UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
MAESTRÍA ESTUDIOS SOBRE MIGRACIÓN
CONFERENCIA MAGISTRAL
México, 11 agosto 2016
Auditorio José Sánchez Villaseñor
«Inmigrantes, refugiados, trabajadores desechables:
lucha sin cuartel por las migajas de los derechos»*
Prof. Dr. Javier de Lucas
IDHUV
Introducción
Aunque mi intervención esta mañana -en respuesta a la amable invitación de los organizadores- tiene como marco de referencia cuanto ha sucedido en los últimos años en la UE (a partir de 2013, pero sobre todo en 2015 y en el primer semestre de 2016), a propósito de la fallida respuesta de los Gobiernos europeos y de la propia UE ante el incremento del número de refugiados que tratan de llegar a Europa (también de la fallida respuesta ante los inmigrantes irregulares que insistimos en denominar “ilegales”), permítanme que les diga que, a mi juicio, trasciende con mucho ese marco geográfico y aun temporal. Lo es, ante todo, porque –a mi juicio- obliga a una revisión profunda de las categorías que utilizamos en teoría de las migraciones y en el diseño de políticas públicas migratorias y de asilo. Me refiero, claro, a los dos grupos que ejemplifican lo que, de forma imprecisa, denominamos “migraciones forzadas”, producto genuino de la lógica de esta fase del capitalismo global. Como ha escrito Bauman en su Archipiélago de excepciones, “uno de los resultados más letales del triunfo global de la modernidad es la acuciante crisis de la industria del desecho humano” y desechos humanos son inmigrantes irregulares y solicitantes de asilo, como trataré de exponer después.
Muchos de Vds, como yo, se habrán emocionado al ver desfilar en la ceremonia inaugural de los JJOO de Rio, a un Refugee’s Team, bajo la bandera del COI y auspiciado por la ONU (ACNUR). No discuto la dimensión positiva que hay en lo que, discúlpenme si ofendo a alguien, considero sobre todo una operación mediática. Pero creo que esa iniciativa es también una muestra de nuestra doblez al tratar fenómenos de profundo calado, de carácter estructural y global, que tienen una importantísima dimensión política y que son reducidos a anécdotas paternalistas, dosis de moralina para adquirir buena conciencia. Temo que, por ejemplo, se cumpla la advertencia de una reciente editorial de NYT respecto al peligro de que la próxima cumbre de la ONU prevista para 19 de septiembre de 2016, sobre migración y refugio, se quede nuevamente en el enunciado de buenas intenciones, aunque reconozco que hay elementos positivos en los documentos preparatorios de esa reunión de Alto Nivel[1].
Falacias y moralinas en torno a la crisis de refugiados
A lo largo de este pasado año 2015 ha sido posible comprobar este uso –a mi juicio- perverso del lenguaje en torno a las políticas migratorias y de asilo de la UE (aunque no sólo…). Sobre todo, porque hemos camuflado el análisis y la crítica de esas políticas bajo eufemismos como el de “crisis de refugiados” que, en el mejor de los casos, apelan al humanitarismo paternalista (por eso he utilizado la fórmula “el avestruz compasivo) y ocultan su verdadera y profunda dimensión política. Y hay que decir basta.
Hay que decir basta, en primer lugar, a la masacre (tres mil muertos y desaparecidos en este año), una tragedia que esconde datos horribles, como la suerte desconocida de miles de menores no acompañados (inmigrantes irregulares, refugiados), denunciada no sólo por ONGs como Save the Children, sino nada menos que por la misma Europol. Basta ante las violaciones de derechos humanos que se producen en torno a este negocio del tráfico y explotación de personas y que, desde el cierre de la ruta del Egeo, ha supuesto el sometimiento de miles de seres humanos y en especial mujeres y niños, a malos tratos, vejaciones, humillaciones, violaciones sistemáticas…
Hay que decir basta, también, a lo que todo ello implica en el fondo: una gravísima claudicación, un retroceso en lo mejor del patrimonio europeo, los elementos claves que han contribuido decisivamente a la civilización: la garantía y reconocimiento eficaz de los derechos humanos de todos los seres humanos, el imperio de la ley, la construcción de un espacio público entendido en términos de libertad, seguridad y justicia. Al vaciar el derecho de asilo, al vaciar, despojar de la condición de sujetos de derecho a todos esos seres humanos, qua solicitantes de asilo o inmigrantes, vaciamos lo mejor del proyecto europeo, su carácter de una comunidad de Derecho, de respeto al Estado de Derecho, de la primacía del Derecho al servicio de la garantía de los derechos humanos. Estamos contribuyendo a resucitar lo peor de la historia europea, la construcción de un tópico aceptado acríticamente, el mensaje de que hay seres humanos que por determinadas condiciones no son igual de humanos que los demás (como advirtiera el genial Orwell a través del personaje del cerdo Napoleón en Animal Farm). Los inmigrantes irregulares, los refugiados, son el niño que tiramos con el agua sucia de nuestros miedos. Hemos decidido que no son, no pueden ni deben ser iguales en derechos. Los hemos estigmatizado, hasta el punto de hacer de los demandantes de refugio sujetos sospechosos, invirtiendo el mecanismo de presunción de inocencia y las bases mismas de la tradición jurídica del asilo[2]. Una vez más, hemos creado para ellos un estado de excepción permanente que, por otro lado, es perfectamente funcional al estadio de evolución del capitalismo global en el que vivimos. Y así, nosotros, europeos, caminamos por la senda de una política, una antipolítica en realidad, que traspasa todas las líneas rojas del Estado de Derecho y de la democracia. Un camino errado que no es, por desgracia, monopolio del viejo continente.
Lo que trato de señalar es que no debemos seguir aceptando la falaz tesis de la “crisis de refugiados”, una mezcla de mentiras y errores de análisis que permiten una operación de “buena conciencia”: hablar de la “crisis de refugiados”, sostener que nos encontramos ante una encrucijada de lo humanitario y lo pragmático, que supondría asumir que nos encontramos ante el dilema de elegir entre el altruismo de ayudar a los desesperados del mundo, o sacrificar nuestra seguridad, como lo mostraría la crisis del sistema Schengen. O sea, que nuestro dilema es elegir entre derechos humanos de esos otros o nuestra seguridad. Esa falacia, cuyos supuestos fundamentos he tratado de analizar en otros trabajos, cumple una función perversa: evitar el esfuerzo crítico que debiera conducirnos a advertir el grave riesgo que se abre ante nosotros, y que intentaré abordar a continuación.
En otras palabras, me interesa examinar la hipótesis de que, bajo esa “crisis de refugiados”, subyace un trasfondo político de enorme importancia, el refuerzo de la construcción de un modelo demediado de democracia, que se apoya en el mantenimiento de lo que (como han denunciado entre otros y desde perspectivas diferentes, Connelly, Cole o Boaventura Santos o Axel Honneth), podemos calificar como situación neocolonial[3]: una sociedad profundamente dual, dominada por los procesos de exclusión y desprecio de una buena parte de quienes viven en ella o tratan de incorporarse a ella. Vivimos la consecuencia de la hegemonía de lo que Santos ha denominado “razón colonial”, de “matriz cultural occidental, individualista, clasista, racista, patriarcal, homófoba, excluyente, competitiva, consumista, explotadora en el empleo y depredadora del medio ambiente”, mediante la que el liberalismo económico pervierte la democracia representativa y la convierte –en palabras del sociólogo portugués- en “estrategia de los ricos para asegurar y mantener su propia posición de dominación socioeconómica por medios políticos”[4]. Un modelo que no es nuevo, puesto que se puede encontrar en la primera fase de constitución del mercado global, la que impulsan los abogados de las Compañías que rivalizan por las rutas de comercio marítimo internacional, como Grotius, y construyen un Derecho internacional al servicio de los intereses de esas compañías, más incluso que de los Estados o potencias en liza. Se pone así de manifiesto la contradicción entre la lógica del mercado global y la lógica de los derechos humanos, del bien común, de lo público en un sentido diverso y más amplio, tal y como supo intuir Adam Ferguson en su seminal Ensayo sobre la sociedad civil, en 1767. El segundo gran momento de desarrollo de esa lógica del mercado global ya es denunciado por Eugène Pottier en su conocido poema L’Économie Politique, dedicado a los profesores del Collège de France, en 1881, en el que describe las características de ese movimiento globalizador.
Lo que está en juego: un modelo político que, pese a sus elementos democráticos, refuerza la exclusión.
Para entender el verdadero alcance de lo que está en juego, me serviré de las tesis críticas de los ya mencionados Saskia Sassen y Zygmunt Bauman, que pondré en relación con las sostenidas por algunos de los que analizan las migraciones en clave jurídica y política, como Abdelmalek Sayad, Daniéle Lochak, Giorgio Agamben y Catherine Withol der Wenden.
Sassen subraya la profunda relación entre tres elementos clave de nuestras sociedades aquí y ahora: las migraciones, la desigualdad en las relaciones internacionales impuesta por la economía globalizada y el proceso de construcción del vínculo social y político[5]. Así lo explica en su libro reciente, Expulsiones, cuyo subtítulo me parece muy elocuente: Brutalidad y complejidad en la economía global, y en el que sostiene que el grado actual de violencia (devenida en ordinaria) del capitalismo en su estadio global, se explica por esa lógica de expulsión, que es como deberíamos llamar a la lógica que preside la economía globalizada. Para Sassen, asistimos al final de la lógica inclusiva que ha gobernado la economía capitalista a partir de la Segunda Guerra Mundial y la afirmación de una nueva y peligrosa dinámica, la de la expulsión. Una lógica que, como señalé antes, hace culminar la contradicción que, como referí más arriba, ya fue advertida por Adam Ferguson en 1767 en su Ensayo sobre la sociedad civil[6].
En efecto, a mi juicio, la constante más destacable en la inmensa mayoría de los proyectos de gestión del fenómeno migratorio, en las políticas migratorias y de asilo de los países que somos destinatarios de migraciones, es el empeño en olvidar, en ocultar una verdad evidente: la inevitable dimensión política de esas manifestaciones de movilidad humana (inmigrantes y, con mayor claridad aún, refugiados), su condición de res politica, tanto desde el punto de vista estatal como desde las relaciones internacionales. Frente a ello hemos impuesto una mirada sectorial, unilateral, cortoplacista que se concreta en la construcción de una categoría jurídica de inmigrante que, en realidad, es un concepto demediado o, como propone Baumann, un paria[7]: el inmigrante es sólo el trabajador necesario en un determinado nicho laboral en el mercado de trabajo formal (como si no se le utilizara en el mercado clandestino o informal) y mientras se someta a un estatuto precario guiado por la maximalización del beneficio de su presencia. Es una herramienta, ni siquiera un trabajador igual al asalariado nacional. Por eso, su condición precaria, parcial, de sospecha[8].
Todo eso, se acentúa aún más en el caso de los refugiados. El mismo Baumann, en línea con las tesis desarrolladas por Agamben desde su conocido Homo sacer, y en alguna manera con la crítica de Zizek a la gestión de la crisis de refugiados por parte de la UE, ha explicado cómo se crea un estado de suspensión del orden jurídico, ausencia de ley, desigualdad y exclusión social, que hace posible que mujeres y hombres pierdan su condición de ciudadanos, de seres políticos y su identidad, dentro de las fronteras mismas del Estado-Nación.
Lo que me parece más relevante y criticable, desde el punto de vista jurídico y político, es cómo, en aras de esa mirada, en el Derecho de migración y asilo, se convierte en regla la excepción, contraviniendo principios básicos del Estado de Derecho. Insisto en invocar lo señalado desde diferentes perspectivas por Danièle Lochak[9], Giorgio Agamben, Zygmunt Bauman y Catherine Withol der Wenden. Esa es la constante, a mi juicio, más destacable y criticable: el estado de excepción permanente que hemos creado para los inmigrantes y que recientemente estamos trasladando, contra toda evidencia del Derecho vigente, a los refugiados. De ese modo hemos negado la condición misma de inmigrante, una categoría universal, a la vez que hemos vaciado un derecho fundamental, el derecho a ser inmigrante, a escoger el propio plan de vida, a circular libremente, que es un corolario indiscutible del principio (por cierto, liberal) de autonomía. Pero rizando el rizo, estamos desproveyendo a los refugiados de un estatuto jurídico vigente, el propio del standard normativo vinculante que es la Convención de Ginebra de 1951, so pretexto de una “crisis” tan urgente como inabordable.
Hemos creado políticas migratorias y de asilo, pues, que niegan su objeto, que lo deforman, lo sustituyen por una categoría vicaria: nos negamos a aceptar al inmigrante tout court y lo sustituimos por aquel que queremos recibir. Por eso, para nosotros, no todo el mundo tiene derecho a ser inmigrante, de forma que nuestra lógica inevitablemente produce inmigrantes “ilegales”, no-inmigrantes. Así lo explica una de las mejores expertas en política de migraciones, Catherine Withol der Wenden en un artículo publicado en 2015, sobre las novedades o las constantes en políticas migratorias. Me disculpo por la larga cita, pero me parece muy pertinente:
“La réponse aux flux migratoires ressemble ainsi à un vaste Far West, où les États les plus puissants du monde font la loi par les règles qu’ils édictent en matière de droit à la mobilité, et n’acceptent pas que des normes mondiales s’imposent à l’exercice de leur souveraineté que constitue la gestion des flux migratoires. Si l’on est Danois, on peut circuler dans 164 pays ; si on est Russe dans 94 ; si on est subsaharien, cette possibilité peut se limiter aux doigts d’une seule main si le pays où l’on est né, et dont on a la nationalité, est considéré comme un pays à risque. Le droit à la mobilité est donc l’une des plus grandes inégalités du monde aujourd’hui, dans un contexte où il devrait constituer un des droits essentiels duxxie siècle. Les riches des pays pauvres peuvent, eux, migrer, car beaucoup de pays d’immigration ont prévu d’attribuer des titres de séjour à ceux qui leur apportent des capitaux, achètent un appartement d’une taille précise, ou créent une entreprise. Les plus qualifiés, les sportifs professionnels, les créateurs et artistes de haut niveau peuvent également migrer, car beaucoup de pays d’accueil ont opté pour une ouverture de leurs frontières à une immigration sélectionnée. Les étudiants se voient aussi entrouvrir les frontières, nombre de pays, européens notamment, ayant compris le risque d’une option sans immigration dans la course à la compétitivité mondiale”[10].
Por su parte, Bauman, en diálogo con Agamben, ha insistido una y otra vez en la interpretación de la regresión evolutiva que ha sufrido el modelo de Estado social de Derecho en los últimos 20 años. Como explica con gran agudeza en su ya mencionado Archipiélago de excepciones -en el que no es difícil advertir la impronta de Foucault-, se trata de un proceso que, por mor de la lógica de esta fase del capitalismo global, transforma a buena parte de los que fueron Estados sociales en Estados excluyentes, Estados policiales-penales. Se crean así no ya pequeños espacios de infra-Derecho, zonas de no-Law’s land, que escapan a la soberanía tradicional del Estado de Derecho y que se encuentran regidos por un estado de excepción permanente, sino toda una red global de esas islas, verdaderos archipiélagos de la excepción. La metáfora del Archipiélago tiene como emblema, los campos de refugiados y los barrios de inmigrantes[11]. En ellos se puede comprobar cómo, si los “Estados sociales” de Derecho en cierto modo son una reformulación o superación del modelo hobbessiano de legitimidad, por incremento de sus outputs (es decir, porque más allá de la garantía de la vida frente a la violencia extienden la seguridad, la certeza en el status de sus ciudadanos, que ya no son meros súbditos), los “Estados penal-policiales” privan a una parte de la población (entre la que se encuentran los que ocupan los márgenes del sistema, lo que fueron consideradas “clases peligrosas”) de esos <beneficios>, los reducen a la condición de precariedad y sólo pueden acudir a una vieja argucia para mantener su adhesión. Es la coartada del agresor externo o del enemigo interior, frente al cual defienden a todos sus ciudadanos, también a los que han golpeado y reducido a la precariedad. Ese recurso, viejo argumento de la lógica del miedo, es el que Bauman denomina “el oscuro espejismo de los otros”: inmigrantes y refugiados. Esos verdaderos “excedentes” de la mano de obra global, y en particular los dos grupos que ejemplifican las migraciones forzadas y que constituyen el emblema de lo que, en términos durísimos, denomina “desecho humano”, producto genuino de la lógica de esta fase del mercado global: los inmigrantes irregulares (mal llamados “ilegales”, que es la forma en que se conoce a los trabajadores extranjeros no expresamente deseados) y los refugiados: “Uno de los resultados más letales del triunfo global de la modernidad es la acuciante crisis de la industria de tratamiento del desecho (humano)”, escribe Bauman[12]. Esa es la razón por la que se ven despojados de todos los elementos de identidad, de los marcadores nacionales: no tienen Estado, no son necesarios/útiles, o han dejado de serlo, no tienen “papeles”. Los Estados de la UE, explica Bauman, no están dispuestos a recibir a esos <excedentes de otros Estados> y acuden al argumento de problemas de orden público, de seguridad y aun de defensa de la soberanía nacional-territorial. Se esgrime sin rubor el argumento de que son ejército de reserva de la delincuencia, de la violencia, del terrorismo. Eso es lo que, a su juicio, explica el inaceptable rechazo de los refugiados. Y así, concluye: “la basura no precisa de distinciones afinadas ni de matices sutiles, salvo que haya que clasificarla para su reciclaje”.
Lo que trato de decir es que la ignominiosa respuesta de los gobiernos europeos (peor incluso que la de las instituciones de la UE) ha de entenderse no sólo en los términos de la disputa por los medios para extender nuestros deberes a todos aquellos que son titulares de derechos, pero no son nacionales, sino que tiene una lectura, una interpretación más profunda.
Como ha señalado entre nosotros acertadamente Itziar Ruiz Jiménez[13], habría que reconocer que a lo que asistimos hoy es a un desmantelamiento del ámbito de reconocimiento y garantía de los derechos y a una lucha feroz por recortar el ámbito de los sujetos del derecho a tener derechos, que son los indicadores más claros de esa paradoja hacia la que corremos el riesgo de encaminarnos y que expresaríamos con la fórmula democracias excluyentes. Primero, so pretexto de la crisis, se ha profundizado en la mercantilización de los derechos económicos, sociales y culturales, las conquistas del siglo XX, a los propios ciudadanos, a las clases más débiles y aun a la clase media a la que se ha pauperizado. Ahora se trata de reducir el ámbito de sujetos que pueden aspirar al reconocimiento mínimo de derechos humanos fundamentales. Esa es la batalla. En ella, las primeras víctimas son esos otros más visibles, los inmigrantes y los refugiados, expulsados de la condición de sujetos de derechos.
La conclusión no puede ser más preocupante: cuando habíamos avistado un futuro de ensanchamiento de la democracia, capaz de desanclar el reconocimiento de la plenitud de derechos de una condición etnocultural (la identidad nacional), abrazando así el modelo de democracia plural e inclusiva, sucede que nos asomamos de nuevo hacia una comunidad política basada en la institucionalización de amplias zonas de exclusión. Y eso no puede ser compatible ni con la democracia ni con el Estado de Derecho. De nuevo, habrá que recordar el lema de Heraclito: <un pueblo debe luchar por sus leyes como por sus murallas>. Pero este pueblo ya no es, ya no debería ser, la comunidad etnonacional que se encierra en la fortaleza, sino una comunidad de ciudadanos libres que quieren acoger, proteger, incluir bajo su espacio de seguridad, libertad y justicia, a los seres humanos que lo necesitan y que llegan hasta sus puertas.
No nos engañemos sobre el alcance del desafío que nos reta. Los europeos lo vivimos ya de forma descarnada: como se ha dicho y he tratado de recordar, “debemos enfrentar la actual apropiación neoliberal de la democracia representativa… Vivimos en <democracias electorales> que, a pesar de reconocer formalmente la igualdad jurídica y política de sus ciudadanos, son compatibles con reglas salvajes que aseguran el dominio de élites políticas y económicas neocoloniales… Es la “democracia” de los señores de la globalización y del dinero, cada vez más agresiva, arrogante y excluyente. La democracia se ha convertido en su instrumento de ataque, en un espejo de las antiguas sociedades coloniales reproducidas hoy en el sur de Europa, donde es utilizada para establecer grados de inhumanidad que abarcan más y más gente. No sólo refugiados e inmigrantes, sino también todos esos parias a los que el modelo fundamentalista neoliberal construye como desechables: parados, pensionistas, funcionarios, familias desahuciadas, enfermos sin urgencias, estudiantes, estafados por las preferentes, etc.”.
* Draft. Se ruega no citar sin autorización del autor.
[1] Lo cierto es que en los documentos preparatorios hay elementos útiles que debieran ser tenidos en cuenta. Cfr, de un lado, el informe del Secretario General de la ONU, “In Safety and Dignity: Addressing Large Movements of Refugees and Migrants” (mayo 2016), en cumplimiento de la Decisión de la Asamblea General de la (ONU Decision A/70/L.34), como base para el High Level Meeting de septiembre de 2016. Y sobre todo, los dos Anexos del Draft de 29 julio 2016 Outcome Document for 19 september 2016 High-Level Meeting to address large Movements of Refugees and Migrants: https://unngls.org/images/PDF/UN_Summit_Refugees_Migrants_29July_Draft_Declaration_Annex_I_Annex_II.pdf
[2] Creo que lo refleja el hecho de que la definición más apropiada de aquello en que se ha convertido hoy un refugiado, como vengo insistiendo, es la que propuso hace unos meses el Alto Comisionado de derechos humanos de la ONU, el jordano Zeid Ra’ad Al Hussein: “refugees… These are people with death at their back and a wall in their face”. Nuestra aportación es esa: ponerles delante muros, alambradas, campos de detención.
[3] A esa conclusión se llega desde perspectivas diferentes, al examinar el déficit que aqueja al modelo liberal de democracia, incapaz de responder en términos de pluralismo inclusivo e igualitario a los desafíos de una sociedad que, al mismo tiempo que crecientemente multicultural, utiliza la diversidad cultural para profundizar en la desigualdad. Véanse los análisis de Connolly desde el punto de vista del pluralismo constitucional, los de Santos, Sassen y Bauman sobre los efectos del proceso de globalización tecnoeconómico bajo el imperio desregulador del capitalismo financiero, o, desde una perspectiva filosófica, los de Agamben y Honneth.
[4] En realidad, como han insistido Bauman y el mismo B Santos, es una maquinaria al servicio de la exclusión de la presencia y reconocimiento de los agentes de la diversidad: ante todo, los asalariados y las mujeres; además, los pobres, las personas no blancas, las minorías étnicas y sexuales, los grupos considerados inferiores, las personas con discapacidad, y, en razón de ello, susceptibles de ser cosificados, explotados y silenciados. Por eso se ha podido denunciar el carácter colonial de la democracia liberal y del tipo de relaciones que estableció con una multiplicidad de sujetos a los que despolitizó y deshumanizó.
[5] S Sassen, Expulsions. Brutality and Complexity in the Global Economy, Harvard University Press, 2014. Hay traducción española, Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global, B Aires, Katz eds. 2015.
[6] Ferguson denuncia la contradicción entre la lógica de lo público y la lógica del mercado o, por decirlo de otra manera, entre la lógica de la universalidad de los Derechos y la expansión del Estado de Derecho, y aquella otra del beneficio y la “mano invisible”, que postula el regreso al más radical hands-off del Derecho y los poderes públicos en el ámbito desrregulado (“auto-regulado, según el eufemismo falaz) que reclama para sí el mercado.
[7] Nuevos parias, de condición precaria e intercambiable, con fecha de caducidad, tal y como sostiene en su Archipiélago de excepciones, una conferencia impartida en el CCCB de Barcelona, en diálogo con Giorgio Agamben y que fue luego publicada en Katz ediciones, 2008.
[8] Es lo que explica la conocida paradoja enunciada por el dramaturgo Max Frisch y que ignoran esos modelos de políticas migratorias: queríamos mano de obra y nos llegan personas, sociedades, visiones del mundo.
[9] Cfr. Face aux migrants: Etat de Droit ou état de siège, París, Textuel, 2007.
[10] Withol der Wenden, C., “Une nouvelle donne migratoire”, Politique Étrangère, 3/2015, pp 95-106.
[11] Quizá debiéramos añadir los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Bauman escribe que “es posible que la única industria pujante en los territorios de los miembros tardíos del club de la modernidad sea la producción en masa de refugiados. Y los refugiados son el ´residuo humano´ personificado: sin ninguna función ´útil´ que desempeñar en el país al que llegan y en el que se quedan, y sin intención ni posibilidad realista de ser asimilados e incorporados» (Bauman, 2008: 32)
[12] Bauman, 2008: 32.
[13] Cfr. Entrevista en la revista digital Agora,
http://www.agora-revistaonline.com/#!ENTREVISTAS-Itziar-RuizGim%C3%A9nez-En-Europa-hay-una-batalla-sobre-qui%C3%A9n-tiene-derecho-a-tener-derechos/c112t/5714fb870cf2331db0f847cc. Consultada el 20/04/2016.