Introducción
Mi intervención esta mañana -en respuesta a la amable invitación de mi querida amiga y colega, la profesora Cuéllar, Decana de esta Facultad- tiene como marco de referencia cuanto ha sucedido en los últimos años en la UE (a partir de 2013, pero sobre todo en 2015 y en el primer semestre de 2016), a propósito de la fallida respuesta de los Gobiernos europeos y de la propia UE ante el incremento del número de refugiados que tratan de llegar a Europa (también de la fallida respuesta que ofrecen las políticas migratorias de la UE y de sus Estados miembros ante los inmigrantes irregulares, que insistimos en denominar “ilegales”).
Déjenme que avance una conclusión que a buen seguro no les sorprenderá: no hay tal crisis europea debida a los refugiados. Tampoco hay, en sentido estricto, una crisis específica de refugiados que afecte a la UE (en todo caso, un indiscutible impacto de los que huyen de la guerra civil en Siria, pero infinitamente menor que el impacto sobre los países limítrofes, Líbano, Jordania, el propio Iraq y Turquía). Lo que sí existe es una enorme crisis del proyecto político de la UE. Una crisis que va más allá del Brexit, de la dudosa gestión de la respuesta a la crisis financiera, con la imposición de políticas austericidas a los países del Sur de la UE, que ha incrementado la doble fractura que se evidencia: de un lado, la fractura resultante de un muy deficiente proceso de ampliación al Este y, de otro, la fractura entre el núcleo y el Sur de Europa, que (sobre todo como consecuencia de la decadencia francesa y del Brexit) nos aboca a una Europa alemana que, a su vez, asienta las dos velocidades en el seno de la UE. Es en ese contexto donde, como trataré de argumentar, la UE parece renunciar a lo mejor de su proyecto, el modelo político que no podría no ser otra cosa sino un modelo federal
Una última precisión: se dice que no sólo es que Europa viva una crisis de refugiados, sino que es la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Es una mentira, por mucho que se insista en ello. Es cierto que en 2015 llegaron a la UE cerca de 1 millón de personas (solicitantes de asilo, pero también inmigrantes, pues se trata de lo que se denominan <flujos mixtos>), pero eso no es la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, porque, como se ha señalado desde el propio ACNUR, las dimensiones de esta crisis no sobrepasan a ninguna de las grandes crisis (y son más de 25) que ha habido desde la Segunda Guerra Mundial. De conformidad con las cifras del ACNUR, en 2015 se ha elevado a 20 millones el número de personas refugiadas en todo el mundo, lo que, sumado a los 45 millones de desplazados, nos da una cifra global de 65 millones. En ese sentido, sí es cierto que hemos alcanzado una cota global de refugiados que en términos absolutos es la más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, todas las afirmaciones sobre la gravedad de la crisis de refugiados que afectaría a Europa o a la UE de forma muy particular, son desmentidas por una mínima atención a la realidad. Baste pensar en el volumen de los desplazamientos forzosos en el cuerno de Africa, en Sudán del Sur, en la República Centroafricana, en Mali. De los 20 millones de refugiados en sentido estricto, sólo el 14% está llegando a Europa. El resto, como es lógico, arriba a países limítrofes del propio, que es del que huyen. Es verdad que el país que en este momento genera más refugiados es Siria, pero hablamos de menos de un tercio del total de esos 20 millones de refugiados: ¿a quién le importan el resto (insisto, entre 13/15 millones), que parecen invisibles a ojos de los medios de comunicación, de la opinión pública internacional?
Sí, es cierto, en el Mediterráneo están naufragando a diario refugiados e inmigrantes. Sólo en lo que llevamos de 2016, más de 4000 personas han muerto en sus aguas. Pero no debemos olvidar las causas de ese trágico resultado. Y, entre ellas, no se debe olvidar que, como he tratado de llamar la atención en un libro reciente[1], quien está naufragando es la propia UE o incluso el ideal europeo. La mal llamada <crisis de refugiados>, de la que se exhiben como emblema los miles de muertos en naufragios en el Mediterráneo, es el símbolo que evidencia la crisis profunda que afecta a las políticas de la UE, singularmente a su política exterior, con el elemento clave del sistema de Schengen, que blinda las fronteras exteriores para permitir la libre circulación de personas y mercancías. Es ahí donde sea escenificado una falsa alternativa entre mantenimiento de este elemento clave de la UE (espacio privilegiado de libre intercambio y circulación) y el modelo de la UE como espacio privilegiado de libertad, justicia y seguridad, que supone la prioridad del Estado de Derecho, orientado al reconocimiento y garantía de los derechos humanos. Las políticas migratorias y de asilo nos muestran cómo la UE ha optado por el primer objetivo, a costa de los derechos humanos de los otros, sacrificando así principios básicos del Estado de Derecho y de la democracia, pues esta opción supone enmarcar las políticas migratorias y de asilo prioritariamente en el ámbito de la política de policía y orden público y muy recientemente, cada vez más, dentro de las políticas de seguridad y defensa, con la coartada de la lucha contra la amenaza terrorista, que deviene en la estigmatización de inmigrantes y refugiados. Una inaceptable respuesta que desgraciadamente es difícil que vaya a ser corregida en la próxima cumbre de la ONU sobre migración y refugio, prevista para 19 de septiembre de 2016, aunque reconozco que hay elementos positivos en los documentos preparatorios de esa reunión de Alto Nivel[2].
Las políticas migratorias y de asilo, en el marco de las políticas de la UE.
En realidad, como se ha denunciado, la <crisis de los refugiados> que afecta a la UE, además de concernir muy específicamente a las propias políticas migratorias y de asilo[3], es el punto de convergencia de algunas de las políticas más relevantes de la propia UE: la política exterior, la de policía de fronteras (en función del mercado de trabajo y del espacio de seguridad, libertad y justicia y bajo el dogma del carácter intocable del sistema Schengen), la relativa a los derechos humanos.
Todos los expertos subrayan que la mejor de las políticas de refugiados es la preventiva, esto es, la que supone actuar directamente sobre las causas que pueden provocar la inevitabilidad de los movimientos de huida ante la persecución. Es cierto que no es nada fácil, pero eso no exime a la comunidad internacional del deber de actuar para evitar la guerra (incluidas las guerras civiles) o ponerle término de la forma más rápida posible mediante procedimientos de mediación pacífica en conflictos. En el caso sirio es evidente que ni la UE ni sus Estados miembros han actuado de esa manera; muy al contrario, sus intereses geopolíticos y económicos de las potencias europeas y en particular los de sus empresas de armamento, han pesado de forma negativa. Está claro que ni como UE ni como potencias nacionales, tienen capacidad dirimente, la que disfrutan los EEUU y la Federación Rusa, pero la UE no ha sido en ese conflicto una potencia mediadora que haya impulsado eficazmente la paz, los derechos humanos, el desarrollo y la democracia.
Muy en particular, parece criticable que esos intereses que dominan en la política exterior hagan asomar cierta lógica neocolonial en las políticas migratorias y de asilo: me refiero a la tendencia, confirmada una vez más tras la cumbre de La Valetta de noviembre de 2015, de utilizar la cooperación internacional, de la que la UE se vanagloria como primer agente mundial, para condicionar las políticas de cooperación y de codesarrollo acordadas con los países de origen y tránsito de los movimientos migratorios y de asilo, supeditando esos acuerdos de cooperación al cumplimiento de funciones de policía, de barrera de esos desplazamientos, e imponiendo cuotas de admisión de las eufemísticamente denominadas “devoluciones”, que son las más de las veces deportaciones encubiertas, como se ha puesto de manifiesto sobre todo en el vergonzoso acuerdo entre la UE y Turquía, del que me he ocupado en otros trabajos[4].
Por lo que se refiere a las políticas migratorias, hace tiempo que mi colega y amigo Sami Naïr insiste en la denuncia del enfoque neoliberal que teoriza las migraciones como una oportunidad de maximizar el beneficio dentro de la lógica neoliberal del mercado global: mano de obra precaria, inestable, dócil, desplazable y reemplazable. Por eso consideran que, al fin y al cabo, es el mercado de trabajo desregulado el que debe, en relación con sus inputs, gestionar primordialmente la inmigración y luego decidir por sí mismo las necesidades del país, lo que en realidad conduce al debilitamiento de los derechos globales de los asalariados; defienden, por ejemplo en España y en la mayoría de los Estados europeos, un planteamiento que vincula estrechamente la inmigración clandestina y la inmigración legal, de tal modo, que aborda ésta desde la lucha contra la inmigración ilegal, y no a la inversa. Esta confusión, equiparada a la que amalgama los refugiados y peticionarios de asilo a la inmigración económica ilegal, desembocan en un tratamiento potencialmente penal (y no civil y administrativo) de la diversas facetas de la inmigración y de los derechos de los extranjeros. En consecuencia, como subraya el mismo Naïr, las estrategias de lucha contra la inmigración ilegal han condicionado la gestión de los cauces legales migratorios, de tal modo que hemos asistido a un endurecimiento paulatino del modelo de entrada y condiciones de permanencia de extranjeros en el territorio del Estado, que ha revertido contra el inmigrante económico no cualificado.
En realidad, la supeditación de las políticas migratorias a las dos claves de política de equilibrio del mercado de trabajo interno y política securitaria, no pueden esconder el dato en el que ha insistido entre otros, Claire Rodier, el negocio de la industria de control de fronteras y seguridad[5] frente a los movimientos de migraciones forzadas. Junto a ello, como ha subrayado la profesora Ruiz Jiménez Aguilar, hay otros dos negocios florecientes[6]: uno, el ilegal de las mafias que trafican y explotan a seres humanos (inmigrantes y demandantes de asilo), como sucede hoy en condiciones de máxima crueldad en el noroeste de Libia. Pero debe hablarse también de la perversión del fenómeno de la industria del cuidado, que ya analizó Sakia Sassen con capacidad de anticipación. Una industria ligada tantas veces a condiciones de clandestinidad, a un mercado de trabajo alegal (que se da también por ejemplo en España, con el trabajo no cualificado en el trabajo doméstico, la construcción y la agricultura) y que se supedita a las condiciones de infraderecho de esos trabajadores, es decir, al regateo más descarnado de sus derechos como condición del beneficio. Por eso, coincido con la mencionada profesora Ruiz Jiménez al señalar que lo que asistimos hoy en Europa es a una lucha entre el precariado por obtener el mínimo de derechos que se les recorta y deniega desde políticas presididas por el imperativo del déficit y de la maximalización del beneficio. Una lucha en que se enfrentan inmigrantes irregulares, demandantes de asilo, inmigrantes en situación de transitoriedad en su status y la propia clase obrera (y aún la clase media pauperizada) para las que el trabajo ya no es la garantía de una vida digna.
Falacias y moralinas en torno a la crisis de refugiados
Si hablo de falacias y moralinas en la mal llamada “crisis de refugiados” es, sobre todo, porque, como ha sido posible comprobar a lo largo de este pasado año 2015, se ha multiplicado –a mi juicio- un uso perverso del lenguaje en torno a las políticas migratorias y de asilo de la UE (aunque no sólo…). Y, sobre todo, hemos camuflado el análisis y la crítica de esas políticas bajo ese eufemismo de “crisis de refugiados” y, en el mejor de los casos, hemos apelado sobre todo a un humanitarismo paternalista (por eso he utilizado en otros trabajos la fórmula “el avestruz compasivo, para describir la actitud de la UE y de sus Estados miembros), que busca sobre todo quitarse de encima el problema mediante las consabidas soluciones de <externalización> y oculta su verdadera y profunda dimensión política. Ya es hora de decir basta.
Hay que decir basta, en primer lugar, a la masacre (tres mil muertos y desaparecidos en este año), una tragedia que esconde datos horribles, como la suerte desconocida de miles de menores no acompañados (inmigrantes irregulares, refugiados), denunciada no sólo por ONGs como Save the Children, sino nada menos que por la misma Europol. Basta ante las violaciones de derechos humanos que se producen en torno a este negocio del tráfico y explotación de personas y que, desde el cierre de la ruta del Egeo, ha supuesto el sometimiento de miles de seres humanos y en especial mujeres y niños, a malos tratos, vejaciones, humillaciones, violaciones sistemáticas…
Hay que decir basta, también, a lo que todo ello implica en el fondo: una gravísima claudicación, un retroceso en lo mejor del patrimonio europeo, los elementos claves que han contribuido decisivamente a la civilización: la garantía y reconocimiento eficaz de los derechos humanos de todos los seres humanos, el imperio de la ley, la construcción de un espacio público entendido en términos de libertad, seguridad y justicia. Al vaciar el derecho de asilo, al vaciar, despojar de la condición de sujetos de derecho a todos esos seres humanos, qua solicitantes de asilo o inmigrantes, vaciamos lo mejor del proyecto europeo, su carácter de una comunidad de Derecho, de respeto al Estado de Derecho, de la primacía del Derecho al servicio de la garantía de los derechos humanos. Estamos contribuyendo a resucitar lo peor de la historia europea, la construcción de un tópico aceptado acríticamente, el mensaje de que hay seres humanos que por determinadas condiciones no son igual de humanos que los demás (como advirtiera el genial Orwell a través del personaje del cerdo Napoleón en Animal Farm). Los inmigrantes irregulares, los refugiados, son el niño que tiramos con el agua sucia de nuestros miedos. Hemos decidido que no son, no pueden ni deben ser iguales en derechos. Los hemos estigmatizado, hasta el punto de hacer de los demandantes de refugio sujetos sospechosos, invirtiendo el mecanismo de presunción de inocencia y las bases mismas de la tradición jurídica del asilo[7]. Una vez más, hemos creado para ellos un estado de excepción permanente que, por otro lado, es perfectamente funcional al estadio de evolución del capitalismo global en el que vivimos. Y así, nosotros, europeos, caminamos por la senda de una política, una antipolítica en realidad, que traspasa todas las líneas rojas del Estado de Derecho y de la democracia. Un camino errado que no es, por desgracia, monopolio del viejo continente.
Lo que trato de señalar es que no debemos seguir aceptando la falaz tesis de la “crisis de refugiados”, una mezcla de mentiras y errores de análisis que permiten una operación de “buena conciencia”: hablar de la “crisis de refugiados”, sostener que nos encontramos ante una encrucijada de lo humanitario y lo pragmático, que supondría asumir que nos encontramos ante el dilema de elegir entre el altruismo de ayudar a los desesperados del mundo, o sacrificar nuestra seguridad, como lo mostraría la crisis del sistema Schengen. O sea, que nuestro dilema es elegir entre derechos humanos de esos otros o nuestra seguridad. Esa falacia, cuyos supuestos fundamentos he tratado de analizar en otros trabajos, cumple una función perversa: evitar el esfuerzo crítico que debiera conducirnos a advertir el grave riesgo que se abre ante nosotros, y que intentaré abordar a continuación.
Lo que me interesa es examinar la hipótesis de que, bajo esa “crisis de refugiados”, subyace el refuerzo de la construcción de un modelo demediado de democracia, que se apoya en el mantenimiento de lo que (como han denunciado entre otros y desde perspectivas diferentes, Connelly, Cole o Boaventura Santos o Axel Honneth), podemos calificar como situación neocolonial[8]: una sociedad profundamente dual, dominada por los procesos de exclusión y desprecio de una buena parte de quienes viven en ella o tratan de incorporarse a ella. Vivimos la consecuencia de la hegemonía de lo que Santos ha denominado “razón colonial”, de “matriz cultural occidental, individualista, clasista, racista, patriarcal, homófoba, excluyente, competitiva, consumista, explotadora en el empleo y depredadora del medio ambiente”, mediante la que el liberalismo económico pervierte la democracia representativa y la convierte –en palabras del sociólogo portugués- en “estrategia de los ricos para asegurar y mantener su propia posición de dominación socioeconómica por medios políticos”[9]. Un modelo que no es nuevo, puesto que se puede encontrar en la primera fase de constitución del mercado global, la que impulsan los abogados de las Compañías que rivalizan por las rutas de comercio marítimo internacional, como Grotius, y construyen un Derecho internacional al servicio de los intereses de esas compañías, más incluso que de los Estados o potencias en liza. Se pone así de manifiesto la contradicción entre la lógica del mercado global y la lógica de los derechos humanos, del bien común, de lo público en un sentido diverso y más amplio, tal y como supo intuir Adam Ferguson en su seminal Ensayo sobre la sociedad civil, en 1767. El segundo gran momento de desarrollo de esa lógica del mercado global ya es denunciado por Eugène Pottier en su conocido poema L’Économie Politique, dedicado a los profesores del Collège de France, en 1881, en el que describe las características de ese movimiento globalizador.
Lo que está en juego: un modelo político que refuerza la exclusión y amenaza seriamente a la democracia y al Estado de Derecho.
Para entender el verdadero alcance de lo que está en juego, me serviré de las tesis críticas de los ya mencionados Saskia Sassen y Zygmunt Bauman, que pondré en relación con las sostenidas por algunos de los que analizan las migraciones en clave jurídica y política, como Abdelmalek Sayad, Daniéle Lochak, Giorgio Agamben y Catherine Withol der Wenden.
Sassen subraya la profunda relación entre tres elementos clave de nuestras sociedades aquí y ahora: las migraciones, la desigualdad en las relaciones internacionales impuesta por la economía globalizada y el proceso de construcción del vínculo social y político[10]. Así lo explica en su libro reciente, Expulsiones, cuyo subtítulo me parece muy elocuente: Brutalidad y complejidad en la economía global, y en el que sostiene que el grado actual de violencia (devenida en ordinaria) del capitalismo en su estadio global, se explica por esa lógica de expulsión, que es como deberíamos llamar a la lógica que preside la economía globalizada. Para Sassen, asistimos al final de la lógica inclusiva que ha gobernado la economía capitalista a partir de la Segunda Guerra Mundial y la afirmación de una nueva y peligrosa dinámica, la de la expulsión. Una lógica que, como señalé antes, hace culminar la contradicción que, como referí más arriba, ya fue advertida por Adam Ferguson en 1767 en su Ensayo sobre la sociedad civil[11].
En efecto, a mi juicio, la constante más destacable en la inmensa mayoría de los proyectos de gestión del fenómeno migratorio, en las políticas migratorias y de asilo de los países que somos destinatarios de migraciones, es el empeño en olvidar, en ocultar una verdad evidente: la inevitable dimensión política de esas manifestaciones de movilidad humana (inmigrantes y, con mayor claridad aún, refugiados), su condición de res politica, tanto desde el punto de vista estatal como desde las relaciones internacionales. Frente a ello hemos impuesto una mirada sectorial, unilateral, cortoplacista que se concreta en la construcción de una categoría jurídica de inmigrante que, en realidad, es un concepto demediado o, como propone Baumann, un paria[12]: el inmigrante es sólo el trabajador necesario en un determinado nicho laboral en el mercado de trabajo formal (como si no se le utilizara en el mercado clandestino o informal) y mientras se someta a un estatuto precario guiado por la maximalización del beneficio de su presencia. Es una herramienta, ni siquiera un trabajador igual al asalariado nacional. Por eso, su condición precaria, parcial, de sospecha[13].
Todo eso, se acentúa aún más en el caso de los refugiados. El mismo Baumann, en línea con las tesis desarrolladas por Agamben desde su conocido Homo sacer, y en alguna manera con la crítica de Zizek a la gestión de la crisis de refugiados por parte de la UE, ha explicado cómo se crea un estado de suspensión del orden jurídico, ausencia de ley, desigualdad y exclusión social, que hace posible que mujeres y hombres pierdan su condición de ciudadanos, de seres políticos y su identidad, dentro de las fronteras mismas del Estado-Nación.
Lo que me parece más relevante y criticable, desde el punto de vista jurídico y político, es cómo, en aras de esa mirada, en el Derecho de migración y asilo, se convierte en regla la excepción, contraviniendo principios básicos del Estado de Derecho. Insisto en invocar lo señalado desde diferentes perspectivas por Danièle Lochak[14], Giorgio Agamben, Zygmunt Bauman y Catherine Withol der Wenden. Esa es la constante, a mi juicio, más destacable y criticable: el estado de excepción permanente que hemos creado para los inmigrantes y que recientemente estamos trasladando, contra toda evidencia del Derecho vigente, a los refugiados. De ese modo hemos negado la condición misma de inmigrante, una categoría universal, a la vez que hemos vaciado un derecho fundamental, el derecho a ser inmigrante, a escoger el propio plan de vida, a circular libremente, que es un corolario indiscutible del principio (por cierto, liberal) de autonomía. Pero rizando el rizo, estamos desproveyendo a los refugiados de un estatuto jurídico vigente, el propio del standard normativo vinculante que es la Convención de Ginebra de 1951, so pretexto de una “crisis” tan urgente como inabordable.
Hemos creado políticas migratorias y de asilo, pues, que niegan su objeto, que lo deforman, lo sustituyen por una categoría vicaria: nos negamos a aceptar al inmigrante tout court y lo sustituimos por aquel que queremos recibir. Por eso, para nosotros, no todo el mundo tiene derecho a ser inmigrante, de forma que nuestra lógica inevitablemente produce inmigrantes “ilegales”, no-inmigrantes. Así lo explica una de las mejores expertas en política de migraciones, Catherine Withol der Wenden en un artículo publicado el año pasado sobre las novedades o las constantes en políticas migratorias. Me disculpo por la larga cita, pero me parece muy pertinente:
“La réponse aux flux migratoires ressemble ainsi à un vaste Far West, où les États les plus puissants du monde font la loi par les règles qu’ils édictent en matière de droit à la mobilité, et n’acceptent pas que des normes mondiales s’imposent à l’exercice de leur souveraineté que constitue la gestion des flux migratoires. Si l’on est Danois, on peut circuler dans 164 pays ; si on est Russe dans 94 ; si on est subsaharien, cette possibilité peut se limiter aux doigts d’une seule main si le pays où l’on est né, et dont on a la nationalité, est considéré comme un pays à risque. Le droit à la mobilité est donc l’une des plus grandes inégalités du monde aujourd’hui, dans un contexte où il devrait constituer un des droits essentiels duxxie siècle. Les riches des pays pauvres peuvent, eux, migrer, car beaucoup de pays d’immigration ont prévu d’attribuer des titres de séjour à ceux qui leur apportent des capitaux, achètent un appartement d’une taille précise, ou créent une entreprise. Les plus qualifiés, les sportifs professionnels, les créateurs et artistes de haut niveau peuvent également migrer, car beaucoup de pays d’accueil ont opté pour une ouverture de leurs frontières à une immigration sélectionnée. Les étudiants se voient aussi entrouvrir les frontières, nombre de pays, européens notamment, ayant compris le risque d’une option sans immigration dans la course à la compétitivité mondiale”[15]. Esta es la razón de nuestros fracasos a la hora de analizar y también de dar respuesta a los desafíos migratorios en su sentido más amplio (inmigrantes y refugiados).
Por su parte, Bauman, en diálogo con Agamben, ha insistido una y otra vez en la interpretación de la regresión evolutiva que ha sufrido el modelo de Estado social de Derecho en los últimos 20 años. Como explica con gran agudeza en su ya mencionado Archipiélago de excepciones -en el que no es difícil advertir la impronta de Foucault-, se trata de un proceso que, por mor de la lógica de esta fase del capitalismo global, transforma a buena parte de los que fueron Estados sociales en Estados excluyentes, Estados policiales-penales. Se crean así no ya pequeños espacios de infra-Derecho, zonas de no-Law’s land, que escapan a la soberanía tradicional del Estado de Derecho y que se encuentran regidos por un estado de excepción permanente, sino toda una red global de esas islas, verdaderos archipiélagos de la excepción. La metáfora del Archipiélago tiene como emblema, los campos de refugiados y los barrios de inmigrantes[16]. En ellos se puede comprobar cómo, si los “Estados sociales” de Derecho en cierto modo son una reformulación o superación del modelo hobbessiano de legitimidad, por incremento de sus outputs (es decir, porque más allá de la garantía de la vida frente a la violencia extienden la seguridad, la certeza en el status de sus ciudadanos, que ya no son meros súbditos), los “Estados penal-policiales” privan a una parte de la población (entre la que se encuentran los que ocupan los márgenes del sistema, lo que fueron consideradas “clases peligrosas”) de esos <beneficios>, los reducen a la condición de precariedad y sólo pueden acudir a una vieja argucia para mantener su adhesión. Es la coartada del agresor externo o del enemigo interior, frente al cual defienden a todos sus ciudadanos, también a los que han golpeado y reducido a la precariedad. Ese recurso, viejo argumento de la lógica del miedo, es el que Bauman denomina “el oscuro espejismo de los otros”: inmigrantes y refugiados. Esos verdaderos “excedentes” de la mano de obra global, y en particular los dos grupos que ejemplifican las migraciones forzadas y que constituyen el emblema de lo que, en términos durísimos, denomina “desecho humano”, producto genuino de la lógica de esta fase del mercado global: los inmigrantes irregulares (mal llamados “ilegales”, que es la forma en que se conoce a los trabajadores extranjeros no expresamente deseados) y los refugiados: “Uno de los resultados más letales del triunfo global de la modernidad es la acuciante crisis de la industria de tratamiento del desecho (humano)”, escribe Bauman[17]. Esa es la razón por la que se ven despojados de todos los elementos de identidad, de los marcadores nacionales: no tienen Estado, no son necesarios/útiles, o han dejado de serlo, no tienen “papeles”. Los Estados de la UE, explica Bauman, no están dispuestos a recibir a esos <excedentes de otros Estados> y acuden al argumento de problemas de orden público, de seguridad y aun de defensa de la soberanía nacional-territorial. Se esgrime sin rubor el argumento de que son ejército de reserva de la delincuencia, de la violencia, del terrorismo. Eso es lo que, a su juicio, explica el inaceptable rechazo de los refugiados. Y así, concluye: “la basura no precisa de distinciones afinadas ni de matices sutiles, salvo que haya que clasificarla para su reciclaje”.
Lo que trato de decir es que la ignominiosa respuesta de los gobiernos europeos (peor incluso que la de las instituciones de la UE) ha de entenderse no sólo en los términos de la disputa por los medios para extender nuestros deberes a todos aquellos que son titulares de derechos, pero no son nacionales, sino que tiene una lectura, una interpretación más profunda.
Como ha señalado entre nosotros acertadamente Itziar Ruiz Jiménez[18], habría que reconocer que a lo que asistimos hoy es a un desmantelamiento del ámbito de reconocimiento y garantía de los derechos y a una lucha feroz por recortar el ámbito de los sujetos del derecho a tener derechos, que son los indicadores más claros de esa paradoja hacia la que corremos el riesgo de encaminarnos y que expresaríamos con la fórmula democracias excluyentes. Primero, so pretexto de la crisis, se ha profundizado en la mercantilización de los derechos económicos, sociales y culturales, las conquistas del siglo XX, a los propios ciudadanos, a las clases más débiles y aun a la clase media a la que se ha pauperizado. Ahora se trata de reducir el ámbito de sujetos que pueden aspirar al reconocimiento mínimo de derechos humanos fundamentales. Esa es la batalla. En ella, las primeras víctimas son esos otros más visibles, los inmigrantes y los refugiados, expulsados de la condición de sujetos de derechos.
La conclusión no puede ser más preocupante: cuando habíamos avistado un futuro de ensanchamiento de la democracia, capaz de desanclar el reconocimiento de la plenitud de derechos de una condición etnocultural (la identidad nacional), abrazando así el modelo de democracia plural e inclusiva, sucede que nos asomamos de nuevo hacia una comunidad política basada en la institucionalización de amplias zonas de exclusión. Y eso no puede ser compatible ni con la democracia ni con el Estado de Derecho. De nuevo, habrá que recordar el lema de Heraclito: <un pueblo debe luchar por sus leyes como por sus murallas>. Pero este pueblo ya no es, ya no debería ser, la comunidad etnonacional que se encierra en la fortaleza, sino una comunidad de ciudadanos libres que quieren acoger, proteger, incluir bajo su espacio de seguridad, libertad y justicia, a los seres humanos que lo necesitan y que llegan hasta sus puertas.
No nos engañemos sobre el alcance del desafío que nos reta. Los europeos lo vivimos ya de forma descarnada: como se ha dicho y he tratado de recordar, “debemos enfrentar la actual apropiación neoliberal de la democracia representativa… Vivimos en <democracias electorales> que, a pesar de reconocer formalmente la igualdad jurídica y política de sus ciudadanos, son compatibles con reglas salvajes que aseguran el dominio de élites políticas y económicas neocoloniales… Es la “democracia” de los señores de la globalización y del dinero, cada vez más agresiva, arrogante y excluyente. La democracia se ha convertido en su instrumento de ataque, en un espejo de las antiguas sociedades coloniales reproducidas hoy en el sur de Europa, donde es utilizada para establecer grados de inhumanidad que abarcan más y más gente. No sólo refugiados e inmigrantes, sino también todos esos parias a los que el modelo fundamentalista neoliberal construye como desechables: parados, pensionistas, funcionarios, familias desahuciadas, enfermos sin urgencias, estudiantes, estafados por las preferentes, etc.
[1] Mediterráneo, el naufragio de Europa, Valencia, Tirant lo Blanch, 2016 (2ª ed.)
[2] Lo cierto es que en los documentos preparatorios hay elementos útiles que debieran ser tenidos en cuenta. Cfr, de un lado, el informe del Secretario General de la ONU, “In Safety and Dignity: Addressing Large Movements of Refugees and Migrants” (mayo 2016), en cumplimiento de la Decisión de la Asamblea General (ONU Decision A/70/L.34), como base para el High Level Meeting de septiembre de 2016. Y sobre todo, los dos Anexos del Draft de 29 julio 2016 Outcome Document for 19 september 2016 High-Level Meeting to address large Movements of Refugees and Migrants: https://unngls.org/images/PDF/UN_Summit_Refugees_Migrants_29July_Draft_Declaration_Annex_I_Annex_II.pdf
[3] Aunque no con un carácter provisional, contingente, como se pretende, porque las migraciones son un rasgo estructural y los movimientos de refugiados no parecen un asunto meramente coyuntural, aunque sí lo es su volumen
[4] Me remito, por ej a mi artículo “Voluntad política y respeto al Derecho. La UE se desvanece ante los refugiados”, en Informe FOESSA. Análisis y perspectivas, 2016. Expulsión social y recuperación económica, pp. 68-81, ed. Fundación FOESSA/Cáritas España, Madrid, 2016; igualmente, “Refugiados como moneda de cambio. Sobre el Acuerdo entre la UE y Turquía de 18 de marzo de 2016”, Anuario de Derechos Humanos, Universidad de Chile, nº 12, 2016, pp.17-32.
[5] Los negocios: venta de armas, ganancias en materias primas, además de los negocios de la política de fortificación de fronteras analizados por ejemplo por Claire Rodier (Xenophobie Business. A quoi servent les controles migratoires?) o Ruben Andersson (Illegality, Inc.: Clandestine migration and the business of bordering Europe). ¿Y qué decir del negocio de la industria de armamento? Cfr. muy recientemente a es respecto el riguroso y detallado informe Making a Killing: The 1.2 Billion Euro Arms Pipeline to Middle East, de Lawrence Marzouk, Ivan Angelovski y Miranda Patrucic, que trabajan en el proyecto BIRN (Belgrade, London, Sarajevo): http://www.balkaninsight.com/en/page/balkan-arms-trade. Se trata de un artículo dentro del dossier más amplio Balkan Insight, en el que se ha estudiado con detalle, entre otros, las fuentes del tráfico de armamento que llega a Arabia Saudí.
[6] Cfr. Entrevista en la revista digital Agora consultada el 20 de abril de 2016:
http://www.agora-revistaonline.com/#!ENTREVISTAS-Itziar-RuizGim%C3%A9nez-En-Europa-hay-una-batalla-sobre-qui%C3%A9n-tiene-derecho-a-tener- derechos/c112t/5714fb870cf2331db0f847cc.
[7] Creo que lo refleja el hecho de que la definición más apropiada de aquello en que se ha convertido hoy un refugiado, como vengo insistiendo, es la que propuso hace unos meses el Alto Comisionado de derechos humanos de la ONU, el jordano Zeid Ra’ad Al Hussein: “refugees… These are people with death at their back and a wall in their face”. Nuestra aportación es esa: ponerles delante muros, alambradas, campos de detención.
[8] A esa conclusión se llega desde perspectivas diferentes, al examinar el déficit que aqueja al modelo liberal de democracia, incapaz de responder en términos de pluralismo inclusivo e igualitario a los desafíos de una sociedad que, al mismo tiempo que crecientemente multicultural, utiliza la diversidad cultural para profundizar en la desigualdad. Véanse los análisis de Connolly desde el punto de vista del pluralismo constitucional, los de Santos, Sassen y Bauman sobre los efectos del proceso de globalización tecnoeconómico bajo el imperio desregulador del capitalismo financiero, o, desde una perspectiva filosófica, los de Agamben y Honneth.
[9] En realidad, como han insistido Bauman y el mismo B Santos, es una maquinaria al servicio de la exclusión de la presencia y reconocimiento de los agentes de la diversidad: ante todo, los asalariados y las mujeres; además, los pobres, las personas no blancas, las minorías étnicas y sexuales, los grupos considerados inferiores, las personas con discapacidad, y, en razón de ello, susceptibles de ser cosificados, explotados y silenciados. Por eso se ha podido denunciar el carácter colonial de la democracia liberal y del tipo de relaciones que estableció con una multiplicidad de sujetos a los que despolitizó y deshumanizó.
[10] S Sassen, Expulsions. Brutality and Complexity in the Global Economy, Harvard University Press, 2014. Hay traducción española, Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global, B Aires, Katz eds. 2015.
[11] Ferguson denuncia la contradicción entre la lógica de lo público y la lógica del mercado o, por decirlo de otra manera, entre la lógica de la universalidad de los Derechos y la expansión del Estado de Derecho, y aquella otra del beneficio y la “mano invisible”, que postula el regreso al más radical hands-off del Derecho y los poderes públicos en el ámbito desrregulado (“auto-regulado, según el eufemismo falaz) que reclama para sí el mercado.
[12] Nuevos parias, de condición precaria e intercambiable, con fecha de caducidad, tal y como sostiene en su Archipiélago de excepciones, una conferencia impartida en el CCCB de Barcelona, en diálogo con Giorgio Agamben y que fue luego publicada en Katz ediciones, 2008.
[13] Es lo que explica la conocida paradoja enunciada por el dramaturgo Max Frisch y que ignoran esos modelos de políticas migratorias: queríamos mano de obra y nos llegan personas, sociedades, visiones del mundo.
[14] Cfr. Face aux migrants: Etat de Droit ou état de siège, París, Textuel, 2007.
[15] Withol der Wenden, C., “Une nouvelle donne migratoire”, Politique Étrangère, 3/2015, pp 95-106.
[16] Quizá debiéramos añadir los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Bauman escribe que “es posible que la única industria pujante en los territorios de los miembros tardíos del club de la modernidad sea la producción en masa de refugiados. Y los refugiados son el ´residuo humano´ personificado: sin ninguna función ´útil´ que desempeñar en el país al que llegan y en el que se quedan, y sin intención ni posibilidad realista de ser asimilados e incorporados» (Bauman, 2008: 32)
[17] Bauman, 2008: 32.
[18] Cfr. Entrevista en la revista digital Agora,
http://www.agora-revistaonline.com/#!ENTREVISTAS-Itziar-RuizGim%C3%A9nez-En-Europa-hay-una-batalla-sobre-qui%C3%A9n-tiene-derecho-a-tener-derechos/c112t/5714fb870cf2331db0f847cc. Consultada el 20/04/2016.