Una política a la altura del desafío migratorio, no a ras de instintos primarios, Infolibre, 2 de agosto de 2018

La irrupción de un nuevo discurso sobre las migraciones, protagonizado por el recién electo presidente del PP, el señor Casado es, en realidad, la enésima repetición de lo que parece una tentación irresistible para una parte de la clase política, más allá incluso de supuestas ideologías: utilizar los movimientos migratorios como amenaza, un recurso seguro para obtener réditos políticos a corto plazo, el que llega hasta las siguientes elecciones, el único tiempo político que parecen conocer. Si quieres ganar votos, utiliza la inmigración como problema, como amenaza prioritaria. Y a eso lo llaman «modelo de política migratoria», cuando en realidad consiste en conseguir más votos manipulando la realidad de las migraciones.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Es evidente que ha conseguido un primer objetivo, casi sin bajarse del autobús: el anuncio de que hay que tener la valentía de hacer frente a ese necesariodebate migratorio, es, en realidad, una manera de hurtar una vez más el verdadero debate, el de las condiciones de una política migratoria que sea global e integral, que vaya a las complejas causas y a las no menos complejas respuestas que nos plantean los movimientos migratorios. Una movilidad que, en gran medida, es movilidad forzada, aunque choque con el dogma liberal de movimientos de trabajadores que eligen mejor destino. Porque no sólo son desplazamientos forzados los de quienes denominamos refugiados; también son, en realidad, forzados buena parte de esos movimientos de población que llamamos “laborales”, por mal nombre “migraciones económicas”, ya que nacen de un estado de necesidad y de la creencia en la promesa (tantas veces propaganda) de que hay un El Dorado más allá.

 

En lugar de ese debate, sin duda complejo, el éxito de la provocación del Sr. Casado consiste en hacernos discutir de nuevo en torno a un fantasma, que hoy, sí, recorre Europa. Un fantasma que toma cuerpo gracias al instinto primario del miedo, a la apelación a la defensa frente a la invasión migratoria que está ahí, ante nuestras puertas, justo ahora cuando nos contaban que quienes han cargado con los sacrificios de la austeridad iban a poderse recuperar. Pero no: no podemos atender a reducir la desigualdad como primer objetivo, porque hay un imperativo mayor: defendernos, defenderles a Vds., los sacrificados, de la amenaza que representa esa avalanchamigratoria.

 

Un debate tramposo

Es difícil negar que el nuevo líder del PP ha situado el debate donde quiere, como lo muestra que el Sr. Rivera y Cs corran a tomar posiciones en la misma trinchera (la foto ante las vallas, al lado de la Guardia Civil), para no perder su parte en el botín, con la anuencia de Vox y demás compañeros de extrema derecha, jubilosos de verles venir a sus posiciones. Hasta el Gobierno ha tenido que enviar al director general de la Guardia Civil para mostrar su cuota de firmeza. Y lo consigue, digámoslo enseguida, porque buena parte de los interlocutores del debate público, comenzando por comunicadores y periodistas estrella o aspirantes al scoop y la fama, acceden gustosos a un enfoque que exige poco esfuerzo y proporciona mucha audiencia, el del debate circense. Porque, querido lector, esto es lo de siempre, la receta de pan y circo. Circo, sí. Un juego de titulares aptos para el fácil consumo, de mensajes que mantengan la atención del lector/espectador y por ello han de ser breves, simples e impactantes. Nada de dudas o frases subordinadas, que eso duerme a la audiencia. «Deme un titular», exige el comunicador.

Un debate tramposo, porque, como decía, se centra en un fantasma, construido sobre una suma de mentiras, prejuicios y falacias que explotan el viejo y eficaz recurso, el del miedo. Se trata de enarbolar la amenaza migratoria, un recurso tan simplista como eficaz y, sobre todo, tan viejo como el mundo, como asegura el clásico (primus in orbe deos facit timor): quien promete orden frente al caos, frente a nuestros miedos, en buena medida imaginarios, nacidos de la ignorancia y el prejuicio, tiene las de ganar. En un escenario político en el que priman los eslóganes, los mensajes enunciados en términos simplistas, en lugar de los argumentos que presentan realidades complejas, difíciles de analizar y responder, el éxito del planteamiento maniqueo está asegurado.

Este debate tramposo es, sobre todo, un escenario de emociones, incluso contradictorias, y no un debate de ideas, de argumentos y razones. Es tramposo porque arranca y explota el leitmotiv del miedo y lo adereza con ingredientes de compasión, de «humanitarismo». Nadie quiere renunciar a exhibir buena conciencia (ya se lo dijo Giscard a Mitterrand: «Vd. no tiene el monopolio del corazón» ). Eso sí, siempre que no se traduzca en cambios serios en los presupuestos y se pueda mantener a base de la apelación al voluntariado y a la generosidad de la sociedad civil, que a su vez, calma esa malheur ante la desgracia ajena mediante los correspondientes maratones benéficos, la limosna.

Un debate tramposo, salpicado de la apariencia de racionalidad de unas estadísticas manejadas sin el menor rigor, en aras de ese objetivo del miedo frente al que nos van a proteger: atención, que nos enfrentamos a la catástrofe inminente, provocada por la irresponsabilidad buenista de unos incompetentes que no se atreven a dar malas noticias y todo lo edulcoran. Pero aquí estamos nosotros, sin complejos, valientes, para decirles la verdad y aplicar la cirugía, aunque duela (sobre todo a los demás).

Sin complejos: vamos a contar mentiras y meter miedo

En este debate tramposo impera una primera falacia, o, mejor dicho, un dogma realista que esconde la primera mentiraNo es otra que la vieja cantinela que trata de hacernos tragar que la desigualdad es ley de vida. Que siempre habrá clases, siempre habrá pobres, sobre todo si no trabajan para nosotros y se someten a nuestras condiciones. «Digamos la verdad», nos reconvienen. Nos gustaría que no fuera así, pero no hay recursos para todos. Desde luego, no para asumir toda la pobreza del mundo, la de esos pobres de fuera.

Por supuesto, ese dogma realista, esa verdad, se asienta en nuestra superior racionalidad, la racionalidad del mercado, claro. Es decir, es verdad lo que conviene a nuestros negocios, a ese cálculo racional de la maximalización de nuestro beneficio. Una buena muestra de ello es eso que seguimos llamando cooperación y que, como tantas veces hemos visto, es la primera mentira al uso, recurrentemente invocada a propósito de «políticas migratorias». En buena medida eso que llamamos ayuda, cooperación, es –business as usual– explotación unilateral de los recursos de los países objeto de esa ayuda y cooperación, con la connivencia de élites que juegan así al viejo juego de la corrupción, a espaldas de sus poblaciones.

Una pequeña muestra de esa falacia de la cooperación es el negocio de venta de armamento excedente o caducado, o a punto de caducar. Y encima, el precio de esaayuda es otra verdad a medias, por no decir otra falacia: negar un derecho elemental a sus ciudadanos y a ciudadanos de países terceros. En eso consiste la tarea que le encargamos a cambio de la ayuda, cumplir funciones de policía para coartar el derecho a la libertad de circulación, para ordenar unilateralmente el tráfico migratorio según el dictado de nuestro beneficio y de esa metáfora hidráulica según la cual la inmigración ordenada consiste en que sólo lleguen los que necesitamos y en que se vayan (en echar, aunque lo llamemos «retorno») los excedentes. Por eso no me parece demagógica la conclusión de Bauman: hemos desarrollado la «industria del desecho humano».

El catálogo de medias verdades, falacias y mentira se completa con una clásica, la más vieja expresión del discurso simplista, maniqueo: la construcción del enemigo. Ese discurso tramposo pone a nuestro alcance una tentación irresistible. Sabemos quiénes son los malos en todo esto, esas mafias, esas organizaciones criminales que tratan de invadirnos, explotando a masas de pobres desgraciados, desesperados, que en realidad no son malos, sino gente que no sabe que no deben venir. Por eso, la prioridad de la política migratoria debe ser combatir esas mafias, eliminarlas y blindar nuestras fronteras para acabar con su negocio, aunque ese blindaje consista, paradójicamente, en devolver la «mercancía», los excedentes, o directamente los rescatados de la muerte, a las mismas mafias o a sus cómplices, como vemos que sucede en aguas de Libia.

Es sencillo ser riguroso

En estos días, afortunadamente, no ha faltado la respuesta a ese aluvión de medias verdades, falacias y mentiras. Frente a las » tesis»de Casado sobre el desbordamiento de nuestra capacidad de acogida, se han acumulado las pruebas de que esos «argumentos» son una suma de inexactitudes, cuando no de falsedades, vean lo que señaló infoLibre sobre las mentiras de Casado a propósito de la crisis de los cayucos o los contundentes desmentidos de los pretendidos «datos» exhibidos con singular desenvoltura sobre la presión migratoria. Por no hablar sobre las falacias acerca del negativo impacto económico de la presencia de los inmigrantes. Los gráficos siguientes, extraídos de los informes de Acnur, CEAR, y del INE, ilustran las medias verdades y falacias sobre la supuesta presión migratoria, en particular desde África, o sobre la «avalancha» de refugiados y sobre las verdaderas crisis, aquellas que no nos afectan directamente a europeos ni en particular a los españoles.
 

 

Hay elementos para otra política migratoria

Lo primero que necesita una política migratoria a la altura de los complejos desafíos (que son riesgos, sí, pero también oportunidades), es un cambio en la narrativa, por decirlo en términos hoy frecuentemente invocados. Una política que pase, como se ha escrito, «de la obsesión por los riesgos a aprovechar las oportunidades que ofrecen los movimientos migratorios».

Se trata, como explicaba muy bien hace unas semanas Gemma Pinyol, de «un cambio de paradigma que supere la mirada securitizada de las migraciones y plantee las mismas como un fenómeno transversal y complejo, que no por ello problemático. Hablamos de un fenómeno que requiere de una mayor corresponsabilidad entre territorios de origen, tránsito y destino, y de una mejor gobernanza multinivel».

Ese cambio, a mi juicio, se está produciendo ya, tal y como lo ejemplifican algunos de los pasos que considero positivos, encaminados a lo que es la condición básica de la política migratoria en serio: una gobernanza global de las migraciones, que trata de gestionar la movilidad migratoria en beneficio de todas las partes implicadas. Un pacto que desarrolla el objetivo 10.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que conforman la Agenda 2030 y que se ajusta a cuatro principios, tal y como ha explicado el documento de la OIM sobre el mismo: 1) la protección de los derechos de los migrantes; 2) la facilitación de la migración segura, ordenada y regular; 3) la reducción de la incidencia y las repercusiones de la migración forzosa e irregular; y 4) la gestión de las consecuencias inherentes a la movilidad en contextos de desastres naturales y provocados por el hombre. Un pacto global que no excluye acciones regionales (como las que están al alcance de la UE, sin ir más lejos, si hubiera voluntad política real, aunque ese es otro tema), y que sume el máximo de adhesión, aunque ya los EEUU de Trump y la Hungría de Orban se han autoexcluido del mismo.

Ese pacto global se basa en la Resolución adoptada por la Asamblea General de la ONU el 19 de septiembre de 2016, conocida como Declaración de Nueva York para refugiados e inmigrantes, que puso en marcha el proceso para obtener dos acuerdos globales, el Pacto Global sobre Refugiados y el Pacto Global para migraciones seguras, ordenadas y legales cuyo documento de acuerdo se aprobó el pasado 11 de julio de 2018 y que establece 23 objetivos orientados a asegurar ese modelo de las migraciones como oportunidad.

Un modelo que, en lo que se refiere a la gestión que afronta la UE y España acerca de las migraciones que provienen del continente africano, cuenta con algunos sólidos puntos de partida, como el informe de la Unctad, Economic Development in Africa. Report 2018. Migration for Structural Transformation. Ese informe ha servido de base para un documento elaborado a su vez en el seno de la Subdirección General de Asuntos Migratorios del MAEC, titulado Las migraciones en África y que dio a conocer su titular, el ministro Borrell, el pasado 24 de julio. El documento se puede consultar aquí.

Esa reorientación es más necesaria, si cabe, ante la evidencia de un nuevo reto, el de la movilidad forzada ligada al cambio climático que protagonizará los más importantes desafíos que afrontaremos en los próximos 25 años. Los desastres climáticos obligaron a migrar a un promedio de 26.4 millones de personas por año entre 2008 y 2015, según las Naciones Unidas. El Banco Mundial ha advertido que más de 140 millones de personas en África, Asia meridional y América Latina podrían verse obligadas a dejar sus lugares de residencia debido al cambio climático, a menos que todos los países tomen las medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero necesarias. El Global Compact acordado el pasado 11 de julio concreta esa prioridad en su Objetivo Número 3, que hace un llamado a los países miembros firmantes para «minimizar los factores adversos y los factores estructurales que obligan a las personas a abandonar su país de origen». También se pide coordinar a nivel regional y subregional en cada continente para garantizar que se satisfacen las necesidades y los derechos de los migrantes climáticos y que además se desarrollan estrategias para responder a los desafíos planteados por los movimientos migratorios climáticos.

Estas propuestas que nacen del Ministerio de Exteriores del nuevo Gobierno pueden suponer, a mi juicio, un notable y considerable giro positivo en la orientación de la política migratoria hacia una perspectiva no sólo europea, sino global.Esta es la condición, insisto, de toda política migratoria que se tome en serio, en contraste con las posiciones hasta ahora conocidas del Ministerio del Interior y de la propia Secretaría de Estado de Migraciones, que no parecen tener en cuenta suficientemente –hasta ahora– esa condición de globalidad. Una condición que, por cierto, a mi juicio aconsejaría una reorientación en el modelo organizativo de gestión de la política migratoria, en torno probablemente a una suerte de Delegación interministerial. Dicha delegación debería permitir conectar –por arriba con la acción regional que corresponde a la UE, que actuara de modo conjunto –transversal– respecto a las competencias de los diferentes Ministerios –Exteriores, Interior, Trabajo, Educación, Sanidad, al menos–, y que se coordinara –por abajo– con las competencias de Ayuntamientos y CCAA. Por ejemplo, desarrollando el extinto Fondo de Ayuda para la Acogida, Educación e Integración de los Migrantes, y el también extinto Plan Estratégico de Ciudadanía e Integración, PECI. Pero eso es tema para otro día.

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