NOSOTROS Y BANGLA DESH

 

Nosotros y Bangla Desh

Javier de Lucas

Para los niños de mi generación, Bangla Desh era ante todo Bengala, tierra de aventuras y piratas, cuna de los tigres que llevan su nombre. Luego, para los jóvenes que despertaron en el 68, pasó a ser una nación que luchaba por su independencia (Pakistán este). Un pueblo por el que Georges Harrison y Ravi Shankar organizaron un mítico concierto en verano de 1971, el primer concierto benéfico de la historia contemporánea del pop y rock, y en el que entre otros participaron Bob Dylan, Eric Clapton, Ringo Starr o Billy Preston. El concierto recaudó más de 250000 dólares para los refugiados en Bangla Desh y las grabaciones y DVD del mismo incrementaron esos réditos.

Hoy, Bangla Desh es el séptimo país más poblado del mundo (casi 150 millones de habitantes) y ocupa el lugar 146 en el índice de desarrollo humano. Es además, el segundo exportador textil del mundo, sólo superado por China. El empleo en la industria textil es la única esperanza de las miles de personas que llegan a la ciudades a la búsqueda de trabajo. Se calcula que tres millones de personas trabajan en estas empresas y talleres. Pero lo más relevante para nosotros es que un buen número de marcas de moda y grandes almacenes occidentales –de H&M, Inditex, C&A, Primark, Silver Shop o Mango, a El Corte Inglés- han deslocalizado su producción allí o son importantes compradores de sus productos textiles. Evidentemente, entre otras razones por los bajos costes de producción que incluyen condiciones de precariedad laboral que nos reenvían al dumping social, por no hablar de otros costes, como los de la contaminación ambiental y los de la corrupción sobre los que se asienta el negocio. Baste recordar que el salario mínimo que cobran muchos de los trabajadores empleados en esos talleres es el equivalente a 30 euros al mes, es decir, lo que nos viene a costar aquí un par de camisetas de alguna de esas marcas.

Bien puede decirse, como ha escrito Eugenia Rodríguez Palop,  que “nuestro sistema productivo se llama hoy Bangla Desh”. Es el emblema del modelo de globalización económica, con todas sus patologías entre las que sobresale la engañifa del low cost. Los 300 muertos  y más de 1200 heridos que provocó la semana pasada –y no es el primero ni, desgraciadamente, será el último- el derrumbamiento (anunciado) del Rana Plaza,  un edificio de Dacca que albergaba casi una docena de talleres textiles en los que trabajaban varios miles de bengalíes, son un coste directo de nuestro modelo de consumo. Como lo son las jornadas de trabajo en locales sin condiciones, en las que se emplean hombres, mujeres y niños, que cobran en la mayoría  de los casos, insisto, 1 euro al día, y lo ignoran todo sobre los derechos laborales. De esas condiciones de trabajo son testimonio elocuente las declaraciones de testigos que han salido con vida del accidente y que relataron cómo el día anterior se hicieron visibles grietas en el edificio Rana Plaza, que provocaron una especie de plante de los trabajadores. Pero fueron obligados a entrar a trabajar en esas condiciones: quien no lo hiciera perdería su empleo, les dijeron. El resultado es que muchos de ellos  -más de mil- perdieron su salud y varios centenares sus vidas.

Las compañías occidentales insisten en que han creado manuales de buenas prácticas para esas empresas, a fin de reducir riesgos y mejorar las condiciones. Pero sabemos hoy –entre otros lo ha denunciado el Financial Times– que los sindicatos de Bangla Desh propusieron un plan de establecimiento de un sistema nacional de inspecciones, fuera del control del Gobierno, con poder para comprobar que todas las empresas del país cumplan las normas de seguridad e higiene y para clausurar aquellas que no lo hagan. Cada una de las multinacionales extranjeras lo financiaría con una aportación de unos 500.000 dólares anuales. El plan se presentó en una reunión celebrada en Dacca a la que asistieron varias compañías, como Wal-Mart, Gap y H&M. Pero lo rechazaron. Las razones, al parecer, que lo encontraron demasiado caro.

A estas alturas ya sabemos que no existen milagros en el modelo del mercado global, que no hay altruismos para ofrecer bicocas a los consumidores, ni siquiera a los reyes de los consumidores que somos nosotros, los occidentales: no hay low cost limpio. Pero podemos reaccionar. Podemos optar por ejemplo, por pagar algo más –y comprar algo menos- y acudir a tiendas de comercio justo. Porque detrás de esa mercancía, tan barata para nosotros, lo que hay son trabajadores extremadamente vulnerables, prescindibles, sustituibles: trabajadores low cost.

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


¡IMPORTANTE! Responde a la pregunta: ¿Cuál es el valor de 8 14 ?