En pos de Linneo: taxonomías ante las elecciones

Es previsible que, hasta ese día de diciembre decidido por Rajoy, se multipliquen hasta la náusea los “ejes” que sirvan para alinear, clasificar, en definitiva, simplificar eficazmente, a fin de poder mantener el juego maniqueo de rigor en las campañas electorales. Aquí, “los nuestros”: buenos, imprescindibles, cumplidores, en suma, los reyes magos. Ahí, “ellos”: los malos, el caos, o sea, el diablo con cuernos y rabo. Pongan Vds donde quieran izquierda y derecha o centroizquierdaderecha, que parece ser lo que todos quieren encarnar en esta hora electoral.

Es verdad que la cosa se anima. Nuevos Linneos renovaron las taxonomías habituales, sustituyendo las claves izquierda/derecha, y su superación, ese centroloquesea, por otras. Por ejemplo la casta/la gente, o lo viejuno/los jóvenes. Parece que después de un ingenuo entusiasmo de 9 meses, los gurus de la comunicación dan por enterrada la primera y nos anuncian la epifanía de la segunda, encarnada en los rozagantes Rivera & Co. Algo que, para cualquiera que tenga la más mínima experiencia, no es otra cosa que le enésima versión del truco de autoerigirse como el cambio, una apuesta segura frente a la aburrida continuidad.

Esta semana, más que nada para entretenernos, propongo a los lectores que juguemos a identificar a los representantes de otro eje. Se trata de dar con los políticos que, para utiizar un parónimo que explicó muy bien Javier Muguerza hace treinta años y que hoy es de uso común, llamamos “cosmopaletos”. Esa versión corrompida de los aspirantes a cosmopolitas, afanados en distanciarse del ombliguismo de campanario del ojo ajeno y que no advierten el otro campanario, el del propio. Gente que nos promete insertarnos de una vez en la globalización y la enésima modernidad ese mundo que ellos ven tan ejemplar como ancho y que, en realidad, nos es ajeno en muchos sentidos. Ajeno por lejano e ignorado. Ajeno porque nos enajena de lo real, de lo concreto. Ajeno porque nunca será nuestro, sino de los que lo manejan.

Líderes/lideresas aplaudidos con fervor por analistas, comunicadores juntaletras y celebrities de toda laya, de esos que se autodenominan “intelectuales” porque han descubierto la verdad y la belleza en sus visitas a Nueva York, Paris, Berlín, Oxford o Mongolia exterior, vamos. Y que, por recuperar un tópico (nihil novum sub sole, en fin), han inventado algo tan viejo como el “menosprecio de aldea”.

En fin: a jugar! Y no se quejen porque, como en el programa de Ibáñez Serrador ya les he dado algunos nombres: un, dos tres, responda otra vez, Pablo Casado, Irene Lozano, Carolina Punset.

«Obediencia estrictamente valenciana»: ¿qué significa eso?

Confieso que, cuando oigo expresiones como “obediencia estrictamente valenciana”, tengo que hacer esfuerzos para descartar que se trate de un anuncio de servicios sexuales con incentivos o, en el otro extremo, la descripción de un nuevo grupo fundamentalista religioso. Lo de <obediencia estricta> puede sugerir, en efecto, la relación con una dominatrix  (o con un dominador, claro), pero también parece evocar aquella exigencia de San Ignacio, la de obedecer perinde ac cadaver.

No es eso, no es eso, me dirán: estamos hablando de lemas políticos. Pero esa precisión no necesariamente mejora la cosa. Convendrán conmigo que tiene su aquel que, en plena efervescencia de las propuestas sobre la necesaria revisión del discurso político, haya quienes reivindiquen la <obediencia estricta>. Claro que seguramente son los piensan que el asunto queda salvado por la novedad que supone que esa obediencia estricta tenga el calificativo de valenciana. O sea, que se trata de la <novedad> de que haya un grupo político en el Congreso que proclame su ideario en los términos gentilicios de este país o comunidad o región (da igual, naranjito o maulet, pero que sea valenciano!). Y esa novedad, como agua del Jordán, tendría la virtud salvífica/milagrosa de transformar la detestable, férrea y mecánica sumisión -característica exigencia de todos los viejos partidos políticos que se resisten a maquillajes como el de las listas abiertas-, en un noble, valeroso y aun épico acto de defensa de la terra. Sí, ese es el mirífico efecto de sustituir a diputados–florero, mera longa manus que aprieta el botón impuesto dese Ferraz o Génova, y diputados-florero que pulsan el botón impuesto desde el carrer Sant Jacint

Aún me responderá algún lector –si queda a estas alturas-  que lo del patronímico no es humo de pajas. Que para eso están los programas que demuestran si el contrato que se propone a los votantes de esta tierra es genuinamente valenciano o no. Perdonen que le diga al supuesto interlocutor que elucidar esa cuestión entra casi en la categoría de las disputas teológicas o del voluntarismo más ingenuo. Voluntarismo como el que exhiben quienes dan por sentado que Lizondo no era genuinamente valenciano y que no lo son Bonig, Puig o Montiel. Que sólo lo son Morera y Pere Mayor. Y Oltra o Blanco, según. Según les parezca, claro, a los verdaderos depositarios de esas esencias, es decir, ellos mismos. Claro que ese relato teológico o, si lo prefieren, versión del cuento de los reyes magos, es sólo comparable a la ingenuidad que exhiben quienes parecen creer en otros cuentos, estos de hadas, como los que pretenden  que las decisiones que se toman en la calle Sant Jacint, a diferencia de las de la calle Albacete, son nuestras,  independientes, propias, ajenas por completo a lo que dictan los mercados  de Frankfurt, Londres, Nueva York o Dubai.

¿Obediencia? Los diputados deben estar vinculados al contrato que nace del voto de sus electores, de las necesidades, intereses, expectativas que éstos tienen. Y quizá de nuevo ese lector recalcitrante argüirá que eso es el programa del partido, tal y como se expone en la campaña electoral. A lo que yo responderé que lea una vez más a Roberto Michels y acuda a las hemerotecas para comprobar que esos programas sucumben una y otra vez a los intereses de mantenerse en el poder que guían a los aparatos de los partidos, es decir, a quienes distribuyen escaños y poltronas al establecer el orden de las listas electorales. Así que me da igual el manto con el que se cubran. Por mí, como si quieren llevar en procesión la espuela de Don Jaume, la manta del palleter, la dolçaina de la primera Moixeranga, el brazo incorrupto de Blasco Ibáñez, o las orejas y rabo del primer bou embolat.

 

EL CAMPEONATO DE LA OBSCENIDAD

Las últimas semanas han venido cargadas hasta el exceso de imágenes, discursos, debates, obscenos. Para los que piensen que se han equivocado de columna o crean que he ampliado mis horizontes de juntaletras, aclararé que no empleo el término en el sentido de lo procaz, lo que ofende a doctrinas morales más o menos reaccionarias o pacatas ante la sexualidad, sino en la acepción más amplia, que remite a lo que resulta repugnante o repulsivo, por indecente, por falto de pudor elemental, por ofensivo.

Obscenidad que se da, por ejemplo, en el debate público en el que se supone que consiste la política. Nada nuevo, desde luego. Vivimos en permanente campaña electoral, un invento que, además de costarnos lo que no está escrito, literalmente digo, es terreno propicio para indecentes seudoargumentaciones. Por autocomplacencia: somos los mejores del mundo mundial y por tanto no hay más ni mejor opción que nosotros. O por la descalificación repulsiva del rival: los otros son gente con cuernos y rabo, que nos traerán tsunamis, terremotos y, en fin, el apocalipsis.

Si tuviera que otorgar la copa en ese campeonato por lo obsceno, mi candidata, por ahora, es la Presidenta del PPCV, la Sra Bonig. Me basta el reciente episodio en el que, para argumentar su condición de inevitable y próxima Presidenta de la Generalitat, tuvo la ocurrencia de exhibir en la tribuna de oradores de les Corts su foto de primera comunión. Obviamente, no hablo de estética fotográfica. Lo obsceno aquí es todo lo que subyace: su utilización en el debate del argumento ad hominem, su autocomplacencia y ombliguismo de más corto alcance y también, por qué no decirlo, su exhibición en el espacio público de sus convicciones religiosas como ejemplo de lo que debe considerarse valioso. Es verdad que no mostró el album de su pila bautismal, sino sólo esa foto. Pero ese orgullo de campanario con el que supuestamente argumenta, hace temer lo peor para quienes no compartimos sus convicciones en caso de que ella ocupara el Palau. Parece que no va a ser así. Le espera un batacazo. Merecido, a mi juicio.

DE BARCOS Y BURRÓCRATAS

El episodio que hemos vivido a propósito de la iniciativa lanzada por la Vicepresidenta Mónica Oltra y apoyada firmemente por el Consell que preside Ximo Puig, para utilizar el apoyo empresarial (Balearia) a fin de llevar ayuda humanitaria a las islas griegas donde arriban refugiados sirios y regresar con mil de ellos, me parece buena muestra de un escenario político que cambia.

Ante todo, porque mientras otros se pierden entre la retórica, las lágrimas de cocodrilo y la habitual inoperancia, un Gobierno decide moverse. Y lo hace apoyado en la sociedad civil, en su sentido más amplio. Es sociedad civil esa gran empresa, Balearia. Pero lo son sobre todo los agentes sociales que se han movilizado y cuya voluntad solidaria se trata de aprovechar: ciudadanos y organizaciones que se han inscrito en registros propiciados por sus Ayuntamientos, para poner a disposición su tiempo, sus casas, sus aportaciones, porque quieren hacer algo y que se haga algo. Del mismo modo que Colegios profesionales (por ejemplo, los abogados) y las Universidades.

Es obvio que la iniciativa tiene rentabilidad política. Pero no me parece un gesto oportunista para ganar notoriedad, sino un buen plan, porque puede servir para contribuir a que España cumpla con sus obligaciones internacionales y, en medio de la cacofonía que impera entre los socios y autoridades europeas en la gestión de lo que llamamos <crisis de refugiados>, envíe a la UE una señal de clara voluntad política. Indiscutiblemente, contribuye también a visibilizar en España y en la UE que Valencia puede y debe ser conocida por algo más que por los entramados de corrupción de los que forman parte personas e instituciones de nuestra sociedad civil y de nuestro Gobierno. Buenas razones que merecerían una acogida positiva y agradecida por parte del Gobierno Rajoy.

Frente a ello, el cortoplacismo y la ausencia de voluntad política real del Gobierno Rajoy han permitido a la omnivicepresidenta Saénz de Santamaría (que debe ver a Oltra como su némesis) esgrimir razones burocráticas para desoir la propuesta y seguir a lo suyo: que pase el tiempo. Vieja política, que esperemos que obtenga su merecido en diciembre.

EL CARDENAL CAÑIZARES, ¿UN NUEVO ARNALDO AMALRIC?

Algo hemos avanzado desde que, en una célebre batalla contra los cátaros, en 1209, se escuchara aquel grito de “Matadlos a todos, que Dios ya distinguirá a los suyos!”. Suele atribuirse a Simon IV de Montfort, pero aunque el famoso señor feudal del Languedoc sea conocido por su extremada crueldad en la cruzada albigense, lo cierto es que la frase, de ser realmente pronunciada (lo que está en duda), sería un lema del legado papal Arnaldo Amalric.

Simon o Arnaldo, el ilustre príncipe de la Iglesia católica que nos ha tocado en suerte como arzobispo de Valencia, monseñor Cañizares, aunque ya no usa espada ni coraza, si bien gusta de metros de seda para su presentación en sociedad, no les cede en espíritu guerrero, en belicosidad frente a los herejes.

Monseñor está atento y bien atento a cuanto pueda suponer amenaza para la ortodoxia. Y lo interesante es que, como para muchos de los que siguen el modelo <mitad monje, mitad soldado>, el campo de la ortodoxia para nuestro prelado no se reduce a lo espiritual. Quiá. Puede que se trate de su peculiar interpretación del nihil humanum alienum me puto, pero el caso es que nuestro cardenal vela por la salud terrenal y no sólo espiritual de su rebaño y del ajeno. Y así, en fechas recientes ha tenido que salir al paso de peligros que acechan a la ciudad terrenal. Mencionaré tres, para que se vea que no se trata de anécdotas aisladas, sino de su constante y paternal (ista) quehacer.

Sostuvo Cañizares, en la inauguración del curso académico 2015-16 en la Universidad católica, ante un público de profesores, estudiantes y autoridades de diversa laya, que hay que batallar en la calle contra el peligro que representan estos “bárbaros que han ganado” y que quieren imponer sus designios, incompatibles con lo más sagrado de la civilización cristiana. Y pidió a los presentes que se mantuvieran vigilantes y activos frente a esos hunos y a sus infieles y aun perversos designios, que buscan corromper las tiernas almas de quienes se encuentran aún en formación.

Sostuvo Cañizares, en vísperas de las elecciones autonómicas -o referéndum plebiscitario en Catalunya (más lo segundo, debía pensar el prelado), la necesidad de convocar a rebato a la feligresía valenciana para una vigilia en pro de <la unidad de España>, amenazada por los independentistas que, lógicamente, nuestro cardenal debe considerar poco católicos. Y eso que entre ellos se encuentran algunas religiosas, la hermana Forcades o Sor Caram. Por no decir que buen número de los políticos profesionales catalanes son gente de reconocidas convicciones cristianas, tal que el líder de ERC, el señor Junqueras, el mismísimo numero 4 de Junts pel si y hasta algunas conspicuas dirigentes de ANC. Supongo que nuestro arzobispo considerará esos ejemplos como casos de ovejas descarriadas o confundidas, por las que seguramente pidió en sus oraciones para que volvieran a la fe verdadera que, a su entender, incluye la creencia en la unidad indisoluble de España, que no sólo del matrimonio.

Acaba de sostener Cañizares, en un acto del Fórum Europa, una admonición (http://www.laveupv.com/noticia/16443/cardenal-canizares-aquesta-invasio-demigrants-i-de-refugiats-es-tan-bona-com-la-pinten) que constituye el tercer ejemplo de su denodada actitud de preocupación por la amenaza que representan otros bárbaros, lobos con piel de cordero, que se disfrazan de refugiados para poder atacar mejor nuestras propiedades, nuestros derechos y nuestra cultura. En línea con otros prudentes <responsables> políticos, prez y gloria de los católicos militantes, cual Theresa May en el Gobierno Cameron, o el Sr Fernández y el Sr GMargallo en el de Rajoy, Cañizares nos ha prevenido contra el error que supone creer que todos los que aparecen en nuestras fronteras pretendiendo ser refugiados, sean buenas personas. Nada de eso: entre ellos hay ladrones, violadores, y yihadistas que, cual caballo de Troya, tratan insidiosamente de infiltrarse en nuestra casa, razona  nuestro arzobispo.

Estadísticamente, tiene razón. Si tomamos un grupo humano de 900.000 europeos (incluso si son cristianos), a voleo, probablemente encontraremos un porcentaje de criminales: ladrones, homicidas, violadores y terroristas. Inevitable estadísticamente. Pero el mensaje es insidioso, porque pone en el objetivo, bajo sospecha, a todos los que aparezcan como refugiados. Y contribuye a la xenofobia y a la criminalización de todos, siendo como son la mayoría de ellos personas en la condición más vulnerable que podamos imaginar. Quizá es que Monseñor querría seguir las indicaciones del Gobierno de Eslovaquia, que pidió admitir sólo cristianos (le faltó añadir, con fe de bautismo debidamente certificada por su párroco), o como los eurodiputados húngaros y polacos que sólo quieren refugiados que sean afines culturalmente. Sostiene Cañizares, a sensu contrario, que si así son, es que están libres de todo instinto criminal.

Qué bonito, no? Un representante de Cristo, de aquel que resumía su mensaje en el mandato de la caridad en su sentido más exigente –amaos los unos a los otros-, y en la abstención del poder de juzgar las almas (como hizo delante de la adúltera a punto de ser apedreada, Juan, 7:53-8:11), de quien advirtió con aquel “porque fui extranjero y no me acogisteis” (Mateo, 25:43), es el nuevo Arnau de Amalric, que desconoce la piedad en aras de preservar la pureza de la doctrina y de sus convicciones.

Como decía aquel amigo, <es que sois los curas los que nos hacéis perder la fe>. Tengo la más absoluta convicción de que se cuentan por muchos miles los valencianos, pastores y fieles, que son cristianos admirables y ciudadanos ejemplares. Pero entre ellos no está, a mi juicio, este aprendiz de Torquemada.

 

4 desenfoques de nuestra mirada sobre inmigrantes y refugiados

No habrá una política migratoria y de asilo aceptable ni adecuada (ni europea ni española), mientras se base en una mirada, la nuestra, que es unilateral, miope, paternalista y autocomplaciente.

Unilateral: no se basa en el conocimiento de la realidad, de las necesidades, intereses y proyectos de inmigrantes y refugiados, sino sólo en los nuestros, y eso mientras duren tales intereses y la atención mediática.

Miope: no va a las causas, sino a los síntomas, no se plantea el medio y largo plazo sino las próxima cita electoral.

Paternalista y Autocomplaciente: no considera a inmigrantes y refugiados como sujetos de derechos, sino como pobres desgraciados con los que nosotros, desde nuestra superioridad moral, ejercemos la caridad y compramos así de barato la buena conciencia a cambio de cuotas miserablemente regateadas.  Por eso, cero autocrítica, como en la reciente PNL …

UNA PNL INDIGNA. ¿BASES PARA UNA POLITICA COMUN DE ASILO?

(INTERVENCIÓN EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS, EL 30 SEPTIEMBRE DE 2015, sobre «Crisis humanitaria: respuestas a la crisis de los refugiados»)

Déjenme que comience por expresar la significación que tiene para quien les habla, como profesor de Derecho y como ciudadano, hablar en esta casa de la ley, que es también la mía, mi casa, porque aquí trabajan los diputados, representantes de la soberanía de la que soy, somos, titulares: trabajan para todos nosotros los ciudadanos, también para mí. Es un honor y una satisfacción estar y hablar aquí, hoy.

Pero precisamente por esa razón, y sin el menor atisbo de arrogancia, sin ninguna pretensión de dar lecciones a nadie y aún menos, de erigirme en autoridad moral ante quienes son mis representantes, permítanme que no oculte cierta decepción con la que acudo aquí hoy. Decepción como ciudadano y como uno de los que han dedicado muchos años de subida(al igual que los otros miembros de la mesa) a trabajar en torno a inmigrantes y refugiados. Hablo como ciudadano particular, desde luego, porque no represento a nadie; pero ni más ni menos que como ciudadano, ante quien Vds tienen su primera responsabilidad.

Mi decepción resulta de haber asistido ayer, en directo, a un debate que tiene mucho que ver con nuestra mesa redonda de hoy. Me refiero a la PNL que trata de ser, leo, “un elemento sustantivo para conformar un auténtico Acuerdo de Estado en materia de asilo y refugio”.  Esta PNL, pese a las observaciones críticas formuladas desde un buen número de Grupos Parlamentarios, fue acordada finalmente por unanimidad de los grupos de la Cámara, en aras del valor superior del consenso, según manifestó un diputado del PNV. Es decir, en aras de un pacto de Estado presentado como pacto de mínimos.

Ya sé que la PNL no aspiraba a dar por solucionado el problema. Son consideraciones y recomendaciones mínimas. Pero esos mínimos me parecen inasumibles. Y no sólo por lo que falta en los puntos que se proponen al Gobierno, que es mucho y muy importante. No: sobre todo por la visión que subyace a tal supuesto Pacto de Estado, tal y como se expresa en la Exposición de motivos y como destila el enunciado de no pocas de esas propuestas.

Sé que hablo desde una posición de privilegio: la de quien no debe obediencia a nadie, ni está obligado a negociar y por tanto no se sitúa en eso que Weber llamaba “ética de la responsabilidad”, propia del político y sobre todo del que tiene carga de gobierno; una carga sin duda pesada, pero libremente escogida. Pero mi ética de convicción es, quiere ser, ética ciudadana y por tanto, responsable. Quiero dejar claro que no vengo aquí a quejarme cual Jeremías y a ejercer denuncias tan proféticas como meramente destructivas. Quiero ayudar a sentar esas bases de un acuerdo de Estado. Y por eso quiero que sus raíces no sean sesgadas, parciales. Que se asienten en una comprensión correcta  de la realidad que se afronta y así permitan propuestas tan eficaces como legítimas.

Mis compañeros seguro que pueden formular esas propuestas y, lo que es muy importante, las prioridades y los medios necesarios. Algunas coinciden, estoy seguro, con los puntos sugeridos al Gobierno en la PNL. Seguro que desde su experiencia y conocimiento les ofrecerán más. Por mi parte, he escrito no poco al respecto en un libro recientemente publicado y no voy a repetirme. Prefiero dedicar lo que me resta de intervención a tratar de ofrecer elementos de respuesta a la primera pregunta, la más obvia, la que da título a esta mesa: ¿De qué crisis hablamos cuando nos referimos a esta crisis humanitaria, la de los refugiados?

Pues déjenme decirle que no es la crisis de la que habla esa PNL. Por dos razones: porque la crisis humanitaria, que no es nueva, ni imprevisible, ni un destino azaroso y fatal, como un terremoto, no se puede circunscribir sólo a los refugiados. Afecta también a quienes quieren llegar a nuestra Europa como eso que peyorativamente de denomina “inmigrantes económicos”. Que también mueren. Que también tienen derechos. Respecto a los que tenemos también obligaciones. Y que, sin embargo, corren el riesgo de convertirse en la otra cara de nuestro trato a los refugiados: los que pagan el pato.

Pero si esta crisis humanitaria no es la crisis de la que habla la PNL es también por otra razón. Si Vds leen el primer párrafo de la exposición de motivos de este texto, respaldado unánimemente, verán que dice lo siguiente: “Europa está asistiendo en estos momentos a una grave crisis humanitaria motivada por el desplazamiento de miles de personas que huyen del terror y la guerra en sus países de origen y buscan en Europa un espacio de seguridad, libertad y respeto a los derechos humanos”.

No. Nada de eso. Esta no es la crisis humanitaria de la que venimos a hablar aquí. Y no lo digo por una cuestión de puntillismo terminológico. No. Es que eso significa no entender nada.

No hay la menor autocrítica, por hechos como ls devoluciones en caliente, el bloqueo de sirios en ceuta y Melilla, la no aceptación de subsaharinos, el retraso de 12000 solicitudes, hechos denunciados no ta por ONGs, sinopor el Defensro del Pueblo de España y autoridades europeas.

Dicho así, parece que hablamos de nuestra crisis, la crisis que sufrimos nosotros, los europeos, nuestras aireadas dificultades, nuestros problemas ante esa emergencia. La crisis sería la que nos provoca a los europeos esos desplazamientos de miles de personas. Y por eso el vergonzoso espectáculo de bazar, de subasta a la baja protagonizada por nuestros Gobiernos, con honrosas excepciones entre las que no se encuentra el Gobierno español que, a mi juicio, ha protagonizado (con el de Cameron y un grupo de Estados del Este) uno de los episodios más indignos en la tarea de reconocimiento y garantía efectiva de los derechos de los más vulnerables. Las hemerotecas y archivos multimedia están llenos de testimonios inequívocos al respecto, que no voy a recordar.

Por  eso es una equivocación radical. Por supuesto, no ignoro que son muy complejas las dificultades que plantea responder a esos desplazamientos que arriban a nuestras fronteras. Pero son dificultades que palidecen ante las que afrontan quienes reciben diez, veinte veces más, países, como saben, no europeos. Y sobre todo, quienes viven y sufren la crisis son ellos, los refugiados; no  nosotros. Son ellos los que viven en primera persona las dificultades, los que se han convertido en sujetos extremadamente vulnerables. Es respecto a ellos que tiene sentido la mejor  acepción del Derecho, la que denomina Ferrajoli “la ley del más débil”. La dificultad de encontrar medidas adecuadas, proporcionadas, y hacerlas efectivas no debe hacernos perder de vista cuál es el verdadero problema.

Y nos empeñamos en desconocer la realidad: por ejemplo, discriminando a los afganos no incluidos en el plan que el presidente Juncker presentará y que sólo contempla a Siria, Iraq y Eritrea, pese a que los afganos son la 2ª nacionalidad entre los que llegan a Europa…

Pero -y con esta reflexión acabo-, en cierto modo sí es verdad que esta crisis humanitaria es nuestra crisis. Porque desvela la crisis de EUROPA, el riesgo de nuestro Waterloo jurídico, moral y político. El del naufragio del propio proyecto europeo, en cuyo corazón está el imperio del Estado de Derecho, al servicio del reconocimiento y garantía de los derechos de los refugiados, que son derechos universales, que nos tocan a todos. Sí: los refugiados son víctimas de una crisis, esta no humanitaria, pero no por ello menos grave, la crisis de la idea de Europa. Nuestra crisis, la de los europeos, es la que en buena medida les golpea.

Los españoles, que aún tenemos en la memoria las imágenes del Winnipeg, y de otros barcos que llevaron a puertos seguros a españoles que estaban en peligro, lo sabemos. Y no debiéramos olvidar que la tarea inaplazable es hacer más asequible y segura la obtención del asilo. Medidas en ese sentido brillan por ausencia.

REFUGIADOS: SINTOMA Y PROBLEMA

 

Refugiados: nuestro problema

¿Crisis de refugiados? ¿Emergencia humanitaria? ¿Cuestionamiento de las fronteras? ¿desbordamiento de la UE y de sus Estados miembros ante una marea incontenible de seres humanos? Todos esos interrogantes y algunos más vienen planteándose a la opinión pública europea, conmovida, conmocionada y finalmente movilizada. Una ciudadanía que, sin exagerar, se ha encontrado en estado de shock ante las imágenes en la televisión, las noticias en radio, las primeras páginas de los periódicos. Y, sobre todo, ante el décalage entre esa realidad y el espectáculo de nuestros gobernantes nacionales y europeos, incapaces, al parecer, de tomar decisiones que ahora nos parecen tan necesarias como evidentes.

La conmoción, es cierto, ha tardado en llegar. Porque podría recordarse, sin duda, que llevamos años asistiendo en directo -hasta que se convierte en rutina- al espectáculo de la guerra, la persecución, el hambre, la enfermedad, la muerte de millones de personas en Afganistán, Siria, Eritrea, Libia o Mali. Y ninguno de nosotros (menos aún, quienes nos gobiernan) podemos llamarnos a andana aduciendo sorpresa ante la primera, evidente y previsible consecuencia de todo esto: la necesidad de huir. Huir para encontrar un sitio más seguro, mejor, un refugio. Una acogida que, por cierto, les proporcionan los países vecinos, incluso con riesgo de verdadero desbordamiento. Ahí están, y no los repetiré, las estadísticas de ACNUR, que nos explican que los Estados que acogen el mayor número de refugiados se llaman –por ejemplo en el caso sirio- Líbano, Jordania, Iraq o Turquía; es decir, no, ni de lejos, los de la Unión Europea. Y lo mismo sucede con los que huyen de Afganistán, Eritrea, República Centroafricana o Nigeria: sólo una mínima proporción consigue llegar a Europa. La inmensa, al abrumadora carga de esa acogida, la protagonizan países limítrofes, cuyos PIB están lejísimos del nuestro.

Pero podría y debería recordársenos, también, que en buena medida nada de eso nos es ajeno. Y no hablo de un vago sentimiento de piedad o de humanidad con nuestros prójimos tan lejanos. Los refugiados son nuestro problema, aunque, como trataré de hacer ver, al mismo tiempo son el síntoma de nuestro problema.

Los refugiados son nuestro problema, porque ante todo, tenemos un contrato con ellos, del que no podemos ni debemos desentendernos: todos los Estados de la UE hemos firmado la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de N York de 1966 (por no hablar de las Convenciones y Pactos que reconocen lo allí aprobado: desde el Convenio Europeo de derechos humanos hasta la Carta de derechos de la UE y las Constituciones de los Estados de la propia UE). Son instrumentos jurídicos vigentes, que dejan claro cuáles son los derechos de los refugiados y los deberes que adquieren los Estados que firman esos instrumentos para garantizar tales derechos. No podemos desdecirnos de ese contrato, decir que no va con nosotros.

Los refugiados son nuestro problema, en segundo lugar, porque, en no poca medida, los gobernantes que hemos votado son responsables por acción y/o por omisión de esas catástrofes humanitarias, que obligan a los refugiados a huir. Permítanme un inciso sobre el lenguaje que utilizamos. Una vez más, el juego perverso de términos y conceptos. Nos gusta llamarlos así, “catástrofes”, “emergencias”, “desastres”, cuando no directamente “tsunamis”, porque parecen apuntalar la idea -tan falsa como reconfortante- de que se trata de fenómenos tan imprevisibles como ajenos a nuestra responsabilidad. Como si fueran consecuencias aciagas de factores naturales, del azar, o, en todo caso, de la brutalidad, del salvajismo de esos pueblos que están tan lejos de nuestra civilización y nuestras maneras, que gustan de exterminarse periódicamente, de perseguirse por sus diferencias étnicas, lingüísticas o religiosas. Pero no. Los refugiados no son un problema lejano y ajeno que ahora ha conseguido acercarse a nuestras costas. Debemos recordar que en el origen de estas huidas masivas se encuentran también nuestros intereses y negocios: por ejemplo, los de explotación de recursos minerales y energéticos en Libia o Mali; los de venta de armamento a Siria, Iraq o Afganistán. Los de tecnología de desecho y contaminante del que el archiejemplo es Nigeria.

Y no sólo son nuestro problema por nuestra responsabilidad en las causas que desatan la necesidad de huir.  Se trata también de nuestra indiferencia, de nuestra responsabilidad por omisión ante la persistencia de esos factores desencadenantes de la huida. Y recordaré el ejemplo de Siria: ¿acaso carecemos de responsabilidad por nuestra indiferencia ante cuatro años de genocidio y guerra civil que han devenido en multienfrentamiento sanguinario en Siria? ¿Desconocemos quién arma al DAESH, a las milicias franquicias de Al Qaeda, al régimen de Al Assad? ¿hemos adoptado sanciones y bloqueos a quienes se enriquecen con esas ventas? No, porque o bien son aliados nuestros (Arabia Saudí el primero), o enemigos/rivales a los que no queremos negociar ni presionar, como Rusia, China o Irán, o bien, directamente, somos nosotros mismos, nuestras propias empresas e industrias de armamento y tecnología.

Los refugiados son, finalmente, el síntoma de nuestro problema. Porque lo que ha aflorado a propósito de esta que llamamos <crisis de refugiados> es la verdadera crisis europea, en el sentido profundo que requeriría otro Husserl para glosarla. La crisis que amenaza con hacer naufragar al proyecto europeo. Porque la crisis de los refugiados se ha convertido en la prueba de fuego de los principios y del proyecto mismo para el que nació la UE: ha desnudado nuestros problemas de fondo como europeos, como ciudadanos de la UE y ha desvelado, otra vez que el rey está desnudo, que tras la tramoya de reuniones, burocracia, cargos, funcionarios, privilegios y todo eso que llamamos Bruselas, no hay nada que valga la pena si perdemos su sentido, su razón de ser.

Síntoma de nuestros problemas. Citaré el que me parece más grave y, al tiempo, aquel que suscita a mi juicio motivos de esperanza, la razón por la que suelo invocar en estos días de pesimismo la sentencia de Hölderlin que asegura que donde crece el peligro, ahí aparece nuestra salvación. Me refiero a la distancia abismal entre los gobernantes europeos y una ciudadanía que recupera el sentido común, el orden de prioridades, y se pone manos a la obra, para tratar de encontrar soluciones que garanticen nuestro primer deber. Una ciudadanía que ha tomado  conciencia de que, antes que los juegos burocráticos y competenciales en los que se enredan nuestros gobernantes y que les permiten por ejemplo utilizar su lengua de trapo para decir  que “convocarán una reunión urgente para quince días después” (sic, sin pestañear), que antes de parapetarse en la <sagrada intangibilidad de nuestras fronteras y nuestra soberanía>, hay deberes primarios. Porque aquí se trata, ante todo, de tomar en serio los derechos que la UE dice defender y promocionar como signo de identidad. De evitar la muerte, el riesgo que corre la vida e integridad física de decenas de miles de personas que, literalmente, se juegan su vida y la de sus hijos ante nuestros ojos.  Se trata de evitar la vergüenza, la indignidad que suponen las imágenes de seres humanos que huyen del peligro y se ven hacinados, bloqueados en fronteras y angustiados, mientras se agolpan desesperados en estaciones o campamentos y, en no pocos casos, son acosados y mal tratados por la policía, como hemos visto sobre todo en Hungría. Aunque la embajadora de Hungría en España ha puesto el dedo en la llaga al hablar de la “política ejemplar de fronteras” que España desarrolla en Ceuta y Melilla y de la que son estandarte esas concertinas que, además, exportamos ahora por doquier. O al señalar el doble rasero de quienes, como Francia o Inglaterra, critican los campamentos para refugiados en Hungría mientras mantienen la vergüenza de Calais. Son imágenes que, para cualquier europeo (para cualquiera que sepa algo de historia) evocan precisamente aquello que queremos desterrar para siempre. Aquello para lo que nacieron primero las Naciones Unidas y luego la propia Unión Europea. El primado del Derecho, del Estado de Derecho, es decir, del reconocimiento y garantía de los derechos humanos, como condición sine qua non de la paz y la prosperidad de las