En estos días, ante comportamientos desvergonzados, inaceptables, de algunos de nuestros gobernantes, he recordado el viejo dictum del cardenal de Retz, quien fuera rival de Mazarino, en sus Mémoires (1675), que dice así:
“Je choisis cette remarque entre douze ou quinze que je vous pourrais faire de même nature, pour vous donner à entendre l’extrémité du mal, qui n’est jamais à sa période que quand ceux qui commandent ont perdu la honte, parce que c’est justement le moment dans lequel ceux qui obéissent perdent le respect; et c’est dans ce même moment où l’on revient de la léthargie, mais par des convulsions». Cfr. Jean-François-Paul de Gondi, Cardinal de Retz, Mémoires, 1675, tomo 1 p.66. Tomo la referencia de Massimo Ciavolella y Patrik Coleman, en su Culture and Athority in the Baroque, University of Toronto Press, 2005, pp 69 y 219.
La frase que he destacado en letra normal, dentro de la cursiva, podría traducirse libremente así: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto, y despiertan de su letargo, pero de forma violenta”.
Pues bien, esa última parte de la frase es la que me parece particularmente relevante hoy. Vivimos un proceso acelerado de desgaste de instituciones clave (TC, TS), de las reglas de juego (la división de poderes, la independencia del poder judicial) y de bienes constitucionales de primer orden no sale gratis. Si a ello sumamos la parálisis en las necesarias reformas que pudieran contrapesar ese desgaste y ofrecer cauces institucionales efectivos de participación ciudadana, el resultado es el que previó el prudente cardenal: no parece quedar otra alternativa que la de la violencia, es decir, la desobediencia sin respeto alguno a las reglas, sino impugnándolas en su totalidad, lo que no puede denominarse de ninguna manera desobediencia civil, sino rebelión o, quizá, revolución.
Dicho de otra manera, contra lo que oímos habitualmente en los media, los verdaderos antisistema son quienes contribuyen a la tesis de que el sistema no tiene otra alternativa que destruirlo, los que arrojan a los ciudadanos a actuar fuera del sistema, fuera de las vías del Derecho, la negociación, la actuación pacífica, como única opción…
Añadiré que, a mi juicio, eso no da la razón a quienes violan la ley, desobedecen a los tribunales y se saltan las normas cuando les parece, recurriendo a vías que de una u otra forma suponen violencia. La razón es incompatible con el insulto, la violencia, el imponer a los demás el propio criterio de justicia. Pero es que estamos estrechando el campo de la razón, de la igual libertad en derechos, del reconocimiento de los ciudadanos como sujeto político más allá de lo aceptable.