ARGUMENTOS SOBRE UN ACUERDO INACEPTABLE

El preacuerdo entre los gobernantes europeos y el Gobierno de Turquía, adoptado el pasado 7 de marzo en Bruselas , ha sido ya objeto de algunos análisis y ha suscitado duras críticas y descalificaciones por parte de instituciones internacionales, europeas, ONGs y expertos. Trataré de resumir algunas de las razones por las que, a mi juicio,  cabe asegurar que se trata de una propuesta ilegal, ilegítima e ineficaz. Dicho de otra forma, me parece que se apoya en malas razones y, por el contrario, que hay buenas razones y no pocas para pedir que se desista de él. A continuación, (I) trataré de describir los rasgos del acuerdo para formular después (II) las razones que lo convierten –insisto- en ilegal, ilegítimo e ineficaz y, finalmente, (III) aventuraré una interpretación sobre los motivos de este mal paso en el que parece que nos quieren embarcar nuestros políticos, desde el bien entendido que estamos ante un preacuerdo que ni siquiera tiene visos de ser confirmado, tout court, en la próxima cumbre ad hoc, sobre todo después de la discusión en el Europarlamento, tal y como se produjo el día 9. En ese pleno, una amplia mayoría de los eurodiputados exigieron de la ministra holandesa Jeanine Hennis-Plasschaert, que actuaba en representación del Consejo, y del vicepresidente de la Comisión Valdis Dombrovskis, que se detallen los aspectos del acuerdo y recordó que las normas internacionales sobre asilo deben respetarse.

 

 

(I)

Los elementos básicos del preacuerdo se deducen del modelo que lo inspira, de los objetivos que pretende y de los daños que va a causar. Todo ello puede explicarse a partir del lema elegido por nuestros gobernantes: one in, one out.

El modelo que sigue la UE, como expresó el Presidente del Consejo, M. Tusk, es el australiano (“No Way: Australia don’t will be your Home”), y por eso se niega el derecho a llegar a la UE a inmigrantes, pero también a refugiados. “No lo intentéis; no lo conseguiréis. Es All for nothing”. Con esta dura advertencia, dirigida a los inmigrantes, pero también a los refugiados, Tusk  reformuló el 3 de marzo, a su manera, el  “lasciate ogni speranza voi ch’entrate” de Dante, para enfatizar: los días de la inmigración iregular a Europa han acabado.

El objetivo es muy claro: quitarse de encima a los refugiados, para lo que se escoge la vía habitual en política europea de migración y asilo, que no es otra que lo que llamamos externalizar, es decir, pasarle el muerto a otro, a un no europeo.

Los daños son evidentes: esta medida supondría en la práctica vaciar de contenido el derecho de asilo y, además, situar a los inmigrantes en una posición imposible. Los perjudicados son directamente entre 30 y 50000 personas, pero potencialmente, millones de personas, refugiados (afganos, eritreos, iraquíes, malienses, pero también los propios sirios que huyen de la guerra y de los abusos de poder de dictaduras militares) pero también los inmigrantes forzados a salir de su país para tener algunas expectativas razonables de vida digna y que se encuentran en una especial situación de vulnerabilidad. Unos y otros se verán abocados a buscar rutas aún más peligrosas y difíciles y serán pasto para las mafias de tráfico y explotación de seres humanos. Pero, además, los efectos colaterales a medio y largo plazo para la propia UE son asimismo gravemente perjudiciales: la demolición de la fiabilidad de la UE, de la imagen de la UE en el mundo.

El lema, el slogan escogido, es tan sencillo como revelador. “One in, one out”. Este slogan no tiene en cuenta que el asilo es un derecho individual no intercambiable, porque es absurdo pensar que el derecho de uno puede ser sustituido por el de otra persona. No lo puede ser en el caso de asilo, como no lo es en la libertad de conciencia o expresión, en el derecho a la vivienda o a un salario justo. Pero es que los gobernantes europeos no piensan en términos de personas y derechos, sino en los de contingentes y costes. Es una vez más el modelo hidráulico, de vasos comunicantes, como dogma de las políticas de migración y asilo. Un modelo en el que no hay personas ni derechos, sino números, estadísticas que hay que cuadrar según un fantasmagórico dogma del número de equilibrio o umbral de aceptabilidad de inmigrantes y/o refugiados, que nadie ha conseguido determinar científicamente y que responde más bien a prejuicios e intereses de los agentes de un mercado que negocia con la condición de clandestinidad de seres humanos, si no, aún peor, con ese contingente destinado a toda suerte de explotación.

 

 

(II)

La ilegalidad, ilegitimidad e ineficacia del proyecto son fáciles de explicar.

Su ilegalidad es palmaria: se vacía de contenido el propio derecho de asilo como un derecho individual. Se obstaculiza el procedimiento legal de solicitud de asilo y se viola la prohibición de expulsiones colectivas. Es decir, se violan los artículos 18 y 19.1 de la Carta europea de derechos fundamentales y se convierte en papel mojado el Convenio de Ginebra de 1952  sobre el estatuto de refugiado, en particular lo allí dispuesto sobre las garantías a respetar el procedimiento de solicitud y reconocimiento de ese derecho  papel mojado. A ello se añade que se pone en grave riesgo el principio de non refoulement, es decir, la prohibición de devolver a los solicitantes de refugio a su país de origen o a un país en el que no se dan las garantías de que sus derechos van a ser respetados. Y es que, aunque la UE considera a Turquía un país seguro, hay muchos elementos que ponen en cuestión este calificativo. Basta con ver qué hace Turquía en la frontera con Siria. Cómo restringe derechos y libertades básicas a sus propios ciudadanos (y no sólo la de prensa). O, por ejemplo, cuál es la posibilidad de acceso a la educación pública, étc. Por no hablar de las violaciones de derechos de los inmigrantes –sean o no regulares- que posibilita este preacuerdo. Sí, los inmigrantes a los que se quiere echar sin contemplaciones, son titulares de derechos. Como seres humanos, pero también en su condición de inmigrantes, son titulares de derechos reconocidos en la Convención de la ONU de 1990 (eso sí, nunca ratificada por ningún país europeo).

La ilegitimidad de esta operación de externalización a Turquía es asimismo fácil de denunciar. En primer lugar, porque en el fondo supone un paso más en el vaciamiento de derechos fundamentales, mediatizados hasta el límite por consideraciones de tipo económico. Ya hay Estados europeos que han mercantilizado ese derecho sometiéndolo a copago: Suiza, Baviera y Baden-Wurtenberg primero y Dinamarca después, impusieron contraprestaciones económicas a los refugiados. Pero esa mercantilización de los derechos, que los desnaturaliza convirtiéndolos en mercancías(sólo hay los derechos que uno puede pagar) da un paso más. Los propios refugiados se convierten en mercancías, en objeto de trueque geopolítico entre la UE y Turquía. Todo está en venta, todo se negocia, también las vidas de niños, mujeres, hombres. Lo que fue Mercado Común, se convierte en bazar turco, en escenario de indigno regateo sobre vidas y derechos. Que esto viola los principios que el TFUE recoge como la razón de sentido de la propia UE, empezando por el respeto a la dignidad humana, lo han denunciado autoridades europeas e internacionales. Pero recordémoslo: los derechos, en ese preacuerdo, no importan. Importa cómo asegurar la frontera. Una última consideración de legitimidad: si lo que los refugiados necesitan son vías de acceso seguro y rápido para plantear sus demandas de asilo, no parece legítimo responder con un incremento de las dificultades para ejercer ese derecho. Este acuerdo significa dificultar el derecho, poner a esas personas vulnerables y desesperadas en manos de las mafias. Poner en peligro vidas humanas. Aunque bien es verdad que a la UE parecen preocuparle menos las vidas humanas que el control de sus fronteras, que ya no es sólo policial sino incluso militar, pues ya hemos acudido a la intervención de la OTAN.

Y hay que añadir un argumento de ineficacia, por no decir de inviabilidad, de imposibilidad de poner en marcha los mecanismos de lo que es una deportación masiva, que consiga conjugar la expulsión de todas esas decenas de miles de seres humanos con respeto a condiciones mínimas de seguridad en sus derechos básicos. ¿Alguien ha previsto cómo se va a producir este procedimiento? ¿Han ofrecido las autoridades turcas garantía sobre quién y cómo se hará cargo de esos hombres, mujeres y niños desesperados, quién y cómo les ofrecerá lo que necesitan: techo, alojamiento, alimentación, asistencia sanitaria, escolarización…? ¿Realmente creen los responsables políticos europeos que esta <solución> disuadirá a inmigrantes y refugiados de su propósito de alcanzar tierra segura, justa y libre –un refugio- en Europa?

Expertos en policía de fronteras como el español Gil Arias, que ha sido el director ejecutivo de FRONTEX durante los últimos años, han señalado que si hasta hoy el propósito de cierre hermético y condicionamiento de la movilidad humana (migrantes y refugiados) ha superado todo control, toda muralla o alambrada, pensar que se pueda alcanzar un sellado sin  fisuras entre Turquía y la UE es puramente ilusorio. Otro argumento: contemplando el ritmo de los procesos de reubicación de los pretendidos 160000 refugiados en los países de la UE (en el año 2015 no se alcanzó la cifra de 600), ¿cuánto tiempo se tardaría en deportar a todos los potencialmente deportables? Y cuánto en hacer venir a los que “intercambiamos” conforme a la fórmula <one in, one out>?

 

 

(III)

¿Por qué se ha buscado este plan? ¿por qué ha cambiado de opinión Merkel? Y  después de todo, qué va a pasar? Si este proyecto tiene tales problemas, ¿por qué se ha adoptado?

La explicación, como casi siempre, es de consumo interno. Se trata de las dificultades que experimentan los gobernantes europeos para seguir convenciendo a sus ciudadanos de que deben seguir  prestando adhesión a sus políticas cuando en buen parte de Europa se les exige que soporten un proceso de estrechamiento si no de ablación de derechos. La real y grave amenaza terrorista ha venido a cerrar un círculo argumentativo vicioso, una tentación que políticos de vuelo gallináceo y siempre a corto plazo (el de la siguiente convocatoria electoral) no saben resistir: inmigrantes y refugiados son una amenaza para el cada vez más escaso bienestar. Y aún más, son un verdadero ejército de reserva de delincuencia e incluso de inseguridad (terrorismo).  Nuestros dirigentes han sembrado irresponsablemente (con la complicidad de medios de comunicación) lo que conocemos como xenofobia institucional, los reflejos de racismo, intolerancia, autoritarismo de los que PEGIDA, el partido AfD u otros son una consecuencia. Y ahora nos piden que aceptemos estas medidas para evitar la xenofobia, el racismo que ellos mismos han alentado en su miopía (en la mejor de las hipótesis).

Se ha buscado sobre todo la eficacia: no podemos más. No podemos mantener nuestra generosidad (la proclamada por Merkel). Debemos organizar y controlar estos flujos de personas que nos desbordan. Por eso acudimos a un socio fiable (¡?) y exterior, la Turquía de Erdogan. Y le pagamos, bien. Y le ofrecemos ventajas para sus ciudadanos y para su país. ¿Así hacemos frente a un problema estructural? Podemos seguir insistiendo en la falacia que consiste en decir que el desafío que están afrontando con generosidad Líbano, Iraq, Jordania, etc, no nos lo podemos permitir en la UE, el mayor espacio de prosperidad y seguridad humana del mundo?

Las imágenes que pueblan ahora nuestro imaginario nos devuelven al peor pasado de Europa: multitudes conducidas como ganado, alambradas, muros, trenes atestados…La solución no consiste en quitarse el problema de encima, porque esa misma pretensión es falsa. Siguen, seguirán ahí fuera. Necesitados, e incluso desesperados. Y por más que se nos pida que seamos cómplices de esta vergüenza de dimensiones históricas, más pronto que tarde los europeos reaccionaremos. Espero.

 

 

 

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