LOS QUE NO SON NADIE

Los que no son nadie. (En el Día Internacional de los Refugiados)

Posted on 20 junio, 2013

Javier De Lucas

 

Siguiendo la magnífica metáfora de Ulises ante Polifemo, los periodistas y escritores Nicolás Castellanos Flores y Carla Fibla García-Sala publicaron en 2009 un audiolibro sobre historias de las migraciones, que titularon con esa fórmula: Mi nombre es nadie. El viaje más antiguo del mundo. En puridad, ese viaje no es sólo el de aquellos que conocemos como “inmigrantes económicos”, sino también el de los refugiados, el de los exilados que se ven obligados a abandonar su tierra, su patria, para huir de la persecución.

El artículo 1º de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, (aprobada en Ginebra el 21 de julio de 1951 y modificada por el Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados de 1967) los define así:

“Una persona que, debido a un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membresía de un grupo social o de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo, no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar dispuesto a volver a éste.”

Es importante recordar que no se trata de una cuestión humanitaria. El asilo, el derecho con que se responde a la necesidad que viven los refugiados, es mucho más: es, en cierto sentido, el Urrecht que señalara von Zeiller antes incluso de  Arendt, el derecho originario. Los refugiados son la más grave anomalía jurídica desde la concepción más clásica del Derecho: seres humanos sin Estado, en el sentido estricto, outlaws, extralegem, fuera de la ley, de la cobertura de la ley. Y por eso darles asilo no es sólo una cuestión del deber básico de hospitalidad: es mucho más, es reconocerles que incluso los seres humanos que son sólo eso, seres humanos, no ciudadanos de un Estado, deben tener derechos. Por eso, la capacidad de reconocer ese derecho es el test que mide la voluntad política de atribuir a un ser humano el mínimo imprescindible de lo jurídico: sin él, no se tiene nombre, no se tiene derecho a tener derechos. Su negación es la negación misma de la universalidad de los derechos humanos, como sostuvo la filósofa alemana.

Dejemos ahora de lado cuestiones conceptuales de indiscutible importancia, como la zona gris que existe entre “inmigrantes económicos” y “refugiados políticos”. Y orillemos también otras discusiones, como la relativa a la insuficiencia de esa noción -acuñada en 1951, recuerdo-  para dar cuenta de los “nuevos” fenómenos de refugiados, como los denominados refugiados “medioambientales”, las poblaciones que huyen como resultado de desastres naturales (muchos causados por el hombre, claro): terremotos, inundaciones, pero también hambrunas…Vamos a algunos datos y cuestiones básicas.

 

Propongo a los lectores que aprovechemos el pretexto que nos ofrece este día para revisar algunas preguntas elementales sobre los refugiados, y a las que en no pocas veces respondemos con ideas recibidas, tópicos sin fundamento en los datos y que se revelan como asentados prejuicios –fobotipos, se diría-. Por ejemplo, parecería que la opinión pública está convencida de que vivimos una amenaza de invasión de refugiados, que esperarían  a las puertas de la UE  para poder aprovecharse de nuestra prosperidad, de las garantías que tanto nos ha costado obtener y, por tanto, es necesario ser muy rigurosos y establecer nuestra capacidad de recibirlos sin vernos desbordados, más aún en el contexto de las dificultades provocadas por la crisis y su gestión. ¿Tenemos en Europa un problema de refugiados? ¿y en España? Debemos ocuparnos de ellos? Cómo? Veamos ante todo los hechos.

Primero: es cierto que hay cada vez más personas en situación de desplazamiento para encontrar refugio. El informe anual “Tendencias globales” 2012, del Alto Comisionado de la ONU para Refugiados (ACNUR) deja claro que sigue siendo la guerra el factor que provoca más desplazamientos de los que, con carácter general, denominamos refugiados. Lo más destacado de ese Informe son, a mi juicio, dos datos. El primero,  que el número de desplazados y refugiados ha alcanzado el mayor nivel desde hace 18 años, en 1994, con más de 45,2 millones de personas desplazadas forzosamente durante 2012, lo que supone tres millones más que en el año 2011, cuando la cifra alcanzaba los 42,5 millones de desplazados y refugiados. De ellos, 15,4 millones fueron refugiados; 937.000, solicitantes de asilo; y 28,8 millones fueron desplazados internos -personas obligadas a huir dentro de las fronteras de su propio país. Los países que generaron más refugiados fueron Afganistán, pues uno de cada cuatro refugiados es afgano; Somalia, con más de 900.000; Irak, con 746.700  y Siria, con 741.400. El segundo, que cuanto más crece la necesidad (porque cada día del año 2012 aparecieron 20.000 refugiados más, esto es, 1 cada 4 segundos: un total de 7,6 millones de “nuevos casos” de desplazados forzosos), más decrece la voluntad política de poner los recursos necesarios.

Segundo: no es verdad, y tendremos que repetirlo una vez más, que seamos los europeos quienes albergamos al mayor número de refugiados. Son sobre todo los países en vía de desarrollo los que asumen esa carga. Pakistán es el primero (1,6 millones), seguido de la República Islámica de Irán (868.200). Sólo en tercer lugar aparece un país de la UE, Alemania (589.700), muy poco por encima de Kenia (565.000). La UE recibió en 2012 330.000 solicitudes, de las que 71.000 recibieron una respuesta positiva (algo más de 37000 recibieron el estatuto de refugiado; poco más de 27.000 la denominada “protección subsidiaria” y casi 6500 asilo por consideraciones humanitarias). Lo más interesante es que en sólo cinco países, Alemania (77.540), Francia (60560), Suecia (43865) , Reino Unido (28.175) y Bélgica (28.105), se recibió al 72 % de los demandantes de asilo. Para dejar más claro que no hay tal abrumadora presión de asilantes, baste pensar en la proporción de solicitudes por millón de habitantes que fue, por ejemplo, en Malta de 4.980, en Suecia de 4.625, en Bélgica, a 2.535 o en Dinamarca de 1.085.

 

Tercero: como señala el imprescindible Informe Anual 2013 de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, CEAR, La situación de las personas refugiadas en España, nuestro país está en la cola respecto a la admisión de solicitantes de asilo: en 2012, 2.580 solicitudes, la cifra más baja en 25 años, casi 1.000 menos que el año anterior. De ellas, el mayor número procedía de Siria (255), seguidos por los provenientes de Nigeria (204), Argelia (202), Camerún (121), Costa de Marfil (106) y Mali (102). Para hacernos una idea de la supuesta «presión insoportable», eso supone 55 solicitantes de asilo por cada millón de ciudadanos españoles:  comparemos ese dato con los que recordé más arriba en otros países europeos. Pero lo que es más relevante, a esa caída de solicitudes se une el descenso de concesiones: 565, un 8,5% frente al 9,5% de 2011. La pregunta es, ¿por qué no recibimos más refugiados si de hecho existen cada vez más personas con esa necesidad? CEAR señala las mismas razones que los expertos vienen apuntando desde 2008: básicamente, cada vez es más difícil que quienes huyen de persecución y buscan refugio puedan llegar hasta nosotros y, aún menos, que obtengan el reconocimiento del asilo. La externalización de las fronteras ha creado espacios de contención -bajo el cuidado de países que muchas veces no superan el estándar mínimo de respeto de derechos humanos- cada vez más difíciles de superar. Todo ello reforzado por la utilización de la coartada de la crisis para blindar nuestro territorio mediante un incremento del cordón sanitario que lleva a cabo la agencia Frontex. Eso hace que el viaje de los refugiados sea cada vez más largo y peligroso y que caigan cada vez más en manos de las redes de tráfico y explotación de seres humanos.

En realidad, como muestra con mucha claridad el informe del Servicio jesuita para refugiados, Protection interrupted, los solicitantes de asilo en Europa topan con una complicada normativa comunitaria, pese a la promesas de un Sistema Europeo Común de Asilo (SECA), sobre todo por el instrumento jurídico básico, el Reglamento de Dublín de 2003 que establece el procedimiento para decidir a qué país le cabe la responsabilidad de examinar las solicitudes de asilo. Hoy por hoy, los candidatos no saben cómo funciona realmente la regulación ni cuáles son sus derechos. Además, es frecuente enviar a estas personas a países de la UE que no ofrecen ni vivienda digna ni servicios básicos, dejando a muchas de ellas sin hogar y en la indigencia. Finalmente, los solicitantes de asilo son detenidos en muchos de los países de la UE, al parecer por el mero hecho de ser un solicitante de asilo. En lugar de acoger, parece que el objetivo básico es disuadir: que pierdan toda esperanza de arribar a Europa. Como en tantas otras ocasiones, pareciera que sólo instituciones como el Servicio Jesuita para los Refugiados, o CEAR, son la única esperanza real para revertir el cruel destino de los refugiados, expresado con tanta lucidez como la que es capaz de expresar la poesía, uno de lo mejores poetas en español, Mario Benedetti: “El mundo es esto / en su mejor momento, una nostalgia / en su peor, un desamparo“.

No nos podemos permitir ese desamparo. No podemos ni debemos olvidar que, como hemos visto, el viaje de los “nadie” que emparenta con ese mito fundador de nuestra cultura encarnado por quien así se autodenominara, Ulises, es el de la humanidad misma, el nuestro. Por esa razón, también, el derecho de asilo es un derecho originario. Un derecho que estamos vaciando indebidamente de contenido cuando ponemos a una organización imprescindible como CEAR, al borde de la desaparición. Eso es lo que expone el manifiesto que circula en estos días y que trata de frenar la agonía que sufre esta organización especializada en la atención a los refugiados, como consecuencia en gran medida de los impagos de las Administraciones. En la mano de los poderes públicos está cumplir con sus obligaciones y devolver a CEAR una mínima parte de lo que CEAR aporta, que no es sólo la garantía del derecho de asilo, de la protección de esos “nadie”, sino un elemento clave para que podamos hablar de una democracia, de una sociedad decente. Perder a CEAR es perder en calidad democrática, en decencia: perdemos nosotros, no sólo los refugiados.

 

Foto 1: Portado de «Protection interrupted», del Servicio

Jesuíta para los refugiados.

 

Foto 2: Campamento de refugidos de Domiz, en el Kurdistán iraqí,

recoge a miles de refugiados sirios.

ACNUR, Tendencias globales 2012.

 

Foto 3: Encuentro de una familia en el Campo Mugunga III, en la

República Democrática del Congo. ACNUR.

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