parece herirlo de muerte.

Lo sabemos desde lo que muchos toman como la crisis madre de todas las crisis, la económico-financiera, que emparenta con el muy discutible proceso de aplicación y desarrollo del euro como moneda única (que no común) y los diktat de austeridad de quienes ahora se desdicen con asombroso cinismo de tantas amenazas apocalípticas con las que en su día nos regalaron los oídos,  si no se aplicaban al pie de la letra los mandatos de la troika (como siempre, García Margallo emulando penosamente a Groucho Marx).

Pero hay que sumar la más que evidente crisis institucional de un artefacto a 28 que hace saltar todas las costuras, la amenaza de salida del Reino Unido (aunque es discutible que alguna vez haya entrado) y la mal llamada “crisis de refugiados”, un síntoma de que la condición básica de la que hablara Schuman cuando se funda el proyecto europeo, la solidaridad entre los socios, se esfuma a toda prisa ante la última acometida del virus de la renacionalización, su máximo enemigo.

Sumemos la constatación de que la necesaria ampliación al Este se hizo precipitadamente y mal. Y, en la raíz, el creciente déficit democrático. No porque ahora sea mayor, sino porque ahora es mucho más perceptible por parte de quienes eufemísticamente nos llamamos ciudadanos europeos, cuando es evidente que difícilmente puede haber tal si no hay un pueblo europeo. Y este a su vez sólo es posible si hay una comunidad de Derecho y una mínima identificación activa con lo que quiera que sea esa delicuescente identidad europea.

Y, sin embargo, no parece deseable prescindir de Europa. Sin más y mejor proyecto europeo –es decir, un proyecto político y no simplemente la muy necesaria y nada despreciable comunidad de intereses, la mayoría de los Estados europeos estamos llamados a la más ridícula de las irrelevancias. Lo que es peor, a la más patética impotencia para gestionar los desafíos reales, de la energía a los movimientos de población o el desarrollo sostenible. Eso sin mencionar el verdadero desafío político europeo, la exigencia de una democracia plural e inclusiva radicalmente amenazada, a mi juicio, por las pulsiones nacionalistas que siempre se acaban gestionando en beneficio de los mismos, es decir, no con la liberación de los pueblos, sino con la dominación de los caudillos a los que mueven los hilos los verdaderos amos del cotarro, que, para desgracia de los románticos (los nacionalistas de buena fe, que los hay y muchos), no están por la grandeza de la patria, sino por el beneficio de las transnacionales.

La cuestión es, ¿se discutirá de algo de esto en la inminente campaña electoral? Nos lo propondrán, con iniciativas concretas y traducidas en cifras, los programas de los partidos y coaliciones? Por ejemplo ¿nos hablarán de lo que nos queda de disponibilidad presupuestaria ante las exigencias de Bruselas? Alguna cena tengo en juego y creo que no la perderé si apuesto a que no.

 

EL AVESTRUZ COMPASIVO. NO SON LIMOSNAS, SON DERECHOS!

Javier de Lucas

Entre las muchas falacias que se van colando a propósito de esa gran mentira que llamamos “crisis de los refugiados”, no es la menor ni la menos peligrosa la que deriva todo esto hacia el ámbito de la “tragedia humanitaria” o “emergencia humanitaria”. Que asistimos casi impávidos a una tragedia, es indiscutible. Más de 4000 muertos lo atestiguan. Son centenares los testimonios gráficos, los vídeos, los reportajes que ponen ante nuestros ojos las miserables condiciones de supervivencia (que estremece llamar vida) y las penalidades a las que han de someterse quienes buscan refugio. Por si fuera poco lo que nos cuentan los periodistas, reporteros gráficos y voluntarios, basta acudir a YouTube o a las web de las ONGs que trabajan sobre el terreno para comprobarlo con nuestros propios ojos, como suele decirse.

¿Se trata de una “emergencia humanitaria”? En principio, no, pero al final, sí. Me explico. La salida de refugiados desde Siria era perfectamente previsible, nada de emergencia insólita, repentina, sorpresiva. Como la de quienes abandonan Afganistán. O los que huyen de Eritrea. O del territorio bajo el cruel dominio del DAESH. Lo ha sido más en el caso sirio, según avanzaba la guerra civil que destruye todo lo que se pone por delante.

ciego de los romances solana 1915-1920

Pero es que llevamos así cinco años. Ante nuestros ojos, ese desastre se ha convertido en una emergencia. No tenemos excusas: los europeos, y con ello quiero decir ante todo los gobernantes de los Estados de la UE que nos “representan”, debíamos y además podíamos haber organizado desde el principio, en coordinación con ACNUR, una asistencia ordenada, compartida y programada para hacer frente a la situación de desastre que se vive en la zona y para cumplir, en definitiva, con los deberes que habíamos contraído cuando ratificamos la Convención de 1951 y el Protocolo del 67. Y cuando los especificamos en normas europeas de asilo, como las Directivas 32 y 33 del año 2013, recientísimamente. Porque la primera parte de esa respuesta incluye necesariamente el cumplimiento de esos deberes jurídicos que derivan del Derecho internacional de refugiados. Una respuesta, sí, que ha de ser distribuida de modo solidario y equitativo.

En mayo de 2015 la Comisión Europea planteó (algo tarde, desde luego, pero más vale tarde…) la concreción del cumplimiento de esas obligaciones mediante la Nueva Agenda Europea de Inmigración y Asilo. Y nuestros gobernantes –por ejemplo, el tantas veces falaz sedicente democristiano (¿qué demonios entenderá por eso?) García Margallo, o la Sra Theresa May, que no sólo los del grupo de Visegrad– mostraron su estatura moral, jurídica y política: se negaron, pusieron toda suerte de obstáculos, regatearon y, entre todos, consiguieron que fracasara un programa mínimo y común de cumplimiento de obligaciones respecto al derecho de asilo que necesitan quienes, después de múltiples dificultades, llaman a nuestras puertas para plantear esa protección internacional a la que tienen derecho en su inmensa mayoría.Derecho a exigir su cumplimiento, digo.

guitarrista ciego_picasso - 1903

Pero no. Con muy honrosas excepciones (las de los propios ciudadanos, las de gobiernos autonómicos y municipales), nosotros, pobrecitos europeos, decimos estar desbordados, acoquinados, a punto de quedar exánimes ante ese desafío que llega en un momento tan dífícil(para ellos, para los refugiados sirios, por ejemplo, todos son tiempos difíciles). Y por eso recurrimos a lo que Catherine Withol der Wenden, una de las más agudas estudiosas del fenómeno migratorio y de asilo, denomina táctica del avestruz. Alejar el problema para que lo arreglen otros: esto es, darles dinero a los turcos para que se ocupen ellos. Y como enterramos la cabeza en nuestros acuciantes problemas, no tendremos delante a los demandantes de refugio, ya no existe el problema. Es verdad que, como buenos europeos, añadimos un matiz, presente en las pintorescas teorías del capitalismo compasivo, y reformulamos el modelo para crear lo que llamaré el avestruz compasivo. Sin exagerar, claro.

Esa es la parábola de un niño afgano, Osman, aquejado de parálisis cerebral y confinado con su familia en el campo de Idomeni. Como él, como su familia, ¿cuántos casos no habrán conseguido la atención de la opinión pública? Pero Osman, para su fortuna y nuestro descargo de conciencia, tuvo la lotería de que el avestruz se mostrara misericordioso, gracias a que se fijaron en él algunos de los ejemplares voluntarios de Bomberos en Acción, que consiguieron conmover a esa opinión pública que esporádicamente se permite la emoción de la piedad. Son unos más entre tantos ciudadanos europeos y de todo el mundo que, con su entrega, su coraje generoso, su solidaridad, tratan de paliar con su esperanza desesperada la crueldad de nuestro pragmatismo (spes contra spemRomanos, 4.18) y así contrapesar nuestra miseria moral, jurídica y política, en los campos de Grecia o en el mar Egeo, o en el canal de Sicilia. La ONG Bomberos en Acción (con la ayuda de CEAR) hizo el milagro que nos permite sentirnos tan felices y satisfechos, con el Ministerio de Exteriores sacando pecho y apuntándose el extraordinario mérito de poner un avión a disposición de la familia. Y Osman y los suyos están en Valencia, en el hospital La Fe, un centro público excelente, apropiado, y en el CAR (Centro de Acogida de Refugiados) de Mislata. Respiramos aliviados. ¡Qué éxito! Pero es mentira. Se trata de una limosna por circunstancias excepcionalísimas. Una limosna con la que pagamos para obtener buena conciencia. Y en realidad, una limosna que desnuda nuestra resistencia al esfuerzo que exige reconocer los derechos. No. No tenemos derecho a comprar así la buena conciencia. Antes de la mal llamada caridad (no es caridad, es limosna, insisto), hay que cumplir con nuestras obligaciones. Ese acto de piedad no tapa, no puede ni debe servir de excusa para dejar de cumplir -¡ya!- la obligación que tenemos de reconocer el derecho de asilo a todos los Osman y a sus familias.

3. Brueguel el Viejo - parábola delos ciegos - 1568

Ilustraciones: 1. El ciego de los romances. Solana, 1915-1920. 2. Guitarrista ciego. Picasso. 1903. 3. Parábola de los ciegos. Brueghel el Viejo. 1568.