Nuestra Paideia (versión extendida del artículo publicado en Infolibre, el 17 de noviembre de 2020, en defensa de la inclusión de enseñanza de los derechos humanos y de una asignatura de ética en ESO, en la LOMLOE)

En mis años de estudiante de doctorado, allá por 1974, pocos libros me causaron tanta impresión como la obra monumental de Werner Jaeger, Paideia, a la que vuelvo recurrenemente. Generaciones enteras aprendimos con su lectura la dificultad de definir un proyecto como ése, que no es sólo educativo, sino también cultural y político. Como explica Jeeger, en realidad cada época en Grecia -casi cada escuela, cada élite-, tuvo el suyo. Y lo que quiero plantear al lector, mi pregunta, es cuál es el nuestro, cuál es nuestra paideia, si es que tenemos alguna aquí, en España, en medio de este terrible contexto de la pandemia.

Si aun queda alguien que siga leyendo después de este exordio, trataré de tranquilizarle. El propósito de estas líneas no tiene el menor sentido erudito. La pregunta que enuncio, en términos genuinos, está motivada por lo que sucedió ayer, en la Comisión de Educación del Congreso en el debate a propósito del proyecto de LOMLOE que algunos quieren llamar “ley Celáa”. Muy concretamente, planteo esta pregunta por el rechazo a una enmienda de En Comú Podem/UP, que pretendía incluir como obligatoria en 4º de ESO la asignatura de ética, en el marco de un ciclo formativo de filosofía y también porque, en mi opinión, hay no poca confusión en torno a la asignatura de “valores éticos y cívicos” que propone el Ministerio. Pero lo que sigue no tiene tanto que ver con la anécdota parlamentaria, sino con lo que me parece que es la categoría.

Vamos al episodio parlamentario. El rechazo a la enmienda ha venido motivado (según la posición defendida por el PSOE, que había presentado una enmienda transaccional para que se impartiera “en algún curso de esa etapa”, postura apoyada por el PNV), porque “ya hay demasiadas materias en 4º de ESO y habría que quitar alguna para incluir la ética”. Como ha señalado la REF (Red Española de Filosofía), eso supone que los estudiantes que después de la ESO pasen, por ejemplo, a Educación Profesional, o sencillamente dejen de estudiar, no habrán recibido ninguna enseñanza de filosofía, pues no se puede considerar como tal -ni como equivalente a la ética- la asignatura de “valores” que el Ministerio incluye en 3º de ESO. Con ello, además, se rompe el acuerdo unánime alcanzado en octubre de 2018, por la Comisión de Educación del Congreso. En aquel entonces, el diputado socialista y portavoz de educación, Manuel Cruz, defendió brillantemente la recuperación de la filosofía, no como una cápsula aislada, sino como parte de un <ciclo formativo>: “de la misma manera que se enseña Matemáticas o lengua en tres cursos, filosofía debe enseñarse como un ciclo completo…no por una postura corporativa o gremial, sino para que el saber filosófico se despliegue de manera natural y adecuada”.  

Cabe discutir, por supuesto, si es posible recuperar esos contenidos por vía de desarrollo curricular, como ha argumentado la admirada y muy experimentada diputada y ponente socialista Martínez Seijo, quien, -en línea con lo que sostiene el Ministerio- razona que se ha priorizado la coherencia con el modelo competencial que fomenta la LOMLOE y asegura que comparte el carácter fundamental de la enseñanza de la filosofía. Pero quizá el problema no sea tanto el de <quítame de aquí estas horas, para poner esas otras>, sino que estriba en el sentido que el Ministerio atribuye al propio proyecto educativo. Y aquí sí que entra en juego el modelo de paideia. Es decir, la categoría. ¿Cuál es el modelo de paideia del proyecto de ley?

Creo que, para debatir sobre ello, podemos acudir a los razonamientos encontrados en torno a la asignatura de “valores” que este Ministerio sostiene. Según el proyecto, se trata de un instrumento para la adquisición de valores cívicos y constitucionales. Y en apoyo de esa asignatura se ha argumentado con frecuencia que, a fin de cuentas, esa “enseñanza en valores” cumpliría la función que debe desempeñar la ética.

Desde que se anunció este propósito, he discrepado a fondo del planteamiento. A mi juicio, esta concepción de la “enseñanza en valores” es un auténtico tiro en el pie. Todo el mundo tiene valores, que lógicamente aspira a presentar como imprescindibles en esa asignatura de formación en valores: por ejemplo, VOX, el tercer partido en representación en el Congreso, que cuenta con el respaldo de unos cuantos millones de ciudadanos. Es fácil imaginar el contenido de valores que, consecuentemente con su ideología, con su sistema de valores, impulsarían en la escuela. También es fácil imaginar los valores que, en el caso de que lleguen a gobernar, vetarían por considerarlos disvalores, o contravalores, o propuestas nefastas, por contrarias a su sistema de valores. Recuerden el denominado “pin educativo”, su rechazo a la entidad de la violencia de género, o su decidida apuesta como buen modelo de gobierno por el régimen del general Franco.

Nadie niega el derecho a tener los propios valores. La cuestión es si se deben enseñar en la escuela pública. Mi propuesta, nada original, es muy sencilla. Los únicos valores compartidos que tienen cabida en la escuela pública en una sociedad plural, son los de la ética pública, que hoy, en el siglo XXI, se llaman derechos humanos. Y no me vengan con la objeción de que no sirve de nada memorizar convenios y declaraciones de derechos, porque la enseñanza en derechos humanos no consiste en eso.

Enseñar derechos humanos, que es lo que a mi juicio debería hacer la escuela pública en lugar de perorar sobre “valores”, es enseñar el marco común de alteridad: ayudar a distinguir entre deseos, expectativas, derechos y deberes: saber qué es un derecho y qué no y por qué. Y por supuesto, aprender que, junto a los propios, están los derechos de los otros que, inevitablemente, entrarán en conflicto. Es decir, entender que ningún derecho es absoluto y que los conflictos, que son naturales, inevitables, deben resolverse conforme a Derecho, y no con arreglo a la fuerza. Lo que no excluye, antes al contrario, hacer entender que los derechos no se otorgan, sino que se adquieren, mediante la lucha por el Derecho. Porque se puede retroceder en su garantía e incluso perderlos, por la invasión de otros poderes, los del Estado y los de quienes tienen más fuerza que nosotros. Pero esa lucha por el Derecho es lucha conforme a derecho, es decir, sin cabida para la violencia. Aunque, a mi juicio, sí es posible luchar por los derechos mediante el recurso a la desobediencia: eso sí, si hablamos de una sociedad democrática, de un Estado d Drecho, esa desobediencia ha de ser civil, como por ejemplo he tratado de explicar en un libro reciente, Decir No. El imperativo de la desobediencia (y perdón por la sugerencia de lectura, que gustará a mi editor).

La enseñanza de la ética y de la filosofía es otra cosa. Cabe discutir si el ciclo formativo de filosofía, como propone la REF, debe constar de dos o tres asignaturas, cuáles han de ser obligatorias y con qué carga lectiva. Lo que parece innegable es el perjuicio que supone hacerla desaparecer del curriculum obligatorio, porque la ética es el núcleo del proyecto educativo, sin el que no es posible una paideia como la que exige este punto de inflexión civilizatorio que vivimos. Porque la razón de ser de esa asignatura de ética no es “adquirir competencias”, en el sentido técnico, sino facilitar la reflexión que ayuda a constituir la autonomía, el propio ethos, el carácter sobre el que construir nuestra vida como individuos conscientes. Sin esa reflexión genuinamente mayéutica, <e-ducativa> (que no de adoctrinamiento ni de ingurgitación de datos o de valores), caminamos hacia el modelod e súbdtos, de individuos preparados para la sumisión. Caminamos, como se ha dicho, hacia la aspiración de luchar por viajar en camarote de primera en el Titanic.

La clave, pues, consiste en establecer qué paideia. A mi juicio, insisto, el objetivo de la nuestra, comenzando por esa pieza de la misma que es la escuela pública, no es ni puede ser sólo competencial, en el sentido de conseguir formar profesionales aptos para las cambiantes exigencias del mercado global. Menos aún, si eso de adquirir competencias lleva la impronta del muy viejo individualismo posesivo que está en el genoma del liberalismo de mercado. La paideia que necesitamos exige reconocer el ideal de la politeia, que hoy, en un mundo máximamente interdependiente, es el de una sociedad global decente, lo que impone deberes hacia los demás, pero también hacia la vida misma, en términos de la sostenibilidad, de la transición a un sistema de vida ecológicamente sostenible. Los clásicos sabían que <vivir bien> es mucho más que <estar bien>, sobre todo si tal bienestar es el de unos pocos, en sociedades cada vez menos iguales e inclusivas. La enseñanza de la ética y de los derechos humanos son un medio del que no debemos prescindir si aspiramos a que ese bien vivir sea el de todos.

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