AL CUMPLIR (CASI) MEDIO SIGLO DE ANDADURA UNIVERSITARIA. Intervención en la jornada «Conversación con Javier de Lucas, en homenaje a su jubilación » (22 de junio de 2023, Facultad de Derecho. Universitat de València)

La guía fundamental de esta intervención, lógicamente, es el agradecimiento y el reconocimiento por la enorme suerte que me ha correspondido a lo largo de este casi medio siglo de andadura universitaria que se cierra hoy con la jubilación. Me considero una persona afortunada por poder contarlo, en relativo buen estado físico y aun incluso mejor de ánimo…

Sigo pensando que el oficio universitario, sin ignorar sus limitaciones, sus servidumbres y algunos aspectos que a veces pueden llegar a ser sombríos (como lo es la vida misma), es o al menos lo ha sido, un enorme privilegio. Desde luego, en la Universidad pública.

Es un oficio que, a mi entender, se resume en una palabra precisa, aunque quizá esté en desuso: estudiar. Sí, nuestro trabajo consiste en eso, en estudiar, en aprender, en investigar, para ayudar a otros a aprender, que es nuestra manera de contribuir a hacer un poco mejor la vida de quienes nos rodean.

La mayor parte de estos casi 50 años (luego volveré sobre ese casi) han transcurrido en esta Universitat de València, a la que llegué en 1974 para hacer el doctorado y tuve la gran suerte (por mediación de nuestro común y recordado amigo Alejandro Llano) de encontrar la guía de Jesús Ballesteros, a quien considero mi primer maestro. Jesús compensó de largo con su inteligencia y su trato generoso, la educada reticencia franciscana con que me recibió D José Corts Grau, que me aconsejó vivamente que hiciera oposiciones a notario, o abogado del estado y luego, quizá, me planteara la tesis. Cuando asimiló que yo no quería hacer esas oposiciones, sino una tesis (ingenuo de mí, sobre justicia e igualdad en Platón), primero intentó encaminarme a Ramiro de Maeztu y finalmente aceptó resignadamente que me dedicara a Durkheim…

Pero insisto: he tenido mucha suerte en la vida universitaria

Primero, como decía, una fortuna enorme con mis maestros: además de Jesús, tengo que referirme a Ernesto Garzón, Elías Díaz y Gregorio, que me hicieron conocer a Treves, a Bobbio, a Ferrari, a Losano, a Macormick o a Ferrajoli, entre otros.

También he sido afortunado por pertenecer a una entonces joven generación de profesores de filosofía del Derecho, mi generación, llena de nombre brillantes, entre los que nombraré a Manuel Atienza porque es el más antiguo y el mejor de mis amigos entre esos compañeros.

Y no menor fortuna con quienes han sido estudiantes míos y luego se convirtieron en compañeros, en otras disciplinas, pero también en filosofía del Derecho y en alguna otra aventura, de esas -como la de la colaboración con ONGs, o la puesta en marcha de inicitaivas como cine y derecho- a las que me ha llevado un espíritu quizá demasiado curioso y disperso…

Sumaré más datos de fortuna: además de la suerte de disfrutar de no pocas estancias de investigación en otros países, he tenido la oportunidad de hacer dos largos paréntesis en la docencia, para dedicarme unos años a otros menesteres que, sin embargo, no me alejaron de la Universidad: siete años como director del Colegio de España en Paris, y luego cuatro años en el Senado, un honor (el de representar a los ciudadanos que me votaron) que debo a la propuesta que me hizo el secretario general del PSPV, Ximo Puig, y que me ha permitido participar en la actividad legislativa, sin desconectar de la Universidad, como presidente de la Comisión de ciencia, innovación y universidades del Senado. 

Esta aventura del Senado, o de dar el paso a la política, ya con edad avanzada (senatorial, en el sentido en que lo dice en El Gatopardo el interlocutor del príncipe de Salina, cuando intenta vanamente convencerle de que acceda ir al nuevo Senado italiano), fue una decisión difícil. No me voy a extender en ello.

Sí diré que conté con el apoyo de Consuelo e Irene, como en todas las ocasiones de cambios decisivos en mi vida.

Y añadiré que, cuando se lo comenté a dos de mis grandes y mejores amigos, Sami Nair y Francisco Jarauta, me dieron consejos muy útiles. Recordaré ahora uno en el que me insistió Paco: estudia a Cicerón otra vez…y para aburrimiento de mis compañeros de escaño eché mano de él en no pocas ocasiones

Es Cicerón, quizá con Montaigne, quien dejó escritas algunas de las mejores páginas sobre la amistad, un don que él parangona sólo con el de la sabiduría, aunque finalmente, en esa maravilla que es el Laelius de amicitia, que me tocó traducir en el examen de premio extraordinario de bachillerato, parece inclinarse por la amistad, como lo hace Montaigne

Pero no es de Cierón, sino de Appio Claudio, un dictum que resume ese don: amicum cum vides, obliviscere miserias. Y miserias, las hay. No digamos a la hora de la vejez. Sin necesidad de compartir el amargo dictamen de De Gaulle, ¡La vieillesse, quel naufrage!, la vejez no es plato de gusto, por más que podamos alabar algunos de sus dones. Pero como recuerda Appio Claudio, además de la experiencia que siempre aporta algo de sabiduría, queda la amistad. Y cuando me veo rodeado de tantos y tan buenos amigos pienso que el balance de cuanto he hecho en estos años universitarios no puede ser tan malo.

Y junto a los amigos, sin falsa modestia, mencionaré otros motivos de satisfacción: haber contribuido a dejar un Instituto de Derechos humanos que se renueva y mejora de continuo. Haber contribuido a formar a estudiantes, a profesores e investigadores de muchas generaciones. Y, lo sabéis, esa colección de cine y derecho que me une a Salva Vives, a Cande López, a Mario Ruiz, a Fernando y a tantos compañeros que son autores. Una colección que, por mediación de un buen amigo hoy presente aquí, recibió la medalla de oro de bellas artes…

Hablaba antes de ese casi medio siglo. Hay cierta belleza en la aparente mácula que impide una cifra redonda. Se cumplen 49 años, que no 50, del momento en el que me incorporé a la Universitat de Valencia, en octubre de 1974, para iniciar mi tesis doctoral. Y ha querido el azar que el regalo que me hacen mis compañeros de un número monográfico de homenaje de la revista CEFD lleve el número 49 también.

Por todo ello, gracias: permitidme que personalice en Maria José el agradecimiento a todos los que han puesto su tiempo, su trabajo y su afecto, para organizar esta jornada, y a cuantos se han tomado la molestia de participar en ella, también como asistentes.

Termino, con tres versos de un poema de Les matinaux, de René Char, un poeta que me enseñó a conocer y a amar mi amigo Sami Nair. En ese poema maravilloso sobre el país que soñaba para él, Ce pays n’est qu’un vœu de l’esprit, un contre-sépulcre.

Dice así:

<<Dans mon pays, les tendres preuves du printemps et les oiseaux mal habillés sont préférés aux buts lointains.

La vérité attend l’aurore à côté d’une bougie. Le verre de fenêtre est négligé. Qu’importe à l’attentif.

Dans mon pays, on ne questionne pas un homme ému.

Il n’y a pas d’ombre maligne sur la barque chavirée.

Bonjour à peine, est inconnu dans mon pays.

On n’emprunte que ce qui peut se rendre augmenté.

Il y a des feuilles, beaucoup de feuilles sur les arbres de mon pays. Les branches sont libres de n’avoir pas de fruits

On ne croit pas à la bonne foi du vainqueur.Dans mon pays, on remercie

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