EL ENESIMO RETORNO A BIZANCIO

Cada 25 de abril, algunos elegimos qué versión de Grândola Vila Morena escuchar. Yo he regresado este año a la que interpretaron un grupo de jubilados desde los balcones del público, en la Asamblea portuguesa, gritando eso de <o povo e quem mais ordena/dentro de ti o cidade>, mientras Passos Coelho daba cuenta del penúltimo recorte del Consejo Europeo. Por cierto que el entonces primer ministro y la Presidenta de la Asamblea hicieron gala de un fair play que ya quisiera uno por aquí. Mientras tanto, en esta comunidad, muchos dedican ese día a commemorar la efeméride nacional de la derrota ante el Borbón en tierras de Almansa.

¿Y si hubiera ganado el bando de los maulets (de maula, esclavo)? Viviríamos hoy felices los valencianos con nuestros Furs en vigor y correrían ríos de leche y miel? Seríamos una sociedad orgullosa de sus peculiaridades y más próxima a Marruecos que a Noruega? Ensoñaciones como ésta, o reclamaciones en los que algunos se afanan para que el actual Borbón, marido de la señora Ortiz, pida perdón por los entuertos de su antepasado y homenajee y reconozca su rendida admiración por els Furs y, de paso, a la orxata i els fartons pueden ser entretenimientos en los que volcar el tiempo libre que nos deja este interregno que seguramente nos hemos ganado a pulso, por votar como votamos. Cada uno es muy libre de escapar de la realidad como quiera. Dicen que en Bizancio discutían sobre el sexo de los ángeles.

Y, sin embargo, no todas esas disquisiciones son tan inocentes. Leo en un diario que estimo un sesudo artículo dedicado a esta imprescindible cuestión: ¿se puede ser valenciano sin hablar en valenciano? Y lo pregunta en serio, como en serio, muy en serio, hay disputas sobre la necesidad de esclarecer el “ADN de los valencianos”. Con el respeto que merecen todas las personas, me parece necesario recordar que por tópico que fuere, ese “yo respeto su opinión, aunque no la comparta”, es una estupidez de rango mayor, por más que suelan proclamarlo enfáticamente quienes, con mucha frecuencia,  se autoproclaman partidarios enfervorizados de la tolerancia como bálsamo de fierabrás en la vida pública (otra solemne estupidez). No. No todas las opiniones son respetables. Algunas son deleznables y, con respeto a la libertad de expresión de quien las emite, que tiene todo el derecho a decir lo que le parezca, creo que deben ser criticadas y aun expuestas a la picota. Por ejemplo, la opinión de quienes sostengan que es mejor que las mujeres se queden en su casa, al servicio de sus maridos. O que dos más dos suman siete en base decimal. O que los derechos fundamentales dependen de la lengua o religión que uno practique. A no ser, claro, que se quiera volver a esas sociedades en las que la lotería del nacimiento determinaba inexorablemente el destino. Yo, la verdad, no estoy por ese viaje en el tiempo.

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