La anécdota y la categoría. Sobre los Borbones y la democracia en España

La primera reacción ante el debate organizado en torno a la ausencia del rey emérito en el «solemne» acto de conmemoración de 40 años de democracia es de incredulidad. ¿Cómo es posible que tantos finos analistas se dejen arrastrar por una nueva manifestación del egocentrismo de Juan Carlos de Borbón, como si eso fuera importante hoy, con la que está cayendo para millones de personas en España, en Europa, en el mundo? Se trata acaso de una nueva maniobra de diversión, de una cortina de humo para desviar la atención de lo importante?

Quizá tendríamos que empezar por ajustar cuentas on lo importante: la commemoración de 40 años del comienzo <efectivo> de la transición era una buena oportunidad: no para más fastos, sino para tratar de esclarecer en qué consistieron los acuerdos que dieron lugar a la transición; quiénes los condujeron y por qué se alcanzaron, más allá del cuento de hadas de un príncipe de formación fascista y agazapado a la espera de la herencia del dictador (incluso en disputa dinástica con el padre, versión borbónica del síndrome freudiano) que deviene en salvador de la democracia, vía golpe de Estado del 23 de febrero…Pero eso se frustró doblemente. Ante todo, por el empeño de la mayoría del Congreso en escenificar un ritual más de desmemoria so pretexto de celebrar la memoria. Además, por el discurso del monarca reinante, que eludió entrar a fondo en nada que moleste a lo políticamente correcto (más allá de una balbuceante mención a la dictadura). Además, por las omisiones en ese discurso de Felipe VI de las preocupaciones reales de los ciudadanos y de los temas candentes de la agenda política. Todo eso podría haber contribuido a discutir, por ejemplo, cuánto borboneo puede soportar una democracia y a evocar por ejemplo el error Berenguer y sus consecuencias. O a interrogarse sobre la compatibilidad entre un poder vitalicio y unipersonal (monarquía) que no se contenta con el rol simbólico y las exigencias de la democracia. O sobre la contradicción de que existan dos reyes a la vez, o dos papas, sobre todo si el emérito no se mantiene en silencio, como lo hace el hoy prudente Ratzinger.

Pero no. Aquí nos quedamos con la supuesta ofensa al rey emérito por parte de la Casa Real (eufemismo para referirse a su hijo reinante y a su consorte, de indiscutible influencia sobre el reinante). Puestos a eso, hablemos de quién ofende a quién. Y yo creo que lo evidente es que Juan Carlos de Borbón nos ofende a todos los ciudadanos. Juan Carlos de Borbón, un rey cada vez menos ajustado a su papel simbólico y cada vez más incapaz de contener sus excesos que no tienen nada que envidiar a los de Trump. Un rey cuya conducta ajena al más mínimo criterio de honradez, austeridad y ejemplaridad y su ausencia de la menor empatía con los problemas de los ciudadanos españoles en los últimos años, estuvo a punto de echar a pique la monarquía. Un rey jubilado que cobra por no hacer otra cosa que comer y divertirse a tutiplén, y cobra un sueldo que mantendría a cien familias, mientras deja intacto el enorme patrimonio adquirido en su reinado. Un rey al que nadie ha visto leer un libro, pero sí disfrutar matando o viendo matar animales. Una vez más, ese rey sigue conjugando la única persona del verbo que conoce: yo, yo y después yo
Qué gran sentido de lealtad a la corona y al régimen que le regala su dorada jubilación exhibe el rey emérito, aireando mediante cortesanos afines su protocolario cabreo con su hijo y nuera…e
Pero aún peor es que encima hay políticos de diferentes partidos devanándose los sesos para desagraviarle y organizarle más comidas, francachelas y homenajes, como si no hubiéramos tenido bastante con la hagiografía imperante hasta casi ayer.
y ahora, de verdad, ¿acaso es éste el problema prioritario de los ciudadanos, del país? En qué están pensando cuando gastan horas de TV y radio y páginas en los medios, dedicadas a esta estupidez?

No hay otra respuesta: en seguir tratándonos como menores de edad.

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