Intervención como Presidente de la Comisión de Ciencia, Innovación y Universidades del Senado, 4 de febrero de 2020

Buenos días, señoras senadoras, señores senadores

En nombre de los miembros de la Mesa, quiero agradecer la confianza que Vds han depositado en nosotros. Permítanme que singularice mi agradecimiento por renovar la presidencia de esta Comisión que tuve el honor de desempeñar tan fugazmente en la legislatura anterior. Les pido disculpas y comprensión -incluso algo de paciencia- conmigo, porque me esforzaré al máximo por ser breve, pero la naturaleza y el hábito no me han dotado del don de la concisión. No tendré que esforzarme en cambio contra la naturaleza ni el carácter para garantizar el máximo de libertad de expresión, como es debido y especialmente adecuado en una Comisión cuyo cometido es el desarrollo de la ciencia y la innovación y el mejor respaldo a un sistema universitario como el que necesitan nuestros ciudadanos. Necesitamos alcanzar acuerdos, desde la legítima posición de cada uno y los objetivos y el programa de cada grupo parlamentario.

Estoy seguro de que todos los que formamos parte de la Comisión compartimos la importancia social de la Ciencia, la Innovación y las Universidades. Sin ellas no hay futuro alguno, sino estancamiento y eso quiere decir retroceso: un enorme perjuicio social en todos los órdenes, también en los que se creen ajenos a estos ámbitos. Ningún progreso social es posible sin ellos, sin invertir en ellos. Para todo ello, necesitamos inversión, que no gasto, en el horizonte deseable de alcanzar el 5% a final de 2025.

Como veterano profesor universitario, con más de 40 años de desempeño docente e investigador, estoy convencido del acierto de la descripción que hacía ese intelectual europeo, quizá el europeo por antonomasia que era el recién fallecido G.Steiner, cuando escribía que “es un trabajo muy hermoso ser profesor, ser el que entrega las cartas, aunque no las escriba”. Y en cierto modo los que tenemos atribuidos la representación de los ciudadanos también lo somos, lo debemos ser, carteros entre los intereses y necesidades de los ciudadanos (en lo que nos toca concretamente aquí, en lo que se refiere a Ciencia, innovación y Universidades) y los medios -el BOE, los presupuestos- que deben hacerlos posible. Incluso, además de carteros, nos va a corresponder esa función de los escribanos que redactan esas necesidades e intereses que nos transmiten los ciudadanos, para traducirlas en lo concreto.

Y necesitamos, como recordaba, acuerdos. Porque, como escribiera nuestro León Felipe, se puede decir de nosotros que “no es lo que importa llegar solo, ni pronto, sino con todos y a tiempo”. Con todos, porque a todos debe tenerse en cuenta a la hora de afrontar dos objetivos claves de nuestro trabajo, dos acuerdos de gran trascendencia social: un Pacto social por la Ciencia y un pacto social por la Universidad, como los que recoge el programa de Gobierno de coalición:

  • Creo que hay coincidencia en la necesidad de un nuevo marco legal para las Universidades, que exige poner en marcha un pacto por la Universidad, con el máximo consenso de los agentes políticos y sociales, un acuerdo que, como se enuncia en ese programa, garantice una financiación adecuada y recursos suficientes para
  • modernizar la universidad,
  • ampliar su capacidad de atraer y retener talento,
  • garantizar su acceso en condiciones de igualdad en todos los niveles de formación
  • adaptarla a las nuevas realidades y necesidades,
  • garantizar la efectividad de los derechos del personal docente, fomentando su estabilización, investigador y de administración y servicios a través de una nueva Ley Orgánica de Universidades.
  • Avanzar en el servicio efectivo a los estudiantes, en definitiva, la razón de ser de la docencia universitaria
  • No menos evidente es la necesidad de desarrollo de la Ley de Ciencia 14/2011, un pacto social por la Ciencia, y eso supone, como también se advierte en el mencionado programa, la simplificación del trabajo de los investigadores en los Organismos Públicos de Investigación, el funcionamiento de las oficinas de transferencia de resultados de investigación (OTRIS), el impulso a la investigación aplicada, o la revisión de las reglas financieras aplicables a la actividad investigadora.

No digo que sea todo sencillo en la vasta y complicada comunidad universitaria, ni en la no menos compleja comunidad de la ciencia y la investigación, aunque hay recetas asequibles, como las que proponía Elizabeth Redden en un artículo en Inside Higher Education en 2019: sueldos normales, buenas condiciones de trabajo, mayor autonomía y disponibilidad del propio tiempo  (Stepping Out of the Rat Race, en: https://www.insidehighered.com/news/2019/01/23/ghent-university-belgium-embraces-new-approach-faculty-evaluation-less-focused |.

No nos faltará trabajo. Sé que cuento con todos Vds, señorías, para llevarlo a cabo desde el convencimiento de lo acertado de la máxima del poeta Sexto Propercio, que nos dejó escrito aquello que debe exigirnos y, la vez, confortarnos: in magnis et voluisse sat est. En las cosas grandes, ya sólo acometerlas honra. O, dicho de otra manera, no es el éxito lo que hace al hombre (lo uso como inclusivo, con perdón), son el valor para acometer lo grande. Ciencia e innovación, Universidades, son cosas grandes.

Muchas gracias.

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