Tuve la suerte de conocer a Edgar Morin, hace muchos años, en casa de Sami Naïr. Comenzó así una relación que, si bien no puede calificarse de estrecha amistad, ha sido para mí muy enriquecedora, No olvidaré, por ejemplo, que, en una de las muchas estancias de trabajo en Paris, con Irene y Consuelo, nos alojamos durante un verano en un apartamento -nada menos que en rue des Ecoles- que nos proporcionó la inolvidable Edwige, su mujer, gracias a la mediación de Sami. Y luego compartimos con él muchos encuentros, en Paris y también en Valencia. Por ejemplo, Edgar pasó unos días en Valencia con motivo de la primera estancia de Sami en nuestra Universitat, como profesor invitado y también gracias a la relación con el entonces director del Institut Français en Valencia en aquella época, buen amigo de Sami y del propio Morin. Recuerdo cómo nos contaba que, durante su estancia como profesor en Berkeley, escogía sus horarios de forma que le permitiesen seguir la primera temporada de Star Trek, una serie de la que se hizo fanático. Es la época en la que Edgar acuñó la expresión «cultura ye-yé » (yeah-yeah) para definir ese momento cultural, una fórmula que tuvo un éxito inmediato, algo que hoy recordamos sólo algunos dinosaurios…
Edgar Morin ha mantenido una relación especial con la Universitat de Valéncia gracias a Ana Sánchez, discípula y buena amiga suya, que impulsó su doctorado honoris causa y que editó «Pensar la complejidad», el libro de Edgar Morin publicado por la Universidad de Valencia con esa ocasión. Por supuesto, como decía, su relación con Valencia se incrementó gracias a nuestro Sami, que le invitó a dictar conferencias en la Cátedra Mediterráneo y en la cátedra Cañada Blanch que en su momento dirigió el propio Naïr. También gracias a Sami visitó la Universidad de verano de Guardamar, a la que le invitamos. Por eso, este intelectual, que ha pensado como nadie el Mediterráneo, que lucha por una idea de Europa que muchos compartimos y que es uno de los grandes intelectuales contemporáneos, es también nuestro, valenciano…
Ahora, esta suerte de vida extra de Edgar Morin, marcada por su carácter centenario, en la que se ha embarcado con tanta energía vital, intelectual, espiritual, es un regalo para todos. A quienes hemos entrado en eso que antes se llamaba la tercera edad y que andamos echando mano de Marco Aurelio, de Séneca o de Cicerón, para saber cómo acomodarnos a esta última etapa vital, que identificamos con el célebre aserto de De Gaulle («la vieillesse: quel naufrage!»), nos viene muy bien el contra`punto que muestra Morin, que sabe que la muerte es una realidad próxima y al mismo tiempo da prueba (como lo hiciera también el gran Saramago) de la mejor manera de afrontar esta etapa: con amor, con energía vital, sin dejar de pensar en cómo entender el mundo y cómo tratar de ayudar a los demás a entenderlo y a mejorarlo…
Todo eso lo muestra muy bien Joseba Elola en la entrevista que hoy publica Ideas…