Nuestros derechos y valores. Su terrorismo (alrevesyalderecho, 25/05/2017)

Una vez más, se ha cumplido el ritual. Ante el horror insoportable de un asesinato terrorista que se ha llevado las vidas de niños y adolescentes que disfrutaban de un concierto, hemos mostrado nuestro dolor y solidaridad con las víctimas, sus familias y amigos. Con la ciudad, Manchester. Con el país, el Reino Unido. A los mensajes y actos de condolencia y solidaridad, han seguido las más firmes condenas, las llamadas a la unidad y la reafirmación de que ninguno de los actos de execrable y cobarde terrorismo van a cambiar nuestras vidas. Y que los valores (incluso hay quien precisa, “nuestros valores europeos”) prevalecerán…

No creo que sea sólo quien suscribe quien está harto de tanta palabrería hueca, falaz, ineficaz. Y por más que corra el riesgo de ser malinterpretado me parece una obligación disentir y razonar el por qué de esta crítica. Vayan por delante dos precisiones: en lo que sigue no hay ninguna pretensión de superioridad moral ni de ningún otro tipo. Pero tampoco la mía es una reacción del tipo del denominado “victimismo occidental”, de ese mal entendido complejo de culpa, que se echa encima (nos echa encima) todos los males habidos y por haber. No: trato sólo de entender por qué, pese a que sabemos de los rasgos particulares de esta nueva modalidad de terrorismo, que es barato -porque no precisa especial financiación, ni medios sofisticados, ni estructuras organizativas complejas-, individual –aunque conectado a redes sociales-, difícilmente previsible, vinculado al yihadismo -pero no necesariamente en la forma de organización o franquicia de grupo armado leal al ISIS (antes a Al Qaeda)-, por qué, insisto, somos incapaces de dar respuestas aceptables, eficaces, duraderas.

Estoy convencido, en primer lugar, de que es un error seguir insistiendo en que “estos actos no cambiarán nuestro modo de vida, nuestros <valores>” y que tales valores y principios “prevalecerán contra su terrorismo”. Porque es mentira. Primero, porque ya lo han cambiado: basta con acercarse a las medidas de control en el transporte aéreo. No digamos nada si la reacción ante los ataques consiste en recurrir al cierre de fronteras, a la suspensión de derechos, a modificaciones legislativas propias de estados de excepción o a la vigilancia de grupos de inmigrantes o refugiados por el hecho de serlo o de ciudadanos sin más, por su pertenencia religiosa al Islam. Todo eso cambia, ha cambiado nuestro modo de vida y ha llevado a matizar no poco nuestros valores y principios. No digamos cuando, en el colmo, se llega a declarar el estado de guerra, algo que hizo la Administración Bush en los EEUU tras los ataques del 11S y que ningún Presidente (Trump, menos, claro) ha derogado. Pero algo que decidió también el Presidente Hollande en sesión solemne ante las Cámaras, reunidas en Versalles. Y recordaré que una parte de los medios de comunicación y de los <especialistas>, <analistas>, <comentaristas> que nos ilustran sobre la respuesta ante los ataques terroristas, alientan y justifican este tipo de respuesta: frente a la barbarie de los atentados, no cabe otra respuesta que la guerra, incluso a guerra. Y así, nos explican: estamos frente a una disyuntiva clara: la civilización contra la barbarie. Es o ellos o nosotros. Porque son nuestros valores y derechos, nuestras libertades y garantías los que están en juego contra su terrorismo.

Y no. Para decir que defendemos derechos y valores es preciso un mínimo de coherencia en esa defensa. Lo que exige, por ejemplo, defender esos derechos para todos los seres humanos y luchar por protegerlos para todos, al menos para aquellos que están bajo nuestra soberanía. Llorar por igual, por ejemplo, la vida de mi hija, de nuestros niños y adolescentes que han estado en peligro en el Manchester Arena, y los niños, adolescentes, que mueren víctimas del terrorismo de Estado que practica Arabia Saudí en Yemen. O los que mueren como consecuencia de los efectos colaterales asumidos por quienes lanzan drones mortíferos en una boda, o contra un hospital o escuela, en Afganistán, en Gaza o en Siria. La coherencia nos exige defender los derechos suspendidos a refugiados e inmigrantes por razón de su pertenencia etnocultural, religiosa o nacional. Velar por la garantía de la libertad y los derechos cuando se suspenden al menos para algunos grupos de seres humanos respecto a los cuales deja de valer el principio de presunción de inocencia y del favor libertatis, el derecho a la defensa, a la libertad deambulatoria, a la libertad de expresión y crítica o al reagrupamiento familiar. Exige también no ceder al chantaje que nos proponen los gobiernos europeos e incluso la propia Comisión cuando nos explican a los ciudadanos que hay que elegir entre mantener seguras las fronteras o restringir derechos de los que quieren llega, hasta poner en peligro sus vidas, como hemos visto por enésima vez en el naufragio de ayer a pocas millas de la costa libia. No ceder al chantaje de quienes nos cuentan que hay elegir entre mantener nuestro estándar de derechos y libertad, o rebajarlo si queremos compartirlo con quienes tratan de llegar hasta nosotros. Exige saber actuar contra los regímenes que violan masivamente esos derechos en el caso de las mujeres, o de los niños, o de los trabajadores extranjeros a los que tratan como esclavos, cuando son países “amigos” o simplemente ricos cuyas inversiones deseamos, como Arabia Saudí o las petromonarquías del Golfo.

No: estamos practicando y aceptando que se practique el principio orwelliano (Rebelión en la granja) según el cual “todos los seres humanos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. No podemos arrogarnos esa maniquea representación de la civilización contra la barbarie, no podemos decir sin más que esos valores y derechos son nuestros y que somos nosotros los que los defendemos.

Para mejorar nuestra seguridad, para poder prevenir y proteger, hay que empezar por reconocer lo que no hemos hecho bien y enderezar el rumbo. ¿Qué es lo que lleva a un chico de Manchester de 22 años a inmolarse asesinando a un montón de conciudadanos, muchos de ellos niños y adolescentes? ¿qué tiene que pasar para esa <radicalización> que le hace creer que vale la pena semejante barbaridad? ¿Es sólo el efecto contaminante de un fanatismo religioso que adquiere en internet? ¿No hay que tratar de entender por qué fracasan las políticas de integración de quienes, siendo ciudadanos ingleses de nacimiento, se entregan a vínculos de pertenencia e identidad que les exigen destruir el vínculo social y político con el país en que han nacido y crecido? ¿Es eso sólo posible desde el fanatismo religioso o acaso no conduce a procesos similares otros tipos de fanatismo, el de la razón de Estado, el de ciertas religiones seculares, como el nacionalismo excluyente? ¿No hemos minusvalorado los procesos de desprecio y humillación social hacia cierto tipo de otros?

Soy de los que piensan que es válido el principio en que se basa la Estrategia Europea contra el terrorismo (“luchar contra el terrorismo de forma global, al tiempo que se respetan los derechos humanos y se crea una Europa más segura, que permita a sus ciudadanos vivir en un espacio de libertad, seguridad y justicia”). Sigo pensando que están vigentes y son adecuadas sus cuatro líneas de actuación, Prevenir (abordar los factores o causas profundas de radicalización), Proteger (reducir nuestra vulnerabilidad), Perseguir (lo que exige coordinación en los servicios de inteligencia para investigar las redes que alimentan a los terroristas, su financiación, su acceso a armamento) y Responder (coordinar las respuestas a los actos terroristas, mejorar la atención a las víctimas). Pero está claro que no hemos avanzado suficientemente en ellas desde 2005, aunque se hayan dado pasos positivos.

La realidad, sencilla, es que sólo hay un nosotros, complejo, diverso, que vuelve difícil la tarea de gestionar la diversidad: todos somos otros. Y que la lucha contra los terroristas, por difícil y compleja que sea (lo es contra este tipo de terrorismo, que, reconozcámoslo, consigue sus propósitos), no avanzará si no somos coherentes con nuestros valores y derechos y reconocemos nuestros errores. En el entretanto, sugiero al lector que bien vale dedicar un rato a una película irreverente, llena de humor negro y de sentido crítico, la que dirigiera en 2010 Chris Morris, Cuatro leones (Four Lions), sobre un grupo terrorista que prepara un atentado en Londres…

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