UNA PNL INDIGNA. ¿BASES PARA UNA POLITICA COMUN DE ASILO?

(INTERVENCIÓN EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS, EL 30 SEPTIEMBRE DE 2015, sobre «Crisis humanitaria: respuestas a la crisis de los refugiados»)

Déjenme que comience por expresar la significación que tiene para quien les habla, como profesor de Derecho y como ciudadano, hablar en esta casa de la ley, que es también la mía, mi casa, porque aquí trabajan los diputados, representantes de la soberanía de la que soy, somos, titulares: trabajan para todos nosotros los ciudadanos, también para mí. Es un honor y una satisfacción estar y hablar aquí, hoy.

Pero precisamente por esa razón, y sin el menor atisbo de arrogancia, sin ninguna pretensión de dar lecciones a nadie y aún menos, de erigirme en autoridad moral ante quienes son mis representantes, permítanme que no oculte cierta decepción con la que acudo aquí hoy. Decepción como ciudadano y como uno de los que han dedicado muchos años de subida(al igual que los otros miembros de la mesa) a trabajar en torno a inmigrantes y refugiados. Hablo como ciudadano particular, desde luego, porque no represento a nadie; pero ni más ni menos que como ciudadano, ante quien Vds tienen su primera responsabilidad.

Mi decepción resulta de haber asistido ayer, en directo, a un debate que tiene mucho que ver con nuestra mesa redonda de hoy. Me refiero a la PNL que trata de ser, leo, “un elemento sustantivo para conformar un auténtico Acuerdo de Estado en materia de asilo y refugio”.  Esta PNL, pese a las observaciones críticas formuladas desde un buen número de Grupos Parlamentarios, fue acordada finalmente por unanimidad de los grupos de la Cámara, en aras del valor superior del consenso, según manifestó un diputado del PNV. Es decir, en aras de un pacto de Estado presentado como pacto de mínimos.

Ya sé que la PNL no aspiraba a dar por solucionado el problema. Son consideraciones y recomendaciones mínimas. Pero esos mínimos me parecen inasumibles. Y no sólo por lo que falta en los puntos que se proponen al Gobierno, que es mucho y muy importante. No: sobre todo por la visión que subyace a tal supuesto Pacto de Estado, tal y como se expresa en la Exposición de motivos y como destila el enunciado de no pocas de esas propuestas.

Sé que hablo desde una posición de privilegio: la de quien no debe obediencia a nadie, ni está obligado a negociar y por tanto no se sitúa en eso que Weber llamaba “ética de la responsabilidad”, propia del político y sobre todo del que tiene carga de gobierno; una carga sin duda pesada, pero libremente escogida. Pero mi ética de convicción es, quiere ser, ética ciudadana y por tanto, responsable. Quiero dejar claro que no vengo aquí a quejarme cual Jeremías y a ejercer denuncias tan proféticas como meramente destructivas. Quiero ayudar a sentar esas bases de un acuerdo de Estado. Y por eso quiero que sus raíces no sean sesgadas, parciales. Que se asienten en una comprensión correcta  de la realidad que se afronta y así permitan propuestas tan eficaces como legítimas.

Mis compañeros seguro que pueden formular esas propuestas y, lo que es muy importante, las prioridades y los medios necesarios. Algunas coinciden, estoy seguro, con los puntos sugeridos al Gobierno en la PNL. Seguro que desde su experiencia y conocimiento les ofrecerán más. Por mi parte, he escrito no poco al respecto en un libro recientemente publicado y no voy a repetirme. Prefiero dedicar lo que me resta de intervención a tratar de ofrecer elementos de respuesta a la primera pregunta, la más obvia, la que da título a esta mesa: ¿De qué crisis hablamos cuando nos referimos a esta crisis humanitaria, la de los refugiados?

Pues déjenme decirle que no es la crisis de la que habla esa PNL. Por dos razones: porque la crisis humanitaria, que no es nueva, ni imprevisible, ni un destino azaroso y fatal, como un terremoto, no se puede circunscribir sólo a los refugiados. Afecta también a quienes quieren llegar a nuestra Europa como eso que peyorativamente de denomina “inmigrantes económicos”. Que también mueren. Que también tienen derechos. Respecto a los que tenemos también obligaciones. Y que, sin embargo, corren el riesgo de convertirse en la otra cara de nuestro trato a los refugiados: los que pagan el pato.

Pero si esta crisis humanitaria no es la crisis de la que habla la PNL es también por otra razón. Si Vds leen el primer párrafo de la exposición de motivos de este texto, respaldado unánimemente, verán que dice lo siguiente: “Europa está asistiendo en estos momentos a una grave crisis humanitaria motivada por el desplazamiento de miles de personas que huyen del terror y la guerra en sus países de origen y buscan en Europa un espacio de seguridad, libertad y respeto a los derechos humanos”.

No. Nada de eso. Esta no es la crisis humanitaria de la que venimos a hablar aquí. Y no lo digo por una cuestión de puntillismo terminológico. No. Es que eso significa no entender nada.

No hay la menor autocrítica, por hechos como ls devoluciones en caliente, el bloqueo de sirios en ceuta y Melilla, la no aceptación de subsaharinos, el retraso de 12000 solicitudes, hechos denunciados no ta por ONGs, sinopor el Defensro del Pueblo de España y autoridades europeas.

Dicho así, parece que hablamos de nuestra crisis, la crisis que sufrimos nosotros, los europeos, nuestras aireadas dificultades, nuestros problemas ante esa emergencia. La crisis sería la que nos provoca a los europeos esos desplazamientos de miles de personas. Y por eso el vergonzoso espectáculo de bazar, de subasta a la baja protagonizada por nuestros Gobiernos, con honrosas excepciones entre las que no se encuentra el Gobierno español que, a mi juicio, ha protagonizado (con el de Cameron y un grupo de Estados del Este) uno de los episodios más indignos en la tarea de reconocimiento y garantía efectiva de los derechos de los más vulnerables. Las hemerotecas y archivos multimedia están llenos de testimonios inequívocos al respecto, que no voy a recordar.

Por  eso es una equivocación radical. Por supuesto, no ignoro que son muy complejas las dificultades que plantea responder a esos desplazamientos que arriban a nuestras fronteras. Pero son dificultades que palidecen ante las que afrontan quienes reciben diez, veinte veces más, países, como saben, no europeos. Y sobre todo, quienes viven y sufren la crisis son ellos, los refugiados; no  nosotros. Son ellos los que viven en primera persona las dificultades, los que se han convertido en sujetos extremadamente vulnerables. Es respecto a ellos que tiene sentido la mejor  acepción del Derecho, la que denomina Ferrajoli “la ley del más débil”. La dificultad de encontrar medidas adecuadas, proporcionadas, y hacerlas efectivas no debe hacernos perder de vista cuál es el verdadero problema.

Y nos empeñamos en desconocer la realidad: por ejemplo, discriminando a los afganos no incluidos en el plan que el presidente Juncker presentará y que sólo contempla a Siria, Iraq y Eritrea, pese a que los afganos son la 2ª nacionalidad entre los que llegan a Europa…

Pero -y con esta reflexión acabo-, en cierto modo sí es verdad que esta crisis humanitaria es nuestra crisis. Porque desvela la crisis de EUROPA, el riesgo de nuestro Waterloo jurídico, moral y político. El del naufragio del propio proyecto europeo, en cuyo corazón está el imperio del Estado de Derecho, al servicio del reconocimiento y garantía de los derechos de los refugiados, que son derechos universales, que nos tocan a todos. Sí: los refugiados son víctimas de una crisis, esta no humanitaria, pero no por ello menos grave, la crisis de la idea de Europa. Nuestra crisis, la de los europeos, es la que en buena medida les golpea.

Los españoles, que aún tenemos en la memoria las imágenes del Winnipeg, y de otros barcos que llevaron a puertos seguros a españoles que estaban en peligro, lo sabemos. Y no debiéramos olvidar que la tarea inaplazable es hacer más asequible y segura la obtención del asilo. Medidas en ese sentido brillan por ausencia.

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