Sin palabra, ni honor: la base del Derecho (Cartelera Turia, 2786)

La mayoría de nosotros somos conscientes de algunos de los cambios de uso de lo que eran expresiones casi obligadas en lenguaje ordinario y que llegan a desaparecer. Una de ellas, el empeño de la <palabra de honor>, lo más parecido a un compromiso sin juramento para toda una generación, a la que pertenezco. Dar la palabra de honor equivalía a poner en juego el máximo de fiabilidad del que uno disponía. Y por eso se debía reservar para compromisos importantes.

Dejo al lector la interpretación del por qué del desuso. Pero quería proponer una breve reflexión sobre el sentido del compromiso. Los profesores de Derecho estamos acostumbrados a explicar que, tal y como sostiene Kelsen (aunque haya ignorantes empeñados en repetir el lugar común de que para el jurista austríaco la norma fundamental-Grundnorm- , el presupuesto mismo de la idea de Derecho, es la Constitución, que ocuparía así la cúspide de la pirámide normativa, una imagen que no es de Kelsen, sino de sus discípulos), la base del Derecho es un viejo brocardo romano: <pacta sunt servanda>. Como hemos perdido el rastro de esa nuestra lengua materna, habrá que explicitar que eso quiere decir que hay que mantener la palabra dada, cumplir lo prometido. Sin esa claúsula, el Derecho no existe, es pura retórica.

Muchos entienden que, como las promesas electorales (Tierno dixit) son pura retórica, es decir, se hacen sabiendo que se incumplirán -algo que no aceptó Lluis Llach cuando demandó a Felipe González por incumplimiento de su promesa respecto a la salida de la OTAN; qué tiempos!-, el Derecho también es, son, poco más que parole, parole.

Pero no: si algo vale como Derecho es porque resiste incluso el voluble designio de quienes gobiernan. Es la ventaja del Gobierno de leyes, del Estado de Derecho. Por eso, si nos comprometimos como Estados-parte en el Convenio de Ginebra sobre refugiados, tenemos deberes que cumplir, le guste o no al Gobierno de turno. Al no hacerlo, nos convertimos en socios que no son fiables para nadie.

Conviene recordarlo en esta semana en que se celebra (20 de junio) el día internacional de los refugiados, mientras al Gobierno español (Rajoy, Saénz de Santamaría, Dastis, Catalá, Zoilo), le importa una higa haber cumplido sólo con apenas el 7% de su compromiso de reubicación de refugiados, a falta de tres meses. Claro que siempre habrá quien se consuele recordando que, sobre este particular, casi ninguno de los socios europeos es fiable.

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