DEFICIT DE PLURALISMO Y CRIMINALIZACIÓN DE LA DISIDENCIA

El concepto de disidencia ante la constitución de unas instituciones más plurales pero más difíciles de gestionar tras los próximos procesos electorales

 

“Una democracia fuerte es aquella capaz de albergar como natural el conflicto que deriva de la pluralidad, el conflicto en serio, y no aquella en la que el conflicto se refiere solo a anécdotas como las costumbres o la gastronomía…Una democracia fuerte es aquella que sabe gestionar la diversidad ideológica, la diversidad en el sentido de identidades nacionales con proyectos de autonomía política fuerte, que va incluso más allá del tipo de autonomía política que nos dimos en la Constitución del 78, la diversidad en el sentido incluso de la desobediencia o que sabe gestionar la desafección de aquello que venimos presentando como común y que cada vez no lo es para más sectores de la población”.

En la  conferencia “La penalización de la disidencia y el déficit de pluralismo y legitimidad de la democracia” impartida en la Fundación Cañada Blanch, dentro del cuarto ciclo “ConecTalks” de divulgación científica que dirige Vicent Martínez, catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universitat de València, se propone abordar no sólo el problema del estrechamiento del pluralismo democrático y sus causas, sino también el concepto de disidencia en el marco de unas instituciones que serán mucho más plurales aunque más difíciles de gestionar tras los próximos procesos electorales.

 

Una democracia sin un Parlamento fuerte
Pese al patente recorte de libertades y de elementos tan básicos de la democracia como es la discusión pública y el respeto a la pluralidad realizado por el gobierno de Rajoy, cabe señalar que ese estrechamiento, que institucionalmente se centra en el Parlamento, no es solo de ahora sino que “ha sucedido siempre que ha habido mayoría absoluta y eso hay que decirlo de los dos partidos que la han tenido”. “La democracia en España, que ya lleva 40 años, no se ha caracterizado prácticamente nunca por tener un Parlamento fuerte, en el sentido de que juegue de verdad con una cierta independencia del poder que tiene el ejecutivo”.

En ese contexto hay que referirse  a dos circunstancias externas globales pero de enorme impacto en el funcionamiento de la lógica democrática, como son la situación de crisis económica, -“que ha llevado al Parlamento a un espacio vacío donde no se discute y meramente se da fe de una política unilateral que el PP entiende que es la única posible en una situación extrema, que es la política de austeridad”-, y la emergencia ante la reaparición del terrorismo internacional yihadista, “que se ha constituido como un eje de la acción política”. Así, esas dos circunstancias globales han traído como consecuencia dos fenómenos particularmente graves.

 

 

Una crisis de calidad democrática
El primero, una legislación de sustitución con el uso de decretos leyes, “que es absolutamente desproporcionado pese a que haya una razón de urgencia extrema como es la situación económica, pero que no favorece una vida democrática activa”. El segundo, que nace como contraposición al anterior, es la efervescencia del movimiento ciudadano del 11-M, “que toma como enseña la necesidad de superar una arquitectura institucional democrática que denuncia como muerta e inservible, dice que la vida política está en manos de una casta bipartidista que ha reducido la pluralidad y ve necesaria una reconstrucción de la arquitectura institucional para salvar la democracia”.

Como síntoma de la baja calidad democrática, “la emergencia de algo que aparentemente hemos tolerado todos, que es la corrupción y que está en el núcleo mismo del funcionamiento de los partidos que han monopolizado la vida democrática”. “Y aquí –añadió- no se puede decir que toda la corrupción sea del PP, porque el PSOE tiene manchas de corrupción brutales, empezando por Andalucía pero no solo Andalucía”.

 

Quién es y qué valor tiene la disidencia
Esos dos fenómenos, contrapuestos pero que en el fondo tratan de poner de relieve que estamos ante un momento de crisis de la calidad democrática, tiene un último factor que contribuye a enrarecer las posibilidades de reconstrucción institucional. Se trata de la acusación de baja calidad democrática por incapacidad para reconocer la manifestación más básica de pluralidad, como es la existencia de fenómenos de identidad nacionales fuertes y diferentes dentro del Estado, tal es el caso de Cataluña.

En ese contexto, se plantea quiénes constituyen hoy la disidencia, qué reconocimiento hay que hacerle y qué valor tiene, no tanto como test de la pluralidad sino sobre todo como modelo del tipo de democracia fuerte por el que apostar. Es en ese sentido en el que abogó por una democracia fuerte que sepa gestionar los conflictos, la diversidad y la pluralidad nacional. “Esta situación, que parece peligrosa, puede contribuir al fortalecimiento de la democracia si se sabe gestionar, y es una noción de la ciudadanía activa, no solo como participación sino también como resistencia”.

 

Un arco parlamentario más amplio y plural
Así, el problema de la actual disidencia extraparlamentaria se resolverá en los próximos procesos electorales con un arco parlamentario mucho más amplio y plural. “La vigilancia del poder, el hecho de que los ciudadanos no traguen, estén más vigilantes y que, por tanto, exijan un mejor funcionamiento de los mecanismos de vigilancia y la no patrimonialización del Estado por dos fuerzas, hará que las instituciones representen realmente a la pluralidad de la ciudadanía”.

Sin embargo, eso solo será posible “si la ciudadanía considera el salto de una ciudadanía consumidora y pasiva, característica de la democracia representativa de baja calidad que tenemos, y pasa a ser una ciudadanía activa en la que se advierte que no solo son los partidos y los sindicatos los agentes del espacio público, sino que también lo son los movimientos sociales, las asociaciones vecinales, y en definitiva, los propios ciudadanos ejerciendo la disidencia y la crítica y apretando los mecanismos de control”.

Por otra parte, y pese a considerar “irrenunciable” la desobediencia civil como instrumento de acción política, la clave está en que el ámbito político sea mucho más plural, “porque entonces el marco de razones de desobediencia se reducirá”, a diferencia de la situación actual en la que el Parlamento “no tiene nada que ver con el punto de vista de las necesidades sociales ni de la pluralidad, las opciones de vida, de cultura, de mundo o de ideología”.

 

 

El riesgo de caer de nuevo en un juego político limitado  al reparto del pastel
En la última parte de su intervención, se trata de resaltar como positivo que los próximos procesos electorales vayan a desembocar en unas instituciones más plurales, “lo cual no significa ni mucho menos que lo que se nos viene encima sea más fácil de gestionar, porque creo que es infinitamente más difícil”. Para afrontar esa situación se requiere de una cultura de negociación y de pacto “y aquí no hay ninguna cultura de eso”. “Aquí, en Valencia, hay una demonización de la noción de tripartito, de coalición, que el PP identifica como horrible horrible y la inestabilidad por definición”.

En el anterior sentido se trata de subrayar no tanto la dimensión negativa de la carencia de una cultura de la negociación y del pacto, sino el riesgo de caer en el reparto de cargos e instituciones a la italiana, es decir, hacer lo mismo que hasta ahora pero en lugar de con dos partidos hacerlo con cuatro. “Vale la pena hacer todo el esfuerzo posible porque esta oportunidad que tenemos no devenga en un desastre del reparto del pastel que nos deje a todos más frustrados que antes y, por el contrario, suponga algunos avances en calidad democrática”.

 

 

 

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