Los amigos de Infolibre me han pedido que participe en la sección que, con el título del libo de Santos Juliá. Los abajo firmantes, pretende examinar el papel de los intelectuales en el debate público y en política, hoy, en comparación con el debate clásico e incluso respecto al papel de los intelectuales en la transición democrática en España. Esta sido mi reflexión
El contexto del debate sobre los intelectuales: una realidad sustancialmente diferente
A mi juicio, es importante ante todo situar en su contexto la noción de “intelectual” y la mayor parte del debate que se nos propone, porque hace decenios que vivimos transformaciones sustanciales que afectan a su concepto y a su función.
En efecto, hoy, debido sobre todo a los cambios acelerados en el espacio tecno-comunicativo en los últimos 20 años, buena parte de las cuestiones sobre el papel de los intelectuales en la construcción de la opinión pública, su función como fuente o referencia de análisis y crítica, también la noción gramsciana de “intelectual orgánico”, pierden su sentido o adquieren perfiles que marcan profundas diferencias hoy respecto al debate clásico sobre los intelectuales.
Me explicaré: no es sólo que estén desapareciendo las referencias intelectuales en ese sentido clásico, el que pudieron representar por ejemplo S. Zweig, B.Rusell, A.Camus, S. de Beauvoir, J.P.Sartre, R.Aron o, más recientemente y por hablar sólo del contexto europeo, Steiner, Enszerberger, Berger o Judt y no encontremos referentes comparables. Pero sobre todo es que, al menos a mi juicio, hoy los intelectuales ya no pueden ocupar ese espacio privilegiado que tuvieron hasta finales del pasado siglo. Y ello por dos razones que quiero destacar, entre otras posibles.
Ante todo, porque ha cambiado el concepto de intelectual. No pretendo simplificar el debate sobre la noción misma de intelectual, pero para no extenderme, creo que se puede aceptar que lo que define a los <intelectuales> es que se caracterizan por reunir, entre otros, estos tres rasgos: primero una sólida formación que `podríamos calificar como <humanista>, en sentido amplio (y hay que añadir que casi todos los referentes clásicos, con alguna excepción, presentan al mismo tiempo un déficit de conocimientos científicos y tecnológicos que hoy se nos antoja inaceptables). En segundo lugar, una capacidad creativa y comunicativa muy destacada. Finalmente, la voluntad de contribuir a conformar a la opinión pública sobre cuestiones clave.
Por tanto, en sentido estricto, no hace falta que sean académicos profesionales (historiadores, filósofos, politólogos, etc), pero tampoco basta con que sean periodistas o colaboradores en los medios. Dicho de otro modo, un sabio no tiene por qué ser un intelectual. Mucho menos un experto, un técnico en una materia concreta, por importante que sea. Tampoco basta con ser un artista destacado, aunque se haya creado el hábito de pedir opinión sobre cualquier tema, incluso los más trascendentes, a quienes son artistas -a los destacados y también a los menos relevantes-, por el hecho de su celebridad. Por supuesto, tienen su opinión, pero eso no quiere decir que sean intelectuales. Como también habrá que convenir en que hay intelectuales que no encajan en la condición de sabios…En todo caso, reconozco que hoy no encuentro referentes con la autoridad que les confiere la concurrencia de esas características.
Pero, además, una segunda razón es que se ha reducido mucho el humus, el caldo de cultivo que permite que desempeñen su función: incluso el intelectual de intervención rápida (crítico u orgánico, da igual), necesita un mínimo de reflexión antes de pronunciarse, pero los media y -sobre todo- las redes, apenas ofrecen hoy ese margen. Todo ha de ser instantáneo. Los espacios que permitían ese otro tempo, más pausado (el paradigma serían las revistas periódicas de referencia, tanto para la derecha liberal como par la izquierda) están desapareciendo y ven muy reducido su público y comprometida su continuidad, aunque es cierto que hay ejemplos meritorios de esfuerzos de supervivencia. Lo máximo que queda, como sucedáneo, en las publicaciones `periódicos generalistas son los suplementos culturales. No hablemos, insisto, de la televisión, la radio o las redes, en las que el “intelectual” ha sido sustituido por el tertuliano, los influencer o blogueros de moda.
Por lo demás, no cabe desdeñar el peso de un factor negativo, disuasorio: el riesgo que supone la perversa lógica que se ha impuesto en las redes retrae a no pocos que tienen capacidad para desempeñar la función de intelectual, pero quieren salvaguardar su espacio y tiempo de reflexión y quedar al margen de la marea de odio, prejuicios y descalificaciones que domina en esas redes.
Una nota al paso sobre los “intelectuales de la transición”
Por lo que se refiere a los denominados “intelectuales de la transición” en España, aunque no ignoro la existencia de versos sueltos, como ejemplifica entre nosotros Fernando Savater, a mi juicio la mayor parte de ellos fueron sobre todo, dicho sea con el mayor de los respetos y reconociendo alguna excepción notable, intelectuales orgánicos, al servicio de opciones de partido, incluso más que ideológicas en el sentido amplio. Dicho ésto, creo que hay que reconocer que desempeñaron eficazmente esa tarea como tales intelectuales orgánicos, (siempre se cita el lugar común de que el gran intelectual orgánico fue El País).
Si pensamos en esas referencias (no digamos, insisto, en los clásicos, en los intelectuales dela República), por contraste con el panorama actual, dominado por un proceso de polarización, la impresión que tengo es que (siempre, insisto, con excepciones) lo que domina es el modelo de intelectual de partido, lo que en muchos casos significa intelectual adscrito a un grupo mediático o editorial. Nos faltan figuras intelectuales en sentido propio, esto es, con espíritu libre y crítico
Los intelectuales, hoy. Apuntes para el escepticismo
¿Quedan intelectuales de vocación clásica? Sí: en Europa, aunque ya muy declinantes por razones de edad, hay dos ejemplos señeros de intelectuales que son, además, sabios: Habermas, Morin, Balibar. Y, sin incurrir en el error de pensar que sólo puede ser intelectual-tipo el ensayista (que no necesariamente filósofo, literato o historiador), hay algunos ejemplos reconocibles -insisto, declinantes, por razones de edad-, como lo era hasta casi ayer Kundera o, en otro sentido, lo es Vargas Llosa. Desde luego, también encontramos intelectuales con claro compromiso político: pienso por ejemplo en José Saramago, Manuel Castellls, Sami Nair, Manuel Cruz, Victoria Camps o Amelia Valcárcel o, fuera del ámbito europeo, el caso emblemático de Michel Ignatieff.
Hoy, diría, buena parte de los que, en nuestro país, serían candidatos a aparecer en el censo de intelectuales, muestran esa evidente voluntad orgánica, pero no cuentan -creo- con aquellos rasgos propios del intelectual que recordé al principio: son, en su mayoría, opinadores, columnistas o académicos (economistas, politólogos, historiadores, todavía muy pocos científicos) que se expresan desde las páginas de opinión de la prensa, en los espacios de tertulias, étc. Y añadiré de inmediato que uso el término “opinador” con todo el respeto que merece, a mi juicio, todo aquel que quiere presentar su opinión de forma pública, argumentada y aseada, lejos de la descalificación y la polarización.
Para terminar, insistiré en que no trato de hacer un canon, sino de dar mi propia opinión. Por tanto, no quiero decir que no haya hoy voces muy valiosas desde el punto de vista de capacidad de análisis y crítica, e incluso de intervención en cuestiones que nos afectan a todos (pienso en ejemplos como J. Riechman, S. Alba Rico, L. García Montero, o J.L Arsuaga). Hay también, sin ninguna duda, científicos, historiadores, ensayistas, economistas, escritoras o escritores, artistas o periodistas muy relevantes, pero me parece que su presencia y peso, desafortunadamente, es muy diferente del que tuvieron los intelectuales en sentido clásico.