LAUDATIO EN LA INVESTIDURA DEL DR. FABIAN SALVIOLI COMO DOCTOR HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSITAT DE VALÈNCIA (4 de junio de 2025)

 

Excelentísima y Magnífica Señora Rectora,

Autoridades,

Miembros del Claustro de doctores de la Universitat de València,

Amigas y Amigos

(I)

 Parece aconsejable comenzar esta laudatio por el principio. Y en el principio estuvo el copadrino de esta investidura, el profesor Luis Jimena, catedrático de Derecho Constitucional de la Universitat de València, quien tuvo la iniciativa de dirigirse al director del Instituto de Derechos Humanos, el profesor José García Añón y también a quien suscribe, para que nuestro Instituto propusiera el nombramiento del profesor Fabián Salvioli como doctor honoris causa (h.c.) de nuestra Universitat. Así lo aprobó por unanimidad el Consejo del Instituto, hace poco más de un año, el 14 de marzo de 2024. De este modo, se puso en marcha el procedimiento que concluye felizmente hoy, con su investidura como tal.

Permítanme que, en nombre de todos mis compañeros, exprese mi agradecimiento a la Rectora y a los órganos de la Universitat que han hecho posible este reconocimiento al profesor Salvioli. Este es un acontecimiento que nos hace especialmente felices, porque coincide con el vigésimo aniversario de la fundación de nuestro Instituto. Todos los que formamos parte de él, nos sentimos orgullosos de la trayectoria investigadora y docente del Instituto y también de su contribución a la sociedad civil a lo largo de estos años.

Como es de rigor, el cometido de esta laudatio -que hemos escrito de consuno los dos padrinos-, es el de exponer de forma resumida los méritos que le han hecho acreedor de este doctorado hc, la máxima distinción académica que puede otorgar una Universidad y que supone el reconocimiento de una talla humana, intelectual y académica que cumple con los requisitos de la excelencia. Un reconocimiento que ya han ofrecido al Dr. Salvioli diferentes universidades de América latina, así como el Institut International des Droits de l’homme, de Strasbourg.

A lo largo de estos meses han sido numerosos los profesores e instituciones que han apoyado la propuesta. Por ejemplo, los otros dos Institutos Universitarios de Derechos Humanos de nuestro país (Bartolomé de las Casas, de la Universidad Carlos III de Madrid y Pedro Arrupe, de la Universidad de Deusto), el mencionado Institut International des Droits de l’homme, así como personalidades que han ocupado las presidencias de organismos internacionales de protección de los derechos humanos, como el Comité de Derechos Humanos, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, o el Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas, así como la Corte de Conciliación y Arbitraje de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, o el Comité Europeo de Derechos Sociales.

Antes de glosar los méritos del doctor Salvioli, les pido que excusen una nota personal, que es una expresión de orgullo y agradecimiento. Porque quiero recordar que, en mis 45 años de vida académica en esta Universidad, he tenido el honor de contribuir a la incorporación a su claustro de doctores de cuatro profesores de enorme prestigio internacional: en dos ocasiones, como padrino de los doctores Ernesto Garzón Valdés (1998) y Sami Naïr (2014) y en otras dos, como copadrino de los doctores James Buchanan (1987) y Edgar Morin (2004). Pues bien, ahora que ya estoy jubilado y como emérito, me siento profundamente agradecido a la Universitat por el hecho de que se me haya confiado este honor por quinta vez, ahora para apadrinar al profesor Salvioli.

(II)

 De entrada, destacaré algo que singulariza a nuestro nuevo doctor: Fabián Salvioli reúne dos características que no son nada frecuentes en la misma persona. Junto a su perfil intelectual y académico, tiene una amplia y muy relevante experiencia de trabajo en organismos internacionales de defensa de los derechos humanos. Algo que, precisamente en los tiempos que vivimos, constituye un rasgo de especial valor.

En efecto, la del doctor Salvioli es, en primer lugar, una trayectoria docente e investigadora que merece ser calificada en términos de excelencia y cuenta con una amplia repercusión internacional. Además, incluye su colaboración frecuente con nuestra Universitat, y desde luego con nuestro Instituto.

Desde que visitó por primera vez nuestra Universidad, en diciembre de 1993 -a invitación del profesor Jimena- y a lo largo de estos 30 años, el doctor Salvioli ha impartido clase a estudiantes de grado, master y doctorado, ha participado en numerosas tesis doctorales y ha publicado no pocos trabajos de investigación, algunos de ellos junto a profesores de nuestro Instituto y de diferentes departamentos de nuestra universidad. Junto a ello, ha de señalarse su contribución a la formación de profesores e investigadores de la Universitat de València, como méritos para esta distinción. Pero me gustaría destacar, sobre todo, su trabajo para poner en valor lo que desde nuestro Instituto nos gusta denominar una cultura de los derechos humanos, algo que va más allá incluso de la docencia e investigación específicas en este ámbito, en el que el Dr Salvioli es una figura de gran prestigio internacional, por su magisterio científico, sus publicaciones y, como enseguida recordaré, por su decisiva aportación en las instituciones regionales e internacionales de garantía de los derechos humanos.

Antes se decía que uno no es de donde nació, sino de donde estudió el bachillerato. Una regla que tiene algunas excepciones, como la de los que eligen nacer en Bilbao, o los que nacen en la Argentina, claro. En todo caso, diré que el profesor Salvioli estudió el equivalente al bachiller en el más prestigioso centro de enseñanza de Argentina, el Colegio Nacional Rafael Hernández, del que luego fue profesor y rector. Fue el inicio de una trayectoria que le llevó a la obtención de la cátedra de Derecho internacional público y Derechos Humanos en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, en la que ha ejercido la docencia, la investigación y la gestión universitarias con plena dedicación desde 1989, y es el decano del claustro de profesores del Institut International des Droits de l’Homme (Estrasburgo), la institución fundada en 1969 por el Premio Nobel de la Paz y redactor de la DUDH de 1948, René Cassin, a la que Fabián Salvioli se incorporó como profesor en 1995 y hoy es el decano de ese claustro internacional de profesores. Hace ahora un año, en julio de 2024, la sede del Ayuntamiento de Estrasburgo acogió en una ceremonia especial la entrega a Fabián Salvioli, de la Medalla de honor y del Diploma Honoris Causa de dicho Instituto, para coronar con dichas distinciones -cito- “su recorrido excepcional en favor de los derechos humanos, sus numerosos compromisos académicos y científicos tanto en la Universidad como en Naciones Unidas”, reconociendo así a “un amigo fiel que ha dedicado su vida a la enseñanza y a la defensa de los derechos humanos”. Fin de la cita.

Desde 1999, es también director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de la Plata, que se ha consolidado como la institución de referencia en el ámbito iberoamericano. Además, ha participado durante años como docente y formador del Instituto Interamericano de Derechos Humanos de San José de Costa Rica.

Dicta con regularidad docencia de maestría y doctorado en diversas universidades de América Latina y Europa y ha sido profesor invitado entre otras, en las universidades de Columbia (Estados Unidos), París I y París II Sorbona (Francia) o la Sapienza-Roma I (Italia). Ha impartido centenares de cursos y conferencias en numerosas entidades académicas, profesionales e instituciones públicas nacionales e internacionales. para un público muy amplio, desde altos funcionarios a responsables de comunidades indígenas.

En lo que atañe al impacto de su obra científica, que cuenta con más de doscientas publicaciones (monografías, capítulos de libros y artículos en revistas científicas), quiero destacar algunos que sintetizan lo que considero el hilo conductor de su obra. Me refiero a la tesis central con la que trata de responder a los desafíos actuales de internacionalización del Derecho constitucional, una propuesta que se orienta hacia un constitucionalismo universal, marcado por la ambición de un cosmopolitismo jurídico que no ignore el respeto a la pluralidad, un objetivo que ya se puede apreciar en su ensayo de 1995, La Constitución de la Nación Argentina y los Derechos Humanos: un análisis a la luz de la reforma de 1994. En el centro de esa tesis se encuentra el principio pro persona, que Salvioli considera la verdadera norma hipotética fundamental jurídica.

En esa tarea, el doctor Salvioli ha tratado de articular estrategias y respuestas pedagógicas para la difusión de los derechos humanos en los ámbitos formales, no formales e informales de educación, como ejemplifica su monografía La universidad y la educación en el siglo XXI: los derechos humanos como pilares de la nueva reforma universitaria, publicado en 2009 por el Instituto Interamericano de Derechos Humanos (San José de Costa Rica), en cuya introducción podemos leer: “Particularmente brutal, la realidad internacional muestra retrocesos tremendos en materia de derechos humanos, con saldos de víctimas que pasan a formar parte de una estadística más y que rápidamente caerán en el olvido que facilita el zapping; tampoco es grato ver que formamos parte de sociedades cada vez más egoístas y con profesionales que egresan de las universidades con más herramientas técnicas que parámetros éticos de solidaridad y compromiso social”.

Esa es la tesis que encontramos asimismo en obras más recientes, como su tratado Introducción a los derechos humanos: concepto, fundamentos, características, obligaciones del Estado, y criterios de interpretación jurídica, publicado en Valencia en 2020 por la editorial valenciana Tirant, o también en El sistema interamericano de protección de los derechos humanos: instrumentos, órganos, procedimientos y jurisprudencia, publicado asimismo en 2020, por el Instituto de Estudios Constitucionales del Estado de Querétaro, en el que se sintetizan sus enseñanzas sobre sistema interamericano impartidas durante tres décadas en el Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo. 

Por último, mencionaré otro tratado, publicado de nuevo por Tirant, en 2022, bajo el título La edad de la razón. El rol de los órganos internacionales de protección de los derechos humanos, y el valor jurídico de sus pronunciamientos. Es, a juicio de muchos de nosotros, un verdadero compendio de su manera de entender y explicar la exigencia de dignidad inherente a toda persona, a través de la imbricación permanente de las normas y la realidad, en suma, de la efectividad del Derecho (Internacional de los Derechos Humanos). Es una llamada exigente y muy bien argumentada para que los legisladores y los tribunales nacionales tengan en cuenta esos pronunciamientos de los organismos internacionales de Naciones Unidas para la protección de los derechos humanos. También, en materia de lo que se llama justicia transicional o justicia restaurativa, como sucede, por ejemplo, respecto a las exigencias de reparación a las víctimas de las violaciones de derechos que la memoria histórica nos pone por delante, y a sus familias.

(III)

 Pero he hablado de un segundo rasgo que singulariza el perfil del doctor Salvioli, una característica que valoramos especialmente desde el Instituto de Derechos Humanos y que, con la decisión de nuestra Universitat de otorgarle este reconocimiento, sirve también para que la Universitat de València lance un mensaje que traspasa los límites de lo académico y las fronteras de nuestra Comunitat Valenciana, de España y de Europa. Un mensaje que considero muy necesario hoy, a la par que extraordinariamente relevante.  Y aún más cuando el presidente de los EEUU acaba de lanzar un ataque que no se reduce a la Universidad de Harvard, sino al núcleo de la libertad de enseñanza y de la idea de las universidades, las comunidades científicas, como arquetipo de la sociedad abierta, sin fronteras.

Queridos amigos, hoy asistimos a lo que el canciller Scholz en un discurso ante el Bundestag en febrero de 2022, poco después de la invasión de Ucrania por Rusia, denominó un Zeitenwende, un punto de inflexión histórico que nos sitúa ante el riesgo del fin de un proyecto, que me atrevo a considerar no sólo jurídico y político, sino incluso civilizatorio, apoyado en la universalización de los derechos humanos y en la arquitectura institucional de la ONU, desplegada entre 1945 y 1998. Un proyecto que aspiraba a construir un orden global multilateral y del que parecía participar también la propia Unión Europea.

Con esa fórmula me refiero al proyecto que tiene como referencias la Carta de San Francisco (1945) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH, 1948), los Pactos del 66, y el sistema de Convenios que comienza con la Convención para eliminar todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW, 1978), hasta llegar al Convenio o Estatuto de Roma, que estableció un Tribunal Penal internacional (1998). Un proyecto asentado en dos pilares, que ha explicado muy bien el profesor Salvioli: de un lado, la positivación del universalismo jurídico (cuyo núcleo es la igualdad de derechos para todos los seres humanos), lo que da lugar a un Derecho tendencialmente cosmopolita, que quiere extender la lógica del Estado de Derecho al ámbito global y en segundo lugar, su concreción política en un orden internacional multilateral, de alcance global, apoyado en la arquitectura institucional de la Organización de las Naciones Unidas.

Pues bien, frente ese orden, hoy, potencias como Rusia y China -es verdad que en distinta medida- tratan de imponer una alternativa. Lo que es más grave: desde hace unos meses, inopinada y desgraciadamente, también impugna ese orden civilizatorio la administración norteamericana del presidente Trump, que no parece conocer otra regla que la de la fuerza y el sometimiento a su muy peculiar interpretación de la lógica del mercado, al servicio de sus propios negocios y de los beneficios de las empresas multinacionales que parecen pilotar esta contrarrevolución.

Conviene subrayar que ese proceso civilizatorio es bien distinto del nuevo orden que levantaron en los siglos XIX y XX el colonialismo y el eurocentrismo, presidido por el lema de un poema del Kypling, la carga del hombre blanco, esto es, la coartada de una tarea supuestamente civilizadora que enmascaraba a duras penas la ambición de hegemonía mundial de potencias como el Reino Unido y luego los EEUU. Una ideología que nuestra también doctora hc, la profesora Seyla Benhabib, definió como un universalismo de sustitución, pues bajo el noble manto del ideal de derechos humanos universales, parece subyacer un orden que profundiza en la desigualdad de los seres humanos y de los pueblos y naciones de nuestro mundo, que deben acomodarse, si no someterse a los intereses geopolíticos de la potencia dominante. Un mundo que no está tan lejos de ese que un maestro de iusinternacionalistas, el profesor Remiro Brotons, describió en un ensayo de gran lucidez, en 1995: Civilizados, Bárbaros y Salvajes en el nuevo orden internacional.

Pero no miremos sólo a los agresores externos de ese proyecto civilizatorio. Nosotros, los europeos, contribuimos a su deterioro. Nosotros, que presumimos orgullosos de ser el núcleo de los países civilizados, asistimos entre la indiferencia y la impotencia a la barbarie y las muestras de salvajismo, la masacre de millares de niños, de mujeres y de hombres inocentes en Gaza, bajo las bombas, el asedio de hambre, la crueldad, los crímenes de guerra y contra la humanidad perpetradas por el gobierno Netanyahu. Una actuación salvaje que continúa hoy, dos años después de los execrables atentados terroristas de Hamas, en abierta violación de los principios básicos del Derecho internacional. Es un orgullo que la Universitat de València, tras solicitar un dictamen de nuestro Instituto, se pronunciara públicamente en defensa de esa legalidad internacional. Es una muestra de dignidad, la misma que acreditó el Alto representante Borrell, la que han reivindicado casi en solitario los gobiernos de España e Irlanda, en medio de la abrumadora inacción europea.

Pero eso no es todo…

¿Cómo calificar de civilizada nuestra indiferencia ante las hambrunas que diezman poblaciones en Somalia o Sudán, o nuestro escándalo de boquilla ante la infamia del régimen talibán contra las mujeres?

¿quién, en los años venideros, aceptará llamar civilizados a los gobiernos de la Unión Europea, que ahondan en lo que se ha calificado como nuestra necropolítica, la de las políticas migratorias y de asilo, que elevan muros y montañas de dificultades frente a las decenas de miles de personas que se ven obligadas a una movilidad forzosa, muchas veces letal?

¿Cómo de civilizados pretendemos ser cuando tratamos en condiciones de semiesclavitud a las mujeres inmigrantes que se ocupan de nuestros hijos, nuestros ancianos, nuestros hogares, regateándoles derechos elementales?

 ¿Qué civilización hay en nuestro ignominioso trato a menores extranjeros a los que estigmatizamos como delincuentes, en abierta violación de nuestras obligaciones jurídicas como signatarios de Convenios internacionales y, en particular, cómo llamarnos civilizados después de la severa reprensión del Tribunal Supremo, ante la flagrante falta de solidaridad de las Comunidades Autónomas y ante el inexcusable incumplimiento de las obligaciones de acogida a los menores solicitantes de protección internacional?

Nuestro nuevo doctor, con la prudencia del análisis riguroso propio de la mejor investigación jurídica, pero también con la firmeza de las convicciones y principios que hacen del reconocimiento de los derechos humanos una exigencia irrenunciable, que no una opción ingenuamente buenista, ha compatibilizado siempre el ejercicio de su profesión y vocación universitarias con su dedicación a la defensa de los derechos humanos en sus responsabilidades en diferentes organismos internacionales, en los que ha brindado su apoyo a las organizaciones de la sociedad civil que luchan por los derechos, y con ello por ese orden civilizatorio, siguiendo el lema de Ihering, que es el de nuestro Instituto: Nunca ningún derecho fue conseguido sin lucha. Porque el Derecho sólo es un instrumento noble cuando es lucha civilizada por los derechos: una lucha que no debe ser bélica, sino eminentemente jurídica.

Así lo ha entendido el doctor Salvioli, por ejemplo, a través de su trabajo para reparar las graves violaciones de derechos y libertades cometidas durante la dictadura militar en Argentina, o interviniendo como representante de diversas ONG en eventos cruciales como la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (Viena, 1993) o la Conferencia Mundial para el Establecimiento de una Corte Penal Internacional (Roma, 1998), o en su trabajo como experto para Organizaciones Internacionales.

Destacaré, en ese contexto, varias contribuciones fundamentales al desarrollo del Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

Así, en primer lugar, su actividad como abogado pro bono, consultor y asesor en importantes litigios ante la Comisión Interamericana y ante la Corte interamericana de Derechos Humanos y como miembro de once tribunales arbitrales ad hoc para determinar reparaciones pecuniarias -nueve de ellos en calidad de presidente-, en el marco de soluciones amistosas acordadas ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

En segundo lugar, mencionaré que entre 2009 y 2016 fue miembro y luego presidente del organismo universal más emblemático de defensa de los derechos humanos, el Comité de Derechos Humanos de la ONU (en el que ha impulsado el desarrollo de su jurisprudencia, especialmente en materia de excepciones preliminares, debido proceso, desapariciones forzadas, objeción de conciencia, derechos de las mujeres, o reparaciones de las víctimas, así como en la optimización de los métodos de trabajo del Comité).

Finalmente, recordaré que, entre 2018 y 2024, ha sido Relator Especial de la ONU sobre la promoción de la verdad, la justicia, las reparaciones y las garantías de no repetición y en esa condición ha llevado a cabo actuaciones y ha presentado informes que han sido aprobados por el Consejo de Derechos Humanos o la Asamblea General de Naciones Unidas, o han servido de base para la elaboración y mejora de legislación nacional en numerosos países de los cinco continentes, también de nuestro país. Añadiré, como prueba de su reconocimiento internacional, que en 2016 fue elegido por aclamación presidente de la reunión anual de presidentes de órganos de Tratados de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Precisamente por esa trayectoria, en la que nunca ha tenido ni buscado compensación económica, el Dr Salvioli ha recibido numerosos reconocimientos, aunque también ha concitado respuestas mezquinas, incluso desde algún rincón de la universidad. Eso prueba, querido Fabián, la razón que asistía a Goethe -que no Cervantes, como dice el tópico-, cuando dejó escrito en su poema Kläffer aquello de “Y el fuerte sonido de sus ladridos, solo prueba que estamos cabalgando” (Und seines Bellens lauter SchallBeweist nur, daß wir reiten).

 

Termino. El doctor Fabián Salvioli da continuidad, así, a la estela de las grandes mujeres y hombres, como Eleanor Roosevelt o René Cassin, que redactaron la Declaración Universal de 1948. Y no es la menor de sus contribuciones haber construido el principio pro persona, el eje esencial sobre el que ha pivotado su obra científica y su compromiso social, como norma juridica y criterio interpretativo fundamental, que remite a lka prioridad de los derechos humanos en toda actividad jurídica.

Por todo ello, creo que nuestra alma mater se enriquece al incorporar a su claustro de doctores al profesor Fabián Salvioli, que ya no será un invitado frecuente, sino uno más en nuestra casa común.

 

He dicho.

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