RAZONES CONTRA EL TERRORISMO?

Los horribles atentados en el aeropuerto de Zaventem y en la estación de metro de Maelbeek, a poca distancia del barrio en el que se encuentran las instituciones de la UE, dejan por el momento el trágico resultado de 34 muertos y 136 heridos. Consiguen sobre todo y una vez más, el efecto buscado: sembrar entre los ciudadanos europeos la sensación de grave inseguridad, de vulnerabilidad. Son muchas las familias que lloran por sus seres queridos. Y la prioridad debe ser ésta: ponerse a su lado, ofrecerles nuestra solidaridad y nuestro afecto. Dicho eso, necesitamos saber cómo responder. Y para eso es necesario entender qué pasa, por qué nos atacan. No se trata en absoluto de justificar crímenes infames, cuyos autores deben ser castigados con el rigor que permite el Estado de Derecho. Pero si la lucha contra la amenaza terrorista ha de ser eficaz, debemos entender por qué y cómo actúa. Y tener claros los elementos básicos de la respuesta. Temo que ni lo uno ni lo otro forman parte de lo que se nos pide a los ciudadanos europeos desde buena parte de nuestros gobernantes y tampoco en un importante porcentaje de medios de comunicación.

Si hacemos un repaso a los mensajes que nos envían por ejemplo gobernantes como Hollande, Merkel o Cameron –por supuesto Rajoy o el Ministro español de Interior-, incluso la Alta Representante Mogherini, encontramos la misma pauta.  “No es un atentado contra Bélgica. Es un atentado contra Europa”. “Los terroristas odian nuestros valores, nuestras libertades, nuestro modo de vida. Debemos reafirmar esos valores”. “Frente al terrorismo, debemos oponer la unidad de los demócratas”…

Lo malo es que esas reivindicaciones de los principios y valores europeos se producen cuando está más claro que nunca hasta qué punto los gobernantes europeos no creen en ellos. No, cuando se trata de otros. Y no hablo sólo de  esos otros que son sirios o afganos. No. Hablo de cómo se mira desde el corazón de Europa (sí, esa Bruselas atacada), a los europeos del sur que son Grecia o Italia, cuando éstos han de afrontar la gestión de las dificultades relacionadas con los flujos mixtos de inmigrantes y refugiados. <Cualquiera, menos yo>, parecen decir los Gobiernos europeos. Lo dicen los del grupo de Visegrad, sí; pero también Austria, Dinamarca, el Reino Unido….Que se ocupen “ellos”. Y en última instancia, los europeos escogen que cargue con el muerto el otro-otro, un no europeo (Turquía).

El egoísmo nacional, lo que los expertos han llamado <proceso de renacionalización> ha sido el gran obstáculo para actuar consecuentemente con los principios y valores que los europeos proclamamos como nuestros. Para gestionar solidariamente la crisis económica, para adoptar una verdadera política común europea. Sea donde sea donde miremos, no hay propósito europeo común en los hechos. Ni para un sistema fiscal común, ni para una respuesta europea  solidaria ante la crisis. Ni para una política europea común de Seguridad y defensa, ni para adoptar políticas europeas de inmigración y asilo. Nada de Europa si se trata de pensar por encima del interés propio, si se trata de tomar en serio el principio (europeo) de solidaridad. Y, desde luego, según hemos podido comprobar a lo largo de 2015 y 2016, nada de libertad y justicia, de imperio de la ley, del Estado de Derecho y de los derechos, si hablamos de los derechos de los otros, somalíes, eritreos, afganos e incluso sirios. Gentes que huyen del terrorismo que nos golpea ahora a nosotros. Gentes que han perdido a sus familias, a sus hermanos, padres, hijos, maridos, mujeres, a manos de los mismos terroristas. Terroristas que en no poca medida son dirigidos pos ex altos cuadros de las fuerzas armadas iraquíes desmanteladas (como el resto del Estado iraquí) por la política de la administración Bush tras la ocupación de Iraq

Medias verdades, sí. Es media verdad callar la relación entre esos atentados terroristas y la destrucción que sembramos en la guerra del Golfo y en la guerra de Iraq y en los supuestos procesos de reconstrucción de Iraq o Libia. Es media verdad callar nuestra complicidad durante cinco años de guerra en Siria. Complicidad por omisión: no hemos hecho nada para parar esa guerra. Complicidad activa: no hemos acordado ni siquiera un embargo de armas para los contendientes, porque ese es también nuestro negocio. Y es media verdad callar sobre lamanipulación, la instrumentalización del terrorismo para fines partidistas. Algo de lo que tenemos extensa y nefasta experiencia n España.

Sabemos, podemos prever qué es lo que se va a imponer en estos días.  Conocemos la letanía que nos pedirán recitar, la de la  apelación a “la unidad de los demócratas” entendida como <cerrar filas>, lo que, dicho en plata, significa callar bocas, evitar críticas. Con más claridad: nos piden precisamente renunciar a los valores que nos dicen que debemos reivindicar frente a los terroristas que odian esos valores. Y a mi juicio es necesario decir no. Que no nos callarán  Que no dejaremos de disentir y criticar y denunciar lo que nos parezca inaceptable. Porque son nuestros gobernantes quienes de inmediato se dejan llevar por la demagogia que predica la necesidad de sacrificar libertades en aras de la seguridad, cuando sabemos perfectamente que ese lugar común es una falacia: sin libertades no hay seguridad que merezca la pena.

No. La vieja lección (Isaías, 32: 17, et erit opus iustitiae pax) nos señala que la paz es el resultado de la justicia. Por eso, frente  al desafío del terrorismo, la respuesta no debe ser la guerra sin cuartel y a cualquier precio, como reitera el primer ministro Valls. No. Por supuesto que hay que tomar en serio la amenaza terrorista y combatirla con determinación. Pero esa determinación no es la del discurso belicista, la del regreso a la dialéctica amigo/enemigo, en la que todo se perdona a los hijos de puta si son nuestros hijos de puta, y nada se reconoce a quien no se pliega a nuestros intereses (que no a nuestros supuestos valores). Debemos invertir en inteligencia, en una política europea de inteligencia, que está muy lejos de ser real y eficaz a la vista de lo que sucede. Debemos invertir  también en una verdadera política común europea de seguridad y defensa. Y hacerlo desde el primado de la ley y del Estado de Derecho.

Reconozco que ese mensaje de la primacía de la respuesta del Derecho, desde los principios, valores, normas e instituciones del Estado de Derecho, no es suficiente.. No lo será mientras nuestras palabras y nuestros hechos se contradigan de continuo. Mientras sembremos destrucción, desigualdad, corrupción allende nuestras fronteras. Mientras practiquemos dobles lenguajes y dobles raseros como lo hacemos ante inmigrantes y refugiados. Mientras continuemos nuestras falaces alianzas con fundamentalistas saudíes al tiempo que decimos condenar todo tipo de fundamentalismo. Mientras no pensemos en las consecuencias de nuestros actos antes de lanzarnos a aventuras supuestamente justicieras que a duras penas esconden afanes neocoloniales, expolio descarado de recursos ajenos. Mientras seamos nosotros mismos los que olvidamos o, peor aún, mancillamos nuestros valores y principios una y otra vez, no obtendremos paz. La paz es el resultado del control del poder por el Derecho, pero también de la prioridad de los derechos humanos por sobre el criterio del beneficio de nuestras marcas, emprendedores o socios. Es la hora de considerar como prioridad de la política europea la inversión en cooperación equitativa con los ciudadanos de lo países de la periferia. Una inversión que no es sólo en desarrollo, sino también en democracia y derechos humanos, en desarrollo humano. Sin paternalismos.

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